La negación de la mujer. El caso de la industria porno

La negación de la mujer en la industria porno

¿Qué significa ser mujer? Simone de Beauvoir afirmo en 1949 que “no se nace mujer: se llega a serlo”;[1] por otro lado, Butler (2007) menciona que “mujer” no necesariamente es la construcción cultural del cuerpo femenino. En ambos casos, así como en muchos otros que han tratado el tema, se hace alusión sobre la distinción entre sexo y género. Mientras el primero es un determinismo biológico, producto de características genéticas, anatómicas y reproductivas, el segundo hace referencia a algo más complejo: la construcción social de lo que es ser mujer en un tiempo, espacio y contexto social.

Ser mujer, por lo tanto, tiene múltiples significados que varían según las relaciones económicas, sociales, jurídicas, y políticas de un contexto social en un tiempo y espacio determinado. “Más aún, la mayoría de estas determinaciones son diferentes según las clases sociales, la etnicidad e incluso la región en que viven las mujeres. Su adscripción a lo rural o a lo urbano, las formas variadas de estar en el Estado y acceso al bienestar, así como las tradiciones culturales que identifican su mundo.” (Lagarde, 2005 :50) Por lo tanto tenemos una amplia variedad de postulados que dan respuesta a nuestra pregunta inicial.

El género se presenta entonces como un conjunto de características que, para Butler (2007), se sostienen en el tiempo mediante la repetición; sin embargo, no son inamovibles, por lo cual “no debe entenderse como un sustantivo, una cosa sustancial o una marca cultural estática, sino más bien como algún tipo de acción constante y repetida”, (Butler, 2007: 226) en constante cambio, ya que “toda repetición temporal trae aparejado un desplazamiento respecto de aquello que se repite. La reiteración nunca es idéntica a lo reiterado y es en esta distancia donde podemos encontrar un espacio para la repetición subversiva. (Pornografía y subversión :163) Para Butler (2007) la repetición subversiva implica el desgaste paulatino de las características que dan forma al género, introduciendo pequeños cambios que, mediante la repetición, van dando una nueva configuración de lo que se entiende por género.

Mientras para Butler (2007) la resignificación es un proceso paulatino que posibilita nuevas configuraciones de género, Lagarde (2005) ve en la transgresión social un espacio privilegiado para el análisis de las normas, donde la obediencia y la transgresión, propios de la construcción social del género, permiten identificar espacios de transformación. Sin embargo, como bien apunta Solana, las acciones subversivas pueden ser disruptivas en un momento y anquilosarse después; lo mismo ocurre con la transgresión y la obediencia.

En busca de la reconfiguración del género, las acciones subversivas y aún más las transgresiones sociales, pueden tener efectos inesperados. La construcción del género está permeada por los valores morales del contexto social en el que se construye; en el caso de la mujer, este punto tiene un peso importante ya que es un ir y venir entre el “ser” y el “deber ser” de los estereotipos que dan respuesta al ¿qué significa ser mujer?

La transgresión de la industria pornográfica

Lagarde, en su libro Los cautiverios de las mujeres, habla de la categoría puta “como un concepto genérico que designa a las mujeres definidas por el erotismo, en una cultura que lo ha construido como tabú para ellas”. (Lagarde, 2005:559) En este caso, la transgresión “surge al evidenciar el protagonismo y la voluntad de la mujer en el hecho erótico, lo que automáticamente la convierte en puta”, (Lagarde, 2005: 560) siendo la prostituta la especialización estereotipada de la puta.

La prostitución y la pornografía son las formas más exageradas de transgresión social en el terreno de la reivindicación del género, ya que ambas son una clara violación del “ser” sobre el “deber ser” estereotipado de lo que se espera de la mujer en su contexto.

Dentro del feminismo encontramos un amplio debate sobre el tema, que se ha construido sobre la tensión entre la liberación sexual y el peligro que esto representa para las mujeres. “La sexualidad ha sido y sigue siendo un terreno de constreñimiento, de represión y peligro para las mujeres, pero al mismo tiempo, es un terreno de exploración, placer y actuación”. (Prada, 2013:10)

A finales de los años setenta y principios de los ochenta, durante la llamada era dorada del cine porno, en la cual los actores eran vistos como grandes estrellas, se une a la lucha feminista contra la pornografía “la escritora Robin Morgan, quien expresara la frase que llegó a convertirse en el eslogan por excelencia del movimiento: «La pornografía es la teoría, la violación es la práctica»”.  (Prada, 2013: 12)

El principal punto de oposición de estos grupos feministas es que la pornografía no es más que la expresión de la violencia del hombre sobre la mujer, ya que “no sólo se movilizan representaciones degradantes del cuerpo de las mujeres, sino que se construye lo que es una mujer: una cosa al servicio sexual de los hombres”.  (Prada, 2013: 11)

Uno de los casos más polémicos fue el de Linda Lovelace, protagonista del filme para adultos Garganta Profunda, estrenado en 1972 con un gran éxito taquillero, el cual puso en evidencia la situación que enfrentaban algunas mujeres dentro de la industria. El caso se convirtió en una tormenta social y política contra la industria del porno.[2]

A mediados de los noventa las autoras Andrea Dworkin y Catherine MacKinnon argumentaron que “la pornografía no es sino la subordinación sexual, gráfica y explícita de las mujeres [ya que] no sólo refleja la dominación sexual patriarcal, sino que, principalmente, la refuerza. Es decir, para ellas, la representación pornográfica no es un mero espejo de la realidad, es un elemento clave en la producción y reproducción de las relaciones sociales jerárquicas y violentas”.  (Solana, 2013: 166)

La postura radical feminista contra la pornografía expone que la dominación del hombre sobre la mujer se expresa de forma sexual, “de manera que para los hombres existe un vínculo fundamental entre violencia y sexualidad, el cual encuentra su expresión cultural en la pornografía” (Prada, 2013: 14); “de acuerdo con esta teoría, los hombres serían los responsables de las distintas facetas agresivas de la sexualidad, mientras que las mujeres aparecerían como víctimas de una construcción social que las obliga a adoptar conductas sexuales opresivas. (Solana, 2013: 167)

La negación y la estigmatización de la mujer en la industria pornográfica

“Dworkin (1989) […] afirma que el daño que produce la pornografía es doble: por un lado, crea a las mujeres como sujetos a dominar, y por otro, domina y humilla efectivamente a aquellas que aparecen en las representaciones pornográficas”. (Prada, 2013: 15) Por un lado Dworkin expresa que el primer daño es colectivo, ya que se plasma en la pantalla la idea generalizada de una mujer sumisa; en cuanto al segundo daño, MacKinnon menciona que “las mujeres individuales que están en la pornografía no lo hacen en libertad y de manera racional, porque lo cierto es que «la mujer –en la pornografía y en parte debido a la pornografía– no tiene tales derechos»”.

(MacKinnon citada por Prada, 2013: 15)  

En este apartado pretendo hacer a un lado el papel de la mujer como una víctima en la industria pornográfica, ya que eso lleva a la negación de la mujer misma, encasillándola en un rol sumiso, incapaz de decidir sobre su cuerpo.

Bajo esta lógica, dejando el papel de víctima a un lado, si la mujer entra por voluntad propia a la industria pornográfica, ¿qué es? Retomando la categoría de puta de Lagarde (2005), la actriz en la industria pornográfica podría enmarcarse como la puta, una figura desviada en un contexto social donde el erotismo es un tabú para la mujer, lo cual se consagra en la opresión a las mujeres eróticas.

Entonces ¿la actriz porno es víctima o puta?

En una entrevista de enero de este año, Amarna Miller, ex actriz porno, dice que:

Las mujeres nos hemos construido a partir de la mirada de los hombres –y de la moral imperante en la sociedad– y es hora de quitarnos esa cáscara y emanciparnos del prisma ajeno. Nunca tuvimos demasiadas opciones: ser la esposa, ser la amante, ser la puta, ser la virgen, ser la madrastra, ser la ex “histérica”… un juego limitado. Un juego con las cartas dadas.

La palabra “puta” se ha usado como insulto, de forma peyorativa, para culpabilizar el deseo femenino. Cuando te dicen “puta” no te están diciendo que ejerzas una modalidad de trabajo sexual, sino que eres una mujer promiscua y que eso es algo malo, algo negativo.

Por otro lado, Sasha Grey menciona que:

“Mucha gente piensa que soy víctima. Nunca nadie ha abusado sexualmente de mí ni tomo drogas. Los actos que realizo delante de la cámara son siempre consentidos. Creo firmemente en lo que hago; ya es hora de que la sociedad acepte el hecho de que gente “normal” ―sobre todo mujeres― puede disfrutar de sexo guarro y en público”.

(Solana: 68)

Retomando a Goffman, la industria pornográfica es un grupo claramente estigmatizado donde “el individuo estigmatizado se define a sí mismo como igual a cualquier otro ser humano, mientras que, al mismo tiempo, es definido por él mismo y por quienes lo rodean como un individuo marginal”. (Goffman, 1970: 126) Al ser la actriz porno una figura pública, el estigma moral de su profesión se extiende a todos los ámbitos de su vida; es vista como una figura desviada desde la mirada de los “normales”, quienes elaboran concepciones, fundamentadas o no en forma objetiva, referidas a la esfera de la actividad vital, debido a las cuales un estigma particular descalifica primariamente a un individuo”.  (Goffman, 1970: 65)

Erika Lust (2009) ―productora y ex actriz porno― en su libro PORNO PARA MUJERES, hace una recopilación de preguntas para explicar mejor cómo funciona la industria porno, detallando que ser actriz porno es un trabajo, para el cual se necesita una preparación profesional; no se trata de la grabación del acto sexual sino de su escenificación, que nada tiene que ver con la prostitución.

Ya establecimos que la pornografía es un acto de transgresión social, pero dentro de él, podemos identificar actos subversivos, como el caso de la pornografía alternativa: pornográfica hecha por y para mujeres.

La pornografía alternativa surge pensando en la mujer como consumidora, introduciendo nuevos contenidos más asociados a lo erótico. “Los temas presentados son más variados que los de la industria principal, hay un mayor cuidado respecto a los estereotipos, muchas de las películas tienen una trama interesante y una mayor atención a la estética, etc”.  (Solana, 2013: 171) Se trata de la modificación de una industria tradicionalmente orientada al consumo masculino, para ampliar su producción, pensando en un público integrado por mujeres que buscan no sólo el tipo de pornografía tradicional, sino nuevas propuestas. El papel, por ejemplo, que Sasha Grey tuvo dentro de la industria fue clave, ya que introdujo el juego de rol a los filmes, así como una ola de sexo violento y extremo.

Si bien, el caso de Linda Lovelace es uno de los más polémicos en contra de la industria pornográfica, dentro de ella también podemos encontrar actos de subversión que han cambiado las cosas, dando cabida a nuevas formas de producción y nuevas voces que resignifican el rol pasivo de la mujer en esta industria.

Conclusión

Aunque la industria pornográfica es claramente un acto de transgresión, la nueva ola de cine alternativo como bandera de una revolución feminista, se orienta a satisfacer las necesidades eróticas de la mujer; sin embargo, no se salva de los estereotipos que dan respuesta al ¿qué significa ser mujer?, pues, “todas las mujeres, aun las que se ven a sí mismas alejadas de los estereotipos, cumplen parcialmente con ellos”.  (Lagarde, 2005: 41)

En el caso de la pornografía alternativa, el estereotipo del erotismo se presenta como algo más apegado a la sexualidad femenina, ya que es una expresión de la sexualidad basada en el afecto mutuo, que excluye cualquier otro tipo de acto sexual. “El erotismo, entonces, estaría mucho más próximo a la sexualidad femenina, mientras que la pornografía desembocaría directamente en violencia contra las mujeres, al mostrar una imagen de ellas según la cual todas son putas, desdibujando así su respetabilidad”. (Prada, 2013: 12)

El estereotipo de la mujer es algo que implica constantes actos subversivos, que, como menciona Butler (2007) van resignificando el género. De acuerdo con Lagarde (2005), es en las contradicciones sociales y culturales donde las mujeres encuentran un espacio de expresión que les permite modificar la construcción social para responder a la pregunta, ¿qué significa ser mujer?

“La liberación de las mujeres de sus cautiverios no ha pasado por los mismos procesos para cada una, ni siquiera ha significado lo mismo para todas: todas la sufren, unas fallan en el intento y algunas tienen también la posibilidad de disfrutarla y de intervenir en ella con su voluntad”.  

(Largade, 2005 :830)

Bibliografía

Butler, Judith (2007), El género en disputa, El feminismo y la subversión de la identidad, Barcelona: Paidós.

Goffman, Erving (1970), Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires-Madrid: Amorrortu

Lagarde, Marcela (2005), Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, México: UNAM.

Lust, Erika (2009), Porno para mujeres, Barcelona: Melusina.

Prada, Nancy (2010), ¿Qué decimos las feministas sobre la pornografía? Los orígenes de un debate, La manzana de la discordia, Vol. 5, No. 1: 7-26

Solana, Mariela (2013), Pornografía y subversión: una aproximación desde la teoría de género de Judith Butler, UAEM, núm. 62, pp. 159-179


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Notas

[1] El segundo sexo.

[2] Documental Lovelace 2005

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