Poemas sin acordes de metralla

poemas de guerra y paz

Al regreso

Cuando retornó de la guerra,

herido, torpe, 

temeroso del silencio que precede al disparo,

sediento de tedio,

hambriento de estíos,

añorando la paz de pequeños momentos,

ávido de risa,

descubrió, con pesar, que había cambiado,

que su ojo sufrido

percibía los colores terribles de la violencia,

que su oído ahogado

confundía los arpegios con las voces de mando,

que sus manos tumefactas

solo podían empuñar el fusil.

Cuando llegó de la guerra intacto,

comenzó a desprenderse en pedazos…

Cuando todo termine

Después de la mortal lluvia,

del granizo de pólvora,

del golpe del hierro que aniquila…

¿Dónde estaremos?

¿Habrá un limbo para las castas?

Los neutrales… ¿estarán vivos?

Después de la hecatombe,

del fuego que devora,

del átomo y su estampido…

¿Cómo seremos?

Quizá, restos de savia,

despojos casi humanos,

piélago de huesos,

nuégado mordido.

Después de la matanza,

del golpe de la muerte,

del grito de tu hijo,

¿respiraremos?,

¿podremos vernos?

Quizá seremos solo broza,

subasta de besos carcomidos,

ostugo miserable,

herrín sobre párpado dormido.

Cuando todo termine,

cuando lloren las piedras,

cuando drene el río,

¿dónde hallaremos nuestro sustento?,

¿sobre los túmulos?,

¿bajo la tierra?,

¿tendremos todavía sueños compartidos?

Cuando todo termine,

si recordamos,

seremos cuita,

venganza pobre,

tañer de odios,

umbrío mundo,

solo susurros.

Decreto

Silenciad el llanto de la tierra,

cubrid el desnudo de los niños,

rogad por la paz y no la guerra…

¿Qué más puedo invocar

sobre máscara y rugido?

Sí, nutrid mi alma, de sueños vivos.

Un día después

Un día después,

vamos a guardar silencio.

Un minuto, taciturno, fugaz…, solo un minuto.

Será un minuto para pensar,

calcular lo perdido,

respirar,

y seguir con el dolor del golpe,

esa mutilación del sueño,

ese crujir de cristales rotos cuando los espejismos mueren.

Solo un minuto, silencioso, necesario.

Un día después, exactamente un día después,

durante un minuto, exactamente un minuto,

mojaré mi sombra con tus lágrimas,

buscaré lo frugal de tu abrazo,

y veremos marchar, con cierto temor,

todo lo que alguna vez, sin duda, fue cálido efluvio,

íntimo susurro, un barbotar de aguas mansas.

Ana y Jamira

Ana escribió su diario

con el pulso febril del miedo

respirando entre paredes;

una estrella sobre su pecho

como estigma o dedo acusador,

voces de muerte acechando,

desde el infierno humo acre y negro elevándose.

Ana escribió su diario

como pequeño remanso de paz,

para atrapar calor de madre

y verdor de infancia.

Tal vez mañana,

en un sitial contra el rencor y la demencia,

junto a esas páginas de amor,

con la misma letra infantil,

el pavor ante la muerte,

la urgencia de saberse viva,

y la esperanza del futuro,

un diario escrito por Jamira

bese perturbador las hojas 

que el pulso febril de Ana,

con el miedo respirando entre paredes,

dibujó con letras ávidas de piedad.

Olor de guerra

Ah, en el aire olores de guerra,

sobrevive del hombre lo maldito,

escucho, del miedo, sus cadenas,

en la tierra, desnudo, llora mi hijo.

Ah, en el aire el odio escupe

dantesco humo como oriflama,

el plomo astilla toda mi cama, 

entre estertores la muerte nutre.

Ah, en el aire huelo el destierro

de corduras y verdades gastadas,

el triste acero besa al desmedro,

el púrpura viste piel ulcerada,

navegan sobre el aire entierros,

la flor agoniza, triunfa la bala.

Canción de paz 

Imagine all the people

Imaginemos por un día que no hayas muerto,

que el asesino, dormido en el centeno, no escuchó tu llegada,

que tu nervio atravesó el vestíbulo

donde la muerte apenas respiraba;

guitarra y voz a salvo, sobre el lecho, descansan.

¿Dónde estarías ahora?

¿Cerril o vencido?

¿Convertido en osario de famosos?

¿Y tus canciones de siempre?

¿Y los conciertos a tu nombre?

¿Y el parque de mi cercada ciudad?

Quizá tu música hubiera besado el sufrimiento,

el grito dolorido de Sabra y Shatila,

las botas en Granada o Panamá,

el Sarajevo arrasado,

las torres desplomándose en el dolor de la rabia.

Imaginemos por un día que no hubieras partido

acompañado por la letra de Salinger,

y que el amor, ese demente, te hubiera perseguido,

persignándose, arrepentido, solitario,

y tú, sentado en Central Park, delirante,

hubieras escrito la canción de paz que nos debemos.

Advertencia

¡Cuidado! Huelo el espanto,

atraviesa mi huerta la rancia muerte,

el humo, el grito, el llanto…

¡Cuidado! Desnuda está mi suerte.

¿Cómo puedo invocar lo humano?

¿Dónde están las mieles que nos sanan?

¿Seremos polvo después de la hecatombe?

¡Cuidado! El agua ácida no es tisana.

Hay hierro oculto tras lo verde,

hay fuego a la espera del rugido,

la rabia acecha al niño dormido,

el odio siempre es fusta del Poniente.

¡Cuidado! Nos cubre el miedo,

el reloj de mi credo está gastado,

la ingrata bala amenaza al cielo,

párpado abierto sobre ojo cegado.

¿Cómo salvo lo divino de la noche?

¿Dónde pongo lo sutil de una mirada?

¿A dónde irán mi silencio y tu calma?

¿Mis huesos saltarán como resorte?

¡Cuidado! Huelo el espanto,

en el aire el hedor de la avaricia,

se hacen trizas el candor y la sonrisa,

cabalga, hacia mí, hambre y quebranto.

¡Cuidado! No sobra tiempo,

no existen lágrimas ni osarios,

solo aire enrarecido, obituario

donde se posan dolo y tormento.

Estoy aquí, estamos, con sueños,

amando hasta el cansancio, bendecidos,

no quiero ser pendón del desatino.

¡Cuidado! Mi escaso pan no tiene dueño.

Dudas

¿Por quién pregunta la guerra?

Por los que tienen y los que piden,

por los generales y el último defensor,

por fanáticos y misioneros,

por las hijas y la mujer deseada,

por los que gritan y los que callan,

por verdugos y víctimas,

por los que sueñan y los que no,

por los convencidos y los indiferentes,

por el vecino y el ladrón,

por los presos y los jueces,

por los huérfanos y las abuelas,

por amigos y enemigos,

por vencedores y derrotados,

por doctores y sepultureros,

por los genios y los estúpidos…

La guerra pregunta por los vivos.

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