Rock en la polis. Consideraciones en torno a la música a partir de la filosofía de Platón

Rock en la polis Platón

El objetivo del presente ensayo es reflexionar sobre el impacto del rock occidental en la década de los sesenta y principios de los setenta del siglo XX, y contrastar el género con las ideas políticas y ontológicas en torno a la música que Platón dejó entrever en su filosofía. Es importante señalar que nuestra reflexión estará enfocada en el movimiento de contracultura liderado por el rock inglés, así como su recepción y respuesta en Estados Unidos y México.

En primer lugar, comenzaremos con una brevísima introducción sobre el boom del rock en los sesenta y su importancia en la vida pública juvenil. En segundo lugar, veremos la relación del rock con la idea platónica de la armonía, para así pasar a la parte central de nuestro texto: reflexionar sobre la naturaleza del rock y el impacto que tuvo en la juventud de la época escogida, para ver cómo se compaginaría esto con el ideal ético-filosófico de Platón.

Se ha decidido enfocarse en ideas platónicas debido a que estas representan un pilar para todo el pensamiento estético posterior y es importante considerarlas al momento de analizar cualquiera de las artes. El periodo escogido es primordial, ya que nuestra hipótesis es que la música rock de ese tiempo confronta algunas ideas platónicas importantes sobre la naturaleza de la música y su deber con la polis.

Además de textos enfocados en el tema del rock, para completar nuestra investigación serán esenciales los diálogos Timeo y República, concretamente los libros II y X de este último, así como las perspectivas de algunos comentadores de Platón sobre el tema de la música.

Una invasión: contexto histórico

Corría 1964, a un año del asesinato de Kennedy, año del incidente del golfo de Tonkín, a un año de la crisis de los misiles en Cuba… y The Beatles se presentaba por primera vez en la televisión estadounidense. Más de 70 millones de personas pudieron presenciar en The Ed Sullivan Show la permanente irrupción de la cultura pop en la vida occidental.[1]

Las artes, y en concreto la música, desde las perspectivas de diversos filósofos entre los que destacan Platón y Hegel, han sido consideradas en teoría política elementos centrales del desarrollo de una comunidad. Desde la polis griega –donde la música tomaba forma de poieisis cantada– hasta nuestros días, la música ha sido un fuerte influjo para la exaltación del alma, y en los años sesenta del siglo XX, esa exaltación venía con peinados alborotados, acento británico y mucho ruido.

La british invasion marcaría la pauta de lo que la juventud occidental quería escuchar, usar y ser. El panorama político mundial no podía estar más tenso y la situación estadounidense era especialmente preocupante: conflicto en Vietnam, carrera armamentista con la Unión Soviética y descontento por parte de grupos segregados. Pero eso dejó de importar entre la juventud por unos instantes, pues los británicos eran los que estaban conquistando América y el mundo, a través de la música. Los Beatles trajeron a los Stones, a The Who, a los Kinks, y estos le dieron mayor empuje a los rockeros que hacían su labor para darle vida al género en cada país. En un momento cuando todo el mundo tenía opiniones morales y políticas encontradas, los jóvenes se refugiaban en la música y el rock se convirtió en el objeto con el que todas las almas juveniles se identificaban.

De la armonía y el ruido

Sobre la música, Platón escribe en Timeo:

Ésta, como tiene movimientos afines a los que poseemos en nuestra alma, fue otorgada por las Musas al que se sirve de ellas con inteligencia, no para un placer irracional, como parece ser utilizada ahora, sino como aliada para ordenar la revolución disarmónica de nuestra alma y acordarla consigo misma. También nos otorgaron el ritmo por las mismas razones, como ayuda en el estado sin medida y carente de gracia en el que se encuentra la mayoría de nosotros.[2]

Ciertamente, la concepción que Platón tenía de música –cual movimiento armónico que a su vez armoniza a las almas tendientes a la inteligencia– no es la misma que la que hay en nuestros días. Platón, por expresiones musicales, entendía a todas las artes inspiradas por las musas, lo cual incluía la poesía cantada y la danza (de ahí la mención del ritmo). No obstante, podemos decir que esa distante visión de lo que es la música, permanece hasta nuestros días: hoy, tiene ritmo y armonía y, también palabra, como es el caso de la música pop, misma que, siguiendo estos presupuestos, tendría que guardar una relación de afinidad con nuestras almas, por la armonía en ambas, y una consecuente capacidad de afinarnos internamente. Luego, nos parece relevante la pregunta: ¿cómo podría el rock, siendo música, tener afinidad con nuestra alma?

Como recuerda Héctor Aguer, la concepción que Platón tiene de la música está fuertemente influida por su observación de la physis.[3]Entonces, es oportuno y lógico que Platón mencione el tema de la música en Timeo. En tal diálogo, Platón habla del establecimiento del orden del cosmos por el Demiurgós, describiendo la instauración del orden del tiempo, la armonía de los dioses celestes y la creación del hombre imitando la armonía de aquellos. En tal esquema, la música es mimética del ordenamiento del cosmos que antes se «movía sin reposo de manera caótica y desordenada».[4]

El diálogo Timeo, de principio a fin, hace referencias musicales (como atestigua Kalkavage)[5] de las que podemos rescatar analogías entre el cosmos y la música: la creación del alma de acuerdo con intervalos, la armonía perfecta de los astros, el ritmo de los latidos cardiacos. La música existe en virtud del orden necesario establecido por el Demiurgós y por esto su función es ayudar a darle armonía al alma. Podemos establecer el símil: la música es cosmos, orden; lo que es del caos, es ruido. ¿Cómo, entonces, se podrían adecuar a este ontos de la música impuesto por Platón los eufóricos baquetazos de Keith Moon, los atonales bendings con vibrato de Hendrix o los improvisados gemidos de Robert Plant?

El rock, al final del día, si atendemos a una concepción formalista ampliamente aceptada, es música. Esto es, tiene armonía y melodía, funciona bajo escalas modales, relaciones rítmicas, etc. Sin embargo, apunta Stephen Davies:

Cuando el rock tiene éxito, no es en virtud de su interés formal, sino usando la «materialidad» del sonido para generar propiedades no formales.[6]

En Platón, nos atrevemos a decir, hay música inaudible. Si entendemos música como algo fundamentalmente armónico, en el cosmos existe música que no alcanzamos a escuchar, cuyas vibraciones no podemos percibir: en los astros, en los dioses y en los hombres, incluso. El rock, por otro lado, si bien no exclusivamente, es ruido. Es ruido en sentido sónico y, como más adelante veremos, es ruido político. El rock siempre se hace escuchar (ahí radica su materialidad) y, por ende, no parece ser enteramente asimilable a la concepción musical de Platón.

Empero, problemas surgen a la luz de esta consideración. Habíamos mencionado líneas arriba[7] que el rock es un género y movimiento con el que los jóvenes de los sesenta parecían tener una especie de identificación anímica. Además, parecería que el rock, entonces, cumpliría una función un tanto distinta a la que Platón tenía preparada para la música. Trayendo de nuevo esto a colación, las cuestiones necesarias que de momento podemos atisbar, son: ¿a qué nos referimos cuando decimos que los jóvenes se identificaban anímicamente con el rock?, ¿sobre qué frentes la vida juvenil se vio influida por el rock?, y, ¿qué consecuencias tiene esta identificación respecto a la propuesta platónica? En los siguientes apartados nos disponemos a ahondar sobre estas cuestiones.

Cuestiones preliminares a la política del rock: Estado y educación en Platón

La propuesta filosófica de Platón estuvo siempre orientada al servicio de la polis. En efecto, como nos relata el ateniense en su Carta VII, su interés siempre fue el de la política. El proyecto de la República surge de la necesidad de crear una teoría de Estado que correspondiera al orden del cosmos y el del alma. De aquí la necesidad de educar a los hombres desde edad temprana; desde el segundo libro de República, Platón implanta la idea de que dicha educación comienza con la música.[8] Ya habíamos revisado en Timeo que la música tendría relación de paideia con el alma, ayudando a armonizarla, como es menester para Platón. Hay que matizar al respecto. Sophie Bourgault anota:

[…] la música le importaba a Platón precisamente porque él pensaba que podía hacer del aprendizaje de la moderación, de los buenos modales, y de las leyes [algo] tan placentero como es posible.[9]

Tenemos, entonces, que: la música es relevante en la filosofía de Platón en la medida en que es un instrumento para alcanzar la areté (virtud). Esta excelencia es sólo alcanzada forjando, entre otras cosas, la sophrosyne (moderación) y la frónesis (prudencia). Está claro que, para alcanzar estas virtudes, no es provechosa toda la música. Se requiere música que, tanto por su naturaleza como por su logos, contribuya a armonizar al alma:

[…] debemos supervisar a los forjadores de mitos, y admitirlos cuando estén bien hechos y rechazarlos en caso contrario.[10]

Para la teoría de Estado del ateniense, entonces, hay música permitida y música inadmisible.[11] Corresponde ahora revisar de qué tipo sería el rock.

De los excesos del rock

Con base en el apartado anterior, si se nos permite hacer análisis expedito de la importancia de la música en el Estado Ideal, hagamos una distinción: la música, si y sólo si está bien compuesta (considerando todo lo que eso implica en Platón) puede tener un doble papel paidológico. Por un lado, óntico en tanto que ayuda armonizar el alma y, por otro, ético, en tanto que esa armonía, alimentada con el correcto logos, se resuelve en un vivir bien. Teniendo esto en cuenta, debemos preguntarnos por la naturaleza del rock, si es que podemos, para así vislumbrar mejor cómo influye en la ordenación óntica del alma y, por lo tanto, en su ethos.

Con tan sólo atenernos al periodo propuesto en este ensayo, parece imposible determinar lo que sería una naturaleza del rock (que tampoco es nuestra pretensión). Entre finales de los sesenta y tempranos setenta encontramos un alud sumamente extenso de variantes del rock que incluyen, entre otras: pop rock, rock and roll, heavy metal, art rock, psychedelic rock, progressive rock, baroque rock…, en fin, se nos irían las páginas nombrándolas. Es importante resaltar esta variedad de subgéneros para poner énfasis en algo crucial que señala Ladislav Račić:

Una característica muy importante de la música rock es su aproximación creativa a arreglos (musicales) con ninguna atadura a patrones formales, que a veces le da la forma de una creación artística auténtica.[12]

La facilidad que tiene el rock para explorar toda clase de combinaciones rítmicas, melódicas y armónicas es lo que permitió que en el mismo año saliese un álbum de folk rock de Dylan y una bomba psicodélica de los Yardbirds, o que en cinco años los Beatles pasaran de «She Loves You» a dejarse ampollas y reventar amplificadores en «Helter Skelter».

Esto es de especial relevancia, porque no hace sino revelar lo que opera en la música rock desde su concepción: una respuesta al deseo del cuerpo. El rock está en el zapatear en el piso, en la incontrolable necesidad de agitar las rodillas, en el no mantener al cuerpo prisionero de la mesura; está tanto en la tranquilidad como en el éxtasis, está en lo que le nazca al cuerpo. Sobre este punto, arguye Adolfo Vera:

El rock funciona esencialmente sobre el cuerpo, incentivando a la disolución del yo, corporeizando al Ello, no metafóricamente. Cuando Nietzsche habla de «voluntad de poder», está hablando de la muerte de la interioridad inventada por Sócrates: lo que aparece ahí es el final de la época de la interiorización del mundo y el comienzo del momento histórico de la exterioridad, donde el cuerpo es el nuevo núcleo. El rock es un momento decisivo en la consolidación de la época del cuerpo y de la exterioridad, y por lo tanto, del deseo.[13]

El rock no es unitario, porque la orexis (deseo) a que invita el cuerpo no lo es; a cuantos rincones decida explorar él, la música rock ha decidido aventurarse: a lo folclórico, a lo psicodélico, a la ira del metal, a la gracia del pop. El rock trasciende la interioridad del alma, para manifestarse en ruido exterior; por esto no invita a la impasividad, sino a la actividad. 

Habíamos mencionado que para Platón la música es afín a nuestras almas y, además, dice el ateniense, es «aliada para ordenar la revolución disarmónica de nuestra alma y acordarla consigo misma»[14]. ¿A qué parte del alma puede ser afín el rock, sino a la concupiscible, que es la de las pasiones del cuerpo y la del deseo? El rock se dibuja, entonces, como el caballo negro que jala el carro alado hacia la carnalidad del cuerpo, representando un problema para el auriga. De acuerdo con Platón, la areté, armonía perfecta del alma, se alcanza cuando el hombre «se rige y ordena y se hace amigo de sí mismo y pone de acuerdo sus tres elementos exactamente como los tres términos de una armonía, el de la cuerda grave, el de la alta, el de la media y cualquiera otro que pueda haber entremedio»[15]. ¿Cómo contribuiría el rock a esta anhelada virtud del socratismo-platónico, si su naturaleza refuerza y abraza la concupiscencia del alma? Al grito del I can’t get no satisfaction y con un poco de Sympathy for the devil los jóvenes de sociedades occidentales rechazaron la pretendida virtud que en su época era promovida por la iglesia y reforzada por gobiernos puritanos.

Sabemos que la comparación es peligrosa, pues milenios de cambios separan el pensamiento del afamado filósofo con la aparición del rock. Sin embargo, no es misterio que las ideas del fundador de la academia han seguido operando de manera importante en el cristianismo (no sin modificaciones, claro está) y, por lo tanto, aún ejercen influencia en nuestros días. El rock, por su parte, no cobró forma sino hasta mediados del siglo que nos precede, pero no hizo más que despertar en la juventud un sentimiento que ha existido desde los tiempos de Platón, como se verá enseguida.

Dionisio y la flauta, el rock y la guitarra eléctrica

-¿Y admitirá en nuestro Estado a los flautistas y a los fabricantes de flautas? ¿No es acaso la flauta el instrumento que posee más sonidos, y no son acaso imitaciones de la flauta los instrumentos mismos que permiten todas las armonías?

-Evidentemente.

-Te quedan, entonces, como útiles en la ciudad, la lira y la cítara; y para los pastores, en el campo, la siringa.

-El argumento lo demuestra.

-Nada nuevo haremos, mi amigo: escogeremos a Apolo y sus instrumentos antes que a Marsias y los de éste.[16]

La relación antitética de lo dionisiaco y lo apolíneo formó parte fundamental del desarrollo del pensamiento de la antigua Grecia. La contraposición de esto es clara. Apolo: dios de la verdad, de las artes, de la belleza; Dionisio: dios del éxtasis, del ritual orgiástico. Podemos suponer, como lo atestigua el citado pasaje, que Platón se inclina por el dios ‘purificador’.[17] El pitagorismo ascético que influyó en Platón ve su máxima defensa en Fedón, que revela el ideal catártico de la filosofía platónica. Una catarsis o liberación del alma de las inclinaciones del cuerpo, misma que, siendo correspondientes con lo que hasta ahora se ha dicho, sólo se lograría con una armonía del alma. Las musas serían aliadas de esta armonización y Apolo su guía.[18]

Ya hemos escrito en apartados anteriores de la influencia sobre el alma que Platón le concede a la música, pero, ¿cuál es la música adecuada para el ideal anímico al que aspira Platón? La música que se asemeje al alma purificada, porque «tanto el lenguaje correcto como el equilibrio armonioso, la gracia y el ritmo perfecto son consecuencia de la simplicidad del alma»[19]. La música apropiada para el cuidado del alma, entonces, es la simple. La simple es la lira apolínea, instrumento de moderación; la variada es la de la flauta, la del sátiro que acompaña a Dionisio e invita a los excesos y a lo corpóreo.

Junto a Marsias, que acompaña a Dionisio con su flauta, no es difícil imaginarse a Clapton o a Page con una guitarra eléctrica. El rock es música dionisíaca, que se opone a lo simple y la simplicidad del alma porque siempre está llamando al cuerpo. En el rock se manifiesta el espíritu de salir de sí, de exteriorizarse en lo corpóreo; se identifica con Dionisio, el dios ritual, cuyo arte, después reflexionaría Nietzsche: «descansa en el juego con la embriaguez, con el éxtasis»[20]. Ese éxtasis rockero de inspiración dionisiaca se dejó ver en la vestimenta y en el habla, en el estilo de vida que llevaron los jóvenes que lideraron la contracultura occidental de los sesentas, pero no era sólo apariencia; era, como opina Vera:

[…] un nuevo modo de manifestación de la realidad del cuerpo, de un nuevo ordenamiento de pulsiones, deseos, instintos y flujos: una nueva lógica de los gestos.[21]

No es gratuito que Timothy Leary declarara a los Beatles emisarios divinos enviados para crear una nueva especie de humanos. El rock significó en la juventud del baby boom una forma de reapropiarse el cuerpo y sus pasiones y, por lo tanto, de relacionar el cuerpo con el mundo. En ese sentido, el rock guarda una fuerte relación con el aspecto ritualístico de las artes de Dioniso que, como opina Nietzsche, «reconcilian al ser humano con la naturaleza»[22]. Esto nos lleva a un siguiente y último punto, sobre la dimensión ritual del rock. Veamos si, finalmente, llegamos a una visión más clara de la contraposición del rock a los ideales platónicos.

De hippies, motos y otros rituales

Desde tiempos antiguos la música ha demostrado su relación con el rito. La música en el ritual ha fungido como una suerte de acto ceremonioso para rendir culto a lo que nos constituye, a lo que nos conforma, como dan cuenta los ditirambos con que los griegos reconocían la influencia de Dioniso sobre sus vidas, los cantos gregorianos con que los creyentes proclaman su fe a Dios, la danza de Kagura con que los japoneses honran a sus dioses… Jacques Attali, hablando sobre esta dimensión de la música, opina:

Su función primera no depende de la cantidad de trabajo que en ella se aplica sino en su adecuación misteriosa a un código de poder, en la forma como participa en la cristalización de la organización social en un orden. Deseo mostrar aquí que esta función es ritual, es decir que, antes de todo intercambio comercial, la música es creadora de un orden político.[23]

Es verdad que la reproducción masiva durante el último siglo ha actuado en detrimento de la función ritual de la música, y que el rock fue durante mucho tiempo el principal partícipe de esa masificación (mediante cosas como la creación del álbum, los conciertos masivos, la música en pubs). Sin embargo, como nos disponemos a mostrar, el rock venía acompañado de prácticas rituales muy afianzadas en el estilo de vida de los jóvenes de finales de los sesenta y principios de los setenta. Mencionemos de manera expedita tres casos importantes del rock, y su dimensión ritual, que se dieron en este periodo.

Si quisiéramos comparar los rituales de estos movimientos, encontraríamos pocas semejanzas inmediatas. A primera vista, un trajeado joven mod parece tener poco en común con un hippie en chancletas. Sin embargo, hay algo que se repite en los ejemplos dados y ese algo es, siguiendo la terminología de Attali, el establecimiento de un orden social. Erigir un orden propio sobre el impuesto por los padres, por el gobierno, por la sociedad. Esto se puede ver mediante los términos platónicos con los que hemos estado hablando. Para el ateniense, la música es armónica, como mencionamos, porque ayuda a ordenar el alma. El rock, en su forma de rito, también crea un orden, pero es un orden que va hacia el exterior, hacia los cuerpos. No intenta purificar el alma, porque no hay algo que purificar: la música rock se enorgullece del cuerpo, defiende el éxtasis y el placer, abraza las inclinaciones y el deseo, porque esto devuelve poder y libertad.

Entonces, el rock es algo que Platón podría concebir, pero no dentro de su teoría de Estado, ni en su polis. El rock recibiría la misma sentencia que las flautas de Marsias; en una hipotética república platónica, veríamos a Zeppelin, Pink Floyd y otros más ser desterrados cuales poetas; no sólo porque, como se atestigua en los ejemplos dados, el rock no admite censura, sino además porque estaría dispuesto a enfrentar la armonía catártica defendida por el filósofo ateniense. El rock no es disarmónico, como podríamos haber pensado erróneamente al principio, pero no busca armonizar los excesos del cuerpo con el alma, porque el rock admite el exceso como parte de su orden: en el ritual, en los solos de guitarra, en los fills de batería y en el canto de una juventud inquieta que establece su propio orden social.

Bibliografía:

ATTALI, J., Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música. Siglo XXI, México, 1995.

AGUER, H., «El valor educativo de la música en la República platónica» en Anales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, Buenos Aires, Tomo XLV, 2018.

BOURGAULT, S., «Music and Pedagogy in the Platonic City» en The Journal of Aesthetic Education, Vol. 46, No. 1, pp. 59-72, 2012.

DAVIES, S., «Rock versus Classical Music» en The Journal of Aesthetics and Art Criticism, Vol. 57, No. 2, pp. 197-204, 1999.

GÓMEZ, L., «Plato on the Political Role of Poetry» en Politics and Performance in Western Greece: Essays on the Hellenic Heritage of Sicily and Southern Italy, editado por Reid Heather L., Tanasi Davide y Kimbell Sus. Parnassos, Iowa, 2017. pp. 235-248.

KALKAVAGE, P., «La música y la idea de un mundo» en La torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales, No. 22, 2017.

NIETZSCHE, F., «La visión dionisiaca del mundo» en El nacimiento de la tragedia, ed. trad. y notas de Joan B. Linares. Tecnos, Madrid, 2016. pp. 229-255.

PLATÓN, «Leyes» (libros I-VI) en Diálogos VIII, trad. y notas de Francisco Lisi. Madrid, Gredos, 1999.

_______, «Crátilo» en Platón I, trad. y notas de José Luis Calvo. Gredos, Madrid, 2010. (Grandes Pensadores). pp. 531-606.

_______, «República» en Platón II, trad. y notas de Conrado Eggers Lan. Gredos, Madrid, 2010. (Grandes Pensadores). pp. 9-341.

_______, «Timeo» en Platón III, trad. y notas de Francisco Lisi. Gredos, Madrid, 2010. (Grandes Pensadores). pp. 285-363.

 RACIC, L., «On the Aesthetics of Rock Music» en International Review of the Aesthetics and Sociology of Music, Vol. 12, No. 2, pp. 199-202, 1981.

VERA, A., El ser y la electricidad. Una filosofía del rock. Metales pesados, Chile, 2019.


Notas

[1] Aquí tomamos el rock como un movimiento que forma parte del gran espectro que es la pop culture, no del género musical conocido como pop.

[2] Timeo, 46d-e.

[3] Héctor Aguer, “El valor educativo de la música en la República platónica”, p. 140.

[4] Timeo, 30a.

[5] Peter Kalkavage, “La música y la idea de un mundo”, p. 4.

[6] Stephen Davies, “Rock versus Classical Music”, p. 195. Esta y todas las traducción del inglés son propias.

[7] Supra, p. 2.

[8] República, II, 376e.

[9] Sophie Bourgault, “Music and Pedagogy in the Platonic City”, p. 61.

[10] República, II, 377b-c.

[11] Para no desviarnos no indagamos mucho aquí sobre la mímesis, pero cabe agregar esta cita de Gómez Espindola refiriéndose a la poesía en tanto que sólo puede ser imitativa: “Podemos ver que la crítica de Platón no está dirigida a la poesía en sí, sino a la ignorancia de los poetas. Si encontramos a un poeta sabio, capaz de entender la naturaleza real de las acciones virtuosas, podemos encomendarle que escriba poesía con la confianza de que no va a retratar al héroe haciendo todo tipo de acciones reprobables, sino haciendo acciones que son realmente virtuosas.” Laura Gómez Espindola, “Plato on the Political Role of Poetry”, p. 243.

[12] Ladislav Račić, “On the Aesthetics of Rock Music”, p. 201.

[13] Adolfo Vera, El ser y la electricidad: Una filosofía del rock, p. 63.

[14] Timeo, loc. cit.

[15] República, 443c-d.

[16] Ibid., 399c-e.

[17] Crátilo, 406a.

[18] Leyes, 653d.

[19] República, 400d-e.

[20] Friedrich Nietzsche, “La visión dionisiaca del mundo”,p. 230.

[21] Adolfo Vera, op. cit., p. 66.

[22] Friedrich Nietzsche, op. cit., p. 231.

[23] Jacques Attali, Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música, pp. 42-43.

Salir de la versión móvil