Introducción

Maldecir es una acción que conlleva mala intención; quien maldice, espera, por no decir confía, en el efecto maligno de su fórmula, en el cumplimiento —palabra por palabra— del deseo expresado.

Pero ¿de dónde proviene la maldición?, ¿quién nos enseñó a maldecir?, ¿para qué maldecimos?, ¿por qué resulta una fórmula popular en la literatura y en la cinematografía contemporáneas?

A mi entender, existen elementos literarios que nos permiten: por un lado, situar los orígenes de la maldición, como figura narrativa, en la antigua Mesopotamia (lo cual implicaría que su uso data desde los primeros esbozos de la literatura y, por tanto, del lenguaje) y, por otro lado, comprender que su uso pretendía explicar, de un modo asaz similar al mito, las causas de una realidad que escapaba completamente del control de los afectados (en ese sentido, de los malditos).

Esta forma narrativa se habría desarrollado en los alrededores de las poblaciones mesopotámicas, desde la India hasta Egipto pasando por el pueblo hebreo, y de ahí, por medio del cristianismo, hacia Europa y posteriormente hasta nuestro continente.

Hay dos formas generales de maldición: una directa y otra indirecta. La forma directa se dirige a la persona en quien debe recaer la fórmula de la maldición —independientemente de si es merecida o no— para proferirle un daño irreversible. La forma indirecta consiste en maldecir un objeto o un lugar (entendido como un espacio con delimitaciones claras); la maldición es indirecta porque recaerá en aquel o aquellos que hagan uso inmediato, ilegal o mal intencionado, de dicho objeto o lugar.

Para fortuna de los maldecidos, existen fórmulas que contrarrestan completa o parcialmente los efectos de la maldición; la bendición, por ejemplo, es también una figura narrativa que acompaña invariablemente a la maldición. Desde las más antiguas narraciones, estas invocaciones se contrarrestan en un esfuerzo por controlar todo aquello que escapa a nuestra condición humana de finitud.

La literatura y la cinematografía contemporáneas, explotan este recurso narrativo con fines de entretenimiento; así, por medio de la maldición, vemos los deseos perversos de un personaje recaer en —y provocar la desgracia de— otro; sin embargo, tal figura narrativa comenzó como un desafío a la realidad, como un intento por modificar el orden de los acontecimientos o, al menos, como una manera de compensar una desgracia considerada injusta desde la perspectiva del invocador. Pero todas estas fórmulas, tan comunes en las regiones occidentales del planeta en el presente siglo, son herencia de lo que hoy denominamos genéricamente como Oriente.

Verter maldiciones

El filósofo del lenguaje de origen británico, John L. Austin, fue publicado de manera póstuma mediante su obra más conocida: Cómo hacer cosas con palabras; en este trabajo, establece una diferencia entre un enunciado constatativo y un enunciado realizativo, siendo este último aquella «expresión ligüística que no consiste, o no consiste meramente, en decir algo, sino en hacer algo»[1]. De tal modo, Austin definió los enunciados realizativos como expresiones de la vida cotidiana que implican una acción, con efecto inmediato en la realidad, en el momento mismo en que son pronunciadas.

El verbo, en las expresiones realizativas, es el que se encarga de afectar o transformar la realidad a partir de la acción lingüística; así, por ejemplo, bautizar con determinado nombre o prometer algo a alguien, tendrá repercusiones en la realidad social: el bebé contará con un nombre a partir del cual responderá desde ese momento y en adelante.

Austin distingue cinco clases generales de verbos realizativos y los clasifica, de acuerdo con la función o efecto que producen, en: judicativos, ejercitativos, compromisorios, comportativos y expositivos[2]. Siguiendo este orden de ideas, la maldición constituiría una expresión realizativa compromisoria, ya que:

Promete o compromete de alguna manera […] para tomar partido.[3]

Maldiciones literarias de Oriente

La epopeya de Gilgamesh es la obra literaria más antigua que se conoce; fue escrita y reproducida en piedra, en lengua acadia y sumeria: razón por la cual se la cataloga como obra mesopotámica, de la región situada entre los ríos Tigris y Éufrates.

En su integridad, la obra alcanzaría los tres mil versos, pero, hasta hoy, sólo nos han llegado algo menos de dos tercios, en retazos.[4]

La epopeya tiene como tema central la búsqueda de la inmortalidad. Gilgamesh gobierna con soberbia y altanería sus territorios, y algunos dioses buscan aplacarlo; sin embargo, lejos de conseguirlo, sólo alimentan su vanidad. Así, Gilgamesh logra la domesticación de Enkidu, quien, aunque ha sido creado para someterlo, termina convirtiéndose en el entrañable amigo y compañero de aventuras del soberano, cuya fama crece.

En la tablilla VII de la versión ninivita se describe la muerte de Enkidu, por haber dado muerte a Humbaba, guardián del bosque de los cedros. Tras caer gravemente enfermo, poco antes de morir, Enkidu invoca a Shamash y maldice tanto al cazador que buscó a Gilgamesh pidiendo ayuda para eliminar a la bestia Humbaba —porque no le permitía cazar y espantaba a sus presas— como a la cortesana Lalegre, a quien Gilgamesh envió con la misión de domesticar y humanizar a Enkidu. A continuación, extraigo el fragmento en que Enkidu maldice al cazador y a la cortesana, tal y como lo traduce el asiriólogo, Jean Bottéro (1914-2007):

[Me presento ante ti, Shamash]

[Por]que el Destino me es <hos>til

(Este) supuesto (?) Cazador

Y Echador de Lazos,

Que no me ha conservado semejante

A mis (antiguos) amigos,

Que (tampoco) él sea semejante

A sus amigos:

III: 1´Que s[u] lu[cr]o decrezca,

Que disminuyan sus beneficios,

[Que] sus [ganancias adelgacen (?)],

Y que ya no tenga [] para compartir.

[Que la caza], en vez de caer (en sus trampas)

Huya como una nube (?)».

[Cuando acabó de maldecir al [C]azador],

(Completamente) saciado,

5´Sintió ganas de maldecir [también]

A la [Cortesa]na Lalegre.

«¡[Vam]os! Lalegre,

Que te asigno ahora tu destino

Que te asigno, yo mismo,

Un destino,

Un destino eterno, para siempre,

Y que (contra) ti profiero

Una maldición poderosa,

Que se apodere de ti

[Lo má]s rápido (posible).

10 [(Jamás) te con]struirás

Un hogar feliz.

[(Jamás) mi]marás (?)

[]

[(Jamás) en]trarás

[En el harén] de las jóvenes.

[Los posos de la cerveza]

Mancharán [tu be]llo [seno].

[Con su vómito, el borracho]

Salpicará [tus adornos].

15 Un verso mutilado.

[]

[un tie]sto de alfarero.

No tendrás jamás derecho

[Al contenido (?)] del frasco del perfume

La blanca [pl]ata, orgullo del mundo

No permanecerá por mucho tiempo en tu casa.

[La más place]ntera de tus residencias

Será la parte delantera de tu puerta,

Y tu morada,

[Los bordes] del camino.

20 Habitarás [en la soledad]

Frecuentarás la sombra de las murallas.

[Zarza y espinas]

Dejarán tus pies en carne viva

[Borrachos y s]edientos de vino

Te abofetearán (a su antojo)

[En la calle]

Te gritarán.

El albañil no tapará

[La(s finuras del) techo de tu casa (?)]

25 [En tu casa (?)]

Se in[stal]ará la lechuza.

[En tu casa (?)]

Nunca [habrá fies]ta. 

30 Porque a mí, que era libre,

Tú me has []

Y (así) tú me has [perjudica]do (?)».

Como se puede apreciar en el fragmento, ambas maldiciones podrían considerarse arquetípicas del cazador y la cortesana, una suerte de condición que desde entonces llevan consigo ambas profesiones, ya sea que se cumpla o no se cumpla.

Hemos mencionado que la maldición suele ir acompañada por una bendición que puede anular o al menos suavizar los efectos de la maldición; en esta misma tablilla, Shamash, molesto con la maldición proferida por Enkidu, le invita a desdecirse de su anterior sentencia:

[¡Vamos! (dijo él), Lalegre]

[Que voy a asignarte (otro) destino]»

IV: 1 [Mi boca, que te mal]dijo

Ahora, (a) contrapelo, quiere bendec[irte]:

Príncipes y [gobernador]es

Serán [tus] aman[tes]

[(Incluso) a diez kilómetros (de ti)],

Se golpearán el muslo (de impaciencia);

[A veinte kilómetros],

Se mesarán los cabellos (en señal de cólera),

5 Y el soldado, [sin esperar más],

Desabrochará su talabarte.

[Te prodigarán]

Obsidiana, lapislázuli y oro.

Quien te regale

[Pendientes p]resiosos,

([Verá) caer sobre sus (tierras)] la lluvia

Y su cosecha multiplicarse.

Te introducirán

[En el templo] de los dioses

10 [¡Por ti!, a]bandonarán a la esposa

(Incluso a una) madre de siete hijos![5].

La maldición como recurso literario también hace su aparición en el poema épico-mitológico más extenso que existe —con más de 90 mil versos—: el Mahabharata, mismo que fue escrito en sánscrito, atribuido a la figura de Vyasa, y que pertenece a la tradición de la región de la India; en el Mahabharata [la gran guerra de los bharatás] podemos encontrar al menos ocho maldiciones que cumplen una función primordial para el desarrollo de la historia.

En resumen, el Mahabharata es una historia dinástica entre dos clanes, los Kurus y los Pandavas, por el dominio de Jastinapura y los reinos circundantes. Al igual que en La epopeya de Gilgamesh, los héroes son ayudados por los dioses para el cumplimiento y desarrollo de la historia.

Tan sólo para poner un ejemplo, presento la que podemos denominar: la maldición de Maitreya.

Duryodhana comenzó a golpear su muslo que se parecía al tronco del elefante, y sonriente comenzó a rascarse el suelo con el pie. Y el malvado miserable no habló una palabra, sino que bajó la cabeza. Con esto, Maitreya se enojó y se propuso maldecir a Duryodhana. Y luego, con los ojos rojos de ira, Maitreya, tocando el agua, maldijo a Duryodhana de la siguiente manera: ¡Ya que, despreciándome, te niegas a actuar de acuerdo con mis palabras, cosecharás rápidamente el fruto de tu insolencia! En la gran guerra que surgirá de los errores cometidos por ti, ¡el poderoso Bhima aplastará ese muslo tuyo con un golpe de su maza![6]

Esta maldición es una de las más importantes del relato, pues, efectivamente, Bhima vencerá a Duryodhana y con esa acción se dará por concluida la guerra. Duryodhana es el rey de los Kurus y no recibirá el favor de los dioses, como sí ocurrirá con otros personajes a lo largo de la épica, como en el caso de Arjuna, el mejor guerrero del ejército pandava, quien también tendrá una maldición que pesará sobre él; pero Indra, el rey de los dioses, lo bendecirá provocando que la maldición de Urvasi termine beneficiando a Arjuna a pesar de su cumplimiento. Otras maldiciones que se pueden encontrar en el relato son:

La maldición de Pandu: Por haber disparado una flecha a un ermitaño convertido en ciervo, Pandu estaba condenado a morir si hacía el amor con cualquiera de sus dos esposas. Dieciocho años después de la maldición Pandu no pudo resistir la tentación de gozar a Madri y cayó muerto al instante.

La maldición de Adrika: Brahma le había dicho a Adrika: «Sólo te librarás de la forma de pez si bajo esa forma das a luz a dos humanos». Así, dos bebés, un niño y una niña, serían rescatados del interior de un gran pez; el rey Vasu adoptaría al varón, Matsya, quien heredaría su reino, y dejaría a la niña al cuidado de los pescadores.

La maldición de Vasishtha a los Vasus: Por cogerle una vaca, Vasishtha condenó a los Vasus a convertirse en seres humanos; los Vasus pidieron misericordia, pero la maldición ya se había pronunciado; Vasishtha suavizaría la condena dirigiendo sus palabras sólo hacia aquel que había cogido a la vaca: «vivirá en el mundo durante más tiempo aunque en plena gloria»; los demás se ahogarían en el río al nacer y terminarían su vida de inmediato.

La maldición de Radheya: Bhargava maldijo a Radheya diciendo que, cuando estuviera luchando con su peor enemigo, olvidaría las palabras sagradas de su invocación de los divinos astras; además, un brahmí le dijo que la rueda de su carro quedaría atrapada en el lodo en un momento crucial y que eso lo mataría. Así se cumplió.

Por su parte, la tradición del pueblo hebreo no está exenta del uso de la maldición como recurso narrativo; uno de los relatos más conocidos de su literatura es una maldición que provocaría: la expulsión del ser humano del Paraíso, el dolor, el cansancio y la muerte, como castigos por la desobediencia.

Dijo luego Yahvé Dios a la serpiente: “Por haber hecho esto, maldita serás entre todos los ganados, y entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu pecho y comerás el polvo todo el tiempo de tu vida. Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer. Y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal”.

A la mujer le dijo: “Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos y buscarás con ardor a tu marido, que te dominará”.

Al hombre le dijo: “Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: no comas de él: por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ello todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan. Hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que polvo eres, y al polvo volverás”.[7]

Llama la atención que esta maldición puede considerarse un arquetipo de la humanidad y, también cabe decir, de la forma y concepto de la serpiente como animal terrestre.

Maldiciones en Occidente

A pesar de que la mayoría de las maldiciones hasta aquí expuestas son directas, también podemos rastrear ejemplos de formas indirectas en la historia de la literatura en Oriente, como hace Irene Vallejo en El infinito en un junco:

«A aquel que se apropie la tablilla mediante robo o se la lleve por la fuerza o haga que su esclavo la robe, que Shamash le arranque los ojos, que Nabu y Nisaba lo vuelvan sordo, que Nabu disuelva su vida como el agua».

«A quien rompa esta tablilla o la ponga en agua o la borre hasta que no pueda entenderse, que los dioses y diosas del cielo y de la tierra lo castiguen con una maldición que no pueda romperse, terrible y sin piedad, mientras viva, para que su nombre y su simiente quede en borrados de la tierra y su carne sea pasto de los perros»[8].

Las maldiciones indirectas suelen recaer en objetos que son de uso común para la víctima, como ocurre en el cuento La bella durmiente de Charles Perrault (en que la pinchadura de una aguja inducirá el sueño eterno), o en las historias germano-escandinavas que plantean la existencia de tesoros malditos, y hasta en películas contemporáneas como La maldición del Perla Negra; en estos casos, el protagonista no es maldito directamente, sino que cae en el maleficio a partir del contacto con el objeto maldito, cual ocurre con el Pequeño Juan en la siguiente balada llamada Robin Hood y Guy de Gisborne:

«Juan tensó un buen arco de tejo,

y a tirar se dispuso.

El arco estaba hecho de una rama tierna,

y cayó en un pie suyo.

¡Mal rayo te parta, maldita madera, dijo Juan,

en mala hora creciste de un árbol!

¡Pues en el día de hoy eres mi perdición,

cuando debieras haberme ayudado!».

Un buen ejemplo de maldición directa en la cultura occidental lo podemos hallar en la obra de J. R. R. Tolkien, en la denominada Maldición de Mandos, que acontece en la primera edad de la Tierra Media, luego de que los elfos Noldor tomaran por la fuerza los barcos de sus hermanos Teleri en su desesperación por el robo de los Silmarrils por causa de Morgoth[9]:

«Lágrimas innumerables derramaréis; y los Valar cercarán Valinor contra vosotros, y os dejarán fuera, de modo que ni siquiera el eco de vuestro lamento pasará por sobre las montañas […] el juramento los impulsará, pero también los traicionará, y aún llegará a arrebatarles los mismos tesoros que han jurado perseguir. A mal fin llegará todo lo que empiecen bien; y esto acontecerá por la traición del hermano al hermano, y por el temor a la traición. Serán para siempre los desposeídos. Habéis vertido la sangre de vuestros parientes con injusticia y habéis manchado la tierra de Aman. […] porque aunque Eru os destinó a no morir en Eà, y ninguna enfermedad puede alcanzaros, podéis ser asesinados, y asesinados seréis: por espada y por tormento y por dolor; y vuestro espíritu sin morada se presentará entonces ante Mandos. Allí moraréis durante un tiempo muy largo, y añoraréis vuestro cuerpo, y encontraréis escasa piedad, aunque todos los que habéis asesinado rueguen por vosotros. Y a aquellos que resistan en la Tierra Media y no comparezcan ante Mandos, el mundo los fatigará como si los agobiara un gran peso, y serán como sombras de arrepentimiento antes que aparezca la raza más joven. Los Valar han hablado»[10].

Finalmente, para cerrar con un ejemplo de narrativa contemporánea, podemos referirnos al videojuego y la serie de televisión “The Witcher”, basados en la Saga de Geralt de Rivia del escritor polaco Andrzej Sapkowski, en la que un brujo se dedica a matar monstruos a cambio de dinero; en algunas aventuras debe enfrentar y eliminar: maldiciones, como «el sol negro», y humanos que se convierten en hombres lobo, jabalí o puercoespín, además de las denominadas «estriges» (del polaco strzyga, mujeres transformadas en monstruos similares a vampiros por una maldición).

Para eliminar una maldición suele ser necesario: romper el objeto maldito; recitar o aplicar cierta fórmula en una poción; el acontecimiento de un fenómeno de la naturaleza o de un desplante humano relacionado con aquélla; la ya mencionada bendición, etc. Lo que parece claro, tanto en Oriente como en Occidente, es que no hay maldición que dure para siempre. Y recuerde, amigo lector, tenga cuidado con lo que dice, con lo que desea y también con lo que lee, no vaya a ser que una le caiga encima y no sepa cómo quitarla después.

Libros de interés


Notas

[1] Austin, John L. Cómo hacer cosas con palabras. PAIDOS. Primera edición, quinta reimpresión. Traducción de Carrió, Genaro R. y Rabossi, Eduardo, A. España, 1998. P. 71

[2] Ibid. p. 198.

[3] Ibid. p. 199.

[4] Bottéro, Jean. La epopeya de Gilgamesh el gran hombre que no quería morir. Akal. Primera edición rústica, primera reimpresión. España. 2017. p. 21.

[5] Cfr. Bottéro, Jean. La epopeya de Gilgamesh el gran hombre que no quería morir. Akal. Primera edición rústica, primera reimpresión. España. 2017.

[6] Cfr. Vyasa. El Mahabharata. Versión maquetada por Latex en enero 2016.

[7] Cfr. Génesis II, 4-III, 24. Creación y caída del hombre.

[8] Vallejo, Irene. El infinito en un junco. Siruela. Debolsillo. México. 2021. p. 69.

[9] El mismo nombre de Morgoth es la forma en que Fëanor y sus hermanos maldijeron al personaje, pues su nombre real es Melkor.

[10] Tolkien, J.R.R., El Silmarillion. Capítulo 9, La huída de los Noldor. Minotauro. España, 1999. p. 98.