Los ojos de Leonardo da Vinci

Los ojos de Leonardo DaVinci

Introducción

Durante el Renacimiento hubo un importante desarrollo, teórico y práctico de las artes visuales; en dicha época se modificó la manera de entender el espacio, lo cual influyó en los temas y objetos que se pintaron en ese periodo. Leonardo da Vinci, una de las figuras más importantes de la época, defendió el ojo ante la supremacía del oído. La pintura le sirvió para pulir su intuición; para él, la pintura es ciencia verdadera y la filosofía un rasgo interior de la actividad artística.

Leonardo da Vinci nació en Italia, en 1452 y aprendió las habilidades necesarias para construir máquinas en el taller de Verrocchio. Su rigor anatómico en el dibujo y un afán por introducir el movimiento ─tanto físico y psíquico─ en la pintura, hacen de él un artista, más que un científico.

Este genio no se ocupó en señalar la dignidad espiritual del arte, sino que experimentó en la pintura, la sensibilidad espiritual; encontró en la expresión pictórica un registro de la idea como el camino directriz que dota a la imagen plástica de una intencionalidad representativa. En su obra, inquietudes como la mímesis cobran un sentido menos teórico y más experimental.

La importancia de la visión y los ojos para da Vinci

¿Cómo logró sus avances? A través de los ojos y no en los ojos: “La pintura obliga al artista a transmutarse en la mente de la naturaleza y comentar con ella tanto sus leyes generales como su agitación y bullir”.[1] La obra de Descartes, que abre la época moderna, tenía como primer título: El mundo o el tratado de la luz, no olvidemos que el ojo es la principal fuente de experiencia artística (situación novedosa para la época).

La matematización de lo real nace de una inquietud por descubrir, bajo una apariencia desordenada, un orden inteligible. Cabe considerar éste orden como una entidad que, hombres como Leonardo da Vinci, se encargan de manipular y trasladar a sus propios intereses. Cuando da Vinci explora, lo hace desde sus propias motivaciones; es un autodidacta práctico y no completamente teórico. Si teoriza lo hace desde máquinas y objetos, es decir, encarna sus teorías en los objetos. La ciencia no es motivo de contemplación para él, es instrumento de acción y la fluidez de su trazo; le hace percibir detalles que antes no eran puestos en el papel. Al dibujar contempla, y al contemplar, está dibujando.

Como geómetra nato (que no ha aprendido a pensar de un modo abstracto, pero cuenta con sus intuiciones), da Vinci, de forma extraordinaria, sale victorioso a pesar de sus debilidades. Es un tecnólogo más que un técnico. Su búsqueda de las estructuras mecánicas (internas) del cuerpo humano, y su deseo de hacerlas accesibles a la vista, son cruciales para darle a los ojos la función de representar lo real. Ver y oír sirven de instrumentos de saber, pero con da Vinci, la vista y la intuición personal, libre y sin coacción, es la que va a formalizar el conocimiento a favor de una verdad.

Da Vinci y la perspectiva

El enfoque predominantemente visual de este artista empezó con su estudio de la distancia, la luz y las condiciones atmosféricas, con respecto a los objetos, es decir, de la perspectiva.

“Exploró la geometría de los rayos lumínicos, la interrelación de la luz y la sombra, y la verdadera naturaleza de la luz; además, estudió la anatomía del ojo, la fisiología de la visión y las trayectorias de las impresiones sensoriales a lo largo de los nervios hasta la sede del alma”.[2]

Sus experimentos son el preámbulo de la física y astronomía modernas. Dichas investigaciones permitieron que da Vinci fuera considerado un científico de las artes, pues al concebir un modelo matemático dio un gran paso del simbolismo medieval a la imagen moderna del universo.

Leonardo da Vinci estudió la perspectiva, misma que entendía como un conocimiento riguroso del ojo, para seguir un camino de experimentación. Gracias a que concibe la visión como binocular ─alejándose de Alberti y Piero della Francesa en sus estudios de perspectiva─, encuentra un camino directo para estudiar la trayectoria real de las impresiones sensoriales y los efectos que las condiciones atmosféricas tenían sobre la percepción visual.[3]

A partir de la anatomía del ojo clasificó a la perspectiva en tres tipos: perspectiva lineal (liniale), que empequeñece las cosas a medida que se alejan del ojo; perspectiva del color (di colore) que señala el cambio en los colores a medida que avanza la distancia; y perspectiva de la desaparición (di spedizione), la cual indica que mientras más alejados estén los objetos, se verán menos definidos. Cuando el pintor domina estas tres perspectivas, considera una más: la aérea, que deriva de los efectos de la atmósfera sobre los colores y otros aspectos de percepción visual.

Estas investigaciones nacieron de una profunda determinación para captar los detalles mínimos del ojo y hacerlos visibles en sus dibujos. Del tal modo, señaló los cambios que sufría la pupila de acuerdo a la exposición de la luz.

Sus primeras observaciones sobre el tema comenzaron mientras pintaba un retrato; posteriormente hizo experimentos para lograr un efecto más cercano a lo que buscó representar en sus dibujos. Su intuición le llevó a describir los efectos de la pupila y los pliegues radiales de esfínter con una precisión que sólo se encuentra en los manuales de medicina actuales. Su genio también le permitió entender la adaptación de la pupila a los cambios de iluminación, con lo que llegó a conjeturar que hay imágenes que entran al ojo, pensamiento contrario al que proponían los filósofos de la naturaleza (en la Edad Media y parte del Renacimiento), quienes decían que el ojo era un emisor de rayos visuales, mismos que volvían al él tras ser reflejados por los objetos percibidos (teoría conocida como extramisión).

Conclusión

A pesar de sus logros, el artista florentino tuvo problemas para detallar los rayos lumínicos dentro del tubo ocular, de los cuales hoy se sabe, son refractados por el cristalino convexo de tal manera que se cruzan detrás de éste y forman en la retina una imagen inversa del objeto percibido. Tampoco pudo explicar cómo el cerebro corrige la inversión para producir la visión normal. No obstante, con ideas brillantes e ingeniosas, Leonardo da Vinci avanzó en sus estudios asombrosamente, llegando a observar funciones y efectos visuales que hoy sólo logramos con un microscopio o con la teoría del electromagnetismo.

Entre sus estudios se encuentra este apunte: “La naturaleza ha hecho convexa la superficie de la córnea en el ojo para permitir que los objetos de los alrededores impriman sus imágenes con ángulos mayores”. Así, fue el primero en explorar la visión binocular, es decir, la manera en que vemos las cosas estereoscópicamente, mediante una fusión de las imágenes diferentes del campo visual que se forma en cada ojo.

Finalmente, agrego que a los impulsos sensoriales o nerviosos, los consideró no materiales, sino invisibles e incorpóreos, y los llamó “espirituales”. De acuerdo con la neurociencia moderna, los impulsos nerviosos son de naturaleza electromagnética (frentes de ondas iónicas que se mueven a lo largo de los nervios), y, como afirmó el gran genio del Renacimiento, invisibles a la vista. Da Vinci utilizó su intuición y una vieja teoría del alma para explicar lo que no podía comprobar, pero que logró ver a través de sus estudios del ojo, heredando a la posteridad valiosas aportaciones sobre la intuición humana y la óptica. A través de su mirada, ayudó a la humanidad a abrir sus ojos a una nueva perspectiva.

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Bibliografía

Arrechea, Julio. “El pintor y su época. Pintura y ciencia en Leonardo”, en Leonardo. Artista, físico, inventor, Editorial Diana-Libsa, Madrid, 2005.

Capra, Fritjof. “Pirámides de luz”, en La ciencia de Leonardo. La naturaleza profunda de la mente del gran genio del Renacimiento, Editorial Anagrama, Barcelona, 2008.

Koyré, Alexandre. Estudios de Historia del pensamiento científico, Siglo XXI, México, 1978.

Villoro, Luis. El pensamiento moderno/ Filosofía del Renacimiento, El Colegio Nacional-FCE, México, 1992.

Notas

[1] Arrachea, Julio, “El pintor y su época. Pintura y ciencia en Leonardo da Vinci”, en Leonardo da Vinci. Artista, físico, inventor, Editorial Diana-Libsa, Madrid, 2005. 170.

[2] Capra, Fritjof, “Pirámides de luz”, La ciencia de Leonardo. La naturaleza profunda de la mente del gran genio del Renacimiento, Editorial Anagrama, Barcelona, 2008. 276.

[3] Ibíd. 283.

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