Lo que he sentido y lo que siento
hará brotar el momento.
Víctor Jara
BRECHA
A salvo de las ráfagas y el pánico,
aguarda un nuevo fruto
cuya simiente el alba surca,
como una centella precoz.
Da rodeos al verano
con el listón de la apetencia
y el gusto de ser al fin palpable.
Cae la brisa a gajos
y prolifera verde,
en un desliz de fino cerumen,
mientras se desata el ovillo
(la red del cuidado)
dulce como un arrullo.
Prolonga el reposo en cada borde,
en un collar de gotas sobre mayo
donde giran y se ensanchan las poleas
de un nacimiento diáfano.
Un botón nace en el molino,
batiente y fiel como un abrazo;
y toma una pizca del soplo,
corta el velo de cien nubes
y amortaja esta gris desdicha.
Dócil rama que llega de súbito:
es el anhelo acercándose,
el júbilo del árbol meciéndola.
Cada fruto deshace las amarras
y parte de una estela a un huerto,
de la simiente a la pulpa,
del hambre al calor que sacia.
Oh, continuación de nuestro hogar,
cúspide y dádiva del prolijo campo,
apártate (indeleble y suave) del polvo
y toca la luz cuya herida nos basta.
Rotos los andamios por donde maduras,
arroja tu color a quien pasea
sin haberte nunca imaginado.
ATAVÍO
No he de abandonar estos ojos,
aunque el llano escape
y sólo quede tropezar
con vidrios ahumados,
que agobian aún sin descifrarse.
Costra suave, pálido temblor
cuyo lastre engulle la memoria
y se padece como espina.
Prófugo de tantas huellas
y de las líneas de mi mano
que auguran los sucesos futuros,
envuelvo en luto mi proeza
y la arrojo como campana de ónix
hacia los que se aproximan,
carne de quien me precede,
aquellos que no viven momentos,
sino existen sólo en la culpa,
puestos los grilletes, resignados,
errantes en la mezquina tiniebla.
No he de abandonar esta duna
a pesar de la cabalgata fallida,
de la luna que esconde sus guantes,
del fulgor que aguarda fuera del día
sin hallar un objeto donde decir
¡basta!,
sin un grito en que diluirse.
Lo certero se desmorona
en la pupila del abismo,
avido de contornos en que reposar;
pero en la cuesta de mi alma
se desploman ciertos ayeres
cuyo hilo guía estos harapos,
los jirones del destino brumoso,
que delgados y truncos parten
hacia la madeja de la nada:
lastres de un deseo inconcluso.
rasguños sin piel e ingrávidos,
que al carecer de proporción alguna
anhelan ser benévolos como un guiño.
FRACTUS
Pulso de agua,
ventanal que fluye dormido
bajo la persiana del sauce triste.
Azulejo de vidrio donde límpidas celdas
aprisionan al día, la gota del mañana,
y colman los márgenes mudos del ser,
adelantándose al próximo rumor
que rebasa inerte la presencia de ríos
con un aire póstumo que parece ataúd.
Piedra que inunda almas,
respiro donde regurgita la angustia,
mientras en el fondo de este reino
duermes y silbas a la vez.
Da tumbos paralelos
en el vapor y la periferia
y aparta, con inaudito salto,
la noche del éxtasis, la profecía del sueño.
Resurge el cuchillo,
negra dentadura,
destello moribundo que hiere
y arroja desde lo profundo su asfixia,
honda bastarda del paisaje,
que arrastra lo inánime, el corazón.
Satura el vacío las manos,
mutila su pretensión de parvada,
el respiro dorado que elevarse pretende,
afán escondido bajo un tumulto de plegarias;
lastre, azar de regiones claroscuras e impedidas,
y aunque unas crezcan sobre la sien,
el caos se dispara en mil charcos de bruma y pavor.
Desaparece el ojo al acercarse,
lente que en fuga
dilata sus líneas pálidas
como el pernoctar de un búho.
Rodea la noche antes del declive.
Sórdido, nítido desmayo
sobre nubes irregulares,
repetidas bajo la sal,
que expulsa la fría palidez,
muerto flujo de venas últimas como remos
que se desploman: columnas humeantes.