“La otredad me libera de quedar encerrado y sin crecer, atrapado en mi propia visión del mundo. La reciprocidad y el encuentro se fundan en la conciencia ineludible de que yo también soy el otro para otro”. Alicia Molina

Estoy convencida de que reconocerse diverso, es la oportunidad de descubrir otros universos, aunque mi certeza se desdibuje en las aulas, entendidas como todo espacio hasta donde las intenciones pedagógicas pueden viajar. Para el proceso de enseñanza-aprendizaje, se requieren ciertas características en el docente, para comprender que somos parte de las constelaciones áulicas donde existen estrellas de tamaños y brillos distintos.

Pretendo identificar dichas características, desde considerarme diversa, lastrando imperativas etiquetas. En retrospectiva, identifico burlas, comparaciones, no solo por parte de estudiantes; los adultos también llegamos a convertirnos en cómplices, en una sociedad que adolece de aceptar lo diferente. Desde mi realidad, cuento los pasos al caminar; hago de terapeuta ante mi inatención y memoria, buscando no repetir la escena de llegar a casa con un casco puesto. Mis hermanos, por lo que refleja mi memoria a corto plazo, me dicen Dory, ese pez de buscando a Nemo. Como ella, he llegado a sentirme rara y, eso, creo, me da autoridad para escribir sobre el tema.

Sin desconocer las grietas del sistema educativo, creo que a los docentes nos cuesta crear puentes entre cognición, emoción y afectividad; triada que fortalece el ejercicio ciudadano y las expresiones de todo lo diverso que habita en los humanos. El profesor empático, teje junto a sus discentes, tapices de historias. Tramas  amarillas entrelaza quien solo puede imaginar el mundo; hilos magenta regala el que escucha con la piel, y urdimbres azules alternan los ubicados en los extremos de la campana de Gauss. Otros colores aportan los inquietos, los tímidos, los dispersos, los que trabajan poco tiempo en jornadas largas y monótonas; los inmigrantes, los desplazados, y los que lastran dolor en sus morrales. ¡La lista sería interminable! 

Imaginémonos capitanes en un mar multicolor. Algunos con más experticia, otros con más corazón. Nuestros barcos tienen velas remendadas y nuestros planes de navegación muestran destinos a veces utópicos. Algunos sentiremos temor, ineptitud, indiferencia y hasta resignación ante personas a las que nos referimos como especiales, raras, inquietas, atrasadas, lentas, irresponsables, vagas… ¡Surgirían cientos de adjetivos más! Claro que, ¡somos especiales y distintos!, ése debe ser el punto de encuentro.

 Hay profesores convencidos de ser inclusivos porque ensombrecen la evaluación con calificaciones básicas lastimeras que reafirman un mundo de incapacidades, al optar por medir y no por evaluar a sus estudiantes. “Pasarlos” con el mínimo aprobatorio, es continuar en zona de confort; es evadir la incapacidad o la indiferencia, ante la demanda de crear estrategias que involucren a todos. Muchos, distintos a los teóricos, creemos que con los conceptos y las estrategias vestidas de empatía, se cambian vidas.

Al recorrer el colegio donde laboro, encasillada como responsable de atender a estudiantes con la etiqueta de discapacidad cognitiva, me saludan Gabriel, Andrés, Ana, María… Para el ente gubernamental, ellos son parte del programa de apoyo pedagógico; para mí y otros, ¡ellos son parte de nuestros 900 diversos mundos! En el camino, me abraza una niña incrédula de haber comprendido, después de años, los secretos estadísticos. Saludo a Juan, de quien se pensó, no lograría comprender nuestro mundo, cuando éramos nosotros los llamados a comprender el suyo. ¡Él nos ha dado una lección de grandeza que debería avergonzarnos!

A la par, observo a mis compañeros, en especial, a quienes van despojándose de la percepción narcisista y anárquica que nos puede contagiar con los años y que impide reconocer miradas únicas y matices en ritmos y patrones. Algunos, se están reinventando, aceptando el reto de ejercer su liderazgo, asegurándose de que “todo signifique realmente todos”, en términos de Alicia Molina. Están haciendo coincidir la perspectiva de derechos con la inclusión en todo contexto y entienden que la normalidad es un rompecabezas del que también son piezas clave, con su singularidad, su autodescubrimiento de estilo de enseñanza y aprendizaje para  acompañar la otredad. Luego, en esos largos debates colectivos que solemos tener los maestros, se deja explícito que dependiendo de cómo comprendamos lo diverso, es posible determinar los caminos curriculares. 

Estos quijotes escudriñan mundos, refieren nombres y potencialidades, reconocen los diagnósticos como apoyos que quizás nunca lleguen, así que, mientras tanto, hay que crear e inundarse del otro, preguntándose ¿quién?, ¿de dónde?, ¿qué puede?, ¿con quién cuenta?, ¿qué puedo aportar como maestro?, ¿cuenta conmigo?… Respetuosos de la diversidad, descubren otras evidencias de aprendizajes, al estimular dispositivos también cerebrales que entrelazan lo cognitivo con las emociones y la afectividad. Logran dignas hazañas, a pesar de las condiciones en las que laboran, de las políticas inclusivas desarticuladas, y del discontinuo o total abandono estatal. Como Reuven Feuerstein, creen que lo cognitivo puede modificarse y, como Vigotsky, saben ser mediadores socioculturales. Varios de estos maestros son esperanza para mí, para los míos y para la sociedad. Quizás no logren todo lo propuesto, pero derriban muchos molinos de viento.

Necesitamos rescatar lo humano; más, cuando la pandemia desnudó nuestra vulnerabilidad. Los docentes debemos ser lectores de humanidad y escritores con tinta del corazón en páginas blancas, rotas, sucias o repisadas de nuestros alumnos o las propias. Se requiere entender que distar de los estándares, significa ser diferentes pero no raro; ¡significa ser diverso! No necesitamos hablar de discapacidad, diferencia, vacíos o excesos, tan solo de personas que soñamos conquistas, que necesitamos conectar nuestras historias, talentos y esfuerzos para desarrollar nuestros proyectos de vida. 

Quizá, no todos nuestros estudiantes alcancen la toga y el birrete en la institución, pero hagámoslos sentirse parte de algo y cercanos a alguien; verse desde adentro y saber qué pueden alcanzar. El maestro inclusivo inicia indagando por nombres, historias y talentos, no por diagnósticos complejos que pueden determinar la permanencia de los estudiantes en el medio escolar, donde la productividad es eje central y lo intrapersonal e interpersonal son secundarios. ¡Ser maestro inclusivo es reconocer que somos la otredad de otros!

Referencias bibliográficas

Ministerios de Educación Nacional de Colombia.  Documento base para la política de educación inclusiva, convenio 681 de 2012. Consultado en: https://www.mineducacion.gov.co/1759/articles-357277_recurso.pdf

Molina, A. (2014). Concepto de inclusión (Conferencia magistral No. 1).  Congreso Internacional de IBBY.  Ciudad de México, septiembre 10-13. Consultado en: https://issuu.com/bibliotecaaleer/docs/concepto_de_inclusi__n

Padilla, N. (2021). En la campana de Gausse, En Y llegó el señor Sjögren. (p. 156). Bogotá: Nueve Editores,.

Ramos, V., Piqueras, J., Martínez, A., Oblitas, L.  (2009).  Emoción y cognición: implicaciones para el tratamiento.  Terapia Psicológica. 27(2), 227-237.  https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-48082009000200008

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