Benedetto Croce y la libertad, o para qué utilizamos la Historia

Croce y la libertad

Introducción

Si hubiera que definir en una palabra el legado de Benedetto Croce (1866-1952) como filósofo de la Historia, ésta bien podría ser “controvertible”. Esto es algo provechoso, toda vez que da pauta para que, en la actualidad, setenta años tras su muerte, sigamos discutiendo el sentido de su pensamiento, la influencia de su obra historiográfica en el imaginario histórico-colectivo contemporáneo y el alcance de los conceptos filosóficos más relevantes esgrimidos en sus textos para provecho del (auto)conocimiento humano. Las imperiosas necesidades de los tiempos, tan álgidos e impacientes, suplican una relectura de la obra crociana y el concepto de libertad, relacionada directamente con la Historia como afirmadora de la misma.[1] Lo anterior, desde luego, sin olvidar el valioso lugar que tiene la crítica en un balance de este tipo. De esta manera se podría reforzar un orden de valores que reconozca debidamente a la ciencia histórica como fuente fidedigna en la consecución de la verdad y en la aceptación de la realidad.

En general, para Croce el tema central de toda investigación histórica es la libertad, lo cual puede ser explicado si se observa desde qué posición, en qué contexto y con qué afán Croce escribió su vasta obra. Sin embargo, para llevar a cabo el planteamiento teórico antes propuesto, también habría que responder: ¿qué se entiende por libertad? E igual de importante, ¿cómo la Historia afirma o, en su caso, reafirma la obtención de esa libertad para el ser humano? Sobre estas discusiones versarán las siguientes líneas, cuyo objetivo será brindar aproximaciones a cómo el pensamiento de Benedetto Croce, principalmente el ofrecido en su libro La Historia como hazaña de la libertad (1938), resulta indispensable para entender las vicisitudes del mundo actual; situaciones ante las cuales, irremediablemente, la Historia ocupa un rol protagónico.

El contexto de Benedetto Croce

Como el lector ávido y apasionado que fue, Croce nunca ocultó lo privilegiado de su condición socioeconómica, ni de lo convenientes que resultaron para él los medios con los que dispuso ni la educación que recibió para desarrollar sus dotes de escritor. No obstante, perdió a su madre, a su padre y a su hermana en 1883 durante los estragos causados por el terremoto de Casamicciola, cuando apenas tenía 17 años de edad.[2] Tras la tragedia se fue a vivir a Roma, junto con su hermano, a la casa de su tío Spaventa, quien era un hombre de alcurnia, respetado y apreciado por la comunidad, que frecuentaba a políticos, diputados, profesores y periodistas.[3] Este aspecto fue muy relevante en el desarrollo intelectual de Croce; al convivir de cerca con tanta gente educada y preparada, inevitablemente se empapó de esa cultura. Si bien en la época estudiaba Jurisprudencia, su verdadera pasión siempre fue la Historia, por lo que dedicaba gran parte de sus horas a estudiar e investigar temas históricos que fueran de su particular interés, lo cual fue la motivación durante gran parte de su trayectoria como filósofo e historiador.

A muy temprana edad, Croce logró conseguir cierta fama dentro de la comunidad académica, y en 1886 decidió regresar a Nápoles para asentarse definitivamente y continuar su trabajo de erudición.[4] El joven Croce eligió estudiar la historia moral de Italia, es decir, la historia de los sentimientos y de la vida espiritual de Italia, misma que hoy se conocería como Filosofía de la Historia.[5] Fue en este contexto en donde nacieron los primeros indicios de un sentimiento político en Croce, quien, con un pensamiento crítico más maduro, durante los primeros años del siglo XX publicó diversas obras acerca de temas estéticos y artísticos. De igual manera fundó, en 1902, la revista Crítica, publicación encaminada a ilustrar la vida intelectual italiana en la construcción del «nuevo Estado italiano», planteado desde finales del siglo XIX. Las ideas en sus obras —valiosas como legado material, pero plasmadas como mensaje para lo práctico de la actividad humana—, radicaron en dominar lo que Croce llamó “el arte de aprender sin dispersarme (…) sin ir juntando estérilmente unos conocimientos con otros (…); aprender partiendo de una necesidad interior, guiado por unos principios, consciente de las dificultades, paciente en la espera y en dejar que las cosas maduren”.[6] En efecto, la utilidad del conocimiento fue una constante en la cosmovisión crociana, y fue un factor determinante en la primera mitad del siglo XX para su producción literaria.

Por ello, en el periodo entreguerras, Croce ahondó en su concepto de Historia. Esto ante su preocupación del rumbo que la humanidad estaba tomando. Se dio cuenta de que su progreso intelectual se producía a partir del planteamiento de nuevos problemas, y no tanto de la insistencia en los antiguos, pues aquellos eran estimulados por nuevos impulsos del sentimiento y las nuevas condiciones de vida. En tales condiciones, Croce buscó explayarse sobre una crítica a la Filosofía de la praxis, en la cual pudiera encontrar una relación entre la intención y la acción. Sin embargo, para Croce esta relación dual y estrecha no existía como tal, y era precisamente la independencia entre la práctica y la teoría lo que se traducía en libertad. Una libertad del hombre para pensar, independientemente de la acción:

(…) un pensamiento no produce jamás efectos, sino que es siempre colaboración. Y puesto que el pensamiento de un autor individual nace de la colaboración con la historia precedente y contemporánea, dicho pensamiento, en cuanto, como se dice impropiamente, sale del individuo y se comunica a los demás, tiene una historia que no es la suya propia, sino la de todos los que la acogen y elaboran y, también, la de los que lo niegan o no lo entienden y lo detestan e ignoran, y, resumiendo, la de todos aquellos que lo piensan por su cuenta (…)[7]

Es decir: un pensamiento, una idea, viaja a través del tiempo por la colaboración que tiene con la gente a la que se le comunica. No son las ideas por sí mismas lo que cambia al mundo, sino, en términos de Croce, el espíritu del mundo el que acoge esas ideas conforme a su realidad del momento, creando esa realidad de manera sucesiva. En otras palabras, la Historia es la construcción de un conocimiento colectivo de la humanidad. Para el filósofo italiano, la verdadera historiografía debía radicar sobre las preocupaciones y necesidades intelectuales y morales del presente; algo que él denomina los requerimientos de la vida práctica.[8] Por lo mismo, ante la convulsión moral y política del fascismo creciente en Italia, en 1934 escribió La Historia de Italia de 1871 a 1915, “como testigo y como partícipe que había seguido y sufrido en su piel aquella obra y tenía el deber de transmitir su recuerdo a las generaciones futuras”.[9] Pero la crisis moral y política de la posguerra, insistía Croce, se extendía en esa época a toda Europa y al mundo moderno, por lo que él también extendió su pensameinto miediante el libro La Historia de Europa de 1815 a 1915.

Es a partir de este momento cuando la obra de Croce se pinta cada vez más en pro de la libertad, sin embargo, no cómo una simple defensa teórica de ella, sino a modo de un resurgimiento del movimiento liberal. Entences, de acuedo con Croce, el devenir histórico debía ser visto como: “una historia que permitiera entender las condiciones presentes, en las cuales, aunque la libertad se vea exiliada de casi todo el mundo, allí donde exista, y existirá siempre, será una premisa eterna e inamovible; y aunque sólo sea dada por supuesta o sea violada, será un permanente punto de referencia, una íntima e indomable exigencia como único criterio explicativo y orientador”.[10]

Las consideraciones teórico-prácticas de la libertad en el pensamiento de Benedetto Croce

Dado que para Croce la Historia estaba también íntimamente relacionada con la búsqueda de la verdad, él argüía que una obra histórica debía ser juzgada por su acto de comprender y entender el devenir humano. En la medida en que esto se cumpliera, la obra histórica sería considerada útil.[11] En ese sentido, el camino necesario para llegar a la libertad, mediante la Historia como metodología que facilite el entendimiento pleno de la condición humana, comienza precisamente con una apelación al pensamiento y eventualmente a la acción. Es en el pensamiento en donde cabe la reflexión de lo que mueve al individuo: los requerimientos de la vida práctica, sean estos factores políticos —manifestar inconformidad ante situaciones de control político consideradas injustas, opresoras o quizás antidemocráticas—, morales —entender la posición que ocupa una persona en su comunidad, en la sociedad o en el mundo—, culturales/intelectuales —difundir algún tema que se considere de utilidad para el conocimiento colectivo— o económicos —cuestionar los privilegios de cierto grupo sobre los demás—, entre tantos más. Es a partir del cumplimiento de estos requerimientos que se puede entender una obra histórica, la cual debe tener, como premisa, el objetivo de mantener y desarrollar la vida activa y civilizada de la sociedad humana[12]; una vida que no deja de ser contemporánea si se toma en cuenta la manera en que los requerimientos de la vida práctica de entonces han moldeado a los requerimientos del presente.

En ese sentido, la aseveración atribuida a Croce de que “toda historia es contemporánea”, no ha sido debidamente entendida en su totalidad por sus lectores y críticos, puesto que no se refiere a la relación causa-efecto que algunos historicistas le atribuyen a la Historia, ni tampoco, necesariamente, a la continuidad perpetua en la interconexión de hechos históricos. En cambio, si es que recibe el nombre de contemporánea, se debe a que la Historia que es estudiada bajo ese juicio es analizada con base en los niveles de satisfacción de los requerimientos de la vida práctica que llevaron a escribir tal o cual historia. Esto en tanto que “la historia, en realidad, está en relación con las necesidades actuales y la situación presente en que vibran aquellos hechos”.[13] Así, en la construcción teórica de la Historia como garante de la libertad, Croce distinguió la utilidad de la necesidad histórica, en un sentido de no tener una concepción errónea del objetivo de ésta.

Principalmente, Croce afirmó que lo necesario de la Historia no radica en su continuidad o su perpetuidad, pues eso supondría, precisamente, que se busque explicar el devenir histórico en una cadena de causas y consecuencias; dicha cadena es exclusiva de las ciencias naturales. A modo ejemplificativo, sería como intentar explicar el fin de la guerra independentista en México partiendo únicamente del Abrazo de Acatempan, algo que resultaría insuficiente. En cambio, sí pueden explicarse los efectos positivos que tiene un abrazo bienintencionado en nuestra química cerebral y en nuestra salud, cualquiera sea la causa para darlo o recibirlo.

En realidad, la Historia busca ofrecer explicaciones contextualizadas, razonadas y fundadas en sucesos y procesos históricos. Entonces, la necesidad histórica tendría que versar sobre la idea de que el juicio histórico, como el conocimiento, no puede dejar de estar ligado a la vida y su acontecer.[14] Para Croce, de muy poco o de nada sirve saber de memoria la historia o contar con un sinfín de fuentes y fechas históricas, si uno no sale de su “rigidez inmóvil” y se enternece, por decirlo de alguna manera, por el estímulo de los acontecimientos humanos, para que así el pensamiento imagine cómo la Historia puede configurar un elemento que acerque a la humanidad a su libertad.

Así pues, es relevante tocar ahora lo relativo a la dimensión del pensamiento y la acción. Como ya se anticipó, para Croce el pensamiento es tan activo como la acción misma, y como tal, tiene un espacio predominante en el proceso lógico de la Historia, en tanto que da a la humanidad un chispazo de realidad para plantear y resolver problemas reales. Por tanto, más que una dualidad, para él hay una complementariedad entre el pensamiento y la acción; una especie de “circularidad” en el espíritu humano que se manifiesta con la Historia. Esta idea es importante, toda vez que la mayor denuncia de Croce es la “flaqueza de ánimo, disgregación de la voluntad, falta de sentido moral, superstición del pasado…” de aquellos individuos renuentes a darse cuenta de las enfermedades sociales, con tal de que no “infecten a las siguientes generaciones”.[15] Es decir, existe un reclamo en la obra de Croce: culpar al pasado no es una opción viable para resolver los problemas del presente. Pensar en términos históricos implica necesariamente reconocer que el presente es producto del pasado y que quienes vivimos actualmente somos resultado de las decisiones y las opiniones de quienes nos antecedieron. Por lo mismo, para Croce la historiografía nos libera, puesto que muchas veces, cuando no interiorizamos que no somos producto de una relación de simple causa y efecto, sino de un contexto histórico particular y multifacético, el pasado nos oprime, nos pesa y nos incomoda.

Sin embargo, del mismo modo en que no debemos dejar que el pasado nos oprima, tampoco podemos, desde el presente, reprimir al pasado. En el pensamiento de Croce comprender es perdonar y ése es, o debe ser, el fin último de la Historia: entendernos y comprendernos. «Los muertos», dice, “no pueden ser juzgados por los vivos, pues ya fueron juzgados en su respectiva época”.[16] Y lo ha dicho también Edmundo O’ Gorman, respecto a que el historiador es alguien que tiene la encomienda de disculpar ante sus contemporáneos la manera de vida de las generaciones pasadas: “Su misión consiste en dar explicaciones por los muertos, no en regañarlos”. Si se toma la acepción de historiador desde el punto de vista crociano, en la cual se es historiador a partir de pensar en términos históricos tanto la vida en general como la vida individual, entonces se puede entender por qué un juicio histórico consciente logra liberar al espíritu de “la opresión del pasado”, o mejor dicho: liberar de la vida tal como se vive. El pensamiento histórico, elemental para Benedetto Croce, debe mantener también su neutralidad, entendida ésta no como la falta de parcialidad al historiar, porque esto es prácticamente imposible, sino en cuanto a los juicios de valor innecesarios y dañinos sobre sujetos que, precisamente, fomentan la idea del pasado opresor. Por eso, como dijo Croce: “¡que los historiadores nunca vuelvan a ser jueces!”.

La Historia como hazaña de la libertad

En la transición del pensamiento a la acción es donde se concentran las principales críticas a Benedetto Croce. Uno de sus máximos críticos, Antonio Gramsci, concibió el pensamiento de Croce como demasiado intelectualista, puesto que, primero, en cuanto a la forma, no estaba diseñado para ser entendido por cualquiera, y segundo, en cuanto al fondo, no fue destinado a motivar la acción de las masas.[17] Así, para Gramsci, el historicismo de Croce era meramente especulativo, dado que no podía capturar los sucesos reales, por ser abstractos y estáticos, ni relacionarlos entre sí por estar lejos de alguna relación del pensamiento con la lucha y la acción; lo que bien se denomina praxis.[18] Sin embargo, Gramsci reconoce la serenidad moral de Croce ante la guerra y el periodo histórico tan violento del siglo XX, en cuanto a su idea de que, metafísicamente, el mal no puede prevalecer y que la historia es la racionalidad.[19] La misma crítica le hizo de Gentile, en tanto a que el hiato que hace Croce entre el conocer y el querer no tiene ningún efecto práctico, puesto que en realidad son, o deben ser, lo mismo.[20]

No obstante lo anterior, lo cierto es que para Croce la humanidad en su actuar es infatigable; con cada realización humana, nacen dudas e insatisfacciones, pero con ellas nacen también empeños por nuevas realizaciones. Es decir, esa necesidad humana por avanzar también ve su realización en los “reposos”, en las satisfacciones en medio de las insatisfacciones humanas que están hechas “de instantes fugitivos que se detienen en la alegría que los contempla”.[21] Ejemplos de ello son la poesía, la música, el baile o el romance; legados que, por más que la situación humana se torne ruin y despreciable, nunca dejan de ser vibrantes y hermosos para quien los valora. Es por ello que la humanidad es motivada por un impulso hacia el porvenir, pues ve en la vida las obras humanas que son fugaces y permanentes al mismo tiempo.[22]

A partir de este supuesto, la acción, concretamente la actividad moral, funge como estandarte en la lucha contra el mal: la insidia contra la vida y, por ende, contra la libertad. El bien, por su parte, es el continuo restablecimiento de la verdad y de la libertad. Entonces, para llegar a la libertad, se debe buscar la verdad, la cual se consigue con la metodología de la Historia, que fomenta y nutre el pensamiento y la acción humanas. Cabe notar que el uso del sustantivo restablecimiento por Croce en referencia a la libertad no fue por azar, ya que para Croce la libertad es el sujeto perpetuo de la Historia, en tanto que presupone una acción que, mediante el pensamiento en términos históricos, idealmente lleva a una realidad mejor. Así se concibe una libertad que no desaparece, sólo es interrumpida y siempre tiene la potencialidad de ser recuperada, en la medida en que la humanidad esté dispuesta a pensar y actuar consecuentemente. La libertad en ese sentido es, por un lado, el principio explicativo del devenir histórico, y por otro, el ideal moral de la humanidad. Es, a grandes rasgos, lo que mueve a las personas y lo que las hace actuar. Así, es dable afirmar que tanto la Historia garantiza la libertad, como la libertad forja la Historia, en una relación mutua y significativa.

Por supuesto, con tanta miseria humana actual e histórica suena hasta a sandez decir que la Historia “es la historia de la libertad”. Sin embargo, Croce tiene razón al mencionar que “la historia entera hace ver, con breves intervalos de inquieta, insegura y desordenada libertad, con escasos relámpagos de una felicidad más bien entrevista que llegada a poseer, un apelotonarse de opresiones, invasiones bárbaras, depredaciones, tiranías profanas y eclesiásticas, guerras entre pueblos y en los pueblos mismos, persecuciones, destierros y patíbulos”.[23] Y esta reflexión aplica tanto a nivel macrocósmico como microcósmico, en tanto que la vida personal de cada quien, si se registrara como una obra propiamente historiográfica, se podría resumir en una realidad que constantemente exige, perturba y cansa, pero que esporádica u ocasionalmente contiene pequeñas treguas —idealmente medianas— para la alegría y el gozo, breves momentos de intensa felicidad que conjugados dan esperanza y color a la existencia, y que bien podríamos llamarles nuestra libertad individual.

La Historia, pues, funciona en el mundo para interpretar los sucesos y explicarlos a fin de un mejor entendimiento de la humanidad. Es necesaria para su comprensión y mejoramiento. La interpretación de la dura realidad, como lo hizo Croce en su época, despeja la imaginación y el pensamiento, e idealmente lleva a la acción de cambio. Como diría Vico, el mundo es una renovación de lo que se creía desaparecido, pero que a su vez abre nuevas etapas. Es al darse esos momentos, impulsos renovadores, cuando la libertad toca la puerta para regresar. Parafraseando una vez más a Croce —y a diversas filosofías milenarias—, se necesita el mal para estimular el bien, y así ser capaces de buscar la libertad. Es, de hecho, en esa búsqueda de la libertad donde se está haciendo historia.

Bibliografía

Croce, Benedetto. La historia como hazaña de la libertad, México: Fondo de Cultura Económica, tercera reimpresión, 1986.

Croce, Benedetto. Aportaciones a la crítica de mí mismo, trad. Isabel Verdejo, Madrid: Editorial Pre-textos, 2000.

Fontana, Benedetto. “El intelectual cosmopolita Gramsci sobre Croce”, Cinta moebio, 10, Universidad de Chile, pp. 64-74 www.moebio.uchile.cl/10/fontana.htm

Gramsci, Antonio.  El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, México: Juan Pablos Editor, 1975.

Romanell, Patrick. La polémica entre Croce y Gentile, trad. Edmundo O’Gorman, México: El Colegio de México, 1946. [Jornadas 56]


Notas

[1] Benedetto Croce, La historia como hazaña de la libertad, México: Fondo de Cultura Económica, tercera reimpresión, 1986), p. 49.

[2] Benedetto Croce, Aportaciones a la crítica de mí mismo, trad. Isabel Verdejo (Madrid: Editorial Pre-textos, 2000), p. 22

[3] Ídem.

[4] Croce, Aportaciones a la crítica de mí mismo, p. 26.

[5] Ibíd., p. 29.

[6] Ibíd., p. 41.

[7] Ibíd., p. 64.

[8] Croce, La historia como hazaña de la libertad, pp. 9-11.

[9] Croce, Op. cit., p. 74.

[10]  Ídem.

[11] Croce, La historia como hazaña de la libertad, p. 9.

[12] Ibíd., p. 12.

[13] Ídem.

[14] Croce, Op. Cit., p. 24.

[15] Ibíd., p. 34.

[16] Ídem.

[17] Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, (México: Juan Pablos Editor, 1975), p. 205.

[18] Benedetto Fontana, “El intelectual cosmopolita Gramsci sobre Croce”, Cinta moebio, 10, Universidad de Chile, pp. 64-74 www.moebio.uchile.cl/10/fontana.htm

[19] Gramsci,Op. cit., p. 243.

[20] Patrick Romanell, La polémica entre Croce y Gentile, trad. Edmundo O’Gorman, (México: El Colegio de México, 1946, Jornadas 56), p. 51.

[21]  Croce, La historia como hazaña de la libertad, p. 44.

[22] Ibíd., p. 45.

[23] Ibíd., p. 50.

Salir de la versión móvil