La inteligencia artificial y el arte musical

inteligencia artificial y arte musical

La creación de música mediante inteligencia artificial

Con el avance tecnológico en el primer cuarto del siglo XXI, las herramientas digitales prometen asistir eficazmente a los seres humanos en tareas físicas y en complejos procesos mentales; hecho que, realizado cabalmente, representaría una novedosa síntesis de la conciencia humana, misma que podría –o no– ser programable.

Y en cuanto al arte de los sonidos, aumenta el intento por develar y sintetizar lo abstracto del acto creativo, con lo cual, surgen intentos como el de la plataforma «MusicML» de la compañía Google, que asegura a los navegantes en internet la posibilidad de crear una canción, prescindiendo de todo conocimiento musical. Con una interfaz sencilla, convierte textos en soundtracks, sin que el internauta común conozca el proceso creativo de la música, ni el código fuente del servidor web. Con esto surgen preguntas como: ¿hasta qué punto puede –o debe– equiparase la actividad del cerebro humano con la de una computadora?, ¿la así llamada «Inteligencia Artificial» es capaz de emular el proceso creativo de un compositor?, ¿es la Inteligencia Artificial la nueva herramienta para crear música, como en su momento lo fue el Piano Forte? 

Por su parte, el informático musical y compositor estadounidense David Cope afirma estar aprovechando lo mismo que aprovechaba Beethoven: el inconsciente colectivo. Cope desarrolló el programa EMI (Experiments in Musical Intelligence), configurado para seguir las reglas de la teoría musical en torno a la armonía, el contrapunto, y entre otras cosas, el estilo; con base en tales elementos, el algoritmo procede haciendo una deconstrucción (análisis y separación en partes), una búsqueda de firmas (lo común, que significa estilo) y una Compatibilidad o recombinación en nuevas obras.  

Con dicho sistema computacional, postula la idea de que “cada estilo tiene reglas para crear réplicas de sí mismo, distintas pero muy relacionadas”, y asegura que su programa se basa en la recombinación, pues genera nueva música recombinando música existente en nuevas sucesiones lógicas.   

Sostengo que la «recombinación» aparece en todos lados como un proceso natural evolutivo y creativo, sin necesidad de ningún instrumento musical. Su estructura programada postula una similitud compositiva con la música de Bach, Mozart, Beethoven, Chopin y otros grandes compositores de la historia. (Cope, 1996)  

Tiempo después, inició la búsqueda de su propio estilo compositivo y desarrolló el programa llamado Emily Howell: inteligencia artificial que asiste al proceso creativo. Con tan solo darle la configuración de una idea musical, el software arroja la partitura. Cope escucha y analiza el resultado, y si fuera necesario, pide a Emily que lo modifique. A pesar del complejo trabajo matemático que realiza, esta herramienta digital no puede –ni debe– sustituir al factor inexacto y cognitivo de los seres humanos. Aun cuando Emily está programada para “equivocarse”, y aleatoriamente no duda en omitir los históricos tratados de la música, el factor humano del “error” transgrede la inexactitud consciente: existe y después se piensa. Esto sugiere una delgada línea (como la máxima invención de Guido) sobre la cual se da la interacción entre el experimentador y el ordenador; ambos participan e intervienen activamente en la decisión de las notas definitivas en una partitura; lo que nos lleva a cuestionar: ¿quién compone la música?, ¿Emily o Cope?, ¿la creación musical es una mera toma de decisiones?, ¿es la computadora quien determina los resultados? Emily recibe y procesa las indicaciones que dicta el científico; sin embargo, sin la asistencia de Emily, el trabajo final no sería el mismo.    

Alcances y límites de la IA en la creación musical

En octubre de 2021, a 250 años del nacimiento de Beethoven, el enigma consistente en cómo podría concluir la décima sinfonía del genio de Bonn, parece tener una resolución. Tras un esfuerzo que llevó más de dos años, musicólogos e informáticos comisionados por la universidad de Harvard aseguran haber conseguido el sonido que guardaba la mente del brillante compositor. La consigna de completar lo que sería su última sinfonía, involucró un cerebro virtual que fue alimentado con las ideas musicales del propio Beethoven. La computadora (informó Ahmed Elgammal) aprendió el lenguaje musical, tanto de las obras completas como de los bocetos, para así predecir las notas, frases y pasajes inconclusos, con lo que finalmente completaron la obra.    

Presidí la parte de inteligencia artificial (IA) del proyecto, liderando un grupo de científicos en la Start-up Playform IA, que le enseñó a una máquina tanto la obra completa de Beethoven como su proceso creativo. (Elgammal, 2021) 

Este tipo de predicción en sistemas computacionales lleva a pensar en la similitud que guardan con el algoritmo de una plataforma de reproducción de música, la cual, con base en la información que provee el usuario, activa una lista de música acorde a sus intereses, cada ocasión que aquél hace clic en el modo aleatorio de reproducción. Es decir, aprende la información que le provee el usuario, para luego predecir sus probables álbumes, artistas y canciones favoritas. Sin embargo, aun cuando el usuario acepte –o no– estas predicciones, más allá de la información almacenada y procesada por el ordenador, el algoritmo no considera la virtud mutable, individual y colectiva de los seres vivos. Los artistas se perciben y contemplan a sí mismos y a su obra en la esfera de la praxis.

El material de la música es el sonido, que actúa directamente sobre el oído. La percepción sensible provoca asociaciones y relaciona el sonido, el oído y el mundo sensorial. De la acción conjunta de estos tres factores depende todo lo que en música hay de Arte. (Schoenberg, 1911) 

Todo compositor considera el flujo del tiempo musical como un componente vital para la unidad, forma y fluidez de la pulsación (métrica) y no pulsación (libre de la medida) de una idea, frase, pasaje y movimiento de una obra; consistencia que escapa a las fórmulas, ecuaciones y predicciones de las redes neuronales artificiales. Sumado a ello, el timbre, conocido también como el “color del sonido” (H. Helmholtz) y los armónicos, son también una sustancia de gran valor para el creador de música: es su materia sonora. Paralelamente, la percepción de las cualidades mencionadas, conlleva la altura, intensidad, acústica y duración del sonido: componentes musicales que pasan desapercibidos por la informática musical, la cual enfoca su óptica en elementos como la melodía, la armonía y el contrapunto. Si se omite la recíproca relación entre el sonido, la percepción y las sensaciones, también se omiten los elementos que en ella se sostienen.          

Steinitzer escribió que para su admirado maestro, Beethoven: «sus notas eran su vida». La diferencia y la experimentación de la introspección y la extrospección, fundamentan el arte del compositor de música, quien inventa, crea, escucha, corrige, cambia, se equivoca y acierta, tanto como sea necesario. En otro orden de cosas, un cerebro digital educado por la afirmación e inequívoca respuesta podría ser capaz de acumular un sin fin de códigos estéticos de la música; no obstante, sería incapaz de comprender y presenciar el valor de la experiencia estética; podrá predecir un día soleado, pero no se desconectará de la red con el fin de broncearse. 

Sobre el futuro de la relación entre la IA y el arte musical 

El director del Laboratorio de Arte e Inteligencia Artificial de la Universidad Rutgers en Estados Unidos (Ahmed Elgammal), argumenta que: 

Cuando se trata de las artes, ve a la IA no como un reemplazo, sino como una herramienta, una que abre las puertas para que los artistas se expresen de nuevas maneras. 

De tal modo, para una mutua relación, sería conveniente trazar los límites éticos de una inminente interacción entre máquinas y humanos. El acierto de esta nueva herramienta, la inteligencia artificial capaz de crear música, es que abre la posibilidad de analizar y reflexionar sobre nuestras configuraciones estéticas, para luego permitirnos utilizar la tecnología siendo conscientes de aquello que hace que la vida merezca vivirse.    

El Arte se ha vuelto objeto central para el estudio de la creatividad humana, pues su carácter de auto-reconocimiento expresa la virtud estética de nuestro espíritu; propiedad que interesa a la ciencia moderna y podría explicar la necesidad de representación propia y colectiva de los seres humanos. Dicha tarea o responsabilidad se vería materializada una estética del presente. Por tal motivo, es de vital importancia –dada la magnitud de tal proyecto– que expertos en las materias de Arte y Ciencia intervengan activamente en un diálogo que fortalezca nuestra reflexión ante el escenario del futuro.  

Hasta el momento, la así llamada inteligencia artificial (IA) centra su atención en acumular y procesar inagotables datos con base en la suma histórica del conocimiento humano. Contrariamente, la idea antineurocentrista del tratamiento artístico, plantea priorizar el impulso al conocimiento de su propia naturaleza, pues el quehacer del artista no se centra en metadatos, sino que se apropia del antecedente histórico para comprender su presente, así percibiéndose a sí mismo y ejerciendo su virtud máxima de expresión humana: el Arte. Dicha propiedad ontológica le permite prescindir de la simulación, para apropiarse, en todo caso, de la experimentación.     

Referencias bibliográficas

AHMED, Elgammal. (2021, 06, 10) How a team of musicologists and computer scientists completed Beethoven’s unfinished 10th Symphony. The Conversation. https://theconversation.com/how-a-team-of-musicologists-and-computer-scientists-completed-beethovens-unfinished-10th-symphony-168160  

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