Entré en la cafetería y me encaminé a una mesa. Había ido a leer. Deseaba continuar de inmediato la lectura de Melville disfrutando un buen café; apenas iniciaba la novela y ya me había cautivado. Pero antes de tomar asiento sentí que alguien me tocaba el hombro. Era una señora joven y de expresión amable, que sin duda conocía, pero de la que no recordaba absolutamente nada; y me apenaba que se diera cuenta de eso.
Ella me hablaba con familiaridad y tenía una voz suave y cálida. Sonriendo, me pidió que me recostara en el suelo. Me sentí confundido. Por un momento pensé que había escuchado mal, pero ella repitió su petición, sin dejar de sonreír. Ya no había duda: quería que me tendiera en el suelo de la cafetería; específicamente, boca arriba y con los brazos extendidos por arriba de mi cabeza.
Yo estaba desconcertado y mudo. Ella sacó de su bolso una foto y me la mostró para ser más precisa. Parecía provenir de una película fantástica: se veía allí a un vaquero tirado en el suelo (como muerto) rodeado de gnomos, hadas, un personaje indefinible y un ratón bastante grande y con actitud humana. Esbocé una sonrisa nerviosa, y supongo que mi rostro transmitía dudas, pero ella dijo: –Por favor, es para un concurso –indicando que me tomaría una foto.
No pude negarme. Estaba seguro de conocerla y me apenaba no recordarla. Me tendí en el suelo, boca arriba, y seguí sus indicaciones. Con esa voz suave que tenía me pidió cerrar los ojos, y no me costó hacerlo, hasta me sentí adormilado. Luego tomó su foto, me dijo: –Gracias –y salió del local sin decir más; tan rápido que cuando me levanté ya no pude verla.
Me encontraba aturdido. Tal vez me incorporé demasiado pronto, debido a la pena de estar acostado a media cafetería, y también porque quise hablar con ella para pedirle alguna explicación; pero no pude: ya no estaba ahí. Me asomé fuera para intentar divisarla; fue inútil. Regresé al local, fui a una mesa, me senté y comencé a leer a Melville, pero intranquilo, pues sentí las miradas de los otros comensales clavadas sobre mí mientras estuve ahí. La mesera hizo grandes esfuerzos por contener la risa cada vez que le pedí algo.
Sigo teniendo la certeza de conocerla, aunque hasta ahora no he podido recordar quién es. Incluso he preguntado a mis conocidos, pero tampoco ellos la recuerdan.
Conoce el libro de cuentos de Hernán Medina, La celda mágica: relatos breves sobre los orígenes de Quintana Roo