Mirando por la ventana

Mirando por la ventana cuento

Estábamos con el sol de las 9 de la mañana entrando por la ventana, era invierno en Sao Paulo y retornábamos de vacaciones. “Trin-trin”, sonó la campana para el fin del recreo, y los compañeros comenzaron, uno a uno, a ingresar al aula. Yo me alejé lentamente de la ventana buscando mi pupitre para esperar a Doña Eva, mi entrañable profesora del 4to. C de la Escuela Estadual Miss Browne. Como inmigrante que era y víctima de la timidez propia del final de la infancia no me permití salir del aula por seguridad, pues aún no tenía amistades ni confianza suficiente para corretear en el patio de la escuelita. Aun así, sentí los dardos de las miradas de cada uno de mis compañeros y compañeras por ser novedad: nunca habían conocido a un boliviano de cerca y algunos no tenían ni idea de dónde quedaba Bolivia.

La maestra había pedido que hiciéramos una redacción en vacaciones cuyo tema era “Mirando por la ventana”; tema que fue motivo, por dedicación personal, para pasar las vacaciones junto a mi madre. Escribir en portugués fue un desafío aparte, pero poco a poco desarrollé la monografía que describía con lujo de detalles las cosas interesantes que veíamos por la ventana, donde más había estructuras de concreto y poca vida (muy diferente a las montañas de la ciudad de La Paz).

Ya con mi trabajo escrito y luego de haberlo presentado en frente de mis compañeros y compañeras, con las manos húmedas de sudor por el pánico escénico, una inesperada ovación hizo eco de los elogios de la maestra, Doña Eva. Al término de la clase la maestra se me acercó y me dijo que tenía mucha sensibilidad para describir las cosas, que debería cultivar ese don.  Pero para cumplir con la ley de la compensación, justo en ese momento de gloria personal, pasaba Silvio, el compañero bravucón del curso, quien, con una sonrisa burlona me dijo en voz alta: –¡Tú eres un “bicha[1]”!

Ese episodio me hizo tomar conciencia de que lo femenino es combatido ferozmente por una sociedad mayoritariamente machista, despiadada con quien pueda ser osado en enaltecer lo que pueda parecer delicado o femenino lo suficiente como para transformar una visión del mundo.

Junto al ejemplo de mi madre (doña Chavelita, una auténtica luchadora) y como boliviano, puedo resaltar la fuerza y valentía de lo femenino de estas tierras, a través de heroínas como Bartolina Sisa, mujer que comandó un ejército de 250,000 hombres más otro tanto de mujeres que la siguieron para cercar la ciudad de La Paz, luchando hombro a hombro con su pareja Tupac Katari; mujer que causaba admiración y miedo a los soldados de la corona española. Del mismo modo, pienso en otra prócer de la independencia de la América Morena, Juana Azurduy de Padilla, quien junto a su esposo comandó un pequeño ejército de campesinos y originarios; guerrilleros que ayudaron en la independencia de las provincias de Charcas y La Plata. Juana fue una coronela boliviana reconocida por el ejército argentino y elevada al grado de Generala. 

El día de la madre en Bolivia se festeja en recordación de la batalla de la Coronilla, en la ciudad de Cochabamba: lugar de un sangriento encuentro entre el ejército realista y las valerosas mujeres comandadas por la ciega, Manuela Gandarillas, quienes lucharon armadas con ollas, cacerolas y otros utensilios domésticos. Ellas siguieron dando combate a los realistas porque ya no había hombres en la ciudad para defenderla.

Lamentablemente, hoy en día, en pleno siglo XXl, hay que reconocer que lo que dice el hermano Papa Francisco, en su encíclica papal Fratelli Tutti, es una verdad que desgarra el alma de las y los que luchan por los derechos humanos:

“22. Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país”.

Por estos motivos me pregunto, ante tantas contradicciones de nuestras sociedades, si los derechos humanos aún son un sueño inalcanzable, pese a que fueron declarados hace 70 años. En cuanto a la realidad de los derechos de la mujer, es una verdadera pesadilla. Nos dice Francisco:

“23. De modo semejante, la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad gritan otro mensaje.  Es un hecho que doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos”.

Al final, mi respuesta al bravucón de Silvio fue algo que, sin darme cuenta, me comprometería para toda la vida a una lucha sin trincheras:

–¡Oye Silvio, mirando por la ventana aprendí a ver el mundo a través de los ojos de mi Madre!


[1] Bicha es una expresión que significa marica.

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