Feminicidio en dos novelas del siglo XXI

dos novelas feministas del siglo XXI

Introducción

El femicidio ha estado presente en narraciones literarias, desde mucho antes de tener nombre. En la literatura argentina –por mencionar solo algunas obras representativas– se hace visible en El túnel (1948) de Ernesto Sabato, en Cicatrices (1969) de Juan José Saer y en La intrusa (1970) de Jorge Luis Borges. En la mayoría de los casos, los hechos centrales de estas narrativas han sido descritos –y estudiados– como manifestaciones de amor y celos o violencia pasional, como se ha llamado durante siglos a la muerte violenta de las mujeres a manos de los hombres.

Es que la novela es capaz de reflejar las problemáticas sociales y las condiciones históricas de una época y un lugar determinado, pues el discurso plasma –sin cuestionamientos en estos casos– las relaciones de poder que subyacen a esos hechos.

Por otra parte, el término femicidio –o feminicidio– es usado por primera vez en 1976 por la feminista Diana E. H. Russell, y recién se afianza su uso a principios del presente siglo. Y son las novelas del siglo XXI –y otros formatos textuales– especialmente escritas por mujeres, las que visibilizan el femicidio, dando muestras del dominio patriarcal, la vulnerabilidad social de las mujeres y hasta de la impunidad que conlleva, muchas veces, ese hecho atroz.

Para comprender el femicidio es preciso, ante todo, desterrar las representaciones sociales que lo han sustentado durante mucho tiempo: hecho privado, manifestación de amor y celos, patología de los victimarios y culpabilidad o responsabilidad de las víctimas. Por el contrario, deberá analizarse como resultado de las relaciones asimétricas de poder, la dominación histórica de los hombres sobre las mujeres y la inequidad de género, entre otras cuestiones.

Es preciso abordar la violencia hacia las mujeres y el femicidio –fin de la escalada de violencia– como producto de la subordinación social histórica y el control del cuerpo de las mujeres por el poder patriarcal de los hombres, en una sociedad que exige la sumisión femenina, en beneficio de la supremacía masculina.

La violencia masculina hacia las mujeres posibilita crear y sostener el dominio de un género sobre otro; se ejerce como control social, sobre todo del género femenino y los dispositivos socioculturales –instituciones, normas, discursos– que influyen en dicha violencia, mismos que se intersectan con otras opresiones sociales, basadas en: clase, etnia, religión, condición social, etc.

El feminicidio es una ínfima parte visible de la violencia contra niñas y mujeres, sucede como culminación de una situación caracterizada por la violación reiterada y sistemática de los derechos humanos de las mujeres.

(Lagarde 2005, p.1).

Ante estos avances en la concepción de violencia de género, siendo el femicidio una categoría jurídica relevante en las políticas públicas de diversas sociedades, la representación –y la lectura– de los asesinatos de mujeres en las novelas, cambia radicalmente.

La falta de concientización acerca de los sustentos de la violencia de género en las novelas del siglo pasado es reemplazada, en las novelas del presente siglo, por una visibilización de las diversas violencias sobre las mujeres y un compromiso social ante los femicidios, de manera explícita o implícita.

Así se manifiesta en varias novelas escritas por mujeres, como Siempre será después (2012) de Marisa Silva Schultze, Temporada de huracanes (2017) de Fernanda Melchor, Los divinos (2018) de Laura Restrepo, Cometierra (2019) de Dolores Reyes, Catedrales (2020) de Claudia Piñero y El invencible verano de Liliana (2021) de Cristina Rivera Garza, solo por nombrar algunas, en lengua española.

Dado lo acotado de este escrito, se analizarán aquí sólo dos novelas de las mencionadas: Siempre será después y El invencible verano de Liliana. El análisis de estas novelas dará cuenta de: *las distintas estrategias que utilizan las escritoras para abordar simbólicamente la visibilización de la violencia de género y el femicidio; *el desvanecimiento de las fronteras entre la realidad y la ficción, en esta temática; y *la función social de la literatura en general, y de la novela en particular, en el tratamiento de este fenómeno social, producto del patriarcado.

Siempre será después, de Marisa Silva Schultze

Esta novela, de la escritora uruguaya Silva Schultze, narra: la vida de Álvaro, marcada en su infancia por la violencia de género –ejercida por su padre hacia su madre–; y las huellas que ésta ha dejado en su existencia. Es un joven que no logra convivir armónicamente con la carga del feminicidio de su madre y el suicidio de su padre.

En varias entrevistas, la autora manifiesta que esta novela surge de su pregunta: ¿Qué pasa con los hijos después de estos hechos? Y es ésta la interrogación implícita que guía la trama novelística.

Por ello, la vida de Álvaro siempre será narrada después de estos acontecimientos que lo signan; mismos que, si bien no ha presenciado, constantemente estará recreando en su imaginación, a través de las pocas referencias que posee, marcado por la culpa de no haber podido impedirlos.

La matriz familiar de acoso y violencia rompe los vínculos afectivos y profundiza la incomunicación de ese niño de diez años, que sigue tratando de superar lo ocurrido después de una década.

Los capítulos de la novela tienen voces y ritmos diferentes. Hay una tercera persona narrativa que informa –con un ritmo pausado– sobre los hechos de la infancia de Álvaro, y otra que narra en segunda persona –con un ritmo más rápido– la vida presente del joven, quien recorre los espacios vacíos de las casas –ofrecidas por la inmobiliaria en que trabaja–, en soledad, desesperado, tratando de armar y de entender su vida pasada, marcada por la violencia familiar.

El espacio, el de las casas, es un espacio cargado de simbología. Es en la casa –lugar privado, estereotipado, de “la Mujer”– donde la madre y el niño deberían sentirse seguros; pero, por el contrario, es donde sufren ambos el acoso del timbre del teléfono y de la puerta de calle, noche tras noche, a manos de un hombre que intenta romper el límite impuesto por su mujer.

En la casa –¿que protege, que refugia?– irrumpe cada noche la violencia simbólica y psicológica que atemoriza y desgarra las relaciones madre-hijo. Y esa mujer –aparentemente empoderada, que trabaja fuera del hogar y ha roto con su marido opresivo– sucumbe y se subordina a través del miedo, a ese hombre poderoso y patriarcal.

También los celos están presentes en esta relación abusiva. Acoso, celos, violencia simbólica –ejercida incluso sobre el hijo– y violencia física, cuando se presenta la ocasión, son las anticipaciones del fatídico final: feminicidio y suicidio del victimario. Y esto llega un día, en una plaza, con dos disparos, cerrándose así el círculo de violencia de género hacia esta mujer:

[…] primero un balazo, después otro, y alguien ve los cuerpos tirados, los dos cuerpos tirados pero no juntos porque ellos ni en la muerte pudieron estar juntos, un cuerpo hacia un lado y el otro cuerpo hacia el otro […].

(p.105).

Este asesinato misógino que se narra en esta novela tiene gran similitud con los feminicidios que se cometen diariamente, en gran parte de los países occidentales, y especialmente en los latinoamericanos. Manifiestan el dominio extremo personal, social y político de las relaciones estructurales de poder, que produce la muerte de mujeres a manos de sus parejas o exparejas.

En la novela se hace visible el temor y la vulnerabilidad de la mujer –y de su hijo–, siempre amenazada por un continuum de violencia que se cierne sobre ella para hacerle acatar las reglas de la sociedad patriarcal, que representa el marido, tal como sucede en la vida cotidiana. Y, de igual manera, las leyes –representadas en la novela por la figura del juez– no alcanzan para protegerla.

No hay en la obra de referencia una toma de partido o un posicionamiento crítico explícito hacia el femicidio. Sólo se muestra en tercera persona cuando sucede el hecho, y en segunda persona cuando el hijo lo recrea reiteradamente. Pero, más allá de la intención estética en que está narrado, el proceso de la violencia y su culminación extrema se asemejan a la realidad, con sus estructuras de subordinación y dominación genérica.

Es ésta una novela descarnada, que produce una lectura dolorosa, al acompañar a ese personaje niño-joven que no puede entender tanta violencia, que no puede superar la culpa, que es la culpa de los sobrevivientes.

El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza

La mexicana Cristina Rivera Garza revive en esta obra la corta existencia de su hermana menor, Liliana, víctima de un femicidio a los veinte años. Si bien la obra puede ser leída como una crónica, un testimonio o una novela, nos inclinamos por este último formato ya que el estilo literario en que está escrita amerita considerar lo estético, junto a la narración de la vida. No obstante, se trata de una novela que rompe con la estructura novelística tradicional, como se verá más adelante.

Casi treinta años después del feminicidio, la narradora decide buscar los expedientes acerca del asesinato de su hermana, en los que se ordena la aprehensión de su victimario, al que nunca han logrado apresar. Ahora que el feminicidio tiene nombre, descripción y entidad jurídica en México, ella busca justicia para su hermana.

Y es ella, la hermana mayor, que ha callado durante tantos años, imposibilitada de poner en palabras el hecho, quien focaliza la historia de este femicidio, que es también la historia de Liliana. Pero para ampliar esta focalización, para superar la visión –limitada, parcial, acaso– que la narradora tiene de los hechos, agrega distintas voces narrativas: amigos, amigas, primxs, compañerxs de la facultad y hasta su madre y su padre.

Esto rompe la estructura monológica y se hace polifónica, con las voces de otros personajes que han interactuado con Liliana. Y a ello agrega escritos literales, de puño y letra de Liliana, que la muestran en primera persona. Asimismo, la polifonía se manifiesta en la narración del feminicidio. En la misma, se agrega –a las distintas manifestaciones de algunos personajes– la noticia y el seguimiento del hecho, que concreta un periodista en el diario La Prensa.

El tiempo inicial del relato es el presente de la narradora que, desde el comienzo de la obra, adelanta el feminicidio de su hermana, el cual ha quedado impune. Y éste es el centro de interés que vertebra toda la novela, en un tiempo retrospectivo, con saltos temporales en los distintos hechos, hasta llegar al asesinato de Liliana y las vivencias de su entorno.

Hay hechos repetidos, con puntos de vista disímiles, ya que los personajes que los narran son diferentes. No obstante, las reiteraciones tienen como objetivo mostrar que la vida de Liliana es una vida plena, llena de realizaciones y sueños, aunque siempre amenazada por la sombra de la violencia simbólica y hasta física, sin que nadie, ni amigxs ni familiares, haya podido o sabido protegerla de ella. Estamos encerrados en una burbuja de culpa y vergüenza preguntándonos una y otra vez: ¿qué fue lo que no vimos? (…) ¿Por qué no pudimos protegerla?” (p. 41), sostiene la narradora.

Esta historia novelesca está más cerca de la realidad que de la ficción, ya que se trata de un hecho anecdótico, de una vida real que se recuerda y se textualiza literariamente. Por ello, las fronteras entre realidad y ficción son casi inexistentes.

La violencia moral ejercida sobre Liliana por el novio-exnovio –aunque velada a la mirada de su entorno– pone de manifiesto las distintas formas de violencia que preceden al feminicidio: control e intento de reducción de la libertad; vigilancia constante de sus desplazamientos y de las relaciones con amigos y compañeros; infidelidad y rechazo; celos; acoso en todas sus manifestaciones; a lo que se suma la coacción psicológica que implica la amenaza de suicidio del victimario. Es decir, una violencia cotidiana, a la que Segato (2010) llama “sexismo automático” (p. 115), de larga data en la cultura, producto del “patriarcado simbólico” (p.119) que acecha siempre a las mujeres.

Liliana quiere ser libre y es consciente de lo que quiere; así lo manifiestan ella y sus allegados. Y su victimario no soporta esa libertad y seguridad –que ella demuestra– porque la de él es una masculinidad formada en el patriarcado y sus patrones socioculturales de conducta son de superioridad-inferioridad en la relación hombre-mujer. Y, para demostrar esa supremacía patriarcal, ejerce violencia, primero sutil, luego física, y desemboca en el feminicidio.

Puede decirse que Liliana es una joven empoderada, que no pide ayuda ante la escalada de violencia de su novio, tal vez creyendo que puede sola contra las creencias, actitudes, emociones y conductas de su victimario, producto de un modelo sexista y patriarcal; pero no puede enfrentarlo. Y sucumbe, víctima de ese círculo de violencia –proceso muy complejo– que se cierne sobre ella desde la adolescencia.

Esta novela da cuenta de: el poder y la violencia que se ejerce en la vida de las mujeres, para mantener el control sobre ellas –a veces, como en este caso, de forma silenciosa o solapada por el entorno de la víctima–, y de qué manera las mujeres –como Liliana– resisten y enfrentan el maltrato en relaciones de intimidad, asumiendo el dominio “con estrategias de regulación de emociones”; evaden, evitan y así previenen más violencia (Valle Ferrer, 2011, p. 104). Pero, al final, no pueden solas contra el victimario.

Es la narradora quien denuncia, en varios fragmentos de esta novela, el dolor de las mujeres que sufren violencia de género, especialmente en su país:

[…] en una ciudad y un país que las acosa paso a paso y no las deja en paz. Mujeres siempre a punto de morir. Mujeres muriendo y, sin embargo, vivas.

(p. 17).

Y es ella la que manifiesta –con un lenguaje literario casi poético– la sororidad de todas las mujeres ante esta violencia:

Somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Somos otras y somos las mismas de siempre. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que sólo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas.

(p.17).

Y así, la denuncia del femicidio personal de Liliana se hace política, porque se conecta con las violencias y los femicidios que sufren miles de mujeres en el mundo.

Como dice la autora en la reseña de la contratapa, esta novela es capaz de poner en palabras –lo que muchas no logran– y denunciar la violencia sexista y el terrorismo de género, productos del patriarcado, con la firme convicción de que éste va a caer:

[…] es una excavación en la vida de una mujer brillante y audaz que careció, como nosotros mismos, como todos los demás, del lenguaje necesario para identificar, denunciar y luchar contra la violencia sexista y el terrorismo de pareja que caracteriza a tantas relaciones patriarcales. Este libro es para celebrar su paso por la tierra y para decirle que, claro que sí, lo vamos a tirar. Al patriarcado lo vamos a tirar.

A modo de cierre

Con respecto a la función social de la literatura en general –y de la novela en particular– en el tratamiento del feminicidio como fenómeno social, producto del patriarcado, puede decirse que el discurso es siempre significativo y la novela –como otros formatos textuales– trabaja con significados. Por lo tanto, de manera implícita o explícita, lo social y las problemáticas sociales se infiltran en las temáticas novelísticas.

La novela –aunado a la función estética– revela el mundo, plasma el universo y lo trasciende, y el lector construye sentidos plurales a partir de las pistas que el texto le proporciona. El feminicidio en las novelas no sólo testimonia –y por lo tanto, documenta– una problemática social de gran actualidad, de gran complejidad, sino, también, posibilita al lector/a –más allá del placer estético– tomar conocimiento de este problema social y sensibilizarse frente a él.

A través del universo simbólico de la novela es posible crear conciencia del feminicidio en sí y del contexto socio-cultural en el que éste se concreta. En el diálogo autor-obra-lector, este último busca las marcas de focalización: punto de vista, ideología, espacio-tiempo, entre otras, y elabora sentidos. Y la novela puede aportar su mirada crítica hacia la violencia de género extrema, con un compromiso social implícito –como en Siempre será después– o explícito –como en El invencible verano de Liliana.

Olga Tokarczuk (2018) –en su discurso de aceptación del Nobel– cita a Aristóteles, quien sostiene: “La ficción es siempre un tipo de verdad”. Y ella agrega que, a través de la empatía, se puede alcanzar una comprensión emocional de lo narrado, puesto que, dice: “La literatura es una de las pocas esferas que intentan mantenernos cerca de los hechos concretos del mundo”. Y las novelas analizadas nos mantienen cerca de este flagelo para las mujeres, producto de las estructuras de poder latentes y consustanciales a las relaciones de género.

Fuentes bibliográficas

Rivera Garza, Cristina. 2021. El invencible verano de Liliana. Buenos Aires: Random House.

Silva Schultze, Marisa. 2013. Siempre será después. Buenos Aires: Alfaguara.

Obras de consulta

Gamba, Susana Beatriz (coord.) 2009. Diccionario de estudios de género y feminismos. Buenos Aires: Biblos.

Lagarde, Marcela. 2005. “¿A qué llamamos feminicidio?” xenero.webs.uvigo.es/profesorado/marcela-lagarde/feminicidio.

Valle Ferrer, Diana. 2011. Espacios de libertad: Mujeres, violencia doméstica y resistencia. Buenos Aires: Espacio.

Segato, Rita Laura. 2010. Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires: Prometeo.

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