Breve análisis de los Escritos sobre retórica de Nietzsche

Escritos sobre retórica Nietzsche

Resumen: En el siguiente artículo se describe la relación entre la literatura y la filosofía, a partir de la perspectiva expuesta en los escritos sobre retórica de un joven Friedrich Nietzsche, interesado principalmente en el estudio del tropo y la condición retórica de todo desarrollo lingüístico.

Introducción

Entre filosofía y literatura se han generado vínculos notables. Muchos filósofos han desplegado sus reflexiones en verso, en forma de alegoría, en caracterizaciones dramáticas…, mientras escritores como Borges o Blake han desarrollado ficciones con estilo filosófico. Así, los límites entre una y otra resultan difusos, y hasta parece que ambas disciplinas son la misma. Concepto y metáfora, observados de cerca, consisten en el mismo elemento lingüístico: la figura retórica.

Importancia de la retórica para Nietzsche

Friedrich Nietzsche afirmó que el lenguaje es doxa y no episteme, exponiendo así una perspectiva que hace énfasis en la cuestión figurativa del mismo. Para este autor, la retórica no sólo ocupa un rol primordial para el análisis lingüístico; de acuerdo con Nietzsche, el lenguaje es retórica:

“No hay ninguna ‘naturalidad’ no retórica del lenguaje a la que se pueda apelar: el lenguaje mismo es el resultado de artes puramente retóricas (…) el lenguaje es retórica, pues sólo pretende transmitir una doxa, y no una episteme.”[1]

La retoricidad o figuralidad del lenguaje, de acuerdo con Nietzsche, radica en el desfasamiento entre el individuo y lo que pudiera ser una “realidad objetiva”: idea a la cual encuentra más bien ficticia, como una vieja fantasía de racionalistas o empiristas antes que como un concepto que realmente describa algo más que eso. Nietzsche abandona el pensamiento dualista que oponía subjetividad y objetividad, en favor de una postura monista, vitalista.

Las interacciones lingüísticas requieren inventiva pero también el uso de signos dados, las palabras. Estas son las arbitrariedades que rigen nuestro uso del lenguaje, el cual jamás logrará hacer una descripción objetiva de la realidad inmediata, pues no ha surgido para ser objetivo. Sólo se responde a sí mismo, valiéndose de sí mismo, pues antes que un acto comunicativo, el lenguaje es un desplante vital. Pero cada expresión nueva nace con significado, en un eterno retorno del mundo por la diferencia cotidiana que el sentir confiere a lo sentido. Y esto deviene en repeticiones:

“La forma de la repetición en el eterno retorno es la forma brutal de lo inmediato, la de lo universal y lo singular reunidos, que destrona toda ley general, funde las mediaciones y hace perecer a los particulares sometidos a la ley. Hay un más allá de la ley y un más acá de la ley, que se unen en el eterno retorno como la ironía y el humor negro de Zaratustra.”[2]

A lo largo de sus llamados Escritos sobre retórica (compilación de notas para el curso que impartió en la Universidad de Basilea durante el invierno de 1872) Nietzsche plantea que el lenguaje es un arte inconsciente, esencialmente metafórico, no vinculado más que a la pulsión de los seres humanos, de modo que es imposible describir con ello una realidad “externa”, siendo cada palabra desde el comienzo una figura persuasiva o figura retórica, que sólo responde a los intereses del individuo.[3]

Nietzsche contra el empirismo: el lenguaje no puede ser objetivo

Por otra parte, una visión con la que se encuentra el alemán y que contrasta con su pensamiento respecto a estos temas, es la del empirista inglés John Locke, quien, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, comenta:

“(…) si queremos hablar de las cosas como son, debemos admitir que todo el arte de la retórica, exceptuando el orden y la claridad, todas las aplicaciones artificiosas y figuradas de las palabras que ha inventado la elocuencia, no sirven sino para insinuar ideas equivocadas, mover las pasiones y para seducir el juicio, de manera que no es sino superchería.”[4]

En las notas para el curso de 1872, sobre lo retórico y lo “natural” en el lenguaje, Nietzsche plantea que lo natural para sus contemporáneos sería lo “no artificioso”, lo contrario a lo que aparece “demasiado metafórico” (del modo en que se presenta la ficción); siendo un autor, un discurso, un estilo… considerados retóricos cuando se observaba en ellos un uso constante de figuras literarias o “artificios del lenguaje”.

La “naturalidad”, en la tradición filosófica en que Nietzsche se encuentra, es un estilo que hace las veces de garante de “objetividad” entre las palabras y sus referentes metalingüísticos.

Para los que sostenían discursos “naturales”, las figuras retóricas o literarias representan formas falaces del lenguaje, que llevan a las palabras a hacer curvaturas poéticas, antes que a dirigirse directamente a su “objeto”. Nietzsche, por su parte, rechaza la llamada “naturalidad”.

“En general toda la literatura antigua, y sobre todo la literatura romana, nos parece a nosotros, que manejamos la lengua de una manera groseramente empírica, como un discurso artificial y retórico.”[5]

Nosotros los más abstractos y menos brillantes, apunta, que acusamos al discurso romano por artificioso y enlazamos nuestra producción groseramente a “métodos empíricos”, hemos olvidado que toda palabra es una figura arbitraria en primera instancia, y que los discursos antiguos ciertamente no manejaban a la lengua de una forma veritativa u objetiva, como lo hacemos, sino más bien persuasiva y por lo tanto más próxima a una experiencia plena de la retoricidad inherente al lenguaje.

“(…) no es difícil probar con la luz clara del entendimiento, que lo que se llama ‘retórico’ como medio de un arte consciente, había sido activo como medio de un arte inconsciente en el lenguaje y en su desarrollo, e incluso que la retórica es un perfeccionamiento de los artificios presentes ya en el lenguaje.”[6]

Paso de la oralidad a la escritura: origen de la objetividad

Un aspecto importante del pensamiento antiguo es que su principal medio de desarrollo era la oralidad, antes que la escritura. Las lógicas gramaticales que ha fijado para sí el discurso escrito, con el paso de los siglos han causado el olvido de su origen: las formas no escritas de tradiciones orales como la romana o la griega, cuya prosa era explicada cual “eco” generado por la oralidad de los individuos.

El objetivo principal de la palabra hablada era seducir al oído, pero esto fue modificado por la gramática escrita, que sólo se interesa en encontrar a los ojos, en el silencio y la sobriedad, lejos del tumulto y las pericias interpretativas que requerirían la plaza, un auditorio o un teatro para desplegar el discurso.

“(…) en la Antigüedad la prosa propiamente dicha era en parte un eco del discurso oral y se formaba según sus propias leyes; mientras que nuestra prosa se ha de explicar más a menudo a partir de la escritura, y nuestro estilo se presenta como algo que ha de ser percibido a través de la lectura.[7]

Para Nietzsche, la filosofía y la poesía de nuestro tiempo se encuentran dominadas por la lógica del discurso escrito, pues cuando ambas resonaron en la plaza pública, hilvanadas por un sofista o un poeta en medio de una audiencia, en la actualidad no se les encuentra más que mediante el texto:

“(…) nosotros conocemos poetas literarios, los griegos conocían una verdadera poesía sin la mediación del libro.”[8]

Una vez descartada la naturalidad discursiva, lo retórico pasa a ser considerado la esencia inconsciente y artificiosa de todo desplante lingüístico, y la retórica el perfeccionamiento de los artificios que ha desarrollado desde el inicio la lengua.

“El poder de descubrir y hacer valer para cada cosa lo que actúa e impresiona, esa fuerza que Aristóteles llama «retórica», es al mismo tiempo la esencia del lenguaje: éste, lo mismo que la retórica, tiene una relación mínima con lo verdadero (…) el lenguaje no quiere instruir sino transmitir a otro una emoción y una aprehensión subjetivas.”[9]

Quien pretende instruir atiende eminentemente a algo que busca como veracidad objetiva. Quien pretende transmitir, por otra parte, da seguimiento a un uso del lenguaje que ubica su fuerza en el cuerpo y juega con las imágenes para persuadir, apelando no sólo al raciocinio, sino también a sus intereses momentáneos. El orador antiguo sería una refinada expresión de un arte de este tipo, pues buscaba los impulsos del cuerpo de una manera que la tradición escrita no comprende.

“El hombre que configura el lenguaje no percibe cosas o eventos, sino impulsos (Reize): él no transmite sensaciones, sino sólo copias de sensaciones. La sensación, suscitada a través de una excitación nerviosa, no capta la cosa misma: esta sensación es representada externamente a través de una imagen.”[10]

La imagen sonora: ¿inversión del platonismo en Nietzsche?

La imagen sonora es descrita como una figuración que surge de las sensaciones, y entre las sensaciones se difumina. He aquí algo que ha sido referido como una inversión del platonismo en Nietzsche. El lenguaje para este autor no tiene su origen en la idea, sino en el cuerpo; antes que la luz apolínea, es la oscuridad dionisíaca (pulsión, sentir) la que le sostiene en un escenario en que luces y máscaras dan forma, valor, sentido… pero en el cual es el cuerpo el que impulsa la fuerza de una y otra figura.

El momento socrático del que parte la tradición filosófica occidental instaura una especie de depreciación del cuerpo en favor de las ideas, asequibles sólo a través del uso de la razón. Platón incluso llega a plantear que únicamente tras la muerte del cuerpo, nuestro intelecto alcanzará toda la verdad. Una vez desprendida de este ámbito de formas contingentes, argumenta el ateniense, nuestra razón asciende al lugar en que se encuentran las formas eternas e inamovibles que lo originan todo (topos uranos: ideal del conocimiento).

El modelo filosófico de Sócrates y Platón se refiere a la vida corpórea con aversión, y prefiere alejarse hacia arriba, hacia la nítida luz que mana del Sol tirado por Apolo, como buscando acercarse lo más posible a una virtualidad absoluta del ser humano.

Nietzsche revoluciona, o más bien deconstruye (pues no simplemente invierte) la polaridad metafísica del modelo platónico, al decir que los significados lingüísticos desarrollados por el hombre, provienen no de una razón superior, sino de las fuerzas que excitan los impulsos nerviosos del cuerpo: engendrador de la idea, el lenguaje y el mundo, al paso de la contingencia. Desde el sentir previo a todo sentido.

“Nuestras expresiones verbales nunca esperan a que nuestra percepción y nuestra experiencia nos hayan procurado un conocimiento exhaustivo, y de cualquier modo respetable, sobre la cosa. Se producen inmediatamente cuando la excitación es recibida. En vez de la cosa, la sensación sólo capta una señal.[11]

De acuerdo con Nietzsche, la imagen sonora ha nacido como una señal de nuestro sentir, así buscando transmitir algo muy distinto a lo que la tradición metafísica de occidente llama “objetividad” o “verdad”, a través del uso de la palabra.

Giro lingüístico y vitalismo en Nietzsche

Trasladar el origen y desarrollo del lenguaje hacia el cuerpo, representa otros órdenes discursivos; valores y sentidos diferentes a los del dualismo racionalista. El giro que plantea Nietzsche consiste en ubicar al sentido, el valor y el entendimiento mismo, al nivel del cuerpo. Este último, como creador del lenguaje, no representa la idea en un estrato diferente al suyo y más bien le vive, confluyendo con ella e interpretando así el devenir de una individualidad que transforma su sentir en imágenes que caen en el ámbito de la belleza. La individualidad se redime de todo el sufrimiento posible, del horror y lo terrible de la existencia, en la apariencia. El nacimiento de la mentira o apariencia, y la belleza, es uno mismo:

“Pero Apolo nos sale de nuevo al encuentro como la divinización del principium individuationis, sólo en el cual se hace posible la meta eternamente alcanzada de lo Uno primordial, su redención mediante la apariencia: él nos muestra con gestos sublimes cómo es necesario el mundo entero del tormento, para que ese mundo empuje al individuo a engendrar la visión redentora, y cómo luego el individuo, inmerso en la contemplación de ésta, se halla sentado tranquilamente, en medio del mar, en su barca oscilante.”[12]

Como se ha señalado, ubicar al origen del lenguaje en el cuerpo genera un desarrollo del sentido que obedece primordialmente a las pulsiones de los individuos, de modo que el discurso no representa una adecuación a la cosa externa, sino un desplante vital. La imagen sonora no representa el nacimiento del concepto, sino del tropo.

“Los artificios más importantes del lenguaje son tropos, las designaciones impropias. Pero todas las palabras son en sí y desde el principio, en cuanto a su significación, tropos. En vez de aquello que tiene lugar verdaderamente, presentan una imagen sonora que se evanesce con el tiempo (…)”.[13]

Desde esta perspectiva, la filosofía y la literatura convergen en el punto de su figuralidad original. Ambas se valen de tropos para persuadirnos, y esa es su principal finalidad. Entre otros factores, la conciencia de la figuralidad de la lengua da a Nietzsche la libertad para hacer filosofía con poemas y aforismos, al igual que usando conceptos y otras figuras.

Conclusión

La filosofía nietzscheana no busca volcarse definitivamente a la lírica, ni a una ciencia dura, ni a otro estilo particular; lo que quiere es retomar el movimiento y la diferencia a través del discurso: crear formas para satisfacer una necesidad fisiológica de afirmación de lo que se siente (implicando necesariamente la transgresión de lo sentido y establecido anteriormente), por lo cual busca a los que crean y se afirman siempre de manera artística, diferente; individuos que ni siquiera le presten toda su atención y que después olviden lo que Nietzsche ha aseverado, para crear así sus propias formas y valores.

“El secreto de la palabra no está del lado del que escucha, como tampoco el secreto de la voluntad está del lado del que obedece o el secreto de la fuerza del lado del que reacciona. La filología activa de Nietzsche tiene tan sólo un principio: una palabra únicamente quiere decir algo en la medida en que quien la dice quiere algo al decirla. Y una regla tan sólo: tratar la palabra como una actividad real, situarse en el punto de vista del que habla (…) ¿Quién utiliza tal palabra, a quién la aplica en primer lugar (a sí mismo, a algún otro que escucha, a alguna otra cosa) y con qué intensión? ¿Qué quiere al decir tal palabra? La transformación del sentido de una palabra significa que algún otro (otra fuerza u otra voluntad) se ha apoderado de ella, la aplica a otra cosa porque quiere algo distinto. Toda la concepción nietzscheana de la etimología y la filología, a menudo mal entendida, depende de este principio y de esta regla.”[14]

Escuchar sin decir nada y solamente asentir, para Nietzsche es un símbolo de pasividad lingüística y vital. Por eso en Lamento de Ariadna [15], al rescatarla del dios martirizador, Dionisos le recuerda que ella tiene orejas pequeñas, como las suyas; orejas de laberinto que bifurcan y multiplican el sentido, permitiendo el olvido y la diferencia.

Bibliografía

Notas

[1] Nietzsche, Friedrich. Escritos sobre retórica. pp. 92-93.

[2] Foucault, Michel y Deleuze, Gilles. Theatrum philosophicum. Repetición y diferenciap. 62.

[3] Entre las figuras literarias o retóricas, la semiología señala a la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, la ironía, la alegoría y la catacresis, como algunas de las más recurrentes en nuestro uso cotidiano del lenguaje.

[4] Locke, John. Ensayo sobre el entendimiento humano. p. 758.

[5] Nietzsche, Friedrich. Escritos sobre retórica. pp. 90-91.

[6] Ibid. p. 91.

[7] Ibidem.

[8] Ibidem.

[9] Ibidem.

[10] Ibidem.

[11] Ibid. pp. 91-92.

[12] Nietzsche, Friedrich. El nacimiento de la tragedia. p. 60.

[13] Nietzsche, Friedrich. Escritos sobre retórica. p. 92.

[14] Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía. p. 107.

[15] Cfr. Nietzsche, Friedrich. Poesía completa. pp. 74-78.

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