Breve reflexión sobre el cine y sus implicaciones filosóficas
En 1895, los hermanos Lumière patentaron el cinematógrafo, una máquina capaz de proyectar 16 fotogramas por segundo causando la sensación de movimiento; eso que hoy conocemos como cine. Sin embargo, antes que el cinematógrafo, existió la imagen fotográfica, que es el principio de toda realización fílmica y que, a su vez, tiene su fundamento en la imagen pictórica: expresión rastreable hasta la época de las cavernas. Así, el origen del cine es la creación artística, el deseo de afectar el sentir para decir, aquí estamos y somos algo. Dibujos de bisontes se hallan detrás de la última película que viste, y también constituyen su motivación o fin.
Pulsión e interpretación, deseo y perspectiva, acción y valoración o, simplemente, invención de sentidos que otorgamos a una existencia que por sí sola no los tiene; el mundo que oponemos a un vacío que perpetuamente conquistamos; ello precede a una realidad comprensible, en donde unimos dos palabras igual que dos fotogramas, dando lugar a la narración o tiempo humano.
Y a pesar de que ser implica instalarse aquí, en la recursividad interpretativa del lenguaje sobre sí mismo (en el lapsus continuum que genera nuestro anhelo de satisfactores que mitiguen la angustia de devenir): el ficcional discurso que fluye en un sistema informativo organizado, cual estructura con peso contra el ingrávido no-ser, da estabilidad y fija la comprensión de la naturaleza, desde el cuerpo que habitamos hasta el curvado horizonte, de manera que es posible decir, veo la belleza, desbordante en los campos y en mí.
La filmación, siguiendo estos planteamientos, es una técnica de cristalización de lo que un grupo de creativos siente y piensa, es decir, una doxa u opinión que busca ser experimentada y aun juzgada por otros, los observadores, quienes emergemos del caos en cuanto somos capaces de apreciar las invenciones que causan el mundo que como especie procuramos, desde la primera palabra hasta el largometraje recién contemplado. Por tanto, a pesar de su contingencia, toda narración nos otorga un peculiar regalo: nuestra subjetividad, determinada a la vez que libre para ser reinterpretada, desestructurada, reelaborada cada ocasión…, pues la materia “se abre” mediante el sentido que le damos, como si expeliera todas las lecturas o líneas de fuga posibles.
El movimiento, elemento primordial de la danza, está en el cine. El volumen de las esculturas enfrentadas al sol, está en el cine. El color del arte pictórico está en el cine. El sonido está en el cine. El instante fotográfico está en el cine. La palabra está en el cine. De tal manera, el cinematógrafo representa una poderosa acumulación de deseos, y el cumplimiento-incumplimiento del sueño de ser algo, como ocurre con todo arte. Y aunque luchar contra la nada es propio de cualquier ficción, el cine se distingue por sus implicaciones tecnológicas, la complejidad de su proceso de producción y sus posibilidades narrativas, pues presenta de manera única el juego de la luz y la sombra, en asociación con la música, el silencio y la verbalización.