Mujer de contemplación taciturna

Mujer de contemplación taciturna cuento

Al despertar, él la vio ahí, sentada en la esquina de la cama con la espalda desnuda, a media luz, mirando todo cual si viera nada. Creyó verla como en otros cuentos, fumando sin decir nada, así que volvió a dormir, pasando por alto la imprevista transformación de aquella mujer de contemplación taciturna.

Eran las tres de la mañana y ella se sentía inquieta. Se incorporó súbitamente para retirar de su torso el blusón que le habían indicado para dormir; tenía calor, su cuerpo exhalaba un sudor abrumador, un sudor que parecía deshidratarla, inundarla y sin embargo dejarla seca como un viejo roble. Quiso ponerse de pie, pero sus piernas pesaban, levantó la sábana y entonces cayó en la cuenta… espesas telarañas ataban sus piernas contra la cama, ¿cuánto tiempo llevarían ahí? ¿Cuánto tiempo había estado atada sin saberlo? Tomó fuerza y de un suspiro logró levantarse.

Dio vueltas por la habitación durante un rato, hizo un arqueo de otros cuentos, apenas se reconocía en ellos… su cuerpo, sus deseos, sus pasiones, su voz… ¿había sido realmente su voz? Se detuvo un momento, sostuvo entre sus manos un vaso con agua y sólo en el natural movimiento del líquido pudo ver su reflejo; entonces reparó en la imprevista metamorfosis. Durante un instante tuvo miedo; de un solo trago abrevó su reflejo y dejó el vaso tras de ella; continuó caminando. En definitiva, no era ya la de los otros cuentos.

 ¿Qué había sido de la complaciente dama de otras ficciones?, ¿quién era ella que de un momento a otro se sentía tan cierta? En un segundo, el miedo fue dando paso a una sensación de plenitud, se sintió satisfecha de su textura rugosa y de las raíces teñidas sobre su cuerpo, porque en definitiva, no era ya la de los otros cuentos.

Tomó un cigarrillo entre sus dedos, pero a diferencia de otros cuentos, esta vez no lo encendió. Se sentó en la esquina de la cama con la espalda desnuda, y por primera vez en su propia voz dijo “Soy yo”.

 Entonces él despertó, y la vio ahí, sentada en la esquina de la cama con la espalda desnuda, a media luz, mirando todo cual si viera nada. Creyó verla como en otros cuentos, fumando sin decir nada, así que volvió a dormir, pasando por alto que aquella mujer de contemplación taciturna no era ya, en definitiva, la de los otros cuentos.

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