Reseña de la novela, El nombre de la rosa

Reseña El nombre de la rosa

Hace más de treinta años leí el libro, El nombre de la rosa, y lo disfruté como se disfruta una buena novela policíaca. Ahora, al releerlo con el interés de redactar la presente reseña, he reparado en una serie de elementos que el semiólogo Umberto Eco empleó para redactar la que sería su novela.

Italiano, nacido en Alessandría el 5 de enero de 1932, Umberto Eco muere en Milán el 19 de febrero de 2016. Fue escritor y se doctoró en filosofía en la Universidad de Turín, con L. Pareyson. Su tesis versó sobre El problema estético en Santo Tomás (1956). Su interés por la filosofía tomista y la cultura medieval se haría más o menos presente en toda su obra, hasta emerger de manera explícita en su novela El nombre de la rosa (1980).

Se puede definir dos presupuestos clave en la amplia producción del autor: en primer lugar, el convencimiento de que todo concepto filosófico, toda expresión artística y toda manifestación cultural, de cualquier tipo que sea, debe situarse en su ámbito histórico; y en segundo lugar, la necesidad de un método de análisis único, basado en la teoría semiótica, que permita interpretar cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos y, por lo tanto, al margen de cualquier interpretación idealista o metafísica.

Umberto Eco es autor de numerosas obras en las que analiza una amplia variedad de temas, desde la producción artística de vanguardia, hasta la cultura de masas. Se dedicó sobre todo a teorizar sobre los diferentes sistemas de signos que permiten la comunicación entre individuos, observando sus modos de producción, de funcionamiento y de recepción. Su interés por este tema le llevó, desde 1971, a ejercer como docente en la Universidad de Bolonia, donde impartió la cátedra de Semiótica.

En 1980 dio a conocer la novela El nombre de la rosa, de ambientación medieval e inspirada en el subgénero policiaco, en cuyas páginas se combinan a la perfección todos los temas teóricos de la obra de Eco, con una adecuada reconstrucción histórica como escenario de una imaginativa trama y de un sólido arte narrativo.

Se trata de un denso relato de hechos que acontecen en una abadía medieval italiana, en el cual, con una estructura similar a la de las novelas policiacas, el protagonista, un fraile inglés llamado Guillermo de Baskerville, investiga una serie de asesinatos y llega a descubrir al autor y a los inductores de todos ellos.

Este largo relato es un genial pastiche de diversas formas literarias: la novela negra y la novela histórica, con una escritura que imita el estilo medieval y los rasgos humorísticos de la historieta contemporánea. Gran parte del éxito de la obra –que se convirtió en un best-seller europeo en un primer momento, cuya fama cruzó posteriormente fronteras y océanos– reside en la perfección de su escritura, que mezcla con habilidad las citas o materiales originales con la ficción, dando forma a un paradójico catálogo de la posmodernidad, en la que cualquier creación nace del sentimiento, según Eco, de que «todo ya ha sido dicho y escrito».

Consultado una vez sobre su oficio, el italiano respondió «yo soy filósofo, escribo novelas sólo los fines de semana». El ensayista, en unos de esos sábados y domingos de ocio, construyó su primera novela, por haber descubierto en edad madura, aquello sobre lo cual no se puede teorizar, aquello que hay que narrar.

Los protagonistas: Adso de Melk –narrador de los hechos–, un joven novicio que, para ser librado de la vida desordenada a que se había entregado fuera del convento, sus padres envían cual compañero de fray Guillermo de Baskerville, sabio franciscano que estaba a punto de iniciar una misión –que nunca se sabe finalmente cuál sería–, quien, en el desempeño de esa encomienda, visita muchas ciudades famosas y abadías antiquísimas. En este personaje experto en semiología se puede ver a Umberto Eco; a lo largo de toda la novela se percibe el gusto del autor por su proyección en el  fraile, pues pone en su boca todo un tratado de semiótica a la hora de ir descubriendo los cuerpos de las víctimas.

Toda la historia se desarrolla en una semana; cada día es un capítulo y los hechos se despliegan de acuerdo con las horas de la liturgia católica de invierno, ya que en verano cambiarían las vísperas y completas:

Detalle que ambienta aún más los acontecimientos, puesto que introduce al lector en el clima de penumbra en el que se llevan a cabo los asesinatos.

Finalmente, se da la ecpirosis precedida por un diálogo por demás interesante entre fray Guillermo y Jorge el bibliotecario; en tal conversación se dejan al descubierto los pormenores de los asesinatos y el secreto del viejo ciego; charla intensificada por el fuego que consume la biblioteca, que se convierte en cementerio de aquellas grandes obras y delicadas copias de los monjes.

Aunque uno de sus atractivos es el haber sido redactado de tal forma que, pretende presentar al lector los hechos de un manuscrito medieval magistralmente elaborado por uno de los protagonistas, sugerir un final diferente sería tanto como pretender que fuera real el relato.

Se trata de una novela que, de manera por demás interesante, presenta la formación de la lengua italiana y los movimientos proletarios y milenaristas de la Edad media, todo en un lenguaje culto y salpicado de citas en latín, lo que la hace una lectura no fácil, ni para todo público.

Surge aquí la pregunta de si la excelente novela de Umberto Eco fue un best- seller por tratarse de un verdadero monumento a la semiótica o por ser una excelente novela policiaca que, entre otras cosas, despierta el morbo de quienes gustan de las intrigas en los monasterios, toda vez que su autor, haciendo gala de su singular cultura enciclopédica, relata magistralmente tanto las herejías de la época en que se desarrollan los hechos, como aquellos acontecimientos, unos ciertos, otros leyendas negras, que sin el debido acervo dejan en entredicho la vida de los monjes medievales.   

Umberto Eco podría sentirse ofendido si El nombre de la rosa fuera una novela recordada sólo como un éxito de ventas que atravesó los océanos y se proyectó en las salas cinematográficas, siendo que puede, en justicia, ser considerada su obra cumbre de semiótica para todo público.

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