Breve reflexión en torno al diálogo, Crátilo, de Platón

Crátilo Platón

El lenguaje nos va dando forma, nos va determinando porque a partir de ello entendemos el mundo. A través de nuestros sentidos captamos la realidad, pero esa Realidad en algún punto rebasa todo entendimiento humano ya que solo podemos percibir un poco de lo que en verdad es. Primero la contemplamos, y después intentamos racionalizarla.

En Crátilo o de la propiedad de los nombres (perteneciente a los Diálogos de Platón) hallamos una pesquisa que nos llevará a analizar junto con Sócrates, Hermógenes y el propio Crátilo, el origen de los nombres, es decir, el origen de nuestro lenguaje, así abordando otras cuestiones filosóficas que son como un laberinto que pareciera no tener salida, pues una vez entrando, el umbral por el que pasamos se cierra y no nos queda más que internarnos más y más en él hasta llegar a concluir que, quizá, las posibles respuestas que seríamos capaces de dar, son insuficientes.

El ser humano ha buscado desde sus inicios comunicarse y poder expresar lo que ve, piensa y siente, desde un medio que sea comprensible para los otros de su misma especie. Pero, ¿qué sucedería si quisiéramos llegar hasta el momento en que se creó la primera palabra? Tal vez nos resultaría imposible descifrar cuál pudo haber sido, y no se diga del primer sonido emitido por el ser humano. Hay un punto de no retorno y un punto que siempre desconoceremos (a menos que creáramos una máquina del tiempo que nos trasladara a ese instante en el que el lenguaje cobró vida y sentido). Mientras tanto, solo nos será factible indagar y elucubrar al respecto, sin llegar a una verdad absoluta. Y es precisamente eso a lo que nos invita la Filosofía, a hacernos preguntas, a no dejar de hacerlo, porque, de detenernos, perderemos esa capacidad de discernimiento y de raciocinio que nos guía hacia rutas mayores del conocimiento.

En esta breve reflexión, quiero atender solo a algunos pasajes de la obra antes mencionada para ir desentrañándola y así exponer mi propia percepción de lo presentado en este diálogo.

Como bien sabemos y lo ha expresado el propio Platón en su Mito de la caverna, las personas solo accedemos a la Verdad de manera limitada; solo vemos las sombras de lo que en realidad es el mundo que nos rodea y del que formamos parte; por ello, aquello que pudiéramos decir de éste, sería poco. Dichas sombras que vemos sin demasiada nitidez porque no son la Realidad en sí misma, nos pueden llevar a creer que solo nuestra manera de ver y entender las cosas es la única y es indiscutible; sin embargo, si nos quedáramos bajo esa afirmación, estaríamos perdiendo la oportunidad de ir más allá y de adquirir una conciencia y sabiduría propias de los que se aventuran a filosofar.

En este entendido, la única certeza que considero que existe es que no hay certezas de ningún tipo, pues hay un punto en el que, como lo pinceló la poeta novohispana Sor Juana Inés de la Cruz, el alma y la mente son sobrepasados por los grandes enigmas y la Gran Verdad (si le podemos llamar de alguna forma). Esta Gran Verdad, como muchos autores y filósofos ya lo han dicho, está conformada de diversas verdades, y en tanto es de este modo, la verdad puede ser muy relativa (de acuerdo al cristal con el que se mire). Esto no quiere decir que no exista como tal una Verdad que rija las demás verdades, pero ésa está fuera de nuestro alcance.

Mas, ¿a qué voy con todo esto? En Crátilo o de la propiedad de los nombres, el lector tiene que concluir junto con Sócrates que, si todo estuviera en constante cambio, no podríamos conocerlo; y si todo se mantuviera estable, los nombres serían los mismos para todas las naciones y para todos los idiomas y, en consecuencia, no existirían estos últimos, dado que una cosa sería nombrada igual en todos lados, sin ninguna mutación en cuanto a las letras y formación de palabras.

Los objetos animados e inanimados existen, se les pueda nombrar o no; pero, desde mi punto de vista, al nombrarlos cobran otro sentido, puesto que ese significante ahora adquiere un significado para el hablante. Ante ello, no creo que haya objeción alguna en asegurar que el lenguaje proviene de una convención, de algo que las autoridades lingüísticas dictan como la norma, pero que no por esta razón, deja de ser arbitrario en cuanto no es propio de la naturaleza del objeto en sí mismo, sino que se le atribuye a éste como si fuera su esencia.

No quiero decir con esto que pierde toda validez la forma que se utiliza para designar un objeto, ya que sin esa designación los individuos no podrían entenderse entre sí. Mas, esto me lleva a otras preguntas, pues vivimos en un planeta donde una misma cosa tiene diferente nombre en cada región o país; eso es también parte de nuestra realidad y no lo podemos evadir; entonces, ¿el nombre impuesto da identidad a alguien o a algo?, ¿sin ese nombre no sería lo que es o quien es?, ¿por ser un objeto «x» nombrado de varias maneras, muy distintas entre sí, deja de ser lo que es?, ¿qué pasaría si alguien o algo no se identificara con el nombre que le han puesto?, y ¿qué pasa con lo que no se puede nombrar, solo por ello deja de existir?

En este lugar en el que nos encontramos simbólicamente, Sócrates nos deja más preguntas que respuestas, y eso es algo maravilloso porque, al igual que con sus interlocutores, al lector también le está haciendo partícipe de su mayéutica. Él no nos dará la solución al problema, pero nos guiará para que nosotros mismos la encontremos, o no; sin embargo, el hecho de habernos embarcado en esta disertación ya está cumpliendo con su misión: seguirnos cuestionando sobre los asuntos de los que podríamos pensar que ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir.

Sócrates afirma que no todos los hombres son artífices de la palabra, en el siguiente fragmento:

No es éste, mi querido Hermógenes, un negocio sencillo; porque la institución de nombres no es tarea para un cualquiera, ni para gente sin talento. Y Crátilo habla bien cuando dice que hay nombres que son naturales a las cosas, y que no es dado a todo el mundo ser artífice de nombres; y que solo es competente el que sabe qué nombre es naturalmente propio a cada cosa, y acierta a reproducir la idea mediante las letras y las sílabas.

Y más adelante expresa lo siguiente: «El inventor de los nombres, o algunos de sus sucesores, han creído hablar con más elegancia, diciendo Atheena».

Con las citas anteriores, podemos deducir que el propio Sócrates está aceptando que el lenguaje es algo arbitrario en tanto que es creado por el hombre, pero la cuestión que él resalta es que no cualquiera es poseedor de dicho arte de nombrar las cosas, de nombrar la realidad. ¿Entonces, cómo este artífice de la palabra puede llegar a la esencia misma de todo? Porque desde su perspectiva, este creador de palabras debe ser una persona recta y sabia que sabe profundizar en los asuntos más importantes de la vida, que se debe basar en lo que dictaminen los respectivos legisladores de su patria. El lenguaje se adaptará por tanto a las necesidades de los hablantes y de su época, a los requerimientos de la sociedad. Porque el lenguaje –como todo– se transforma con el tiempo, para volverlo más elegante, más accesible, más inclusivo. Esto lo determinarán quienes hacen uso de las expresiones lingüísticas, lo cual se observa en lo que a continuación citaré:

Ciertamente yo mismo gusto de que los nombres se parezcan, cuanto sea posible, a las cosas; pero realmente, como decía Hermógenes, no hay que dejarse llevar hasta violentar las palabras, para hallar semejanzas; pues muchas veces se ve uno precisado a recurrir a la convención para explicar su propiedad.

Posteriormente, añade: «Es evidente que el primero que ha designado los nombres, los formó según la manera como concebía las cosas». Y continúa diciendo: «Por consiguiente, si ha concebido mal las cosas y si las ha nombrado según la manera como las concebía, ¿qué crees tú que nos sucederá a nosotros que le seguimos? ¿Cómo dejaremos de incurrir en el mismo error?».

El lenguaje es bellísimo, pero no es algo que haya surgido por sí solo, sino que fue creado para un fin en específico y, por dicha razón, puede sufrir variaciones. Y el ser humano solo podrá ser, como bien lo expresa en una de sus intervenciones Sócrates: «contemplador de lo que ha visto», y yo añadiría, de las transformaciones de lo que ha construido (dado que todo lo generado por el hombre está expuesto a cambios). El lenguaje en ese sentido puede ser visto como el agua; el individuo no puede detener su paso del todo, pues tarde o temprano volverá a tomar su propio cauce.

Libros recomendados

Bibliografía

Platón. Diálogos: Teetetes. Crátilo. Menón. Laques. 1a reimp. México: Dirección General de Publicaciones y Medios SEP, 1988. Págs. 469.

Salir de la versión móvil