En su Surgido en el Este: Ensueños y Estudios en el Nuevo Japón, Lafcadio Hearn nos refiere la historia de Urashima Tarō, un joven pescador recompensado con una vida paradisíaca por su clemencia hacia un ser caro al Dios Dragón del Mar: la tortuga. A pesar de ser su única pesca del día, Urashima la libera y después se duerme, arrullado por el vaivén de su barca, un hermoso día de verano.
La bella hija del Dios Dragón del Mar lo visita entonces y le ofrece una vida a su lado en la Isla del Eterno Verano, como recompensa por el respeto mostrado a la tortuga. Urashima acepta y la pareja vive feliz por algún tiempo, hasta que el joven siente la nostalgia de su casa y desea ver a sus padres. La princesa, después de expresar su tristeza por los deseos de su esposo, le permite regresar, pero le entrega una caja cerrada y un cordel de seda, y le instruye no abrir la caja sin importar las circunstancias, pues hacerlo impediría para siempre su regreso a la isla y a su amada.
Al aceptar las condiciones, Urashima aparece de inmediato en su lugar de origen, pero lo encuentra distinto. Desconcertado, pregunta por la casa de sus padres, pero los lugareños se extrañan de ser indagados sobre personas muertas cuatrocientos años atrás. Ése era el tiempo humano que había transcurrido durante la estadía de Urashima en la isla. A Urashima lo asaltan las dudas y abre la caja, pero el contenido de ésta resulta ser sólo vapor que el viento eleva al cielo. Y en ese instante su cuerpo sufre rápidamente el paso de los siglos y colapsa transformado en polvo.
Hearn reflexiona sobre la historia y se pregunta por qué ésta mueve a la piedad. Los occidentales que desobedecen a los dioses, nos dice, viven para sufrir la profundidad y el alcance de sus actos. En contraste, Urashima disfrutó una vida envidiable durante cuatrocientos años, murió sin dolor y después hasta se le erigió un santuario. ¿Por qué sentimos piedad por él? Hearn concluye que la piedad que despierta Urashima –razón por la cual su historia ha perdurado más de mil cuatrocientos años– es la autocompasión que experimentamos al conocerla, pues es la historia de una miríada de almas, siempre evocada en los días de verano y sentida como un antiguo reproche; y por toda respuesta nos ofrece una evocación suya de amor y felicidad –pero entre dos seres humanos– donde el protagonista, a pesar de ser muy feliz se siente inquieto, abandona a su mujer, y al envejecer sólo posee el recuerdo de aquel amor perdido.
¿Qué hay pues en la historia de Urashima que conmueve al punto de ver nuestro destino en el suyo? La historia de Urashima es la historia del paraíso perdido, y de la inquietud y desobediencia consustanciales a nuestra naturaleza. Urashima, aun habitando en condiciones sólo permitidas a los dioses, desea otra cosa. Su esposa le muestra, al permitirle regresar, que su deseo es imposible: sus padres y el pueblo que añora dejaron de existir siglos atrás. Nada quedaba ahí para él desde entonces, sin que lo supiera, mientras vivía en la mayor felicidad. Pero, además, la princesa le pide algo aparentemente sencillo: resistir una prohibición fútil: no abrir una caja. El contenido no importaba, porque lo que pudiera contener no equivaldría nunca a lo que perdería: la felicidad. Urashima no puede con la prueba y pierde el paraíso. Lo único que debía hacer era no hacer nada y falla estrepitosamente. ¿Por qué? La razón nos es revelada cuando Urashima colapsa, abatido por el paso de los años, en polvo: es un ser humano. La historia de Urashima es nuestra historia.
Pero hay algo más: la caja es el Misterio. Urashima, en su desorientación, decide investigar su contenido y sólo encuentra ahí vapor que se dispersa por los aires y muerte. Reflexiono que Hearn –astuta o sabiamente– no abrió la caja al intentar explicar la historia, sino que nos entregó otra caja –otra historia– para no disecar la primera como se diseca un bicho, como lo haría un entomólogo; porque cualquier disección posible no agotará nunca sus sentidos.
Al escribir estas líneas me he dado cuenta: Yo soy Urashima, y en este instante me colapso en polvo.
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