La inquietante salud de la novela

La salud de la novela

Introducción

La novela alcanzó su madurez en la segunda mitad del siglo XIX. Según la opinión de algunos filósofos, el positivismo predominante de ese momento histórico permeó la pluma de los mejores narradores. Ya en el siglo pasado, tomando distancia de los ideales decimonónicos, era menester preguntarse por el futuro de este género literario. Así, en pensadores como Octavio Paz y Ortega y Gasset encontramos varias reflexiones sobre la novela e, incluso, la profecía de su inminente decadencia. Por lo anterior, el propósito de este ensayo consiste en resaltar algunos aspectos que llevaron a los filósofos a mirar este género con reticencia. Finalmente, se pretende realizar un balance actual que revele el estado de salud de la novela en México y en España.

Sobre la naturaleza de la novela

La palabra novela procede del italiano novella, que a su vez proviene del latín novellus, que significa “nuevo”. Se diferencia del cuento por su extensión, aunque es muy difícil establecer la frontera entre ambos géneros, pues las excepciones abundan. Ahora bien, a diferencia de la épica –escrita en verso–, la novela se escribe en prosa y tiene la misión de narrar una cadena de acontecimientos, en apariencia verosímiles, de manera detallada. Se dice que “la mentira es su principio, pero también, muy a menudo, su resorte principal” (Comte-Sponville, 2005, p. 376). Y es que la novela, aunque tome hechos de la realidad para mezclarlos con lo imaginario, es fundamentalmente ficción que puede llevarnos, paradójicamente, a la verdad o al placer estético.

El novelista, a diferencia del poeta épico, crea personajes cotidianos que se alejan del pasado mítico. Si la epopeya nos ponía frente a los ojos un pasado ideal con sus héroes y sus divinidades, la novela nos lleva a regiones prosaicas con hombres mundanos más parecidos a nosotros. Para algunos estudiosos, los antecedentes del género en cuestión se remontan a los dos primeros siglos de nuestra era. En El Satiricon, atribuido a Petronio y en La Metamorfosis o el Asno de Oro de Apuleyo, ya hay un flagrante alejamiento del mito y, por otro lado, la creación de personajes que no son héroes ideales. En estos incipientes relatos latinos los protagonistas son gente cualquiera a la que le suceden cosas en la calle y no en el Olimpo. Este rasgo, que se conservará en las producciones posteriores de la novela, hace sospechar que tiene cierta proximidad con la comedia, la cual, satirizaba a los héroes mitológicos. Otros antecedentes históricos del género que nos atañe son La Celestina y El Lazarillo de Tormes, de los siglos XV y XVI respectivamente. Ahora bien, sobre esta última obra –de autor anónimo– cabe mencionar que significó la inauguración de la picaresca. Sin embargo, algunos consideran que El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es la primera novela de la historia.

La novela en el siglo XIX

Francia es el epicentro de una producción literaria que se extiende por toda Europa. Es el siglo de maduración y esplendor de la novela. En ella “cabe desde la confesión y la autobiografía hasta el ensayo filosófico” (Paz, 1996, p.224). La nueva burguesía –que escribe en prosa y es crítica– muestra predilección por los frutos de un género literario que coincide con el positivismo y con la psicología como nueva disciplina científica. Son tiempos de fe en el progreso, son tiempos que toman distancia del arte trágico. Con la razón como fundamento de la nueva sociedad, la novela ha tomado el lugar que en la antigüedad pertenecía a la épica. Figuras como Flaubert, Dostoievsky, Dickens, Stendhal y Balzac aparecen en el escenario, y sus personajes están marcados por la duda. Ya apuntaba Octavio Paz que la novela está más cerca del racionalismo que del mito.

En esta época decimonónica los escritores han dado con una psicología cada vez más refinada que enriquece las historias y dota de profundidad a sus protagonistas. La novela, como su siglo, es eminentemente realista. En este tenor, Ortega y Gasset señalaba que la producción novelesca de este momento histórico significó la expresión de los ideales de la burguesía y del positivismo, por lo cual, para las futuras generaciones ya no sería legible.

Creo que el género novela, si no está irremediablemente agotado, se halla, de cierto, en su periodo último y padece una penuria de temas posibles, que el escritor necesita compensarla con la exquisita calidad de los demás ingredientes necesarios para integrar un cuerpo de novela.

(Ortega y Gasset, 2007, p.40).

Pero, ¿en qué radica la falta de material que denunciaba Ortega para crear nuevas obras? Según el pensador español no basta el talento del escritor para crear un personaje interesante. El novelista, encerrado en sí mismo como Narciso o la mónada, se complace en su propia subjetividad y se olvida de maravillarse ante las cosas. En esta condición, los escritores, incapaces de hablar del mundo externo, solo pueden hablar de sí mismos y de sus ideales. Además, la psicología, cada vez más desarrollada como ciencia, terminaría por superar el conocimiento psicológico del novelista, lo cual mermaría el interés de los futuros lectores por las obras pasadas. De ahí se desprende que los excesos de subjetividad literaria del siglo XIX hayan aburrido a los lectores.

Desde esta visión que sitúa a la novela como un género literario agotado, Ortega desconfiaba de la capacidad de los escritores de su tiempo para crear problemas nuevos que se plasmaran en obras nuevas. Y es que, en una de sus reflexiones, menciona:

Si en última instancia lleva o no dentro de sí conflictos el alma contemporánea es cuestión delicada. Pero es innegable que, aparentemente, se halla libre de ellos, y este hecho debería causar mayor sorpresa de la que levanta.

(Ortega y Gasset, 1967, p. 100).

Al respecto, es importante aclarar que aunque este ensayo no pretende hacer una exploración entre los conflictos del alma del siglo XX y la del siglo actual, es inevitable pensar que a partir de la Segunda Guerra Mundial se gestaron profundos cambios en la actitud vital del hombre. Con el nuevo orden social, político y económico aparecen otros motivos de angustia aparejados con una queja generalizada sobre la falta de sentido de la existencia. Y los pensadores, admirados ante el holocausto y el poder destructor de una guerra sin precedentes, se formularon nuevas preguntas que tendrán repercusión en la literatura. Mas, ¿cuál fue el destino de la novela decimonónica si, en efecto, representaba los ideales de un progreso puesto en duda después de la Segunda Guerra?

La novela en siglo XX, desmintiendo el anuncio de su muerte

Ante los problemas planteados a lo largo del siglo XX, la novela presentó una evolución con diferentes subgéneros. Los grandes novelistas son Proust, Joyce, Gide, Faulkner, Kafka y Woolf. En Proust, por ejemplo, se alcanza la culminación de la novela psicológica. El autor de En busca del tiempo perdido alcanza un conocimiento sobre la condición humana que parece situarlo en el linaje de los grandes moralistas franceses de los siglos XVII y XVIII. Pero, quizá, los cambios más importantes dentro del género que estudiamos se dan con la nouveau roman, por un lado, y con la novela existencialista, por el otro. Los escritores, que han entrado en una etapa de reflexión sobre su propio quehacer, hacen cuestión de la novela y se apartan del positivismo burgués del siglo anterior. Dentro de la corriente existencialista, Sartre, de Beauvoir y Camus cambian el fondo de la novela para abordar los problemas existenciales que aquejan al hombre. Así, aquella premisa de que la existencia precede a la esencia es llevada a los relatos.

Más allá de los linderos filosóficos, la novela del siglo XX tuvo grandes detractores desde otras concepciones artísticas. André Breton, principal figura del surrealismo, así como algunos poetas, miraban con recelo a la novela y le pronosticaron un destino desfavorable. Incluso Octavio Paz, que había abrevado las aguas surrealistas, llegó más lejos al afirmar la supremacía de los poetas:

la victoria de la poesía es la señal de la extinción de la edad moderna. El teatro y la novela contemporánea no cantan un nacimiento sino unos funerales: el de su mundo y el de las formas que engendró.

(Paz, 1996, p. 231).

El gran poeta pensaba que de a poco la novela abandonaría la prosa –instrumento de la razón– para convertirse en poema y, así, recuperar la autonomía de la palabra. Pero, a pesar del destino que los críticos de la novela dibujaron, el siglo XX fue testigo de su desarrollo en diferentes variantes: terror, policiaca, aventuras, ciencia ficción, realismo mágico, novela histórica, etc. Y en Latinoamérica, por ejemplo, floreció una estirpe de novelistas que llevó la prosa a sus cumbres y nos legó una obra vastísima.

El pulso actual. La novela en el siglo XXI

Ya entrados en nuestro siglo, fue en el año 2020 cuando la pandemia covid-19 generó los mayores estragos a la industria editorial. Las librerías de muchas partes del mundo cerraron y se dibujaba una gran incertidumbre sobre su porvenir. En este contexto, de acuerdo con el diario INDEPENDENT en español, se estima que en México hubo una caída superior al 25% en las ventas, con pérdidas aproximadas de 3000 millones de pesos. Sin embargo, para el primer trimestre de 2022 el mercado editorial ha mostrado una recuperación del 33% en ventas. Las cifras son sorprendentes si se considera la creciente inflación y su impacto en el poder adquisitivo de los lectores. Pero, en mi opinión, el dato más interesante es que dentro de las preferencias de los mexicanos, la novela ocupa el primer lugar, al menos si se considera la información que el citado diario nos proporciona sobre las editoriales Penguin Random House y Planeta.

Durante la última semana, PRH anunció que los cinco libros más vendidos de sus sellos son: Violeta de Isabel Allende; Nunca de Ken Follet; Mi desesperada decisión de Ariana Godoy; Boulevard de Flor M. Salvador y El italiano de Arturo Pérez-Reverte; mientras que Planeta reveló que sus libros más vendidos son Cien años de soledad de Gabriel García Márquez; Todo lo que nunca fuimos de Alice Kellen; El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez; La ciudad de vapor de Carlos Ruiz Zafón; y Nosotros en la luna de Alice Kellen. (Montenegro, 2022)

Como puede apreciarse, los títulos que mencionan las dos casas editoriales, son novelas. Más aún, en la lista figura única y exclusivamente este género. Es interesante advertir que a pesar del auge de las plataformas de streaming que han revolucionado la industria del entretenimiento, las personas no han olvidado el libro impreso. Pero, también merece la pena hacer notar que aunque hoy dedicamos mucho tiempo de nuestra vida al celular, eso no ha significado la muerte de la novela.

En el caso de España las cifras actuales nos dan una radiografía de la industria editorial que coincide con lo acaecido en México. Según los diarios, el año 2021 fue histórico en ventas y significó la recuperación de una gran cantidad de librerías. Es revelador el hecho de que, entre los libros más vendidos de ese año, fueron precisamente las novelas las que se enseñorearon en la lista. En El Mundo se habla de las mejores ventas en una década refiriéndose en general al libro impreso, y se afirma que el fenómeno se replica en el resto de Europa. Y en El Debate aparece la lista de los libros más exitosos en 2021: Sira, El humor de mi vida, El juego del alma, El arte de engañar al karma, Los vencejos, El italiano, Delparaíso, De ninguna parte, Sin miedo y La cuenta atrás para el verano (Serrano, 2021). Conviene subrayar que de diez títulos que aporta el diario, nueve son novelas contemporáneas. De modo que, contra las profecías del siglo XX, contra la crisis de la pandemia, contra la era digital y contra el auge del cómic japonés –el cual merece un estudio aparte–, los novelistas han ganado la partida. Pero, ¿de dónde proviene que el gusto de los lectores por este género se mantenga vigente, con tanta fuerza en nuestra cultura?

Conclusión

La pregunta anterior podría ser objeto de un nuevo ensayo. Lejos de agotar la cuestión, aparecen nuevos problemas para los que, por el momento, solo queda esbozar algunas sospechas. “Todas las novelas de todos los tiempos se orientan hacia el enigma del yo”. (Kundera, 2006, p. 8). De ser así, la novela no ha salido aún de los excesos de subjetividad que denunciaba Ortega. Quizá la vigencia de la novela esté relacionada con un mundo de individualismo donde no cabe la literatura épica. El “destino personal” que nos pinta cada novela, así como su cotidianidad y sus personajes de carne y hueso, conviven mejor en las sociedades democráticas herederas de la Revolución Francesa. Pero, además, el material de nuestro tiempo para escribir novelas parece asegurarle el porvenir al género. El alma actual enfrenta problemas que Ortega no conoció: la incertidumbre laboral, la pandemia y sus estragos, la violencia del crimen organizado, la destrucción ecológica, la migración, la realidad virtual, la amenaza nuclear, la guerra por el espacio, la manipulación genética. Así, las problemáticas actuales hacen pensar que el hombre, lejos de vivir más cómodo, vive en una preocupación constante. Y esto último, reflejado en la literatura, no puede más que producir personajes interesantes que le hablen a nuestra intimidad angustiada. La novela, con sus descripciones detalladas, nos da imágenes del hombre acaso más completas de las que nos dan los conceptos. De ahí que “por su habilidad de captación de formas y sentidos, la literatura supera a la filosofía” (Nicol, 2004, p. 23). Y es que difícilmente un tratado filosófico puede revelarnos tanto sobre nosotros mismos como una novela de Dostoievsky. En este sentido, la novela nos sirve para comprendernos mejor, es decir, para tomar conciencia de nuestros sentimientos. Pero, la novela también da la posibilidad al escritor y al lector de hacer un pacto con la fantasía para recrear otros mundos e inventarse otras vidas. Y es que nunca dejaremos de escribir historias pues, si el hombre está, como Proteo, condenado a darse nuevas formas (Nicol, 2004), la novela es un medio para inventarlas.

Lejos de estar agotada, la novela posee un manantial infinito de posibilidades para no fatigar al lector; así, vemos que la profecía de Ortega no se cumplió. La novela no ha muerto. Es más: sigue vigente en las preferencias populares. En este orden de ideas, tenemos serios motivos para suponer que la novela se mantiene como la emperatriz de los géneros literarios. Su salud es portentosa, al menos en México y en España.

Bibliografía

Blanco, L. (2021, septiembre 8). Rércord de venta de libros en 2021: “Está siendo un año histórico”. El Mundo. en: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2021/09/08/61388dc6fdddffe3ab8b45d7.html

Comte-Sponville, A. (2005). Diccionario filosófico. Paidós.

Kundera, M. (2006). El arte de la novela. Tousquets Editores.

Montenegro, J. (2022, marzo 30). La industria del libro en México supera la pandemia pero ahora enfrenta altos costos. INDEPENDENT en español., en: https://www.independentespanol.com/noticias/america-latina/mexico/industria-libros-mexico-pandemia-b2047550.html

Nicol, E. (2004). La agonía de Proteo. Herder.

Ortega y Gasset, O. (1967). El espíritu de la letra (6.a. ed.). Revista de Occidente, S.A.

Ortega y Gasset, O. (2007). La deshumanización del arte e ideas sobre la novela. Editorial Porrúa.

Ortega y Gasset. O. (2012). Meditaciones del Quijote. Gredos.

Paz, O. (1996). El arco y la lira (3.a. ed.). Fondo de cultura económica.

Serrano, M. (2021, diciembre 10). Estos son los libros más vendidos de 2021 en España. El Debate., en: https://www.eldebate.com/cultura/20211210/son-libros-mas-vendidos-2021-espana.html

Salir de la versión móvil