Eros como vía de retorno al Uno en Platón y Ficino

Retorno al Uno a través de Eros en a filosofía de M. Ficino

Introducción

Eros (dios del amor) surgió del caos junto con Gea y Urano, quienes engendraron a los demás seres, dándose así el orden y la formación del mundo. Amor es la unión entre los dioses, la generación representada por la salida de ese lodo desordenado llamado caos, para dar paso a las formas del cosmos.[1]

El amor siempre ha sido considerado de una especie divina, con la capacidad de crear y cambiar un cuerpo de un estado a otro. En la filosofía de Platón encontramos que Eros es constituyente en el Ser del mundo. La tradición platónica y neoplatónica conservó esta importancia del amor. Los filósofos religiosos no sólo tomaron ideas platónicas, sino que, además, trataron de hacerlas concordar con los textos bíblicos.

Desde la antigüedad y hasta la modernidad, se habló de la existencia de dos contrarios, polos o mundos: Amor y odio, según Empédocles[2]. Con Platón, existe una separación entre lo trascendental y lo corpóreo; posteriormente, el cristianismo separa al mundo en: divino y terrenal. Sin embargo, el factor común que llega a “unir”, conciliar o acercar ambos contrarios, es el amor, elemento que les da la posibilidad de integrarse en unidad.

El Eros platónico

Para Platón, Eros es la escalera o el puente entre lo material y lo divino.

Platón concibe al hombre, como al mundo, de manera dual. El hombre –nos dice–, está formado de alma y cuerpo, la primera es la más cercana a lo divino; mientras que la parte material es impura, corruptora, engañadora, cárcel del alma. Por lo tanto, se concluye que el cuerpo es malo y que se debe atender con mayor empeño al alma y sus necesidades.[3]

El alma en estado puro (sin cuerpo) debió habitar en un mundo semejante a sí misma, alejada de lo material. Éste para Platón es el Topus Uranos, donde se encuentran las ideas, eternas y cognoscibles. A ese mundo pertenece lo perfecto, eterno, lo verdaderamente Bello y Bueno; el otro mundo es éste que podemos ver, el de los cuerpos. En un inicio –señala el filósofo– el alma era toda alas[4] y volaba entre las ideas, en el Topus Uranos; conocía todo y era “feliz”. Sin embargo, el alma no es sólo perfecta, también tiene la posibilidad de alejarse de esa naturaleza pura.

De acuerdo con Platón, el alma es tripartita, compuesta de dos fuerzas y un guía que las dirige. Las dos fuerzas serían comparables a dos caballos, uno bueno y “puro” y el otro indómito lleno de deseos e irascible. La tercera parte, un cochero que representa a la razón, quien guía a los caballos, siendo su tarea bastante difícil por las condiciones de aquéllos. Si logra que avancen parejamente, el alma será moderada y capaz de alcanzar la virtud y las cosas buenas; si no, será arrastrada a lo mundano.

“Hay en cada uno de nosotros, es cosa de pensarlo, dos ideas, principios las dos y las dos también guías, a cuya dirección nos sometemos: una de ellas, la innata, es el apetito de placeres; la otra, especie de pensamiento adventicio, es la aspiración hacia lo óptimo. Las dos van unas veces concordes; peléanse otras en nosotros; vence en ocasiones una, triunfa en otras la otra.”[5]

Libremente dejamos que uno de los caballos domine al otro o con voluntad los mantenemos a la par. Así que el estado del alma dependerá de nosotros y nuestros deseos. El hombre, al ser la unión de alma y cuerpo, es parecido a Eros, hijo de Poros (la abundancia) y Penia (la carencia), el cual fue concebido en la fiesta por el natalicio de Afrodita (la belleza, a la que seguirá por siempre). No es ni dios ni mortal, sino un gran demon. Por sus características posee una naturaleza doble, pues por su madre es carente, pero gracias a su padre es deseoso de lo óptimo. [6]

Siguiendo a Platón, en nosotros hay también una doble naturaleza: una naturaleza inmortal cercana a lo divino, que se encuentra en el alma y desea retornar al mundo inmutable de las ideas, ya que “[…] lo semejante se acerca siempre a lo semejante”[7]; y además una naturaleza material que desea lo sensible de este mundo corporal.

Debido a esta doble potencia humana (elevarse a lo superior o permanecer en este bajo estrato), el individuo posee dos tipos de amor: el amor por la belleza de los cuerpos y el amor a la belleza de las almas.[8] Como seres sensibles deseamos lo corpóreo, y como almas, la trascendencia. Platón explica esto argumentando que alguna vez fuimos seres completos en ambos sentidos; sutiles almas en el Topus Uranos, y toscos cuerpos en el inicio de los tiempos[9]. Así, en su doble potencia, el amor o deseo busca llenar nuestra falta; retornar al estado primero de plenitud.

“Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de unos a otros innato en los hombres y aglutinador de la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo individuo de dos y de curar la naturaleza humana.”[10]

Al “caer” en este mundo vano, el alma quiere regresar a su estado natural, pues desea su antigua plenitud, pero al tener cuerpo y estar en el mundo sensible no tiene contacto con la divinidad. No obstante, comienza a buscar, aún sin saber bien qué.

Eros es intermedio y mediador entre lo divino y lo mundano. “Eros es, en definitiva, la tendencia, la fuerza, la voluntad fundamental del no ser hacia el ser, del relativo hacia el absoluto, del mortal hacia la inmortalidad; del ente cortado, separado y particular, hacia la unidad y universalidad”[11]. Es puente entre uno y otro mundo. Transmite a los dioses cosas de los hombres y a éstos cosas divinas. Llena el espacio entre ambos, es el unificador, la escalera que nos lleva de regreso al mundo trascendental.

A través del amor, los hombres se sienten impulsados a encontrar la belleza, que descubren primero en los cuerpos y luego en la Belleza misma[12]; si logran hacer esta escalada de los cuerpos bellos a la Idea, entonces podrán elevarse de nuevo al Topus Uranus y el alma obtener su plenitud, al menos por un tiempo, antes de volver a caer.

“[…] con la mirada puesta en aquella belleza, empezar por las cosas bellas de este mundo, y sirviéndose de ellas a modo de escalones, ir ascendiendo continuamente, de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos, y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y a partir de los conocimientos acabar en aquel que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca por fin lo que es la belleza en sí.”[13]

Buscando retornar a la plenitud y saciar ese apetito innato de belleza, el amor busca y desea llenarse, pues es más falta que vacío, porque si bien no está completo, alguna vez lo estuvo y ahora anhela su antiguo estado. En tanto que es hombre desea al otro, que es él mismo pero en otro cuerpo; y en tanto que es alma desea lo divino. Buscamos por la propia naturaleza de nuestras almas, porque sabemos que existe algo más pero que no recordamos. “[…] el hombre es y no es al mismo tiempo: es “lleno” y “vacío”, plenitud y carencia, y en esto consiste su condición erótica: penetrada del deseo de llenar la oquedad de un ser que le falta”.[14]

El amor en el pensamiento de Marsilio Ficino

El pensamiento del renacentista Marsilio Ficino, hombre de formación religiosa y creyente de una única verdad universal y absoluta, se encuentra sumamente influido por la tradición platónica y neoplatónica, misma que se refleja en sus obras sobre el Amor. Ficino le da al amor una enorme importancia; para él es fundamental saber amar adecuadamente porque, así como con Platón el alma retorna al Topus Uranos, Ficino podrá regresar a la plenitud con Dios, gracias al amor.

Para el florentino, la escalera de Eros no sólo es para subir, sino también para bajar[15]; es a través de ella como se comunican todos los seres del universo, desde los superiores hasta los más bajos, igual que los semejantes.

Debido a su fe en un solo Dios, eterno, sumamente bueno, creador de todo, origen y fin verdadero[16], Ficino sólo puede concebir una única verdad: la divina. Por esto, el Uno será fundamental para este pensador italiano. A partir de este Uno surge toda la multiplicidad y es forzoso que todo retorne a él.

“Plotino nos enseñaba que la instanciación de lo múltiple a partir de lo Uno se da gracias al principio de la productividad de lo perfecto: lo Uno es lo perfectísimo y, como todo lo perfecto, produce algo parecido, pero inferior, entonces, lo Uno produce también algo menos perfecto que Él”.[17]

De Dios surgió todo –afirmaba el filósofo renacentista– y todo lo hizo por amor, dándonos parte de su ser[18], pero en menor grado de perfección. “El deseo de amplificar su propia perfección es un tipo de Amor. La suma perfección está en la suma potencia de Dios. Ésta es contemplada por la divina inteligencia, y a partir de este momento la voluntad divina tiende a producir algo fuera de sí; por ese Amor de multiplicación, todas las cosas son creadas por él”.[19]

De acuerdo con lo planteado, lo que hay en el mundo ha surgido del sumo amor divino. Igual que todo lo existente se ama y por innato amor desea dejar de ser múltiple y retornar a la unidad.

“[…] las potencias del Amor y la necesidad se suceden alternativamente la una a la otra. Esta sucesión en las cosas divinas se entiende según el orden de la naturaleza; en las cosas naturales según el intervalo del tiempo. De modo que el Amor es el primero de todos y el último. Por lo cual si hablamos en términos absolutos, es más antiguo el imperio del Amor que el de la necesidad; porque aquél comienza en Dios: y éste en las cosas creadas. Pero si hablamos de las cosas creadas, la potencia de la necesidad viene antes que el reino de Amor. Porque las cosas proceden por necesidad, y procediendo degeneran, antes de que se dirijan con Amor hacia Dios.” [20]

Por un lado, el amor es deseo de generación y, por otro, deseo de completud, falta. Perfectísimo, bueno y bello en tanto que surge de Dios; pero carente y deseoso en tanto que se da en los cuerpos y todo lo que está por debajo del creador. A los ojos de Ficino, parece que todo es un círculo en el que, por amor, de la unidad es creada la multiplicidad, y por amor de lo múltiple hacia su creador, el Uno.

“[…] Dios atrae hacia sí al mundo, y el mundo es atraído por él, existe una cierta atracción continua entre Dios y el mundo, que de Dios comienza y se transmite al mundo, y finalmente termina en Dios; y como en círculo, retorna ahí de donde partió.” [21]

Todas las cosas, por su unidad, sólo pueden ser causa de una sola cosa. Dios es creador de todo porque gracias a él se comienza la expansión de seres, pero su único efecto directo es la mente angélica, muy semejante a él pero de menor perfección. De esta mente surge el alma del universo que da vida a su vez a este mundo material[22]. Marsilio considera que todos estos seres se mueven alrededor de Dios que es el punto central, de acuerdo a su pensamiento, todo es Dios en un punto, en el que todo gira; pero ese todo que gira alrededor del Uno no es todo Dios, más que en un punto. El amor comunica a todos estos círculos desde el inferior hasta el punto perfecto y entre todos existe el amor.

“Se consideran tres grados de cosas en la naturaleza: superiores, inferiores e iguales. Las superiores son causa de las inferiores; las inferiores son obras de las superiores; las cosas iguales tienen entre sí una misma naturaleza. Las causas aman sus obras, como sus partes e imágenes; las obras desean sus causas, como una forma de preservarse, las cosas que son iguales se brindan Amor recíproco entre sí, tal como lo hacen los miembros de un mismo cuerpo.” [23]

Deseando lo bello y bueno, las cosas inferiores no desean más que al mismo Dios, porque en todo lo existente, lo bello es el resplandor del creador divino que ha infundido en todos los seres su rayo y belleza[24]. Sin embargo, nos dice el florentino –haciendo alusión al mito del andrógino, de Platón[25]– las almas poseen dos luces, la natural que nos ayuda a considerar las cosas iguales e inferiores y la sobrenatural que nos permite apreciar las superiores[26]. Cada alma es libre de inclinarse a cualquier lado y dejar alguna luz; algunos hombres preferirán amar lo sensible[27] y otros, en cambio, buscarán la contemplación sobrenatural para lograr el ascenso a la unidad.

“Todo Amor comienza con la vista; pero el Amor del contemplativo, de la vista se eleva hacia la mente. El Amor del voluptuoso, de la vista desciende al tacto. El Amor del contemplativo se acerca más al demonio supremo que al ínfimo. El del activo se aproxima igualmente tanto al uno como al otro. Estos tres Amores toman tres nombres. El Amor contemplativo se llama divino; el del activo humano; y el del voluptuoso bestial.”[28]

El cuerpo sólo debe ser un peldaño, el primer escalón para llegar a la más alta belleza, y no debe considerarse como el bien mismo, pues la belleza corporal depende de lo divino. “[…] la fuente de toda la belleza es Dios. Dios es la fuente de Amor.”[29]

Igual que con Platón, según Ficino, el alma cae desde que se aparta de la pureza y abraza el cuerpo. En su descenso pasa por cuatro grados: mente, razón, opinión y naturaleza; los cuatro estadios son intermedios entre el Uno y la multiplicidad del cuerpo[30]. Pasa de la unidad perfecta y eterna a la mente angélica que a pesar de ser estable y eterna ha de moverse para regresar a Dios. La razón del alma estará por debajo del ángel ya que tienen multitud de nociones y es móvil pero ordenada. Hacia abajo le sigue la opinión que ha perdido también el orden, pero aun así sigue siendo inmaterial. A ésta le sigue la naturaleza (potencia nutritiva) parecida a la opinión, pero a ésta la encontramos ya en lo corpóreo. Por último, en lo más bajo se encuentra el cuerpo que es por completo una multiplicidad indeterminada de partes, sujeto al movimiento temporal.[31]

Para ascender es necesario subir por esos cuatro peldaños desde el cuerpo hasta la unidad divina, para lo que son necesarios cuatro furores divinos: la poesía, el misterio, la adivinación y el Amor. La poesía despertará las partes dormidas del alma, igual que disminuye sus turbaciones y se deshace de la discordia. El misterio con ayuda de sacrificios y purificaciones endereza la intención de todas las partes de la mente. Con la adivinación se reduce la mente a la unidad. De los cuatro furores el más poderoso e importante en el retorno a Dios es el amor, pues es el que propiamente nos retorna a la unidad. Sin amor no tendría sentido la potencia de los otros tres furores, pues se dirigen al Uno, al que sólo pueden llegar por vía del Amor.[32]

“Finalmente, después que el alma se volvió uno […] falta que se reconduzca de inmediato a aquel Uno que mora sobre la esencia, esto es, a Dios. Este gran don nos lo da la Venus celeste mediante el Amor, esto es, mediante el deseo de la belleza divina, y mediante el ardor del bien. El primer furor, así, armoniza las cosas inarmónicas y disonantes; el segundo hace que las cosas así templadas se transformen, de muchas partes, en un todo; el tercero forma un todo sobre las partes; el cuarto reconduce a aquel Uno […]”[33]

Conclusión

La función de Eros hasta el Renacimiento había sido fundamental para el hombre; ya que era el mediador entre el mundo trascendental y el corpóreo; representaba el camino a la plenitud y gozo eterno. Estas creencias tenían como consecuencia la esperanza de los hombres de poder vencer a la tan temida muerte como idea de desaparición total de su ser. Ontológicamente, les daba razón de ser y los motivos de su existencia. Era la posibilidad de llegar a un mundo trascendental y terminar con toda carencia.

El amor a través de la Belleza y el deseo de Bien lograba terminar con la multiplicidad de los seres para retornarlos al verdadero Ser, Dios. “No se ha de suponer que el Bien sea un simple concepto, o que exista como un objeto más entre los objetos; no es sólo un principio epistemológico, sino también un principio ontológico, un principio del ser. La idea del Bien en La República ha de considerarse idéntica a la Belleza de la que habla El banquete. Ambas Ideas son la cima de la Dialéctica o ascensión del espíritu hacia el primer principio de todo, el cual no es otro que el Uno”.[34]

Ficino, al igual que Platón, pensaba que el Amor podía retornarnos a la unidad, si bien usa otros términos y añade principios religiosos, conserva el mundo graduado de los seres y la escalera del amor. Los hombres de hoy aún desean la plenitud, quieren –como decía Platón– poseer la belleza y poseerla siempre, pero han perdido la fe. Esta falta de posibilidad de ser más allá de este mundo nos ha hecho de alguna manera degenerar en hombres que buscan prolongar ciertos estados y apariencias hasta grados no naturales (la juventud, por ejemplo). El amor divino ha quedado en el olvido y hemos conservado solamente el vulgar, que apunta a los cuerpos y a la voluptuosidad de las pasiones; no obstante, queda aún la esperanza de escalar de ese amor mundano a uno más elevado.

Bibliografía

Platón. Fedón. Trad.Luis Gil Fernández. Madrid, Editorial Tecnos, 2002.

Platón. Hipias mayor y FedroTrad. Juan David García Bacca. México, UNAM, 1966.

Platón. El banquete. Trad. Fernando García Romero. Madrid, Alianza Editorial 2005.

Ficino, Marsilio. (De amore) Sobre el amor. Comentarios al Banquete de Platón. Trad. Mariapía Lamberte y José Luis Bernal. México, UNAM, 1994.

González, Juliana. Ética y libertad. FFyL, UNAM, Fondo de cultura Económica, México, 1997. [2ª. Ed.]

Kant, Immanuel. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime. Trad. Dulce María Granja Castro. México, Fondo de Cultura Económica-UNAM, 2004.

Hesíodo. Teogonía; Trabajos y días. Trad. Adelaida Martín Sánchez y María Ageles Martín Sánchez. Madrid, Alianza, 2000.

De Tales a Demócrito. Fragmentos presocráticos. Trad. Alberto Bernabé. Madrid, Alianza, 1988.

“Lo Uno y la Díada Indefinida en Plotino: el Kairos como el momentum de la precesión plotiniana.” De Rubén Soto Rivera, en: http://www1.uprh.edu/rsoto/lo_uno.htm [consultado el 1 de julio de 2015]

Notas

[1] Cfr. Hesíodo. La Teogonía.

[2] Crf. De Tales a Demócrito. Fragmentos presocráticos. pp. 212-250.

[3] Cfr. Platón. Fedónpassim.

[4] Cfr. Platón. Fedro, passim.

[5] Platón. Hipias mayor y Fedro. 238b.

[6] Cfr. Platón. El Banquete. [203b-204a].

[7] ibid 195c.

[8] ibid. [180d-184e].

[9] ibid [189e-193a].

[10] Ibid.191d.

[11] González, Juliana. Ética y libertad. p80.

[12] Cfr. Platón. El Banquete 211a-211b

[13] Platón. El banquete. 211c

[14] Op. cit. González, Juliana. p73.

[15] Véase. Evangelio según San Juan. 1,1-15. Jesús, hijo de Dios es la Palabra; medio por el que se hizo el mundo y luego se libro al hombre del pecado. Representa el amor y como tal es el medio entre Dios y los hombres, por quienes son creados y luego salvados.

[16] Ficino, Marsilio. Sobre el amor. p 19.

[17] “Lo Uno y la Díada Indefinida en Plotino: el Kairos como el momentum de la precesión plotiniana.” Rubén Soto Rivera. http://www1.uprh.edu/rsoto/lo_uno.htm

[18] Cfr. Primera carta de Juan4,1.12.

[19] Op. cit. Marsilio Ficino. p.52.

[20] Ibid. p. 96.

[21] Ibid .p.30

[22] Cfr ibid. [II, III]

[23] Ibid. p. 51

[24] Cfr.[V, IV] y [VI, XIX]

[25] Platón, en El Banquete, describe un tiempo en el que existían androginos que eran seres redondos y perfectos, con los dos sexos. Éstos se sentían perfectos y superiores, pues estaban completos, por lo que consideraron la idea de retar a los dioses. Como castigo, Zeus decidió separarlos para hacerlos más débiles.

[26] Cfr. Ibid .[ IV, II]

[27] Ese es el amor vulgar, del cual no nos encargaremos de estudiar en el presente trabajo; ya que según Ficino no es propiamente el amor que nos ayuda a retornar a Dios.

[28] Cfr. Op. cit. Marsilio Ficino. [VI, VIII]

[29] Ibid p.147.

[30] Cfr. Ibid. [VI, IX]

[31] Cfr.ibid. [ VII, XIII]

[32] Ibid. p.182.

[33] Ibid. p180

[34] Op cit. Kant. XXVI

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