¿Por qué dejamos de aprender? Breve reflexión sobre la enseñanza estandarizada

¿Por qué dejamos de aprender Reflexión enseñanza

Introducción

Aprender es una facultad humana que dura toda la vida[1]. Nuestra actitud ante los procesos educativos puede estorbar o potenciar dicha capacidad, tanto en nosotros como en los demás.

Antes de empezar nuestra vida productiva pasamos por un entrenamiento a través del cual adquirimos habilidades y conocimientos necesarios para desenvolvernos en el día a día. Tal hecho es reforzado por el sistema escolarizado obligatorio, que define la vida de la infancia en nuestro país desde los 6 o 7 años en adelante, hasta la mayoría de edad. Una vez pasado tal entrenamiento consideramos que, en general, las personas están listas para salir al mundo y vivir sus vidas, sin tener que ir a clases de nuevo; “sus años formativos han quedado atrás”. Pero, en realidad, nuestra capacidad de aprendizaje no funciona así. 

¿Dejamos de aprender?

Sabemos que, debido a su neuroplasticidad, el cerebro nunca deja de formar nuevas conexiones neuronales. Sin embargo, a menos que estén en busca de nuevas oportunidades laborales, la mayoría de las personas dejan de tomarse en serio su educación una vez que salen de las aulas.

Gracias a la Internet tenemos tantos recursos a nuestra disposición que hacen parecer a la biblioteca de Alejandría una biblioteca municipal sin fondos. Tenemos acceso a libros, películas, blogs y revistas; videos en redes sociales con expertos en básicamente todas las áreas de interés para un humano; comunidades que se han hecho de guías y tutoriales; y respuestas sobre cualquier pregunta que se te pueda ocurrir acerca de: literatura, filosofía, arte, idiomas, viajes, deportes, programación, y un largo etcétera. 

Con este acceso básicamente ilimitado al aprendizaje, creo que vale la pena preguntarnos, ¿por qué dejamos de aprender? 

Motivación y aprendizaje

Una de las teorías sobre motivación humana más interesantes del siglo pasado, comprobada en numerosas ocasiones de forma experimental, es la teoría de la autodeterminación. En ella se postula que, si se cumplen ciertas necesidades psicológicas, los humanos tendemos a ser curiosos y sociales, y a buscar retos para aprender cosas nuevas. Los tres criterios que se deben cumplir para que podamos estar intrínsecamente motivados a hacer algo son: competencia, relación y autonomía; de estos tres, el que más me interesa es el último, el de autonomía, porque implica que estás eligiendo libremente realizar una actividad, y puedes decidir comenzar a hacerla o dejarla cuando quieras. 

Si tomamos este criterio y lo analizamos en relación con lo que ocurre en las escuelas, resulta obvio que éstas no son lugares donde los estudiantes experimenten ningún grado de autonomía ni elección sobre lo que quieren aprender y sobre cómo quieren usar su tiempo. Lo cual tiene sentido, ¿no? El educador promedio no quiere treinta o cuarenta alumnos jalando para un lado distinto a merced de sus intereses. No creo que esto sea culpa de las personas que están al frente del aula (aunque algunas sí tienen tendencias autoritarias), sino del sistema educativo que hemos creado como sociedad, el cual empuja a que suceda así.

En la recopilación de ensayos anarquistas sobre la educación, Anarchist Pedagogies, son descritas detalladamente las escuelas alternativas que diversas comunidades han explorado autónomamente; además, aborda a fondo cómo las instituciones educativas promueven una visión del aprendizaje que ignora completamente las particularidades de los alumnos: 

El estudiante ideal del pedagogo promedio no es un ser original, completo y equilibrado. Lo que busca como resultado de su arte pedagógica son autómatas de carne y sangre que encajen perfectamente en la caminadora de la sociedad y el vacío y aburrimiento de nuestras vidas[2].

(Anarchist Pedagogies).

Es evidente, y se ha dicho muchas veces, que el sistema escolar no está hecho para todos. Sólo algunos niños, con ciertos perfiles e intereses específicos, disfrutan su tiempo en la escuela y son exitosos dentro de sus parámetros; el resto de alumnos quedan olvidados y son forzados a pasar un tiempo extremadamente valioso de sus vidas, prestando atención a temas que no les interesan. Aunado a eso, tenemos formas de evaluarlos que castigan los errores y la experimentación, como reflejo de una cultura que castiga a cualquier persona que no quiere servir al interés del capital.

[…] las escuelas están conectadas a –y son guiadas por– el Estado; por lo tanto, son definidas por relacionas autoritarias entre estudiantes y maestros; mantienen las estructuras corporativas y están inundadas en planes de estudio estandarizados. Bajo estas estructuras, el trabajo de los maestros carece de autonomía y muchos son obligados a conformarse  con los estándares curriculares, la meritocracia y los resultados cuantitativos.

(Anarchist Pedagogies). 

No es sorprendente que a la mayoría de las personas les aterre equivocarse o exponerse a cosas nuevas, porque eso puede evidenciar que no tienen ningún conocimiento al respecto. “Mejor jugar a la segura y quedarse haciendo lo que dominan”. Sin embargo, la única forma de aprender es fallando, y hemos erradicado de nuestro sistema educativo cualquier oportunidad de que las personas fallen. ¿Cómo podemos esperar que las personas estén dispuestas a ser novatas, a aprender, si ni siquiera están dispuestas a confrontarse con el hecho de que hay cosas que no saben o no entienden?

Hay que preguntarnos seriamente qué tipo de personas queremos que salgan del proceso educativo escolarizado. ¿Queremos personas que tengan tanto miedo a fallar, que no estén dispuestas a estar equivocadas? O, ¿queremos personas libres, con un amor hacia el aprendizaje que se extienda hasta su vejez? Y más que eso, ¿qué relación queremos que las personas tengan con el resto del mundo?

Si un niño o una niña va a crecer y valorar la cooperación y la solidaridad con otras personas, entonces debe practicar la cooperación en lugar de la competencia institucionalizada con sus compañeros. Si una niña va a crecer para retar las verdades recibidas y pensar por sí misma cuando sea adulta, entonces debe, cuando joven, aprender de tal forma que se le aliente a practicar la examinación individual y retar a la autoridad.

(Anarchist Pedagogies).

¿Cómo mejorar las formas de enseñanza?

Todos sabemos que el mundo tiene problemas. Hay personas viviendo en la calle o que no pueden alimentar a sus familias, e incluso quienes tenemos la posibilidad de cubrir nuestras necesidades básicas vivimos bajo la constante amenaza de perderlo todo en un instante, si no dejamos que nuestro trabajo sea explotado por alguien más. 

Nuestra educación, entonces, debería servir no sólo para que las personas logremos desenvolvernos en el mundo, sino para que pudiéramos identificar problemas estructurales y tuviéramos la confianza de adquirir las habilidades para cambiarlos. Emma Goldman decía que el gran daño del sistema educativo no es que no enseñe cosas que valga la pena saber; el problema es que ayuda a perpetuar un sistema desigual que solamente favorece a ciertos sectores de la población.

En su libro The Unschooled Mind, Howard Gardner habla de cómo la escuela no educa de forma efectiva porque al enfocarse en exámenes (particularmente los estandarizados) está totalmente desconectada de cualquier cosa que los alumnos consideren importante, y si la escuela sólo sirve para obtener un diploma, entonces, «no importa qué usos se le pueda dar a las habilidades y conocimientos que se adquieren dentro de las aulas». Es decir, gran parte del problema es que la intención educativa no consiste en permitir que el alumno se relacione directamente con la realidad que vive; no está vinculada con su comunidad, ni con los problemas que afligen a los estudiantes o las cosas que les parecen importantes. 

A pesar de todo, es obvio que no podemos simplemente deshacernos de las escuelas y empezar de cero. Considerando tal situación, en Teaching What Matters Most, un grupo de educadores propone una serie de criterios que pueden ayudar a los maestros (incluso a aquellos atrapados por los límites que les imponen los organismos gubernamentales) a desarrollar en los alumnos mejores herramientas para construir sus vidas e impactar en sus comunidades de forma positiva. Uno de esos criterios es la autenticidad, a la cual definen de la siguiente manera: 

La autenticidad es una meta del currículo, con la cual ayudamos a los estudiantes a adquirir habilidades y conocimientos del mundo real, al desarrollar su capacidad para leer, escribir, resolver problemas y aplicar conceptos, de modo que estén preparados para sus vidas más allá de la escuela.

(Teaching What Matters Most).

Al construir espacios y actividades con la autenticidad en mente, podemos enfocarnos en señalar y crear conexiones entre el mundo que los alumnos observan y del que forman parte, y el potencial de su inteligencia, creatividad y curiosidad, y no en objetivos académicos consistentes en generar conocimiento impráctico y desconectado del mundo. Gardner dice:

[…] lo que decidimos enseñar y cómo decidimos evaluarlo, es un reflejo de lo que consideramos importante en nuestra sociedad y en la vida humana.

Finalmente, podemos cuestionar si lo que queremos es enseñar a las personas a que vean a la educación como un medio, y a que vivan sus vidas desconectadas de lo que ocurre a su alrededor, o si queremos que florezcan personas que amen aprender cosas nuevas, sigan su curiosidad y utilicen sus capacidades para beneficiar a la gente a su alrededor. Yo no creo que sea una decisión difícil. 

Bibliografía 

Gardner, Howard. The Unschooled Mind. Perseus Books Group, 2011. 

Haworth, Robert H. Anarchist Pedagogies Collective Actions, Theories, and Critical Reflections on Education. PM Press, 2012. 

Strong, Richard W., et al. Teaching What Matters Most: Standards and Strategies for Raising Student Achievement. Association for Supervision and Curriculum Development, 2001. 


Notas

[1] Siempre que no aparezca alguna patología o condición que impida esta capacidad [nota de la editora].

[2] Todas las traducciones son mías.

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