Para Marcelo, que siempre quiere escuchar una historia.
Pasaba por la biblioteca de la calle México y quise entrar, pues sentí como si algo me llamara. Estuve un rato recorriendo pasillos rebosados de libros, curioseando, cuando encontré uno viejo y empolvado llamado «El Librorum».
El Librorum fue una bestia arcaica, del tiempo de los unicornios. Esa bestia era un gran libro –lo que podría significar enorme o venerable– dotado de seis patas y orejas. Habitaba la selva, pero podía escalar con facilidad murallas y montes y se alimentaba de letras vivas de fuego, porque en aquel tiempo las letras estaban vivas y nacían en los volcanes. Para aquellas pequeñas letras ígneas, escapar del Librorum era muy difícil y sólo las más ingeniosas lo lograban, generalmente en sociedad con otras, porque unidas eran muy fluidas.
Al Librorum le encantaba eructar historias, cuentos y ficciones de toda clase, por lo que muchas otras bestias gustaban de visitarlo por las noches para escuchar un relato antes de dormir. Recordemos que esas bestias de las que hablamos duermen de día, pues la luz les quema la piel y los ojos.
Y durante centurias las bestias acudieron por las noches para que el Librorum las llenara de eructos que eran historias y cuentos y ficciones, y ellas dormían al llegar el día. Pero una noche cayó una helada estrella sobre la selva del Librorum, matando de asfixia a todas esas pequeñas escurridizas letrillas de que se alimentaba. El Librorum padeció hambre. Las demás bestias iban a visitarlo y le ofrecían carne fresca y palpitante de animales recién cazados, pero el Librorum no podía comerlas; le daban náuseas. Después de padecer largamente, murió.
Todas las otras bestias se sintieron huérfanas y rugieron desesperadas. Nunca más pudieron escuchar un buen cuento nocturno.
Y por eso se han vuelto terribles.
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