La guerra como narrativa occidental contra la maldad y sus demonios

La guerra como narrativa económica

La guerra es un conflicto entre dos o más grupos por razones religiosas, económicas, sociales o políticas. Cuando observamos la historia de la humanidad parecería que la guerra nos acompaña desde hace ya mucho tiempo, como si se tratara de una sombra oscura la cual no parece finiquitar. De hecho, en este momento observamos tres en acción: la guerra contra Palestina, la guerra contra Ucrania y la guerra interna por fuerzas militares en Sudán. Estas son las guerras hegemónicas actuales. Sin embargo, también existen otras guerras denominadas ‘de baja intensidad’ las cuales tienen como objetivo la destrucción de movimientos de liberación o contrainsurgencia. Estados Unidos es experto en dicha materia con su estrategia militar practicada exitosamente en territorios de Latinoamérica. El periodista australiano John Pilger, en un artículo publicado en el periódico The Guardian, titulado In Ukraine, The US is dragging us towards war with Russia (2014), describe unos datos bastante perturbadores sobre el imperio estadounidense y sus prácticas de guerra. Pilger menciona que el historiador norteamericano William Blum se ha encargado de revelar resúmenes de las políticas bélicas de Estados Unidos. Blum resume que desde 1945 los Estados Unidos han tratado de derrocar a más de cincuenta gobiernos, muchos de los cuales fueron democráticamente electos, interviniendo activamente en sus procesos electorales. Asimismo, Estados Unidos ha bombardeado a la población civil en treinta países, empleando armas tanto químicas como biológicas. Cabe mencionar los incesantes intentos de asesinar a líderes políticos de naciones exteriores que no se sometan a su agenda colonialista. Esta ha sido la política de guerra que hemos observado por parte de dicha nación norteamericana; una política de gran continuidad histórica para sostener su poder hegemónico; un poder imperialista que termina con control territorial, extracción de recursos –ya sea minerales o petróleo– así como con la explotación animal y humana en tanto que mano de obra. 

El filósofo italiano Toni Negri escribió un libro en complicidad con Michael Hardt, titulado Empire, publicado en el año 2000. En dicho libro, Negri menciona la noción de autoridad en un nuevo tipo de sistema conocido como New Order. Dicho sistema capitalista surge en Occidente como legado del cristianismo europeo, el cual se remonta a la Roma antigua.

El imperio romano se caracterizó por establecerse con base en la unión de categorías jurídicas con valores éticos universales, los cuales operan en tanto que totalidad orgánica. Dicho concepto de imperio funciona hoy en día como un concierto global bajo la dirección de un solo director de orquesta, un poder unitario que se encarga de sostener la paz y los valores éticos, siendo estos verdades absolutas. Negri describe que dicha idea de paz se remonta a pensadores como Grotious, Puffendorf, Bernadin de Saint Pierre e Immanuel Kant y su concepto de ‘paz perpetua’. En Occidente, para poder sostener la idea de paz se establece la idea de guerra. La noción de guerra, asegura Negri, es un síntoma del renacimiento del imperio occidental. Lo grave de dicho síntoma es que opera de manera efectiva como un bellum justum, esto es, como un ‘sólo guerra’ el cual se remonta a la tradición bíblica. Este nuevo orden, en tanto que imperio basado en ‘sólo guerra’, se fundamenta en la idea consistente en que, cuando una nación se ve confrontada con un peligro o amenaza que ‘violente’ su integridad e independencia política y territorial, tiene entonces el total derecho a hacer la guerra. De este modo, siendo una totalidad global, el imperio busca sostener un orden determinado entre todas las naciones existentes. Ello implica la necesidad de mantener el ‘control’ y el ‘equilibrio’, la paz perpetua, a través de la guerra también perpetua. Para ello, el imperio occidental requiere de una legitimación política, ética y ontológica de su aparato militar, para poder entonces sostener el orden bajo una autoridad centralizada. La paz y el equilibrio occidental son de esta manera los valores más importantes bajo este nuevo orden o poder imperialista. Todo poder existente está dirigido a sostener dicho orden. La guerra y su legitimación son el arma fundamental para Occidente.

Un análisis importante en relación al aparato ideológico para legitimar la guerra en sociedades postmodernas, posindustriales y neoliberales como la nuestra, lo realiza la filósofa italiana Simona Forti, quien presenta un estudio histórico y político en su libro titulado: New Demons: Rethinking Power and Evil Today (2020). Forti describe, en una entrevista sobre dicho libro, el fenómeno de la guerra como una actividad occidental que tiende a instrumentalizar una narrativa basada en la idea o noción del mal (evil). Esta noción ha sido un movilizador fundamental para la guerra desde hace ya varios siglos (Evans/Forti 2016: 98). Desde las cruzadas hasta el fenómeno bélico después del September 11th, una y otra vez las guerras se han legitimado con el mismo tipo de discurso dicotómico, el cual nos plantea un escenario dividido entre el mal y quienes tratan de redimir a esa fuerza maligna. Se trata de una narrativa de buenos y malos en la que no cabe complejidad alguna y mucho menos una perspectiva crítica, debido a que se legitima a la guerra desde un terreno moral cristiano-occidental. Bajo tal frame ontológico siempre existen los salvadores, justos y buenos,quienes guerrean contra el mal definiendo al enemigo como una fuerza demónica que debe ser destruida. En la entrevista, Forti menciona dos ejemplos específicos: las cruzadas, en las que los cristianos buscaban purificar a los paganos o no creyentes; y el caso del presidente Ronald Reagan, quien luchaba contra las fuerzas del mal que venían de la Unión Soviética (Evans & Lennard, 2018). Ambas guerras, ubicadas en periodos históricos por demás lejanos el uno del otro, sostienen, sin embargo, la misma fórmula: una total demonización del grupo humano a combatir. Forti menciona que Reagan, por ejemplo, hablaba de la Rusia comunista como un empire of evil (imperio del mal), el cual, por ende, debía ser destruido. Esta narrativa se repitió también en Estados Unidos después del September 11th, cuando George W. Bush cambió ese ‘imperio del mal’ por ‘la guerra contra el terror’ (the war on terror), sosteniendo la misma característica moralina en tanto que batalla entre el bien y el mal. Este tipo de discurso no es otra cosa que una manipulación ideológica por parte de Occidente. Cabe recordar el incesante ímpetu de guerra que los Estados Unidos han sostenido contra territorios latinoamericanos, tratando de ‘liberar’ dichos territorios del mal, de ese veneno del diablo que son las ideas socialistas o comunistas. El movimiento sandinista en Nicaragua es un caso que refleja dicho fenómeno con gran claridad. La lista es, como lo menciona Pilger para The Guardian, interminable.  

Hoy en día observamos una continuación histórica de la narrativa basada en la idea de ‘mal’ que Forti detecta en su análisis sobre la guerra. El dictador ruso Vladimir Putin emplea la misma receta para legitimar su guerra por los territorios en Ucrania. Putin también se ha pintado como un salvador de ese mal que es Occidente, declarando su guerra contra el resurgimiento de un neofascismo teniendo base en Ucrania. Un conflicto territorial entre el Este y Oeste occidental. Este fenómeno de guerra actual es más complejo debido a que sus actores han cambiado de lugar en el proceso histórico. Rusia ya no es la Unión Soviética, y la Guerra fría se convirtió en algo nuevo. Los actores de la guerra ya no son solamente Estados Unidos contra la Rusia Soviética; se trata de un nuevo tipo de conflicto armado en donde el discurso de legitimación o fórmula, sin embargo, se ha sostenido. El problema respecto a Putin enfrentando al poder hegemónico estadounidense no es su aspecto crítico contra dicho imperio y sus tendencias antidemocráticas y neofascistas (efectivamente, existe un resurgimiento de fuerzas neonazis en Occidente: la llegada al poder en Italia de Giorgia Meloni y la tendencia también hacia esa dirección política en Francia con Jean Marie le Pen, así como la entrada de Donald Trump en la política estadounidense, o el caso más reciente del nuevo presidente en Argentina, Javier Milei, sin olvidar los movimientos neofascistas en Alemania, Hungría y Polonia). Putin no está necesariamente viendo fantasmas inexistentes. Sin embargo, existen problemas serios en su ejercicio del poder, el cual es igualmente hegemónico en Rusia debido a que su gobierno se ha tornado en una dictadura interna basada en una ideología religiosa ortodoxa, la cual niega por completo movimientos democráticos y voces críticas e incluso apuesta por una sociedad heterosexual y heterosexista de cero tolerancia hacia la homosexualidad. Putin, siendo un dictador hegemónico, manda asesinar a quienes no apoyen su narrativa de guerra o perspectiva política. Rusia sufre un grave control interno, pues emplea vigilancia social y tecnológica, controlando la entrada y salida de información en su territorio. Se observa una caza incesante de periodistas o cualquier tipo de disidencia. Una característica fundamental en procesos bélicos imperialistas es precisamente exterminar a la oposición; método conocido en políticas tanto fascistas (Segunda guerra mundial) como comunistas (archipiélago Gulag). La complejidad de la guerra en sociedades contemporáneas es un problema que requiere de atención, ya que estamos pasando por una reorganización del poder hegemónico, en la que China, Irán e Israel también juegan un papel fundamental en el mapa internacional. 

El caso de la actual guerra de Israel contra Palestina es un fenómeno que rompió con la narrativa establecida después de la Segunda guerra mundial, misma que trajo consigo a la Guerra fría: un conflicto histórico entre solo dos fuerzas: Estados Unidos y la Unión Soviética. Dicho paradigma ya no es actual. Esta nueva guerra, la de Israel contra Palestina, en conjunto con la de Vladimir Putin, surgieron en un contexto más complejo en que las estrategias ideológicas para legitimarlas  se han mantenido. Sin embargo, ambas guerras muestran cambios fundamentales en los actores políticos. Netanyahu, en tanto que gobernante de Israel, está localizado en un territorio importante para el poder hegemónico occidental. Israel y Palestina son básicamente territorios en el Oriente Medio: un punto geopolítico de gran valor militar para los Estados Unidos y la Unión Europea. En el caso concreto de Israel, observamos un fenómeno por demás grave, debido a que se mezcla con la narrativa histórica judía y el holocausto o intento de exterminación del pueblo judío, liderado por la Alemania nazi en la Segunda guerra mundial. El pueblo judío ha sufrido, sin duda alguna, persecución, exclusión y muerte. Esto es innegable. Sin embargo, existe otro hecho histórico, el cual está saliendo a la luz con esta nueva guerra: la opresión del pueblo palestino en sus territorios; hecho que ha causado una división política entre fuerzas a nivel mundial, pero, sobre todo, en Alemania. Como es sabido, en la Segunda guerra mundial los alemanes asesinaron a seis millones de judíos de una manera verdaderamente brutal, sometiéndolos a trabajo forzado en condiciones extremas, encarcelamiento, robo de posesiones, tortura y a la cámara de gas. Dicha guerra contra el pueblo judío, así como también contra homosexuales, gitanos, comunistas, anarquistas o toda fuerza disidente, fue legitimada empleando la misma fórmula occidental descrita por la filósofa Forti. Los nazis alemanes también hablaban del ‘mal’, que en este caso eran los judíos, a quienes consideraban de gran peligro por sus habilidades tanto intelectuales como financieras. Los judíos eran considerados como una peste, la cual debía ser eliminada para poder establecer el poder hegemónico nazi. En Europa existía en ese Geist histórico una paranoia extrema contra el pueblo judío, lo cual terminó con una matanza en serie. Aquí podemos observar otro elemento importante de la guerra: el fenómeno de la otredad; esto es, demonizar ontológicamente a un pueblo o grupo para legitimar su destrucción; estrategia observable también en la colonización de pueblos nativos, durante la cual a indígenas y esclavos negros se les consideró sin alma y, por ende, sin el valor ontológico necesario para ser reconocidos como seres humanos con derechos. La generación de una otredad es una clave importante en la guerra, la conquista y la colonización, así como en la legitimación de tales prácticas. 

El cambio histórico que trae consigo la guerra contra Palestina es un cambio de paradigma no sólo del poder dominante, sino también de la posición histórica del pueblo judío. Netanyahu es un gobernante de derecha extrema el cual tiene como agenda política la expansión de territorio. Su línea es imperialista y por demás violenta; hecho que le cuesta mucho comprender a la comunidad judía más conservadora, ya que dicho fenómeno pone en cuestión la narrativa de fragilidad de su pueblo. Cabe decir que en Israel ya existían movimientos críticos disidentes contra las políticas de extrema derecha de Netanyahu. Las protestas eran frecuentes y muchos judíos incluso abandonaron el país. Dicho gobernante opera como cualquier otro dictador que busca someter a su pueblo con políticas conservadoras e imperialistas. Judíos israelís confrontaron con protestas públicas su revisión judicial para mantener completamente su poder sobre su pueblo. Netanyahu también reproduce la narrativa de guerra occidental, fomentando una narrativa en la que el pueblo palestino es ‘el mal’ al que hay que redimir. La guerra no sólo es contra Palestina, sino contra las voces disidentes internas. Considero que algo muy grave de esta guerra es el daño que Netanyahu está causando a su propio pueblo: la intensificación de un sentimiento internacional antisemita. Además, otra consecuencia de este conflicto –que, en mi opinión, es peor aún– se da al sumarse naciones bélicas como Estados Unidos o Alemania, quienes proveen armamento militar para la expansión y control sobre territorios palestinos; actos que pueden terminar en un conflicto aún más grave, como sería una reacción bélica por parte de Irán. 

La guerra va de la mano con: el sistema económico, el gran negocio del armamento bélico, gobiernos extremistas, movimientos neofascistas, la islamofobia, la reorganización del poder a nivel global, la pelea por territorios estratégicos, la pelea por recursos naturales o mano de obra, el silenciamiento de movimientos democráticos y disidentes, así como también con las alianzas necesarias para seguir en el poder o llegar a él. Hablar de la guerra es hablar de la muerte, el sufrimiento, el asesinato, la división, la deshumanización, la colonización y el uso exacerbado de la violencia. Guerras han habido muchas. Lo fundamental es profundizar y determinar qué es lo que nos lleva a la guerra en las sociedades contemporáneas occidentales, por qué seguimos haciendo guerra y cómo opera ésta para sostener el poder. 

Referencias y bibliografía 

Becker, Jens. “The Rise of Right-Wing Populism in Hungary.” SEER: Journal for Labour and Social Affairs in Eastern Europe, vol. 13, no. 1, 2010, pp. 29–40. JSTOR, http://www.jstor.org/stable/43293344  

Evans, Brad, and Natasha Lennard. Violence : Humans in Dark Times. City Lights Books, 2018.

Forti, Simona, and Zakiya Hanafi. New Demons : Rethinking Power and Evil Today. Stanford University Press, 2020

Hardt, Michael, et al. Empire. Harvard University Press, 2020.

KOEHLER, DANIEL. “Right-Wing Extremism and Terrorism in Europe: Current Developments and Issues for the Future.” PRISM, vol. 6, no. 2, 2016, pp. 84–105. JSTORhttp://www.jstor.org/stable/26470450 

The Guardian:

SRW:

Salir de la versión móvil