No llores, mija

cuento sobre sequía

Soñé que estaba perdida en un gran bosque. Todo era oscuro y confuso, era de noche y hacía mucho calor. Venteaba, pero era un aire lento, fatigado y no se podía casi respirar, parecía cargar con el calor del día. Los árboles no tenían hojas, solo sonaba el estruendo de las ramas secas. En el camino encontré a mi abuelo.

—¿De dónde vienes? —me dijo.

—No sé, estoy perdida.

—¿Te quieres quedar acá con tu familia?, así no estarás más perdida.

—No puedo abuelo, tengo que llevarle agua a los burros.

—Pero no hay agua Asha, por eso la laguna ya no es más que polvo.

—¿Qué se hizo el agua, abuelo Amaru?

—Se la han llevado toda para la montaña. La usan para sacar de sus entrañas los metales con que los ancestros adoraban a la Luna. ¿Te ofrezco chinchorro?

—Pero solo por esta noche. Mañana debo madrugar por agua para los burros. Si los burros tienen agua podrán llegar al otro lado de la llanura para comer. Si los burros comen me podrán llevar hasta el caserío de Givirnia por comida para las gallinas, de vuelta llenaré los cántaros con agua para llevarle a la abuela Anahí y que haga su masato para darle a las gallinas.

De regreso empezó a llover, vi a mi prima sobre el camino. La llamé muy fuerte pero no me escuchaba. Como si no me conociera. ¿Será que ya olvidó nuestras risas juntas? ¿Será que ya no recuerda cuando jugábamos a que era nuestra madre? O ¿ya olvidó cuando jugamos a perseguir los burros y las gallinas? Empezó a llover más fuerte y desperté.

—Si llueve en un sueño, serán lágrimas que derramarán por ti. Ahora solo reina el silencio y ya no queda nada de ellos. Solo queda por aquí la presencia de la muerte —dijo la abuela Anahí, cuando le conté mi sueño­.

—¿Por qué me dice todo esto abuela?

­—Todo para que usted pueda dormir.

Del sueño me desperté muy asustada. El aguacero que me trajo a la realidad era tremendo. Pero al mismo tiempo estaba muy feliz, eso hasta que le conté mi sueño a la abuela Anahí. Yo juraba que soñar con un aguacero era porque se iba a llenar de nuevo la laguna.

—Ya no son días sino meses en que no llueve por acá.

Pero no, ahora resulta que soñar con lluvia significa lágrimas que se derramarán por mí. Yo solo quiero que llueva, no sumar más tristezas donde no caben.

Los burros están hoy más flacos, he dejado de llamarlos por sus nombres para que cuando se mueran no me dé tan duro. Si solo son burros, no Pancha y Federico, quizá llore menos. En sus miradas se nota tristeza, será que recuerdan cuando la laguna era un espejo del cielo y no polvo que corre entre los dedos, también han de recordar que ellos no tienen la culpa, de la laguna ellos solo tomaban un poco de agua, lo justo. Pero los de la montaña se la han llevado toda. La culpa es de ese señor, el candidato. Cuando él vino acá se sabía el nombre del abuelo Amaru, hasta lo abrazó. Cuando la laguna empezó a secarse y el abuelo descubrió que el agua se quedaba en la montaña fue a buscar a ese señor. Ya no recordaba el nombre del abuelo, dijo no conocerlo, ni le permitieron hablar con él.

Lo cierto es que el abuelo ya no está, y la prima que fue a buscar el agua a la montaña nunca volvió. La laguna ya no tiene agua, solo quedan un par de charcos verdes de agua podrida. Necesito agua para los burros. Si los burros tienen agua podrán llegar al otro lado de la llanura para comer. Si los burros comen me podrán llevar hasta el caserío de Givirnia por comida para las gallinas, y de regreso llenaré los cántaros con agua para llevarle a la abuela Anahí y que haga su masato para darle a las gallinas. Y si sobra regaré el samán para que le salgan hojas nuevas. Extraño su sombra.

—¿A dónde se fue toda el agua, abuela Anahí? ¿Será que se enojaron los dioses por no ir a buscar a la prima Sarani?

—La ambición no es un dios, Asha, es la perdición de los hombres. Y no llores mija, que se te va a salir la poca agua que te quede en el cuerpo.

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