La segunda pregunta: ¿Qué nos espera después de la pandemia?

¿Qué nos espera después de la pandemia? Pregunta

En medio de una pandemia que, insólitamente, se presenta más como enemiga de la sociedad que como amenaza real para la supervivencia de la especie humana, nos vemos obligados a recurrir al confinamiento como forma de prevención y así evitar la propagación de un virus que puede ser asintomático para su portador, pero que también puede ser mortal para un sector de la población en «factor de riesgo».

Durante esta cuarentena, impuesta en algunas partes, exhortada en otras, parece estar más en boga la pregunta “¿hasta cuándo?” que la interrogante “¿qué nos espera después?”. Ese es un triunfo implícito de la cultura de la inmediatez; buscamos una solución rápida antes que una respuesta desglosada. Sortear la crisis, no trascenderla. Pero a pesar del aislamiento, podemos analizar esto como un fenómeno colectivo. Si bien es cierto que estamos encerrados (gran parte de la población, no todos) como medida cautelar, no podemos dar un sentido absoluto a la palabra “aislamiento”, porque lo que ha mermado es la interacción social presencial, es decir, el contacto físico, la salida al exterior, las aglomeraciones de personas. Pero en términos reales, no estamos para nada incomunicados. Estamos “conectados”, activos socialmente a través del mundo virtual. He aquí la primera consecuencia que se desprende de la epidemia del COVID-19: el mundo virtual gana terreno. Y casi de forma orgánica también surge la deducción de que el amplio espectro de interacciones e interrelaciones sociales “físicas” o presenciales, cotiza a la baja. Hasta miedo provoca la noción de tocar personas en estos días. Pero sería un análisis de zancada corta si nos conformáramos con sacar estas conclusiones, que son consecuencias casi ineludibles y por lo tanto, fáciles de notar. La gran pregunta que emerge ahora es: ¿qué consecuencias vienen luego de las ya conocidas?

Este respecto nos obliga a reflexionar de forma intensa y eficaz. Y para eso debemos detenernos a entender la coyuntura, desafío harto difícil dado que formamos parte de esta situación (ya pulula en diversos medios la sentencia que marcará nuestra generación, el rótulo que llevará para la posteridad: “la generación del coronavirus”, aseguran que así seremos recordados). La objetividad es elusiva para el ser humano, pero la objetividad en el transcurso de una crisis mundial es aún más compleja. De todas formas, es impostergable el esfuerzo del pensamiento, porque el tiempo corre, la pandemia pasa y las secuelas quedan, y nos estamos preocupando muy tibiamente por las mismas.

Decía que un análisis más amplio, desde un panorama general, es posible. Es más, resultaría útil. Si en la agenda irrumpe primero la consulta “¿hasta cuándo?“, como expuse al inicio, existe una razón: esa inquietud está validada. Medios saturados de información, testimonios, imágenes, elucubraciones apocalípticas y cobertura constante del fenómeno viral con variados sesgos ideológicos. Personas sobreexpuestas a dichos medios, ya que están en confinamiento y su “socialización” es digital, y los medios de comunicación utilizan las redes sociales como plataforma de contenido. Noticias que asustan, personas que reciben toneladas de noticias, da como resultado cierto temor en el imaginario colectivo. Dicho esto, se entiende que muchos tengan como principal preocupación saber cuándo volverá todo a la normalidad. La validez de su inquietud se asienta en el bombardeo informativo y desinformativo al que se someten a diario.

Pero ya hemos convenido que esa pregunta es insuficiente, no brinda respuestas a largo plazo ni acierta del todo en lo realmente alarmante como especie y como sociedad: qué nos aguarda luego. Aquí viene lo interesante. Otro enfoque, una comprensión más reflexiva de lo que está sucediendo también se ha colado en los medios. Casi a trompicones, pero un debate más elevado acerca de la emergencia sanitaria ha asomado recientemente. De la pluma de Žižek o por las declaraciones de Yuval Harari se desataron heterogéneas propuestas e interpretaciones, pero todas fundadas en la premisa de prepararse para el “después”. Así, casi a tientas, viró el debate colectivo en un pequeño pero significativo sector de la sociedad hacia la segunda pregunta: ¿qué viene luego? Y ésta adquirió una validación que anteriormente no le otorgaban ciertos medios masivos, con su relato minuto a minuto de los hechos, centrado enfáticamente en las tragedias que estamos viviendo. El ser humano es sociable tanto como es narrativo: tiende a comprender la realidad por medio de la narrativa que construye a partir de ésta.

 El hombre tiende a contar su vida más que a vivirla. Lo ve todo a través de lo que cuenta, y pretende vivir su vida como si fuese una historia. Pero hemos de elegir entre vivir nuestra vida o contarla.

Jean Paul Sartre.

La convención es fundamental para el debate colectivo, si direccionamos o dejamos que direccionen nuestra atención al presente y perdemos de vista el futuro, directamente perdemos el futuro. O lo entregamos. Por eso, casi de forma aleccionadora, se celebran las voces disonantes de aquellos que trascienden una realidad apabullante como la que estamos viviendo y aguzan la vista con óptica a largo plazo.

Aislamiento nacionalista o solidaridad global

Una de esas voces que reverberaron entre tanta hegemonía discursiva mediática con tinte fatalista, fue la del académico Yuval Harari. «Viviremos en un mundo diferente.» Sentenció el historiador israelí para Financial Times. «Si no somos cuidadosos, la epidemia puede marcar un hito en la historia de la vigilancia, no tanto porque podría normalizar el despliegue de herramientas de vigilancia masiva en países que hasta ahora las han rechazado, sino más bien porque representa una dramática transición de vigilancia ‘sobre la piel’ a vigilancia ‘bajo la piel’». Y agrega: «El enojo, la alegría, el aburrimiento y el amor son fenómenos biológicos, como la fiebre y la tos. La misma tecnología que identifica un estornudo puede identificar una sonrisa. Si los gobiernos y las corporaciones empiezan a acumular nuestros datos biométricos en masa, llegarán a conocernos mejor que nosotros mismos y podrán no sólo predecir nuestros sentimientos, sino también manipularlos y venderlos, lo que quieran: sea un producto o un político», remarcando que existe la posibilidad que ciertas medidas drásticas que han tomado los gobiernos amparados por la emergencia, puedan perpetuarse y aún peor, normalizarse. Ahora bien, luego del diagnóstico, viene el tratamiento. Lo curioso es que las propuestas de Harari no son “propuestas”, sino, propuesta. Plantea una dicotomía: «vigilancia totalitaria o empoderamiento de los ciudadanos» y «aislamiento nacionalista o solidaridad global». Sinceramente, parece más una expresión de deseo que un escenario plausible el «empoderamiento de los ciudadanos». Pero el razonamiento de Harari parte de la premisa «viviremos en un mundo diferente», la cual, en forma primitiva, responde la mentada segunda pregunta: ¿qué viene luego?

Instaurado el debate pertinente, cosa no menor, méritos a Harari y a todos quienes lo trajeron entre tanta catarata de noticias inmediatas, no parece que podamos conformarnos con la clave dicotómica. En otras palabras, comparto el diagnóstico de Harari, pero no me contento pasivamente con su propuesta. Žižek, por su parte, se fundamenta en el mismo pilar (el mundo sufrirá un cambio), pero agrega matices y complejidades a la cuestión. No obstante, hay tela para cortar en su pensamiento, o en su idea, quizás sea más preciso decir.

El golpe al capitalismo

Si me atreví a declarar que Harari realizaba un escaneo acertado de la realidad actual pero dejaba cabos sueltos en un punto de vista propositivo, he de señalar que Zizek se despoja de toda idealización o ingenuidad al proponer, pero precipita un diagnóstico que, intentando discernir detenidamente, es debatible. Califica al Coronavirus como un «golpe a lo Kill Bill» para el capitalismo. Todo su análisis se basa en la tan solicitada pregunta: ¿qué viene luego? Y hay que recalcar que sus propuestas de reformulación del comunismo, distanciamiento de la utopía clásica y su aporte de nociones más contemporáneas resultan muy interesantes. Pero a diferencia de Harari, es el diagnóstico lo que me genera reparos. Yo, sinceramente, no veo un capitalismo golpeado. Veo un liberalismo sacudido, y no es lo mismo. El liberalismo es un aliado para el sistema capitalista, claro está, y el liberalismo está magullado. La actividad privada sufre un parón repentino, la industria exhibe una merma productiva en diversos rubros y ni hablemos del turismo y las agencias de viajes. Ahora, ¿este sacudón económico es un golpe estructural al capitalismo? Me aventuro a decir que no. Y explicaré porqué: se fortalece culturalmente. Lo que pierde por un lado, lo refuerza por otro. Así como la actividad económica está vapuleada (tengamos en cuenta que no es la primera crisis económica de dicho sistema), la cultura capitalista está fortaleciéndose. Aún peor, se vuelve más despiadada. Expertos aseguran que este confinamiento, esta inusitada distorsión de la interacción social, producirá un incremento en las conductas fóbicas. Es decir, si antes costaba hacer a un interlocutor quitar los ojos de la pantalla de su móvil para que centre su atención en un encuentro presencial, en lo «físico», ¿qué puede pasar luego de que nos digan que es peligroso el contacto humano? No hay que ser un iluminado para acertar que el mundo virtual gana terreno en desmedro del mundo «real». De hecho, un término que venía en alza, ahora es lisa y llanamente aceptado con normalidad absoluta: teletrabajo. Es verdad, el mercado tangible y palpable ha recibido una paliza global, pero se avizora un nuevo mercado, el virtual. Y su implementación puede ser brutal. Hay personas que no son comprendidas por el mercado, el ya existente, el que todos conocemos, ¿qué pasará ahora que se impone el mercado virtual, que no es más que una versión más optimizada y presumiblemente reducida del anterior? Habrá quienes queden afuera, así como hoy millones quedan marginados del mercado vigente. El capitalismo se reinventa, así como propone Zizek que haga el comunismo.

Y ni siquiera he mencionado el surgimiento de las arengas tribales, los nacionalismos exaltados y el crecimiento del apoyo ciudadano a la represión, entre tanta histeria y saturación de estímulos alarmistas. Esta es una crisis real, una que traerá aparejadas consecuencias reales. Debemos prepararnos para lo que viene. ¿Qué vendrá luego de la ola? Bueno, alcanza con ver las historias que nos cuentan las experiencias anteriores. Es cierto que esta vez es diferente, en determinado modo, pero los estragos de una economía estancada y el cambio de paradigma en un mercado son comparables a semejantes anteriores. La incertidumbre impera, pero me atrevo a decir que el capitalismo le ganó de mano al comunismo en eso de reinventarse, que el mundo y el mercado virtual se impondrán a mediano o largo plazo y que, como cabe esperar, esto afectará a sectores vulnerables. Me gustaría albergar las esperanzas de Žižek o Harari, pero como ciudadano de un país en vías de desarrollo, veo demasiado evidente el triunfo de la desigualdad. ¿Qué viene luego? Desigualdad. He visto, acaso, tibiamente, tímidamente, un último estertor apelativo, una leve luz de inspiración: reivindicación social por una renta básica universal. No tengo noticias de que por estos días haya sido presentada seriamente como proyecto de ley en ninguna parte del mundo, mas he notado un ascenso en la prioridad de esta reivindicación. Casi invisibilizada por consignas más avasallantes y contemporáneas, pero hoy, más que nunca, a la lumbre de un amenazante horizonte de inequidad despiadada por parte de un mercado actualizado y que desamparará a incontables personas en pos de la eficiencia, intuyo y espero que aumente la discusión al respecto. Pero, obviamente, el debate deberá ser validado, porque como dije, el ser humano es tan sociable como narrativo. Y necesitaremos que en la narrativa social se arraigue esta discusión que nos debemos como especie.

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