Las entrañas de un pez tiemblan iluminadas por una vela que se debate contra la humedad, en la penumbra. Brotando de aquéllas, bajo reflejos danzantes, se asoma un sanguinolento ojo entre las vísceras.
Entonces el humo en el aposento se hace más denso y las miradas de los hombres se entrecruzan con horror en torno al pescado abierto, descubriendo en los rostros de sus compañeros sólo bocas torcidas, rictus contractos… ¡gestos maníacos!
En las entrañas del pez, el ojo parpadea como si buscara otra consistencia.