El huerto: de lo personal a lo colectivo

Entrevista huerto colectivo

Entrevista a María Mendoza, Huerto de las Niñas y los Niños, CDMX, 2019

“El huerto cambia la vida”, me dice María mientras en cuclillas remueve la tierra de su parcela. Es casi la una de la tarde, los rayos del sol son incisivos, María se acomoda el sombrero y se limpia el sudor de la cara con el antebrazo. Trae una camisa vieja de manga larga, un pantalón negro y unos tenis. Mientras hablamos, prepara la tierra para el nuevo periodo de siembra, me explica que debe dejarla lo más limpia posible. Para ello, sembrará alfalfa. La alfalfa purifica y absorbe los metales pesados. Posteriormente, nutrirá la tierra y sembrará las semillas según la temporada.

Ubicadas en el cruce de la avenida Insurgentes con Circuito Interior, las parcelas pertenecen al Huerto de las Niñas y los Niños en la alcaldía Cuauhtémoc y son trabajadas por distintos grupos de personas que se congregan cada fin de semana para cuidar y hacer florecer el espacio.

“Cuando llegamos éramos como 40 personas, pero el trabajo en el huerto no es fácil, poco a poco dejaron de venir, ahora somos 12 los que seguimos”. María me cuenta que el grupo de los domingos comenzó a partir de una convocatoria impulsada por el gobierno de la alcaldía. El programa consistía en hacerse responsable de una  parcela por medio del cultivo de frutas, verduras y hortalizas.

“No sabíamos nada”, comenta María, quien además menciona que antes de ocuparse totalmente del espacio, tuvieron que pasar por varios cursos de Agricultura Urbana, provistos por técnicos de instituciones gubernamentales. Aprendieron a germinar, preparar la tierra, controlar plagas, armar compostas, entre otros temas.

Desde 2016 a la fecha se suman cerca de 55 parcelas atendidas por ciudadanas y ciudadanos de manera voluntaria dentro del Huerto de las Niñas y los Niños. El espacio cuenta con una superficie total de 4 mil 177 metros cuadrados, de los cuales 302.95 son utilizados para sembrar, a través de una intervención que incluye técnicas de adecuación y preparación del suelo de manera profunda para obtener un mejor aprovechamiento y buenos resultados.

María continúa agachada, con una rodilla apoyada en la tierra. Corta hierbas, escarba, remueve las hojas secas, troza las raíces. Mientras me cuenta su experiencia riendo y haciendo bromas, yo aprovecho la sombra que provocan las plantas desbordadas de la parcela de a lado, no conozco qué especie es, pero le estoy totalmente agradecida. Siento el aire fresco en mi cuello y pienso que he ganado la batalla contra el sol. Sentada así, logro percibir las milpas que se mueven al fondo, algunos sombreros de los huerteros moviéndose. No percibo los carros, ni tampoco el ruido. La calma y la frescura reinan.

Lo colectivo

María se detiene un momento, se sienta frente a mí y empieza a revisar la caléndula, que ha invadido la mitad de la parcela. Empieza a cortar las flores marchitas que aún tienen semillas y las mete en una bolsa. “Trabajar con la tierra no es fácil”, me dice. “Es un compromiso, un trabajo colectivo donde todos necesitamos de todos. Cuidar mi espacio ayuda al otro, al de a lado. Si no vienes,  tu parcela no contribuye, no aporta a los demás”.

Desde que inició el grupo, han establecido un sistema de organización para gestionar el espacio del huerto. Cada domingo, tienen una reunión donde tocan temas comunes relacionados con la organización del espacio, los nuevos proyectos y los problemas a resolver. Asimismo, el grupo se ha movilizado para obtener asesoría y capacitación por parte de los técnicos de la Alcaldía Cuauhtémoc, la cual provee el agua, el espacio y este tipo de servicio de formación.

“Actualmente emprendimos una composta que pueda surtirnos de biofertilizante para todo el huerto. Nosotros  buscamos al experto y lo invitamos a que nos diera una charla. Los insumos vienen de nuestros propios recursos, de cosas que tenemos por ahí y cuando se requiere, cooperarnos para comprarlos”.

María comenta que el grupo ha evolucionado, en la organización y en las tareas de gestión del espacio, pero sobre todo en las habilidades para la agricultura. Hecho que ha motivado la consolidación de un huerto en donde sus integrantes  aportan conocimientos, se apoyan, transmiten sus experiencias y fortalecen lazos de amistad y solidaridad. “Hemos mejorado en distintos aspectos, es impresionante todo lo que hemos aprendido desde entonces. No cometemos  los mismos errores y podemos experimentar nuevos cultivos, y eso a su vez, nos motiva en realizar nuevos proyectos relacionados con la alimentación y la producción responsable”.

Ir más allá

“Hay muchos cambios en mi vida que surgen a partir de que asisto al huerto y creo que a todos les ha pasado lo mismo”, me dice María. Cuenta cómo han aprendido hacer sus propios productos de belleza. “Aquí nos compartimos muchos tips. Un día teníamos excedente de orégano y albahaca y empecé a pensar qué hago, qué hago, así que lo puse a secar y después me metí a clases para hacer pan. Ahora ya vendo mis panes, ocupo hierbas y jitomate de aquí. De todas esas cosas que estamos produciendo vamos a organizar un tianguis, la idea es que sea una opción para ti, para la persona que lo produce, para todos, eso es nuestro próximo proyecto”.

Tener un espacio abierto de intercambio de saberes y conocimiento, ha sido un detonador en la emergencia de iniciativas por parte de los integrantes del grupo. Asimismo, es un espacio en donde se expresan voluntades, preocupaciones y reflexiones sobre las formas de vida que dicta el sistema capitalista. “Esto que hacemos en común es una esfera que abarca toda mi vida y tiene muchos efectos, mirar la tierra y trabajarla te hace ver muy distinto el mundo, lo que es importante y lo que no y tu impacto en él”.

María me pide acompañarla al área de composta. Me describe la fascinación que le inspira el proceso. Los tiempos y los ciclos que impone la naturaleza. La sabiduría en sus ritmos y el valor de tener la paciencia para entenderlos. La naturaleza cuenta con sus propias pautas y descubrirlas es una fiesta. Me cuenta de las reflexiones que, al tiempo que se transforma la materia orgánica, nacen  para abrirse a pensar en otras formas de relacionarnos con nuestro entorno.

“Te cuestionas sobre lo que consumes, el impacto de lo que consumes. En la diversidad y en la transferencia cultural. Te cuestionas sobre la explotación y el valor de la alimentación. Alimentarse, es la esencia de todo lo que haces”.

Acariciamos el romero cuyas ramas bloquean sin timidez el camino. María se detiene a observar las otras hierbas que tímidas crecen alrededor. “Cada especie, cada planta, cada combinación para lograr un equilibrio se descubre, se aprende, se ensaya, no lo sabes hasta que se trabaja con la tierra”.

El sol empieza a cubrirse por las nubes grises que amenazan con provocar una tormenta. Huerteras y huerteros conversan frente a sus cosechas, comparten productos y recomendaciones, cuentan sus experiencias y procesos. Hablan de cuánto han crecido las gladiolas, de los colibríes que nos visitan, de las abejas que este año abundan. Hablan de acelgas, de fresas y lombrices.

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