Los reflejos nos atraen, nos fascinan, nos seducen. Va más allá del mero interés ver cómo algo se duplica. A pesar de que la ciencia nos explica la física de los reflejos y los espejos son parte de nuestra vida cotidiana, y de que, en suma, se les toma por cosa corriente, el tema no parece agotado. Al contrario, esa proliferación de espejos es algo muy digno de pensarse.
Al principio el agua fue el espejo. Algo de embriagador hay en contemplar un cuerpo de agua sereno, esparciendo luz sobre las diversas superficies de su entorno. En el agua las imágenes reflejadas son sutiles, translúcidas, y dependiendo de la transparencia que esta tenga, uno puede ver sólo hasta cierta profundidad, o hasta el fondo. Más allá de la superficie, a veces se ven peces o algas; un fondo claro de rocas o arena; a veces sólo una oscuridad insondable.
Podemos observar nuestro reflejo en aguas serenas, pero si se agitan, éste se deforma; si se agitan demasiado, nuestro reflejo se dispersa y se pierde. Debido a que contemplarse en el agua es algo poético, pero casi siempre impráctico, las personas desde hace mucho se sintieron inclinadas a desarrollar sucedáneos más sólidos y estables. Los hicieron de metales diversos, como plata, cobre o bronce, hasta llegar al cristal con una delgada capa de aluminio o plata, actualmente en uso debido a su economía y facilidad de producción.
Nos gustan los reflejos visuales, pero encontramos generalmente molestos los sonoros, y aunque algunos de estos son llamativos -quién no ha llamado a la ninfa Eco alguna vez estando en un espacio grande y vacío- no acostumbramos a entretenernos con ellos mucho tiempo. Así lo hizo Narciso -allá en la antigüedad olímpica- desdeñando a Eco, y luego contemplando su propio reflejo en el agua.
Dicen que los espejos atrapan almas. En muchos lugares se acostumbra a cubrirlos en los funerales. Más allá de eso, cualquier persona con un mínimo de sensibilidad encuentra los espejos al menos un poco inquietantes. Algo difiere. Hay extrañeza incluso en ver el propio reflejo; la sensación de no saber bien quién es la persona que se observa. Es como haberse desdoblado. Ser y no ser a la vez. Se ve lo que hay sabiendo que no es lo que hay. Y lo metálico, pulido y frío de su hechura impregna además lo que ahí vemos. Seguramente en las personas menos acostumbradas a verlos -niños, gentes de comunidades aisladas- esa sensación es todavía más fuerte.
Nos gustan las cosas que brillan; nos seducen. Nos llaman la atención los plateados, dorados, pulidos; todos brillan y también reflejan. Y resulta que se pueden industrializar; probablemente no porque haya sido especialmente fácil el hacerlo, sino que ya es fácil porque se desea. La vida se inundó de espejos.
Nos sumergimos en un entorno de reflejos. Pero no sólo los espejos reflejan, todo lo hace en mayor o menor medida. Cada objeto del mundo absorbe una parte de la luz que lo toca y refleja el resto; si no fuera así, no podríamos ver. Nuestros ojos ven reflejos. La diferencia con los espejos es que estos nos devuelven la imagen del entorno, no son el entorno. El espejo es algo que no es; es casi nada y siempre otra cosa. Tiende a no ser. Desorienta. Resulta llamativo que el único espejo sincero que registran las historias haya pertenecido a una reina bruja que malquería a su joven hijastra.
Fue el contemplativo y deseante Narciso el primero en intentar fijar una imagen, una única imagen: su imagen. La contempló en la superficie de un tranquilo y hermoso lago; la deseó tanto que la fijó dentro de su cráneo. Luego se sumergió en su espejo y se ahogó. Narciso era distinto. La mayoría de nosotros mantenemos nuestras inclinaciones contemplativas fuera del rango del embeleso suicida.
Las fotografías fijan reflejos. Dicen que también atrapan almas, o las visibilizan. En el renacimiento, personas no interesadas en aplicar el método de Narciso -pero con similares deseos- utilizaron otro, llamado Cámara Oscura. La Cámara Oscura es un dispositivo que emula rudimentariamente el funcionamiento del ojo humano; es un cuarto cerrado donde los rayos luminosos reflejados, por objetos externos a éste, se filtran dentro por un único agujero realizado en una de sus paredes, y se proyectan en la superficie de la pared de enfrente, reproduciendo una imagen del exterior. En la oscuridad de la cámara se da el contraste necesario para ver la imagen reflejada dentro; afuera hay demasiada luz y en un cuarto sellado no hay la suficiente. Se requiere oscuridad y el agujero que aísla, para que la imagen aparezca. Las reproducciones se copiaban manualmente, siguiendo la imagen proyectada sobre un lienzo. El paso siguiente, dado a principios del siglo XIX, fue incorporar elementos sensibles a la luz, que fijaran la imagen a una placa o película.
Con la fotografía se consiguió la copia relativamente estable de un reflejo, para poder volver a verla a voluntad. Obtenemos y guardamos la copia de un reflejo para poder ver la luz que refleja en otro momento; para que el reflejo de la copia de un reflejo llegue al interior de nuestros ojos y evoque la cosa que reflejó la luz que imprimió la copia. Platón argumentaría que el mundo ya es un conjunto de copias de arquetipos -de ideas perfectas que habitan un cielo de ideas, o algo así- y que fotografiar sería sacar copias de reflejos de copias. Digamos que no somos copias de arquetipos. Si tomamos una foto a otra foto, como cuando se hace un libro sobre fotografía, agregamos otro nivel a la cadena de copias.
Newton llamó a la descomposición de la luz al pasar a través de un prisma espectro, porque algo aparece. En realidad, cada vez que vemos algo, algo aparece. Nuestros ojos capturan los reflejos de las cosas del mundo. Existe un océano de fotones, de fluidas electromágnéticas ondas-rayo rebotando-vibrando-transmitiendo en todas las direcciones posibles, de manera que desde donde haya una mirada habrá una visión. Es lo que hacemos siempre cuando abrimos los ojos. Pero en nuestros ojos -en nuestro sistema visual- las imágenes individuales se funden imperceptiblemente; de manera que no vemos una concatenación de imágenes individuales fijas, sino un entorno continuo; un todo.
Veamos ahora un salón de pisos claros, techos altos y muros blancos; puertas de cristal, y más allá de estas una pequeña lagartija translúcida moviéndose en una esquina del patio de muros pétreos; insectos que vuelan; un árbol de fresca sombra cuyas hojas hace vibrar el viento; el ancho cielo y las gordas nubes que lo transitan. Si hubiera una cámara en cada ubicación de ese lugar, ¿qué se vería? ¿Cuántas rebanadas de luz se podrían fijar desde mis ojos a la punta de mis dedos, a la esquina donde está la lagartija, al árbol, a cada una de sus hojas, a las nubes? ¿Cuántos puntos tiene una línea? ¿Cuántas líneas tiene el espacio? En esto, fotografía y video no difieren. Si bien la cámara de video simula movimientos, pretendiendo acercarse a la visión humana, realiza las mismas operaciones fotográficas. Ambas formas de captura corresponden a ojos fuera del cuerpo, desde cualquier punto de vista posible, pertenecientes siempre a otro tiempo y lugar.
Las imágenes de todo el orbe son reflejadas en todo momento. Estamos inmersos en reflejos, constantemente bañados en irradiaciones de estrellas. La oscuridad no es objeción, porque la oscuridad total no existe ni en los hoyos negros. Ahora mismo, alrededor de nosotros, esas irradiaciones, y esos reflejos, se propagan en incontables direcciones y todo lo ocupan. Los reflejos nos seducen, si no fuera así, ¿por qué nos empeñamos en multiplicarlos y retenerlos?
En la antigüedad, los espejos eran singularidades mágicas. Su moderna proliferación ha tendido a banalizarlos, pero no lo ha conseguido del todo. La captura de reflejos, fotografía y video, es parte de esa proliferación. Al fijar esos reflejos en un soporte desde un punto determinado, vemos simulacros y apariciones; vemos espectros. Y la totalidad de esos espectros captados por las cámaras de todas las manos del mundo, almacenados en un lugar cotidiano llamado internet, ¿no serían un simulacro de punto donde confluyen todos los puntos, conformado a su vez de simulacros que aparecen y desaparecen a nuestro designio?
Los reflejos nos atraen, nos fascinan; nos seducen.
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