Mi viaje hacia el feminismo

mi viaje hacia el feminismo

Recuerdo que cuando era una niña mi papá siempre me decía que era su princesa; ahora que soy una mujer, me hubiera gustado que me enseñara que existen y han existido mujeres de la vida real que pueden ser llamadas heroínas, quienes aportaron y cambiaron el rumbo de la historia. Una de ellas, mi inspiración en la adolescencia, fue Sor Juana Inés de la Cruz, la cual con su literatura alzó la voz cuestionando las condiciones de las mujeres y la forma en que eran educadas, teniendo una desventaja dentro de la sociedad de esa época. Con sus poemas criticaba la forma en la que las mujeres vivían dominadas por los hombres, sin derecho a pensar o actuar por sí mismas, así enseñándonos a todas que es posible romper con esas ataduras morales y empezar a ser nosotras; ella luchó para estudiar y aprender, por sus ideales, y eso nos enseña e inspira a luchar por lo que queremos.

Les compartiré mi experiencia personal de cómo tuve que enfrentar cada uno de los prejuicios machistas que estuvieron muy presentes en mi infancia. Siempre he pensado que los padres son quienes te dan esa guía para formarte como persona, pero desafortunadamente yo crecí en una familia disfuncional, y digo disfuncional no porque mis papás se hayan separado, sino porque a pesar de tener a mamá y papá en casa, parecía que no existían; mi padre, desde que tengo memoria, podía llegar del trabajo y hundirse en sus pensamientos y en esa botella de alcohol que parecía no tener fondo, mientras mi madre tenía que estar esclavizada a los mandatos de él, porque vivía con miedo; siempre le dijeron que cuando llegara su esposo de trabajar tenía que atenderlo y procurarlo porque él era quien mantenía la casa. Mi madre era de las mujeres que preferían el “amor” y el “cariño” antes que el derecho, como nos los han enseñado en los cuentos de princesas, en donde la princesa siempre espera a su príncipe azul y el cuento se acaba cuando el príncipe llega, se casa con ella y se siente amada. ¿Acaso alguien nos preguntó a nosotras las mujeres si queríamos esa parte de romanticismo en nuestras vidas? Nos enseñaron a ser codependientes de ese amor.

La relación de una mujer y un hombre la mayoría de las veces comienza con el dominio y sentido de propiedad, porque nos enseñaron que un hombre puede ser dueño de ti, de tu tiempo, de tu pensamiento, de tu forma de vestir y hasta de tu forma de pensar; ¿dónde está la igualdad de género?, ¿quién te la enseña cuando eres niña?, ¿acaso tu madre y tu padre no tendrían que enseñarte a ser una mujer fuerte, una mujer independiente, libre de prejuicios? Si todas las mujeres alzáramos la voz, estoy segura de que todas relataríamos historias de amigas, primas, hermanas, hijas, o de nosotras mismas, sobre momentos en que nos sentimos agredidas, fuimos violentadas o nos quitaron el derecho a ser como realmente somos. Yo quiero comenzar a alzar la voz para que todas esas historias no se pierdan en los recuerdos y que entre nosotras podamos contar lo que nos pasó, con el fin de enseñarles a nuestras niñas que pueden ser únicas y que la vida les merece respeto. Por eso me dirijo a nuestras hijas, a nuestras sobrinas, a tus vecinas, a ti y a todas esas mujeres que comienzan a crecer y que necesitamos fuertes para hacer la diferencia. Y quiero que quede claro que esto no es en contra de los hombres, al contrario, es una invitación para que puedan entendernos y sumarse.

Mi historia comienza a la edad de 6 años, cuando yo era una niña pequeña, llena de curiosidad; lo único que me interesaba en ese momento era jugar con los primos y treparme en los árboles; recuerdo mucho que mi abuela tenía un gran patio con enormes árboles, y que en compañía de uno de mis primos favoritos de nombre Joaquín, podíamos llegar a las más altas ramas; allí nos sentábamos y volteábamos al cielo; nos gustaba ver las nubes e imaginar mil historias con ellas. Mi primo y yo éramos muy unidos y había veces en que su mamá pedía permiso para que me quedara a dormir en su casa, pero, en las noches, cuando todos estaban descansando, mi tía entraba despacio al cuarto, se metía en las cobijas, me decía que cuando tuvo relaciones con su novio por primera vez fue muy doloroso, y que por esa razón me ayudaría; entonces metía sus dedos en medio de mis piernas, ante lo cual yo solo me quedaba quieta y cerraba los ojos hasta que ella paraba y se iba. Cómo contarle a mi mamá lo que pasaba, si ella se mantenía ocupada en evitar que mi padre se alcoholizara, porque sabía que de ser así era seguro que le pegaría. Y así crecí con una mujer que abusaba de otra mujer, y con una madre que nunca pudo darme confianza, fortaleza y seguridad para alzar la voz y decir basta. Ahora que tengo hijas y las veo dormidas en mi regazo, siempre les digo lo mucho que las amo, y lo importantes y fuertes que son; les enseño que basta con que ellas se amen y se respeten para sentirse bien en la vida; no es necesario que llegue el príncipe azul a rescatarlas porque ellas no lo necesitan. También le enseño a mi hijo el valor de una mujer, que respete su integridad e individualidad.

Me gustaría decirles a todas las mujeres que lean este escrito que seamos un instrumento para hacernos mas fuertes entre nosotras; dejemos de llamarnos perras o zorras y extendamos la mano cada vez que una de nosotras lo necesitemos, en la calle, en el trasporte público, en casa, en el trabajo, en cualquier lado y en cualquier circunstancia. Ser feminista es actuar, no solo pensar en la desigualdad; es tratar a los demás de igual forma y con respeto, velar por el bienestar y la justicia para todos y para todas; el feminismo es también la lucha por los derechos humanos.

Si miramos atrás veremos las grandes cosas que han lograron las mujeres a través de la historia: ahora podemos votar, tener una carrera universitaria, levantar la voz sin represalias…, pero aún nos falta mucho qué lograr, como erradicar el feminicidio, la violencia doméstica (física y psicológica), y dejar de ver a la mujer como un objeto para hacer bebés. El feminismo es la palanca que va a cambiar el sistema por completo.

El machismo que vivimos, lacera no solo a la familia, sino a la sociedad, porque no se educa con equidad y por eso existe el feminicidio y se trasgrede a las mujeres en su vida diaria.

Exigir igualdad de género es un derecho que tenemos todos; necesitamos cambiar este mundo que está tradicionalmente concebido como machista, sexista y patriarcal.

Nos queremos iguales, vivas, libres, dignas y únicas, así que luchemos cada día para ser parte de esas mujeres que dejaron como legado para nosotras una vida mejor, y convirtámonos en una de ellas para dejar a nuestras futuras mujeres un mundo mucho mejor.

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