La ciudad ideal, según Aristóteles

La ciudad ideal según Aristóteles

“El fin de la ciudad es, pues, el vivir bien.”

Aristóteles.

Cada día las ciudades se enfrentan a nuevos retos y problemas como la falta de presupuesto para satisfacer las crecientes necesidades de servicios para una población cada vez más numerosa; la falta de espacio y áreas verdes, la contaminación y mala calidad del aire, la falta de empleo y delincuencia, entre muchas más. Del mismo modo estos retos se presentan a nivel nacional y ¿cuáles son las soluciones? Políticas públicas desarrolladas con base en criterios que no profundizan de manera integral en el problema, sino que lo atienden de manera superficial e inmediata, por lo que tenemos políticas mal pensadas y poco sustentables[1].

¿Cuál es el verdadero problema de las comunidades? Todo indica que su mala fundamentación y estructura las están llevando al colapso, pues las ciudades crecieron de manera desmedida sin atender a su capacidad territorial y de recursos. Por ello es necesario analizar qué necesitamos y repensar la actual forma de gobierno, las leyes que nos rigen y la conveniencia de nuestras estructuras políticas.

Paradójicamente, algunas veces, lo más conveniente para meditar en torno al presente es regresar a lo que genios del pasado ya han planteado. Aristóteles fue un gran pensador que reflexionó en torno a las cuestiones más importantes de la política, por ello sus ideas servirán de pretexto para pensar en la política presente.

El fin de las comunidades siempre ha sido el bien común y la felicidad –señala Aristóteles en su Política–, y para asegurar el bien de la comunidad, las ciudades deben ser autosuficientes (autárquicas), pues sólo de ese modo pueden garantizar a sus ciudadanos la capacidad de proveerles de lo necesario para alcanzar una vida feliz. No obstante, muchas de las ciudades modernas se olvidaron del propósito de su creación, con lo que, sumado a la falta de virtud de sus gobernantes que toman decisiones con base en propósitos poco elevados y sin considerar el bien común, las ciudades están comenzando a convertirse en comunidades caóticas y generadoras de pobreza, enfermedades y estrés, antes que de bienes.

“Todos los regímenes que tienen como objetivo el bien común son rectos… en cambio, cuantos atienden sólo al interés personal de los gobernantes, son defectuosos y todos ellos desviaciones de los regímenes rectos…”[2]

Bajo esta premisa resulta evidente que nuestras ciudades son regidas de manera defectuosa. Los sistemas de gobierno que en algún momento consideramos justos y buenos no funcionan, pues se han degenerado. Por ello es menester estudiar las condiciones actuales y considerar si el único problema es la desviación del gobierno, o si éste es más profundo e implica un cambio de régimen ya que el que se tiene no es el adecuado para las características de nuestra población y territorio.

“[…] no puede darse el mejor régimen sin un conjunto de medios apropiados.”[3]

Los Estados tienen un territorio y recursos limitados, lo mismo que la propia Tierra, por ello, si realmente pretendemos alcanzar el bien, es preciso –y de manera urgente– establecer un control de natalidad, ya que de otro modo los habitantes sobrepasarán –como de hecho está ocurriendo– la capacidad de organización, abastecimiento y justicia que puede proveer la ciudad.[4]

Al elegir el mejor régimen es necesario considerar al número de ciudadanos para la correcta función de la ciudad y qué naturaleza deben tener, es decir qué virtudes deben poseer o ser inculcadas en ellos a través de la educación, con el fin de que el sistema funcione; además se debe atender el tamaño del territorio, sus cualidades y los recursos con los que cuenta.

“[…] la mayoría de la gente cree que la ciudad feliz conviene que sea grande; si bien eso es verdad, desconocen qué tipo de ciudad es grande y cuál pequeña; pues juzgan la magnitud de una ciudad por el número de sus habitantes. Pero se debe mirar más bien, no la población, sino el poder.”[5]

A partir del análisis integral de los recursos, cantidad y calidad de hombres con los que contamos es posible determinar una forma de gobierno funcional, sin desatender los pilares que deben sostener a toda comunidad: el bienestar común, el control de la población, el buen uso de todos los recursos y la exaltación de la virtud de gobernantes y ciudadanos. Una vez atendido lo anterior, el tipo de gobierno elegido debe traer mejoras inmediatas con su aplicación.

Entre los regímenes que Aristóteles propone se encuentran: la Aristocracia, la Monarquía, la Oligarquía[6] y la Democracia, cada una con sus ventajas y desventajas de acuerdo a las características de cada comunidad. Es necesario que cada régimen tenga un diferente tipo de ciudadano para que el gobierno funcione, por ello hay que atender a las características de los pueblos, sus valores y educación, y saber si será posible modificarlos y en qué grado, a través de las leyes y la educación.

Hoy en día la mayoría de los Estados han optado por la implementación de una democracia, que si bien, en principio es un régimen legítimo, requiere que sus ciudadanos posean excelente educación, la virtud de la justicia y la prudencia y un firme interés y constante acción en materia política; además de que, idealmente no deben ser muy numerosos. Todas éstas cualidades se adolecen en la mayoría de los ciudadanos pertenecientes a las democracias modernas, en las cuales de la mano del capitalismo los valores que se han exaltado son materiales antes que éticos y educativos.

[…] los bienes exteriores tienen un límite, como cualquier instrumento (todo lo que es útil sirve para una cosa determinada); y su exceso, necesariamente, o perjudica, o no sirve de nada a los que los poseen; en cambio, cada uno de los bienes relativos al alma, cuanto más abundan, más útiles son […].[7]

La democracia que en principio defiende la igualdad y las libertades del ciudadano, y el capitalismo que surge como un sistema que permite el enriquecimiento de cualquier inversionista o empresario (sin importar su abolengo), han generado dos grandes problemas: la sobrepoblación y la sobreexplotación de los recursos. Estos problemas son consecuencia de la mentalidad que el conjunto de estos sistemas ha generado en la población, que a lo largo de los años ha venido creciendo de manera desmedida en casi todos los lugares de la Tierra. Por un lado, el capitalismo promueve el crecimiento poblacional con el fin de generar más mercado, mientras que la democracia defiende el derecho de reproducirse; el capitalismo ha generado la falsa idea de que con esfuerzo, trabajo duro y creatividad es posible conseguir grandes riquezas. No obstante, la vida capitalista exige cada vez más recursos para proporcionar las mismas cosas a cada hombre, por lo que cada día es más difícil alcanzar las riquezas y la pobreza va en aumento.

Los recursos no son ilimitados, por ello la población tampoco debería crecer de manera desmedida.

Las democracias que han permitido una economía liberalista enfrentan hoy día el gran problema de haber sido sobrepasadas por el sistema económico, que no es en sí mismo un régimen diseñado para gobernar una ciudad; su fin no es el bien común, sino la generación de dinero. El poder de estas democracias, que debería recaer en el pueblo, ya no pertenece ni siquiera exclusivamente a los mandatarios o legisladores, sino que éste es compartido con los hombres más poderosos de nuestros tiempos, los multimillonarios.

Se plantea un problema: ¿quién debe ejercer la soberanía en la ciudad? ¿Acaso la masa, o los ricos, o los ilustres, o el mejor de todos, o un tirano?[8]

Mientras el dinero siga gobernando, cualquier sistema de gobierno será lo mismo; una degeneración que no tendrá como miras el bienestar común. Mientras la población siga creciendo, ni aún con un régimen legítimo sería posible establecer leyes completamente justas.

Sin embargo, es preciso hacer la siguiente reflexión, ¿cómo hacer una repartición justa de los bienes de la ciudad, entre sus ciudadanos, con miras al bienestar común? Si el sistema capitalista tiene grandes defectos al ser inequitativo y generar pobreza, ¿acaso será el comunismo la solución?, o ¿es preciso generar un nuevo sistema de repartición y generación de bienes?

Es justo no hablar sólo de cuántos males se suprimirán con la práctica comunista, sino también de cuántos bienes se verán privados.[9]

El problema del comunismo[10] –señala Aristóteles[11]– y la igualación de las propiedades y posesiones es que, si el Estado es pobre convertirá a todos sus habitantes en pobres e, incluso si proveyera a todos de una riqueza al menos moderada, no podría igualar las ambiciones de los hombres; de ese modo, su régimen siempre peligraría, porque genera bajo cualquier forma (pobreza o riqueza) un estado de inconformidad, que hace propensa la revolución.

Lo que es común a un número muy grande de personas obtiene el mínimo cuidado. Pues todos se preocupan especialmente de las cosas propias, y menos de las comunes, o sólo en la medida en que atañe a cada uno. En cuanto a los demás, más bien se despreocupan, en la idea de que otro se ocupa de ello[…].[12]

¿Cuál es el principio de justicia de nuestra comunidad? Si todos tenemos lo mismo estaremos faltando a la justicia pues no todos hacen lo mismo ni tienen las mismas virtudes; si unos gozan de mayores beneficios pero otros trabajan más que ellos también será una ciudad injusta, pero ¿cómo regir bajo el principio de justicia[13] a comunidades tan grandes como lo son las naciones actuales? Y, ¿cómo evitar no sólo la injusticia, sino la delincuencia?

Los mayores delitos se cometen a causa de los excesos y no por las cosas necesarias.[14]

Señala Aristóteles que comúnmente el hombre delinque para saciar sus deseos, antes que por las cosas necesarias. Si delinquieran para satisfacer sólo las necesidades básicas nuestro mayor delito sería el robo de comida. El problema de los hombres es que es imposible apaciguar sus deseos, somos seres ambiciosos e insaciables, en nuestra naturaleza está el siempre desear más. Hacernos “iguales”, al menos en posesiones, no elimina el problema, porque es imposible igualar nuestros anhelos.

El comunismo, aunque analizado de manera superficial, no soluciona el problema del capitalismo porque suprime la diferencia y la pluralidad; sin embargo, tampoco podemos creer que en el tratar de satisfacer todos nuestros caprichos está la felicidad, no podemos abusar de los recursos, ni tampoco depender de las riquezas como el único medio para alcanzar el placer. El secreto radica en la moderación, señala el filósofo de Estagira, en no carecer pero tampoco en tener más de lo necesario.

El principio de la reforma consiste, más que en igualar las haciendas, en formar a los ciudadanos naturalmente superiores, de tal modo que no quieran obtener más […].[15]

Parece ser que las respuestas a las problemáticas de la ciudad están en la educación. Un pueblo educado será capaz de entender las necesidades de su comunidad y sabrá cómo atenderlas, tendrá el intelecto suficiente para exigir la justicia y el buen ejercicio del gobierno de los mandatarios, no se dejará llevar por los principios del consumismo sino que podrá racionalizar y mediar sus placeres con la justicia.

Así es evidente que para la ciudad que verdaderamente sea considerada tal, y no sólo de nombre, debe ser objeto de preocupación de la virtud, pues si no la comunidad se reduce a una alianza militar que sólo se diferencia especialmente de aquellas alianzas cuyos aliados son lejanos, y la ley resulta un convenio y…, una garantía de los derechos de unos y otros, pero no es capaz de hacer a los ciudadanos buenos y justos.[16]

Este reto suena casi imposible de completar; sin embargo, no es necesariamente difícil educar con miras a la virtud, antes me parece que el verdadero reto está en generar los espacios adecuados para la educación, ya que los regímenes corruptos no pretenden desarrollar la educación de sus pueblos, pues se sustentan en principios que nublan su capacidad de comprensión, haciéndoles creer que su bien se encuentra más allá del bien de la comunidad, pues no entienden que todos formamos parte del mismo barco.

Bibliografía

Aristóteles. Política, Trad. Manuela García Valdés. Madrid, Gredos, 2004.

Notas

[1] Con excepción de algunas iniciativas creadas por ciertos países que están pensando realmente en otorgar una mejor calidad de vida a sus habitantes y la esperanza de un futuro sostenible; como Alemania en el sector energético.

[2] Aristóteles. Política, p.410.

[3] Ibid, p.177

[4] Cfr. p 411 en la que Aristóteles señala que es tal vez imposible que una ciudad demasiado populosa sea capaz de ser regida por buenas leyes.

[5] Aristóteles. Op. cit, p.410

[6] En algunos pasajes de la Política, Aristóteles señala en lugar de Oligarquía una República como sistema recto.

[7] Aristóteles. Op. cit, p. 401.

[8] Ibid, p.179

[9] Ibid, p.99

[10] El comunismo eliminar las propiedades privadas y hace las cosas comunes.

[11] V. Aristóteles, Op. cit, p. 112

[12] Ibid, pp.91-92

[13] Señala Aristóteles en su Política, en el 2, 180a, “La justicia es igualdad, y lo es, pero no para todos, sino para los iguales. Y la desigualdad parece ser justa, y lo es en efecto, pero no para todos, sino para los desiguales.”

[14] Aristóteles, Op. cit, p113

[15] Ibid, p.115

[16] Ibid, p. 176

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