Aristóteles biólogo
Introducción
Aristóteles es, entre los pensadores griegos, el más influyente e incluso vigente en el ámbito de la biología. No sería demasiado atrevimiento considerarlo padre de la biología, y de hecho, el primer biólogo de la historia pues, si bien hay observaciones biológicas previas a él, sus tratados al respecto son los más antiguos que se conozcan en los que se aborde el tema de lo vivo de manera compleja y con análisis y estudios exhaustivos. Sus explicaciones en torno a los vivientes desde distintas perspectivas –anatómica, fisiológica, embrio-morfogenética, psicológica y etológica– ofrecieron una primera teoría completa acerca del fenómeno de la vida en la que el concepto de thélos (fin) juega un rol central. Aunque se sabe que escribió sobre las plantas, el texto referente a dicho tema está perdido (no obstante, debido a su influencia en Teofrasto, podrían hallarse consideraciones cercanas a las aristotélicas en De historia plantarum y De causis plantarum). Por esta razón me enfocaré en el presente escrito a la parte zoológica, tratada por Aristóteles en diversos textos como: Historia animalium, De partibus animalium, De motu animalium, De generatione animalium y De incessu animalium. No pretendo otra cosa aquí más que invitar a la lectura de semejantes documentos aristotélicos.
Aportaciones de Aristóteles a la biología
Comenzando con el enfoque anatómico-fisiológico de sus explicaciones, se debe en gran medida a él la distinción que hizo Jean-Batiste Lamarck entre animales vertebrados e invertebrados, aún vigente hoy. Tal distinción lamarckiana fue posible gracias a la distinción aristotélica entre animales sanguíneos y no sanguíneos: “En efecto, –dice Lamarck– Aristóteles dividió primeramente a los animales en dos cortes principales o, según él, en dos clases, a saber: 1. Animales que tienen sangre: cuadrúpedos vivíparos, cuadrúpedos ovíparos, peces, aves; 2. Animales privados de sangre: moluscos, crustáceos, testáceos, insectos.”[1] A partir de esta división, Aristóteles observaba que “todos los animales sanguíneos tienen una columna vertebral, ya ósea, ya espinosa”[2] de la cual carecían los animales no sanguíneos, lo que permitió, por tanto, que Lamarck dividiera “la totalidad de los animales conocidos en dos secciones perfectamente distintas, a saber: animales con vértebras, animales sin vértebras.”[3] Por esto mismo es que Hegel –contemporáneo de Lamarck– afirmaba lo siguiente: “en el mundo de los animales se ha adoptado la contundente distinción de la ausencia o presencia de las vértebras; la división básica de los animales ha sido así esencialmente llevada a aquella que ya vio Aristóteles.”[4]
Dicha distinción servía al filósofo de Estagira como condición para realizar estudios acerca de la posesión o carencia de ciertas partes y miembros en algunos animales, pues “unos tienen partes que faltan en otros; por ejemplo, unos tienen espolones, otros no los tienen; unos tienen melena, otros, no”[5], y a partir de esto establecer lo que sería un primer intento de clasificación zoológica según género (genos) y especie (eidos): “Por género entiendo –dice Aristóteles–, por ejemplo, el ave o el pez, pues cada uno se distingue del otro por una diferencia genérica, y existen muchas especies de peces y de aves.”[6] De este modo Aristóteles abrió dos líneas para las investigaciones biológicas: por un lado, la taxonomía, realizada por primera vez de manera rigurosa por Linneo (comenzando con las plantas en su obra Species plantarum y pasando después a los animales en Systema naturae); por otro lado, la anatomía comparada, seguida por Lamarck y popularizada por Georges Cuvier.
Ahora, si bien Aristóteles llevó a cabo comparaciones entre animales a partir de sus partes y miembros, analizando sus características en Historia animalium, en su obra De partibus animalium se encargó de reflexionar el porqué de tales características[7], es decir, sus causas. No sorprende que para ello se haya valido de las cuatro causas ya establecidas en su Física: material, formal, eficiente y (principalmente) final[8]. El hecho de que la causa final sea la más relevante anuncia que el análisis de las características de las partes de los animales está hecho desde un enfoque fisiológico, esto es, funcional. Por ejemplo, la característica de la nariz en varios animales es tener dos orificios; ¿para qué? (tínos éneka), uno podría preguntarse. La respuesta es: para la respiración, y ella es el fin de la nariz y la razón de sus características. El fin –la funcionalidad– incluso es causa de la formación de las partes corporales: si yo necesito respirar, tuvo entonces que haberse formado una nariz con sus orificios para poder realizar esa acción. En este sentido, para el estagirita no se trataba de explicar la formación de una parte como si se hubiera dado por azar material (por ejemplo, la formación de la nariz por el paso del aire a través de la materia) tal como hicieron los que previamente filosofaron al respecto, (refiriéndose principalmente a Demócrito), sino a partir del fin o función que tal parte tiene que cumplir (la respiración en el caso de la nariz): “El ser para algo es la causa por la que la organización dicha existe en estas partes”[9], dice Aristóteles. Podría decirse que la fisiología comienza pues con estos estudios aristotélicos.
Relevancia contemporánea de los trabajos de Aristóteles en biología
En 1971 Max Delbrück, físico alemán ganador del Nobel de Fisiología y Medicina, publicó un texto titulado Aristotle totle totle[10] en el que se proponía “declarar la conjetura de que este maravilloso hombre –Aristóteles– descubrió el ADN.” Pretensión por supuesto bastante arriesgada considerando que el estagirita no disponía de los instrumentos para lograr ver una molécula semejante. Sin embargo, no es que Aristóteles haya efectivamente descubierto el ADN, pero sí “el principio implícito” en él y esto es lo que Delbrück analiza con la intención de demostrar la relevancia de sus trabajos biológicos para las ciencias de la vida, escritos en los que “abunda en análisis especulativos agresivos de vastas observaciones sobre morfología, anatomía, sistemática y, más importantemente, sobre embriología y desarrollo.”
En De incessu animalium encontramos un análisis sobre el modo en que la reproducción se da entre los animales a partir del esperma que el macho deposita en el útero de la hembra. Para ello, Aristóteles se cuestiona si la intervención del esperma para el desarrollo de otro individuo es material o formal.
“El esperma es evidente que está en uno de estos dos casos: lo que se forma viene de él o como de una materia o como de un primer motor.”[11]
La primera opción hace referencia a la teoría pangenética, defendida por Hipócrates, según la cual, el esperma proviene de todo el cuerpo y en él están ya contenidas todas las partes del organismo[12]. Por medio de esta teoría se explicaban, por ejemplo, las semejanzas físicas de los hijos con los padres –incluyendo la herencia del color de piel o de un miembro mutilado. Para la refutación de estas teorías, Aristóteles ofrecía contraejemplos como: la semejanza de los hijos con los padres no sólo en cuanto a las partes corporales sino también en la voz y los ademanes, o bien el salto generacional en la herencia de ciertas características (como una mujer que tiene relaciones con un negro, en donde el hijo no hereda el color del padre sino el nieto). Por lo tanto, para Aristóteles era claro que el esperma no contribuía a la reproducción con algo material, sino más bien con la forma (eidos) determinante.
“ni el esperma procede de todas las partes, ni el macho expulsa algún elemento que estará presente en el ser engendrado, sino sólo produce la vida con la potencia contenida en su semen.”[13]
Lo que se transmite pues en el esperma, es sólo el ser en potencia del siguiente individuo, el principio formal, el alma (psijé) o, como dice Delbrück en términos contemporáneos, “la información” que “es leída en un modo preprogramado” (postulando así el principio del paradigma genético que, según Delbrück, quedó opacado durante siglos a causa del punto de vista newtoniano).
De este modo, de la información (forma o alma) proporcionada por el esperma dependerá el desarrollo de las partes y los miembros que el viviente necesitará, según su especie, para su sobrevivencia en el mundo:
“Por ello precisamente hay que decir que dado que ésta es la esencia del hombre, por eso tiene estas partes, pues no es posible que exista sin ellas.”[14]
Además, gracias a tal principio formal, que delimita y determina la materia (hyle), es que un ente vivo de cierta especie se desarrolla como individuo sólo de esa especie y no de otra: por ejemplo, un embrión de conejo sólo devendrá conejo y uno de elefante sólo devendrá elefante, y no un conejo en elefante o un elefante en conejo. Así, este principio formal, en tanto que funciona también como principio de movimiento y desarrollo del ente vivo hacia la actualización de su ser, es también causa eficiente y final. La formación de las partes y miembros de un organismo obedece pues a una causalidad formal que es asimismo final.
No sorprende que otros científicos, además de Delbrück, como el biólogo Ernst Mayr, tengan en buena estima a Aristóteles respecto a temas biológicos con palabras como estas: “Hasta nuestros tiempos no se comprendió que el eidos de Aristóteles, aquel agente aparentemente metafísico, era lo que ahora llamamos programa genético, totalmente explicable por factores fisicoquímicos.”[15]
Más allá de una propuesta para que la academia de Estocolmo considere un Nobel póstumo a Aristóteles por su descubrimiento del principio implícito en el ADN, destaco la sugerencia de Delbrück de estrechar relaciones entre la comunidad científica y otras facultades o disciplinas (la filosófica, por ejemplo) a partir de “una nueva mirada en el Aristóteles biólogo que pueda aún dirigir a un más claro entendimiento de los conceptos de propósito, verdad y revelación”, a los que habría que agregar otros tantos como causalidad, limitación, determinación y los que salgan al paso.
Más aportaciones de Aristóteles a la zoología
En De Anima, de Aristóteles leemos: “el alma es causa por igual según tres acepciones: en cuanto principio del movimiento mismo, en cuanto fin y en cuanto entidad de los cuerpos animados.”[16] Las últimas dos acepciones han sido expuestas: el alma, transmitida por medio del esperma, determina la materia como causa formal y final durante el desarrollo del viviente desde una etapa embrionaria en la que tendrá que ir actualizando además, según su especie y naturaleza, cada una de las facultades anímicas (pues no todo ente vivo puede actualizarlas todas)[17]: la nutritiva, la sensitiva, la desiderativa y la discursiva[18]. En cuanto al alma como causa del movimiento de un cuerpo, entendido sobre todo como movimiento voluntario, se encargó en su obra De motu animalium en la que la parte desiderativa del alma desempeña un papel de suma importancia.
Para Aristóteles, los animales actúan conforme a fines, es decir, para alcanzar un fin particular que, una vez logrado, produce un placer y un bien: “todos los animales mueven y son movidos para algo, de modo que eso para lo que se mueven es para ellos el término de todo movimiento.”[19] La finalidad de la acción, si es conseguida, implica pues la conclusión del movimiento del viviente. Pero aquello para lo cual un animal se mueve tiene que ser presentado previamente ya sea por la sensibilidad o por la imaginación, y puesto de este modo como fin deseado: “el animal se mueve y avanza por deseo o elección, después de haber experimentado un cambio en la percepción o en la imaginación.”[20] Así, un objeto presentado por la sensibilidad y la imaginación –o por el entendimiento en el caso de los animales racionales– se puede convertir entonces en objeto deseado, apetecido, el para-qué del movimiento del animal, esto es, aquello para lo cual dicho viviente se mueve.
Puesto que el deseo –originado por la sensación, la imaginación o el entendimiento– es lo que ocasiona la acción del animal, por tanto, la causa del movimiento de estos vivientes está en la facultad desiderativa del alma. Un ejemplo aristotélico resulta muy claro en esto: “Debo beber, dice el apetito: he aquí una bebida, dice la sensación o la imaginación o la razón; se bebe inmediatamente.”[21] Estas explicaciones de los modos de actuar del animal desde las afecciones del alma han abierto dos líneas de estudio a lo largo de la historia: por un lado, las investigaciones en torno al funcionamiento de la capacidad cognitiva animal, en donde el concepto de intencionalidad ha sido central, desde filósofos árabes como Avicena o Al-Farabi, pasando por medievales como San Alberto y Santo Tomás[22], hasta Brentano y su influencia en la fenomenología, así como las discusiones actuales en ciencias cognitivas y en filosofía de la mente; por otro lado, las investigaciones en cuanto al comportamiento animal en su entorno que han derivado en lo que hoy conocemos como etología, ciencia representada principalmente por Konrad Lorenz y Nikolaas Tinbergen, y en la que el problema del instinto ha sido fundamental. No es gratuito pues que ya Hegel hubiera dicho que en el instinto se hace evidente aquella “determinación que Aristóteles captó del viviente, a saber, que hay que considerarlo como actuando con arreglo al fin.”[23]
Conclusión
En 2016 se cumplieron 2400 años del nacimiento de Aristóteles, aniversario por el cual, la UNESCO decidió declarar el 2016 como año de Aristóteles para conmemorar dicho acontecimiento y destacar la envergadura de sus aportaciones. En este sentido, no está de más recordar pues que en el 384 a.C. nació no sólo uno de los más grandes filósofos de Occidente, sino también aquel a quien podría considerársele como el fundador de la biología y con quien esta ciencia tiene –en varias de sus diferentes áreas como: anatomía, fisiología, embriología, desarrollo, etología, etc.–, por tanto, una enorme deuda. Se suele decir que no hay mejor homenaje para un autor que leer sus obras y la intención principal de este escrito que aquí he presentado es exhortar a hacerlo –siempre de una manera crítica– al menos con sus tratados biológicos que pueden resultar de gran interés y valor tanto para filósofos como para científicos. Espero que el objetivo haya sido logrado.
Bibliografía
Aristóteles, Acerca del alma, trad. de Tomás Calvo Martínez, Gredos, Madrid, 2010.
————-, Investigación sobre los animales, trad. de Julio Pallí Bonet, Gredos, Madrid, 2008.
————-, Parte de los animales. Marcha de los animales. Movimiento de los animales, trad. de Elvira Jiménez Sánchez y Almudena Alonso Miguel, Gredos, Madrid, 2000.
Delbrück, Max, “Aristotle totle totle”, en Jacques Monod y E. Borek (comps.), On microbes and Life, Columbia University Press, N. Y., 1971.
Lamarck, Jean-Baptiste, Filosofía zoológica, trad. de Nuria Vidal Díaz, Mateu, Barcelona, 1971.
Mayr, Ernst, Así es la biología, trad. de Juan Manuel Ibeas, Debate, Barcelona, 2005.
Hegel, G. W. F., “Filosofía de la naturaleza”, en Enciclopedia de las ciencias filosóficas, trad. de Ramón Valls Plana, Alianza, Madrid, 1997.
Notas
[1] Lamarck, Filosofía zoológica, p. 113.
[2] Historia animalium, 516b20.
[3] Lamarck, op. cit., p. 115.
[4] Hegel, “Filosofía de la naturaleza”, en Enciclopedia, § 368.
[5] Historia animalium, 486b10
[6] Ibid., 486a20. A la distinción entre sanguíneos (vertebrados) y no sanguíneos (invertebrados) se suman otras como: animales acuáticos y terrestres, sedentarios y nómadas (o migratorios), gregarios y solitarios, carnívoros y gramnívoros, mansos y salvajes, mudos y con voz, vivíparos y ovíparos, ápodos y con pies, etc. según sus modos de vida, caracteres, reproducción y locomoción (vid. Historia animalium, 487a10-489b20).
[7] Vid. De partibus animalium, 646a5.
[8] Vid. Física, II,3, 195a15-25; II,7, 198a23 (también Metafísica, I,3982a25-30).
[9] De partibus animalium, 646b25. El ejemplo de la nariz lo tomé de esta misma obra en 640b15.
[10] Max Delbrück, “Aristotle totle totle”, en Jacques Monod y E. Borek (comps.), On microbes and Life, pp. 50-55. Todas las citas son traducciones mías. Se puede consultar el texto en línea: https://www.ini.uzh.ch/~tobi/fun/max/delbruckAristotleTotleTotle1971.pdf
[11] De incessu animalium, 724a35.
[12] Vid. ibid., 721b10-724a10. Teoría pangenética defendida todavía en el siglo XIX por el mismo Darwin.
[13] Ibid., 730a.
[14] De partibus animalium, 640a30.
[15] Ernst Mayr, Así es la biología, p. 171.
[16] De Anima, 415b10.
[17] Vid. De incessu animalium, 736a25 y ss.
[18] Vid. De Anima, 414a30.
[19] De motu animalium, 700b15.
[20] Ibid., 701a5.
[21] Ibid., 701a30.
[22] Al respecto puede consultarse, por ejemplo: Luis Xavier López Farjeat (comp.), La mente animal. Del Aristotelismo Árabe y Latino a la Filosofía Contemporánea, Los Libros de Homero, México, 2009. También de López Farjeat se puede ver el siguiente video en línea, realizado por El Colegio de México, respecto a la consideración que Al-Farabi tenía sobre la mente animal en su relación con el lenguaje: https://www.youtube.com/watch?v=q9R30Q5eeZ8
[23] Hegel, Enz., § 360.