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Mapocho. Un poema del pueblo mapuche

Mapocho. Un poema del pueblo mapuche

Hacer mapas y planos es inimaginable

en la frontera de la realidad;

está cubierta de eternidad, de caída y despojos;

declara muerta la verdad y el lamento no supera

el horror que se disfraza de belleza.

Después de las pelucas y las casacas

las aguas de los hielos del sur

riegan el basural que nos ha heredado el progreso,

y también riegan los cuerpos de los milenarios

indígenas que van desapareciendo liquidados en el paisaje extremo;

riegan el presente que por más que es ocultado

con agraciadas y modernas ropas y gafas,

se manifiesta en la oscura piel que sostenemos

en nuestras regias y salvajes sonrisas.

Hielo, hielo, hielo-agua-hielo son las aguas estas

que bajan a nuestros ríos;

ya no los flujos de la cordillera ni los del mar,

ya no la lluvia, ya no los cielos.

Son las congeladas aguas fantasmas maravillosas

de las tierras finales, que con cuerpos eternamente fotografiados

por lo no humano, revelados y expuestos,

muestran los mismos órganos abandonados por la patria.

Pobres, malformados, subversivos, Mapuches, Selknam,

se convocan y abrazan en la palabra que se nos ha prohibido.

Hablan, estos sí que hablan sin lenguaje explicable.

Pan electrónica,

se hizo indescifrable nuestra lengua;

todo abandono terminaba entre el agua y la sangre;

en las gotas turbias del río Mapocho se conocen los abandonados,

los que recorren la calle sin tener la oportunidad de conversar,

ya que nadie los escucha. A nosotros nadie nos escucha también,

pero es porque todos quieren hablar y nadie atender; pero a ellas,

a ellos no los escuchan por desprecio,

para que sientan la humillación.

A Kay le hicieron llegar fotografías de los muertos

botados en los millones de gotas que componen

los témpanos del sur emigrados a la ciudad.

Son relativamente jóvenes los cuerpos que asoman en el río

de todas las épocas;

balbucea el canto en el ahogo incontenido del barro.

Me detengo.

Me detengo arriba de un puente que está

por sobre el cauce, por sobre este río,

y una cantidad incalculable de visiones me rodea.

Se entremeten por mis ropas,

por la esquina en donde ato mis zapatos,

se escurren por los bolsillos,

por entre los pliegues de mi cuello, en mi bolso,

entre los dedos de los pies.

Ojeo este, mi río que me nombra,

mezcla sangre, mezcla excremento,

agua, lluvia, gota, lleno de pelos, de cabelleras,

chascas, cabellos, mechones y trenzas,

vellos y pestañas, pelambres,

pelos de todos los colores

que tapan nuestra salida al mar.

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