La femme fatale: Elena Rivas

“Mi padre advirtió en medio de las llamas un animalillo como una lagartija que se regocijaba entre las más vivas brasas […] me dio una fuerte bofetada [y] me dijo así: Querido hijo mío, no te he pegado porque hayas hecho algo malo; sino para que te acuerdes que has visto una salamandra”

Efrén Rebolledo

La novela de Efrén Rebolledo, Salamandra es considera como «la novela más art nouveau” del modernismo, de acuerdo con José Emilio Pacheco, y la primera que surge en la capital postporfiriana. Salamandra ve la luz en 1919 en la Ciudad de México y llega en un ambiente moderno, de cambios sociales consecuencia de la Revolución Mexicana, donde lo más usual son los artistas decadentes y los escenarios lujosos y exóticos. En esta novela se conocemos a una femme fatale, a una mujer que es malvada, sensual, hermosa, despreocupada y rica. Su nombre es Elena Rivas y acaba de llegar de Estados Unidos, es divorciada ―se casó con un militar contraviniendo a sus padres―, lo cual, ya es parte de estos cambios que se advierten en la sociedad: ella estudio en Los Ángeles, asiste a los cabarets y fuma mientras ve películas de Francesca Bertini (1892-1985) o Pina Menichelli (1890-1984), actrices del cine mudo, consideradas como divas italianas por sus ademanes y posturas tan delicadas como elegantes.

La novela cuenta la destrucción del poeta y refinado escritor Eugenio León por la femme fatale, Elena, que era “monstruosamente coqueta”, según la descripción del autor. Ella logra que el poeta se enamore perdidamente de ella, pero pronto rompe con él, y desconsolado, se ahorca con la cabellera negra que le envía justo después de dar fin a su relación, y así consigue que Eugenio tenga una muerte “digna de un poeta”; sin embargo, no es el primer amante que ha sucumbido ante lo inevitable, ya que desde el inicio se cuenta que tuvo un novio provinciano, que no aguató el constante coqueteo de Elena y “murió de melancolía”, o la leve insinuación de incesto que despertó en su único hermano, y quien decide irse de su lado.

Elena es una obra de arte, sobresale y “produce un deslumbramiento”, controla la escena atrayendo toda la atención y eclipsando a otras obras como sucede en el espacio teatral al final de la novela. Como una especie de representación superior, también “avasalla” el espacio de la novela e impera sobre los fines de la obra del poeta. Asimismo, es significativo que el único lugar donde se lleva a cabo la seducción es en el cine: ese es el sitio en que ella y Eugenio se encuentran en “las penumbras propicias de los cines donde trocaban pecaminosas caricias”.

Antes de Salamandra, durante el siglo XIX, estábamos acostumbrados a una mujer angelical, virgen, buena y totalmente sumisa; lo anterior era el ideal de mujer, en algunas obras como las de Ignacio Manuel Altamirano, representaban a la patria y tenían rasgos propios del país o bien, eran un poco afrancesadas de ojos azules y sonrisa maternal. De ahí que la imagen de una mujer fatale, cause escándalo.

La femme fatale de los tiempos modernos rompe con todos los esquemas morales y con la imagen de lo que una mujer debe ser y cómo debe comportarse; ella tiene el cabello de algún tono oscuro (negro o rojo), corto, los ojos verdes y con un aire desenfrenado, saben conducir y tienen un “espíritu aventurero”; apariencia y actitudes que coinciden con Elena: una cambiante, misteriosa, degenerada e insaciable, resistente al fuego, pues jamás se quema por las llamas del deseo, como aquellos poetas decadentistas a quien encanta y seduce hasta acabar con ellos.

No cabe duda, “no era macho, ni hembra […] era una salamandra”. Elena Rivas es un instrumento de degeneración que atrapa a los desventurados hombres; ella lo sabe, lo usa, los demás lo saben, y, aun así: caen.

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