Breve análisis sobre El príncipe, de Nicolás Maquiavelo

El príncipe de Maquiavelo

Resumen: La filosofía política de Nicolás Maquiavelo resultaba controversial y revolucionaria para su época, y aún para los tiempos posteriores, por lo que los sistemas tradicionales le rechazaron. Su obra fue censurada, sus ideas tergiversadas y su filosofía fue negativamente reducida a la frase: “El fin justifica los medios”.

Contexto histórico y político de Nicolás Maquiavelo

En la antigüedad clásica, política y ética eran dos disciplinas prácticamente inseparables, y el auge del catolicismo sumó a la tendencia ética de la política, una moral religiosa. La Iglesia se convirtió en un Estado y su consolidación como institución le permitió adquirir gran poder e injerencia social. A fines del siglo V, la Iglesia y el Papa ganaron enormes facultades al unirse el poder eclesiástico con el civil (hecho conocido como las dos espadas)[1]. Ambos monstruos se cuidaban y apoyaban mutuamente, pero el Estado religioso superó los límites del gobierno civil, al tener bajo su cargo «el alma de todos los cristianos», es decir, su parte «más importante y trascendental», por la cual harían cualquier cosa.

La Iglesia debió su incremento de fuerzas, principalmente, a la conquista espiritual. Durante muchos años, los hombres se conformaron con la obtención de un bien terrenal, pero las creencias religiosas sobre una vida futura les infundieron preocupación por su salvación. El poder eclesiástico se basa en este acto de fe para dominar al pueblo. Por tales motivos, la Iglesia y el Papa se convirtieron en figuras poderosísimas y, paulatinamente, como era de esperarse, comenzaron a cometer abusos, por lo cual desde fines de la Edad media han sido escritas críticas al respecto.

Los primeros en calificar al papado como una tiranía y plantear la separación de los poderes eclesiástico y civil, fueron: Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham. El primero propuso la independencia de ambas potestades, situando al Estado por encima de la Iglesia sin cancelar por ello el poder de la ley divina sobre el hombre. El segundo, del mismo modo, deseaba la separación de Iglesia y Estado, pues consideraba que el poder absoluto del Papa, en lo religioso y político, es contrario a la enseñanza evangélica. Para Ockham, fe y razón son facultades diferentes e independientes, por lo que también deberían serlo Iglesia y Estado. Por lo tanto, el Papa tendría que poseer una autoridad limitada a la fe y ser servidor de los fieles cristianos, únicamente.

Durante la época de Maquiavelo (1469-1527), Italia padeció constantes luchas y sucesivas dominaciones extranjeras. El territorio se dividió y devino en múltiples ciudades-estado gobernadas por diferentes familias (principalmente los Sforza, Gonzaga y Médici). Además, el papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) logró convertir los Estados de la Iglesia en una verdadera potencia política, lo cual debilitó más a la dividida Italia.

Nicolás Maquiavelo, hombre interesado en política y filosofía, describió en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, su régimen ideal: la República; sin embargo, la situación de su país lo obligó a flexibilizar sus ideales y crear una propuesta política útil y viable, con miras a resolver inmediatamente la desunificación italiana y devolver el poder a su nación. Maquiavelo expone dicha propuesta en su obra más conocida, El príncipe.

El príncipe, de Nicolás Maquiavelo

La obra, El príncipe, está inspirada en César Borgia, hijo del Papa Alejandro VI, a quien Maquiavelo veía con admiración por haber sido un hombre conocedor de hábiles estrategias militares, gracias a las cuales logró convertir a la Iglesia en un Estado más fuerte y poderoso. Sin embargo, en tal texto Maquiavelo propone un poder totalmente terrenal, separado de la moral religiosa. El objetivo de su libro es propiciar la unificación del Estado italiano a cualquier precio. Los medios para lograrlo no son necesariamente malos ni buenos, lo que importa es que sean efectivos. De allí la reducción de su pensamiento a la conocida frase, “el fin justifica los medios”; pero, ¿qué quiso decir Maquiavelo?

La frase: “El fin justifica los medios” es una sentencia dura y tergiversada. Es la síntesis de una mala comprensión de su controversial filosofía política, realizada (como era de esperarse) desde el cristianismo y la moral tradicional.

Para que la propuesta de Maquiavelo fuera efectiva, precisaba de una política separada de la ética, es decir, amoral, que no juzgara las cosas como buenas o malas esencialmente. Hasta entonces, la tradición había promovido la creación de leyes que presuponían la maldad natural de todos los hombres, por lo cual debía aplicarse y enseñarse la ley con el fin de promover las actitudes correctas (buenas) y así mantener el orden social.

El pensamiento del florentino admite una filosofía que no será aceptada sino hasta los tiempos modernos: la filosofía de la pluralidad. Maquiavelo niega la existencia de un orden preestablecido por la divinidad que pueda servir de fundamento al valor o la ley humana. Al cancelar el valor trascendental, da al hombre la posibilidad de gobernarse a sí mismo, de acuerdo con sus propias leyes y valores. Así como el mundo no puede detener su devenir, el hombre no puede dejar de moverse y por ello sus formas de gobierno no pueden mantenerse fijas. “[…] las cosas de los seres humanos están siempre en movimiento, sin que puedan permanecer estables”[2]. De este modo, queda planteada la tesis de que el bien común no es algo que exista a priori, sino que es algo que debe ser creado políticamente por los hombres en el ejercicio del poder.

Cesar Borgia era considerado cruel; no obstante, su crueldad había reparado los daños a la romana, extinguido sus diversiones, restableciendo en ella la paz […].

Nicolás Maquiavelo, El príncipe.

Maquiavelo coincide con los politólogos anteriores en la necesidad de la construcción de un orden civil que otorgue las condiciones para el desarrollo de los hombres en comunidad. No obstante, su planteamiento es novedoso al decir que ese orden debe ser creado y no descubierto a partir de leyes trasmundanas. “Al mismo tiempo Maquiavelo asume, de manera implícita, que ese bien común tiene solo un carácter formal, en el sentido que no define un modelo universal de vida buena”[3]. La ley deberá estar conformada por principios que permitan la pluralidad de los individuos, pero que garanticen la unidad y el bienestar común, pues solo mediante la unidad y el poder de un Estado sólido que permita el orden, los hombres pueden llegar a perseguir y alcanzar sus propios ideales.

Estas premisas amorales cancelan el orden divino preestablecido, por lo que el cristianismo se vuelve –después de su muerte– en contra del filósofo italiano, combatiendo su pensamiento y afirmando que era un hereje promotor de ideas diabólicas. Maquiavelo es juzgado entonces como un malvado. Y si bien abrió posibilidades dentro de la acción política, incluyendo aquellas que apelan al terror y la dominación, no por ello las consideró ideales, aunque sí necesarias en ciertas situaciones. Su pensamiento revolucionario le agenció el odio de múltiples sectores sociales, tal como afirma, G. B. Busini: “los ricos porque enseña al príncipe a despojarlos de sus riquezas, los pobres porque enseña a privarlos de su libertad; a los beatos por hereje, a los buenos por falta de honestidad, a los malvados porque es más valiente y malvado que ellos”.[4]

Considerando su situación apremiante y teniendo como fin la unificación del Estado Italiano, Maquiavelo desarrolló una estrategia a partir de la cual mostró que en ocasiones se precisa no ser bueno, sino actuar de forma políticamente correcta, o sea, guardando las apariencias, para poder lograr determinados fines mayores, en este caso el bien común, a pesar de que para ello haya que pasar por encima de unos cuantos hombres. “[…] según la óptica de Maquiavelo, los seres humanos son inocentemente peligrosos para sus congéneres”[5]. Es decir, los hombres no somos ni buenos ni malos por naturaleza, pero sí somos egoístas y ambiciosos, características que nos obligan a desarrollar una política que nos permita mantener el bien común, ya que de otra manera el deseo de poder y la realización de los objetivos particulares, pueden conducir a los hombres a un estado de violencia general, en la que ya ninguno conserve ni ejerza tipo alguno de poder –situación que empezaba a ser parte de la realidad dividida de Italia–. Así, como menciona Hannah Arendt, el Estado se ve obligado a hacer uso de la fuerza y otros métodos poco justos: “No es el Estado una institución que razona, son los hombres. Es la necesidad, y no la razón, la que obliga a los Estados a numerosas cosas a las cuales la razón no los empuja”[6].

Sin embargo, el príncipe siempre debe cuidar de su pueblo y ver por el bien común, que es lo que hace grande a un Estado, porque de este modo serán más aquellos que se verán beneficiados con los actos del soberano, figura que puede llevar a cabo sus planes sin detenerse en aquellos pocos que se oponen por resultar perjudicados.

De aquí que sea muy difícil hallar un buen hombre dispuesto a utilizar malos métodos para hacerse príncipe, aunque con un objetivo bueno a la vista, o bien un mal hombre que, habiendo llegado a príncipe, esté dispuesto a obrar de modo correcto, y a quien se le ocurra emplear bien esa autoridad que ha adquirido por malos medios.

Enrique Serrano, “Maquiavelo más allá del maquiavelismo” en Metapolítica. No. 23.

El pensador italiano considera que, a pesar de que somos seres sociales por naturaleza, no puede seguirse de ahí que también seamos seres civiles, pacíficos y ordenados. Así, debe haber un Estado o en su defecto un Príncipe que sea capaz de instaurar el orden –y después un Estado– para que los hombres no vivamos en constante lucha, sino en un medio social que permita desarrollarnos a todos individual y colectivamente. Por ello, Maquiavelo visualiza al hombre capaz de unificar Italia como un Príncipe que no debe temer al uso de su poder y de su fuerza, valiente, capaz de engañar, ser cruel y también de ser criticado; capaz de soportar la Fortuna y también de conducirla hacia el bien en aquellas ocasiones que sea posible: en una palabra, ser virtuoso.

Entonces, podemos decir que, en efecto: “El fin justifica los medios”, entendiendo “fin” como la constitución de un orden civil que permita el desarrollo de todos sus miembros, es decir, el bien común.

Lamentablemente, la teoría política del pensador florentino ha sido tomada por diferentes conquistadores y gobernantes despóticos, para justificar sus ambiciones personales, que nada han tenido que ver con el bien común, sino que atienden a ideales mezquinos y dictatoriales. Mas, a mi parecer la enseñanza de Maquiavelo es que los humanos no debemos entregarnos jamás a una estructura política definitiva, pues las situaciones políticas y sociales son cambiantes, lo mismo que los valores morales y cívicos; por ello, los verdaderos políticos deberían ser capaces de proponer soluciones basadas en un análisis profundo de su época, circunstancias y necesidades de su Estado, siempre con miras al bien de la mayoría, y no solo retomar viejos esquemas que poco tienen que ver con el presente.

Frases de El príncipe, de Maquiavelo

Así pasa en las cosas del Estado: los males que nacen en él, cuando se los descubre a tiempo, lo que sólo es dado al hombre sagaz, se los cura pronto; pero ya no tienen remedio cuando, por no haberlos advertido, se los deja crecer hasta el punto de que todo el mundo los ve.

Nicolás Maquiavelo.

Todo hombre prudente debe entrar en el camino seguido por los grandes e imitar a los que han sido excelsos, para que, si no los iguala en virtud, por lo menos que se les acerque.

Nicolás Maquiavelo.

Llamaría bien empleadas a las crueldades (si a lo malo se lo puede llamar bueno) cuando se aplican de una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse y cuando no se insiste en ellas sino, por el contrario, se trata de que las primeras se vuelvan todo lo beneficiosas posibles para los súbditos. Mal empleadas son las que, aunque poco graves al principio, con el tiempo antes crecen que se extinguen.

Nicolás Maquiavelo.

Esta es la conducta que debe observar un príncipe prudente: no permanecer inactivo nunca en los tiempos de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirlo.

Nicolás Maquiavelo.

Hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse; pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son.

Nicolás Maquiavelo.

Un príncipe no debe preocuparse porque lo acusen de cruel, siempre y cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los súbditos; porque con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia, dejan multiplicar los desórdenes.

Nicolás Maquiavelo.

El príncipe se mostrará amante de la virtud y honrará a los que se distingan en las artes. Asimismo, dará seguridades a los ciudadanos para que puedan dedicarse tranquilamente a sus profesiones…

Nicolás Maquiavelo.

Hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí; el segundo entiende lo que otros disciernen y el tercero no discierne ni entiende lo que otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil.

Nicolás Maquiavelo.

Creo que es feliz el que concilia su manera de obrar con la índole de las circunstancias, y que del mismo modo es desdichado el que no logra armonizar una cosa con otra.

Nicolás Maquiavelo.

Libros recomendados

Notas y bibliografía

[1] Cf. H. Savine, Jeorge. Historia de la Teoría Política. México, FCE, 1945. p. 151.                                                

[2] Apud. Serrano, Enrique. “Maquiavelo más allá del maquiavelismo” en Maquiavelo nuestro contemporáneo, Metapolítica. No. 23, p.64 (mayo-junio 2002).

[3] Ibíd. p.72

[4] Apud. Lefort, Claude. “Maquiavelismo, significado político de una representación” en Maquiavelo nuestro contemporáneo, Metapolítica. No. 23, p.53 (mayo-junio 2002).

[5] Serrano, Enrique. “Maquiavelo más allá del maquiavelismo” en Maquiavelo nuestro contemporáneo, Metapolítica. No. 23, p.72 (mayo-junio 2002).

[6] Arendt, Hannah. “Una bitácora para leer a Maquiavelo” en Maquiavelo nuestro contemporáneo, Metapolítica. No. 23, p. 39 (mayo-junio 2002).

[7] Maquiavelo, Nicolás. El príncipe. p. 17

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