Apuntes críticos en torno al transhumanismo, la datificación y la automatización, en Franco Berardi

transhumanismo en Franco Berardi

Introducción: sobre el pensamiento de Franco Berardi

Franco Berardi es un filósofo y activista, graduado en Estética por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Bolonia. En la actualidad es un referente del autonomismo italiano. En su pensamiento resulta notoria la influencia de la teoría crítica, la revisión de la obra marxiana, y la recuperación de aportes de la tradición filosófica inmanentista representada por autores como Spinoza, Bergson, Deleuze y Guattari. En sus obras, de aparición bastante reciente, se puede encontrar reflexiones en torno a temas como el transhumanismo, el Big Data, la automatización y las transformaciones que traen consigo las tecnologías en la vida contemporánea. Para este escrito me concentraré principalmente en algunos de sus libros más recientes, con la finalidad de recuperar las ideas que aporta en la discusión sobre los avances y problemáticas de la tecnología digital.

En la introducción de Autómata y caos –libro publicado en 2020 durante pleno desarrollo de la pandemia– Berardi reflexiona sobre el “fin de la historia”, como hizo previamente en su texto Fenomenología del fin, el cual salió a la luz en 2016. Comprende, desde una conceptualización humanística, a la historia como la dimensión donde el animal humano posee la posibilidad y capacidad de gobernar algo de su vida, del entorno y de su futuro; asimismo, como el lugar donde el lenguaje se manifiesta como intencionalidad y actuación subjetiva. No obstante, su tesis propone que, entrados en la modernidad tardía, cuando la técnica se une en matrimonio con la economía, los animales humanos hemos salido de aquella condición histórica (el humanismo) como consecuencia de la aceleración de los procesos informacionales y por la complejidad de las relaciones reticulares entre hablantes, mismas que produjeron un efecto de “exorbitación”, a partir del cual el caos, entendido como exceso de velocidad de la información en relación con la capacidad cognitiva de su asimilación, se apoderó del mundo social.

De acuerdo con el argumento de Berardi, ya no somos artífices de nuestra vida histórica; hemos devenido impotentes para gobernar la esfera social porque “la vieja técnica de la voluntad colectiva que en la modernidad se llamaba «política»”, sostiene, perdió toda su autonomía y eficacia –hecho contrario a la creencia consistente en que nuestra voluntad puede cambiar el curso de las cosas– como consecuencia de la inserción de cadenas significantes automáticas propias de la tecnología digital en un modelo de interacción conectivo[2], las cuales capturan una parte cada vez más amplia de las actividades humanas a tal grado que modelan nuestros comportamientos y expectativas, subyugando la esfera social.

Siguiendo esta línea de pensamiento, cabe apuntar que para Berardi las transformaciones tecnoculturales conducen a una mutación en la esfera del lenguaje, la sensibilidad y la forma en la que nos relacionamos y percibimos a nosotros mismos. Considera que el proceso de significación a partir del cual producimos sentido, y por ende sociedad, se transforma en adecuación al modelo conectivo, de tal modo que nos tornamos incapaces de nuestra elaboración emocional y nuestra cognición se vuelve en mayor medida compatible con las secuencias digitales.

Del anterior diagnóstico, se podría deducir que Berardi asume una posición tecnófoba, pero de hecho no es el caso. En las líneas subsecuentes se expondrá: la crítica que elabora a una de las vertientes contemporáneas tecnooptimistas, el transhumanismo, con base en la distinción que propone entre inteligencia y conciencia; la descripción y el funcionamiento de las tecnologías digitales a partir de la captura de datos y la construcción de la figura que denomina como el “autómata cognitivo”; y finalmente su apuesta sobre la reprogramación y apropiación política de los avances tecnológicos, antes que su negación.

Sobre la crítica al transhumanismo

“El proyecto transhumanista se basa en la premisa de que la tecnología hará posible una simulación perfecta de la vida inteligente, pero esto es cierto solo si la vida inteligente se desvincula de la conciencia, que es residuo y exceso, lentitud e inexactitud”. 

Franco Berardi, Autómata y caos

Primeramente, tenemos que definir qué se entiende por transhumanismo (TH), también denominado Humanity+. Podríamos resumirlo como el conjunto de posiciones filosóficas y de pensamiento tecnocientífico cuya premisa central plantea la mejora de la condición humana mediante las posibilidades que ofrecen los avances tecnológicos, de modo que el estado evolutivo actual del organismo humano pueda ser superado. Esto se puede encontrar sintetizado en los primeros puntos de The Transhumanist Declaration[3], documento elaborado en los años noventa por un grupo internacional de autores, entre los que destacan Max More y Nick Bostrom, además de otros representantes de las ideas transhumanistas:

1. Humanity stands to be profoundly affected by science and technology in the future. We envision the possibility of broadening human potential by overcoming aging, cognitive shortcomings, involuntary suffering, and our confinement to planet Earth. (A la humanidad le espera ser profundamente afectada por la ciencia y la tecnología en el futuro. Nosotros proyectamos la posibilidad de ampliar el potencial humano mediante la superación del envejecimiento, las deficiencias cognitivas, el sufrimiento involuntario, y nuestro confinamiento al planeta Tierra).

2. We believe that humanity’s potential is still mostly unrealized. There are possible scenarios that lead to wonderful and exceedingly worthwhile enhanced human conditions (Creemos que el potencial humano aún es ampliamente desconocido. Hay escenarios posibles que conducen a maravillosas y por demás valiosas ampliaciones de las condiciones humanas).

En su artículo titulado “Transhumanismo: Un debate filosófico” (2017), Jonathan Piedra realizó un análisis de las posturas de dicha corriente de pensamiento. Ahí describe que, si bien sus distintos posicionamientos son relativamente nuevos, sus presupuestos son añejos en la historia de la filosofía y las expresiones literarias. Como lo expone este autor, el TH[4] concibe la naturaleza humana como un estado y no como la condición definitiva. Las mejoras[5] propuestas en materia de calidad de vida recaen en aspectos como la extensión de la esperanza de vida, la disminución del dolor, la erradicación de padecimientos, la mejora en la funcionalidad del cuerpo y la potenciación de las capacidades cognitivas; todo esto mediante el uso de tecnologías como la Ingeniería Genética, la Biomedicina, el empleo de interfaces que conecten nuestra actividad cognitiva con la computadora, la Nanotecnología, la IA o los implantes en el cuerpo. Sin embargo, precisa, como consecuencia argumentativa del discurso transhumanista no se deriva la búsqueda de un estado de perfección de la especie o una utopía tecnocientífica; se trata más bien de un proceso constante en la búsqueda de traspasar las barreras de la naturaleza humana en sentido biológico, lo cual caracteriza de manera crítica como una tesis con alto sentido optimista[6].  Asimismo, como lo advierte Piedra, el TH o transhumanismo parte de una concepción de ser humano como deficiente y limitado en su especificidad biológica; condicionado, pero no predestinado, a permanecer como algo fijo; y en ese sentido, es en la reingeniería del cuerpo donde recae el fundamento de su proyecto.

Ahora bien, retomando el texto de Berardi, la crítica que dirige al pensamiento transhumanista en Autómata y caos se basa, por una parte, en una escisión entre el “cuerpo caótico” y la “mente automática”, y por otra, en la divergencia que formula entre inteligencia y conciencia. Desde la perspectiva del filósofo italiano, la premisa psicoepistémica que sostiene el propósito transhumano de la eternización del cuerpo, radica en la vergüenza y asco de tener cuerpos humanos y mentes corpóreas. Según lo apunta, el discurso TH sigue una línea cartesiana, es decir, de enfoque dualista, del problema mente-cuerpo. En última instancia, con la superación de la condición humana el TH estaría afirmando que la mente puede existir con independencia del cuerpo. El problema, según señala Berardi, es que el rasgo esencial del proyecto transhumanista coincide con la realización de lo inhumano, lo cual caracteriza como “el ejercicio de la inteligencia contra la conciencia” (Autómata y caos, p. 115).

Para comprender de mejor manera el alcance de su crítica, es necesario profundizar en la demarcación que establece entre los dos conceptos antes mencionados. En un primer momento de su hilo argumental en Autómata y caos define a la «inteligencia» como “la capacidad de elegir y de tomar decisiones entre alternativas determinables”, y a la «conciencia» como “la capacidad de elegir y de tomar decisiones entre alternativas no determinables” (pp. 116-117); a lo anterior agrega que mientras la primera requiere capacidad de computación, combinación y recombinación de elementos discretos, la segunda implica “actuar en la dimensión del continuum experiencial ejerciendo el juicio”, lo cual es propio de la sensibilidad en las esferas ética y estética.

Más adelante, al concebir tales definiciones como precipitadas, profundiza en las categorías «discreto» y «continuum»; por «discreto» nombra a “aquello que puede traducirse a una información cerrada”; en cambio, con el «continuum» hace referencia al “flujo de experiencia que no puede ser reducida a la información porque es esencialmente sensibilidad, registro de los infinitos grados del devenir, esto es, autopercepción del organismo” (Berardi, Autómata y caos, p. 117).

Si bien Berardi concibe que tanto inteligencia como conciencia son dos maneras diferentes de expresión del «yo», su distinción se fundamenta en la «ipseidad» o «percepción de sí». A partir de ello expone, como el error del racionalismo cartesiano, fundamentar el «yo» en el cogito, la intelección; esto porque “la razón, de hecho, es la proyección de una medida, la reducción del mundo a lo que se puede medir en términos discretos” (Autómata y caos, p. 117). Al contrario de Descartes, quien postuló la prueba de la existencia del yo en lo incontrovertible del razonamiento, Berardi replantea la certeza del existir en la sensibilidad, de modo que desde su perspectiva ontológica formula la sentencia “Siento, por tanto soy”. Para el autor de Autómata y caos la autopercepción no tiene un carácter lógico ni tampoco puede ser reducida a unidades mínimas discretas porque se da en la esfera de lo infinitamente divisible, quiere decir, en el continuum[7].

En última instancia, el cuestionamiento de Berardi al modo de pensamiento transhumanista consiste en denunciar la desvinculación entre la inteligencia y la conciencia, entre el cerebro social y la autopercepción del cuerpo sensible porque, advierte, en tanto la inteligencia queda depurada del carácter crítico y ambiguo de la sensibilidad, puede seguir un propósito automático, útil para la competencia económica e incluso con objetivos de dominación.

El «autómata cognitivo»: datificación de la vida y determinismo inducido

“Llamo «automatismo» a la penetración de un dispositivo lógico en la carne de un agente lingüístico. La infiltración de automatismos en el campo de la acción social (en la economía, en el lenguaje, en el afecto) configura el autómata cognitivo global”. 

Franco Berardi, Autómata y caos

Además de la discusión con la corriente  transhumanista, otros de los temas abordados por Berardi en el tercer capítulo de Autómata y caos son: la construcción de la figura que denomina «autómata cognitivo», el proceso de datificación de la vida y la sujeción del futuro a modo de un determinismo inducido. Antes de exponer cómo se conjugan estas tres nociones, es importante retomar algunos apuntes de otro texto de Berardi previamente publicado: Futurabilidad. En este libro de 2017, Berardi describió cómo la hiperaceleración informática ha producido una mutación en la sensibilidad humana, acotando la capacidad afectiva  y de deliberación. Su tesis es que estamos atiborrados en cuanto a estimulación nerviosa, en medio de circunstancias como la guerra permanente, crisis financieras globales, y el retorno del fascismo; la proxémica social se ha modificado, somos cada vez más insensibles y nos concebimos a nosotros mismos como incapaces de producir un cambio radical. La pregunta que se plantea es si aún es posible tener una visión emancipatoria, ahora que nuestras facultades cognitivas se encuentran rebasadas por la complejidad del mundo contemporáneo y la acción política se ve reducida a costa de la introducción de automatismos precondicionados por algoritmos.

La estructura expositiva de Futurabilidad es construida a partir de la triada conceptual: posibilidad, potencia y poder; categorías en las que se dividen las secciones del texto. Por el concepto de «posibilidad» se refiere “a un contenido inscripto en la actual configuración del mundo (es decir, la inmanencia de posibilidades). La posibilidad no es una, siempre es plural”; llama «potencia» “a la energía subjetiva que despliega las posibilidades y las realiza […] transforma las posibilidades en realidades”, y finalmente, por «poder» entiende “la selección y la imposición de una posibilidad entre muchas, y la simultánea exclusión (e invisibilización) de muchas otras posibilidades” (Berardi, Futurabilidad, pp.11-12).

De acuerdo con esta conceptualización, el poder es una Gestalt o estructura semiótica generadora de formas codificadas, que constriñe el espectro de posibilidades inmanentes en la actual configuración del mundo[8], la cual como fuerza limitante implica un estrechamiento ontológico. Siguiendo el planteamiento de Berardi, en nuestro tiempo, el poder adopta la forma de un conjunto de automatismos tecnolingüísticos que modelan el comportamiento futuro. De ahí acuña el neologismo de «futurabilidad» para indicar aquellas posibles formas de «devenir otro» inscriptas en el presente estado de las cosas, pero que se ven impedidas de su potencia para realización como consecuencia de la estructura de poder. En cuanto al concepto de «automatización», para Berardi significa el reemplazo de los actos humanos por máquinas de sujeción de la actividad cognitiva mediante cadenas lógicas y tecnológicas (Futurabilidad, pp. 22-23), de tal modo que al insertarse en el organismo social determinan[9] el comportamiento por venir[10].

Entonces, según la perspectiva de Berardi, en el pasaje de los últimos treinta años, del siglo XX al XXI, atravesamos una mutación brusca que se basa en la captura, subsunción e integración de la actividad cognitiva a la red digital, lo cual ha terminado por trastocar hasta las dimensiones del trabajo, la emoción, el lenguaje, la memoria, la atención, la intencionalidad y la imaginación. La actividad cognitiva individual pasa cada vez más por la interconexión. Es ahí donde tiene lugar la figura del «autómata cognitivo», presentado por Berardi como el último avatar en este proceso de racionalización: un “organismo bio-informático supraindividual que tiene la capacidad de atravesar las singularidades sensibles pero no puede ser atravesado por ellas” (Futurabilidad, p. 120).

Tras las anteriores precisiones, y de vuelta al texto Autómata y caos, podemos comprender cómo se establece el nexo entre la producción-extracción de datos y la automatización del futuro, conforme a la introducción de una serie de procedimientos predictivos. Dada la proliferación de dispositivos que vinculan la Inteligencia Artificial con los flujos de comportamiento social, para Berardi, el “cerebro vivo” es reemplazado por la interacción entre “autómatas tecnolingüísticos” (Autómata y caos, pp. 128-129). Esto es así porque el lenguaje —que para el autor italiano, es la esfera donde se forma el futuro en tanto representa una herramienta de simulación de mundos posibles— es fuente de colectividad[11], pero atraviesa una mutación al transitar del modelo de interacción conjuntivo al conectivo: el sujeto de enunciación queda subsumido en cadenas sintácticas sin espacio para interpretaciones conflictivas, es decir, se depura para no dar lugar a la ambigüedad, la ironía o la polisemia poética; deja de ser fuente de conjunción y posibilidad de cooperación solidaria. Con base en el registro del comportamiento y su traducción en consecuencias lógicas de tipo determinista por parte de los dispositivos red tecnosociales, se inscribe un datum para el futuro; éste ha sido conjurado, deja de ser visto como una posibilidad entre muchas para dar pauta a una orden automatizada.

Para Berardi, el proceso de datificación de la vida, es decir, la transformación de la relación social en un proceso de manipulación de datos, se ha acelerado en los últimos años gracias a la expansión del mercado de la tecnología portátil y con la implementación del sistema 5G, a tal grado que, inclusive, hasta las funciones biológicas del cuerpo pueden ser vigiladas y controladas[12]; ello lleva no solamente al problema de la pérdida de la privacidad, sino al extremo de la creación de un nuevo sistema totalitarista que se sustenta en la transformación del conocimiento acerca del comportamiento presente en un proyecto de certeza: al capturar nuestros datos individuales y convertirlos en un sistema de automatismos interactivos se puede predecir nuestras elecciones y acciones futuras[13].

A propósito de lo anterior, Berardi reconoce que hay muchas formas semióticas de inscripción del futuro en el presente (Autómata y caos, p. 133), de las cuales describe tres: el mandato paradójico, el código generativo y la profecía. Para explicar el primero usa como ejemplo a un gobierno que promulga una ley impositiva, de lo cual dice que es una manera de inscribir el futuro en el presente mediante un acto del lenguaje; no obstante, en esta forma, los ciudadanos pueden o no violar la ley. El código generativo funciona de modo distinto, “es una herramienta lingüística que genera objetos reales en un formato homogéneo”; produce enunciados y objetos que se pueden desplegar si y sólo si siguen la lógica del propio código. En cuanto a la última forma de inscripción, la profecía, se refiere “a la relación entre un acto de lenguaje y el acontecimiento que actualizará o no el contenido de la enunciación predictiva”. De ésta, se desprende un tipo particular al que llama “profecía autocumplida”,[14] en la que sustenta al autómata cognitivo: se trata de “un acto de lenguaje que crea condiciones pragmáticas en las que el contenido de la predicción es ordenado para hacerse realidad” (Autómata y caos, p.134). Berardi ilustra al acto performativo mediante el ejemplo de una agencia de calificación bastante conocida que predice que el valor financiero de una empresa colapsará drásticamente, lo cual resulta en una alta probabilidad de cumplirse la prescripción.

En la faceta actual del capitalismo, caracterizado por la relación entre la economía y la producción de signos, semiocapitalismo, el poder de decisión política o la elección histórica, ha sido reemplazado por la gobernanza de automatismos tecnolingüísticos que modelan el futuro de acuerdo a una regla prescriptiva. Las preguntas que Berardi deja abiertas son: ¿ésta impotencia es temporal?, ¿cabe la posibilidad de que una subjetividad emergente encuentre la potencia para abrir un espacio para la autonomía?, o ¿hemos llegado a un punto irreversible donde la automatización, con base en la extracción de datos vinculados con máquinas semióticas inteligentes, resulta impermeable de la libertad humana, y por tanto, la actividad cognitiva quedará ligada a cadenas lógicas-tecnológicas, por lo cual el futuro permanecerá sujeto a la estructura determinista de poder?

Reprogramar al autómata

“Quienes tienen la potencia de liberar el contenido del conocimiento y la tecnología son quienes producen dicho contenido: los cognitarios. Desvincular su actividad y su cooperación de la Gestalt de acumulación es el único camino”.

Franco Berardi, Futurabilidad

Aunque el pensamiento de Berardi puede identificarse como crítico de los efectos producto de las transformaciones tecnoculturales, como anticipamos, sería un equívoco considerar su postura teórica como tecnófoba, pues en contraposición con algunos expositores de teoría crítica quienes promovieron la autonomía humana frente a la maquinaria, su propuesta no consiste en negar o buscar revertir los logros del desarrollo científico y tecnológico, sino en su reapropiación desde una mirada humanista y socialista: emancipar la potencia cognitiva del paradigma de poder dominante.

En ese mismo sentido, la inmanencia materialista de Berardi también se distancia de la corriente de pensamiento aceleracionista[15]. Si bien ambos planteamientos recibieron la influencia de una lectura revisionista de pasajes puntuales de la obra de Marx, y recuperan elementos deleuzoguattarianos, así como de autores contemporáneos de la teoría crítica, y tienen en común concebir la potencia inmanente en las condiciones actuales del desarrollo científico-tecnológico, Berardi no sigue dos de sus supuestos principales: contrario a los aceleracionistas de izquierda[16] —quienes sostienen que acelerar los ciclos de producción capitalista conducirá a la inestabilidad del sistema y que la tendencia de las potencialidades tecnocientíficas apunta necesariamente a un estadio postcapitalista donde las fuerzas productivas quedarán, teóricamente, liberadas—, para el italiano, acelerar el ritmo de crecimiento capitalista cuyo poder se sustenta en dispositivos técnicos no conduce a su colapso sino al del cuerpo social; y la posibilidad de una nueva forma social —que se encuentra incorporada en la composición de las relaciones sociales actuales y en la potencia técnica desarrollada por el capitalismo— no implica su despliegue autónomo sin un proceso de subjetivación.

La tecnología es pensada por Berardi en términos de la aplicación del conocimiento según intereses sociales; no obstante, bajo el dominio del sistema económico, que se basa en la extracción de plusvalía y acumulación del tiempo transformado en valor, sus potencialidades se configuran en función de aumentar los beneficios. El momento actual de la evolución de la economía y de la esfera antropológica en su conjunto, en nuestro contexto de capitalismo cognitivo, está marcado, como ya se ha expuesto en líneas anteriores, por la convergencia entre la extracción masiva de datos y la transformación de esa información presente por parte de dispositivos inteligentes en determinantes para el control del futuro; ambos aspectos constituyen el poder del autómata.

Sin embargo, para pensar la posibilidad de un futuro cercano donde los productos del intelecto general (conocimiento y tecnología), sirvan a fines sociales y no a la maximización de la ganancia, se requiere de una potencia subjetiva, que, según Berardi, recae en la figura internacional de “los trabajadores cognitivos”, es decir, las mismas personas que programaron al autómata mediante una plataforma de cooperación autónoma. En sus términos, el horizonte de la autonomía no consiste en el desmantelamiento del autómata sino en su reprogramación en función de la liberación de la actividad humana —no en la negación del cuerpo y la sensibilidad a costa de la mejora de la condición biológica, como lo sostiene el transhumanismo— para reorientarse a la creación, la cooperación solidaria y el autocuidado, así como en la desautomatización del lenguaje de su reduccionismo a un mero intercambio sintáctico computacional. Solamente en esas condiciones se podría reimaginar y realizar un futuro, entre muchos posibles, donde la vida humana no esté subsumida a un código generativo de la gobernanza semioeconómica o a una representación simulada por la profecía automatizada.

Bibliografía


Notas

[1] En la concepción de de Berardi, el Humanismo, como movimiento artístico y filosófico que apareció en Italia en el siglo XV y se extendió por Europa, tiene por base la afirmación de la libertad  –en sentido ontológico, no jurídico–  y la potencia del hombre, lo cual le permite emanciparse de la voluntad divina. No obstante, indica, en la historia de la civilización moderna, se suplanta la idea de Dios por una teocracia técnica: “El humanismo comienza así con la afirmación de la independencia ontológica de la acción humana, pero luego la tecnología adquiere una potencia omnipresente, que le permite crecer con independencia de sus creadores humanos y desplegarse bajo la forma de un sistema de automatismos” (Berardi, Futurabilidad, p.68).

[2] Para Berardi, la implementación de la tecnología digital en las últimas décadas ha transformado el modo en que nos relacionamos; por ello distingue entre dos modelos de concatenación: con el término «conjunción» se refiere al modo de relación entre agentes encarnados de significación consciente y sensible; por otro lado, con el término «conexión» hace alusión al intercambio de signos entre máquinas sintácticas (Autómata y caos, p. 133). Mientras que en el modelo conjuntivo los cuerpos irregulares intercambian signos ambiguos de acuerdo a un criterio semántico de interpretación, en el conectivo los agentes de comunicación intercambian signos formateados según un criterio meramente sintáctico conforme a un código de interpretación.

[3] Se puede consultar en el sitio web https://www.humanityplus.org/the-transhumanist-declaration

[4] Como acotación, Piedra menciona que es un lugar común identificar al transhumanismo con la posmodernidad (se le confunde con el posthumanismo). Sin embargo, aclara, el TH no parte de supuestos como la caída de los metarrelatos o la pérdida del sujeto unitario que le da sentido a la realidad, sino más bien enfatiza la libertad morfológica y la deseabilidad de un progreso por medio de la razón y la tecnología (Transhumanismo: un debate filosófico, p. 50).

[5] Cabe distinguir, como lo señala Piedra, que el sentido del «mejoramiento» no está planteado de acuerdo a una terminología médica, es decir, no es restaurativo-correctivo, ni incluye aquellas modificaciones meramente estéticas. La mejora técnica pretende potenciar las funciones corporales y cognitivas del ser humano en sentido global, llevándolo a un nivel superior o cualitativamente distinto. A diferencia del concepto de cura, donde la intervención sobre el organismo humano acaba cuando el cuerpo recobra su estado óptimo, la mejora en sentido transhumanista no implica un estado final o de consumación cuando se implementa una modificación exitosa, porque ésta es, teóricamente, infinita; se mantiene en constante búsqueda de la superación de los límites de la condición biológica actual.

[6] Algunas otras críticas que incluye Piedra al final de su escrito y que no se pueden dejar de mencionar son: que el TH concibe al ser humano desde un enfoque profundamente reduccionista, asume la mejora desde un determinismo sin su cuestionamiento, no realiza un debate filosófico sobre el uso de las tecnologías (le tienen una fe acrítica) pues las piensa como naturales y objetivas y no dentro de dinámicas sociales y políticas, con intereses económicos y de poder; además no incluye una reflexión sobre la accesibilidad y gestión de las tecnologías de mejora técnica del ser humano en contextos particulares (Transhumanismo: un debate filosófico, pp. 59-60).

[7] Aquí es notoria la influencia de dos conceptos filosóficos en el pensamiento de Berardi; por una parte, recupera la idea leibniziana de la materia infinitamente indivisible, y en adición retoma el concepto de duración que Bergson opone en su obra a la concepción del tiempo espacializado.

[8] Berardi propone el concepto de «captura paradigmática» para definir esta operación de obstrucción del espectro de posibilidades inscripto en el presente  por parte del paradigma dominante  (Futurabilidad, p. 26).

[9] El término «determinismo» en los escritos de Berardi, no hace alusión a una metodología filosófica que describe la evolución según implicaciones causales, sino a una estrategia política cuyo propósito es la automatización del comportamiento futuro.

[10] A propósito de ello, parece importante mencionar a algunos autores citados por Berardi: el primero es Deleuze y su texto “Post-scriptum, sobre las sociedades de control”, el cual puede leerse como un antecedente de lo que se expone tanto en Futurabilidad como en Autómata y caos, en cuanto que ahí caracteriza la sociedad de control como la encarnación de un principio omnipresente de automatización y por el que se reemplaza el modelo de sometimiento disciplinario (Futurabilidad, p. 114); otro es Marx, quien, en su obra El capital, presenta los conceptos subsunción formal y subsunción real, mismos que son recuperados por Berardi. Mientras que el primero, dice, refiere una relación coercitiva cuyo propósito es la extracción del plustrabajo sin alterar  el proceso de trabajo, el segundo señala la introducción de máquinas  que tienen por función intensificar la productividad. Según Berardi, la automatización es la forma más elevada de la subsunción, pues captura automáticamente al tiempo humano, y en su forma actual más extrema invade incluso la esfera de la cognición; por ello, la denomina “subsunción mental”, lo cual es, para el autor italiano, una forma de biopoder (Futurabilidad, p. 116). Finalmente, también se menciona a Spinoza; Berardi retoma la pregunta de la Ética sobre ¿qué puede hacer un cuerpo?, para repensarla en el contexto de la automatización; se pregunta qué puede hacer el cuerpo social en condiciones donde es separado del cerebro automatizado (Futurabilidad, p. 21).

[11] En el ámbito de la conexión, la interpretación se basa en el reconocimiento de patrones: el sujeto de enunciación debe seguir cadenas sintácticas exactas para que dicho reconocimiento sea posible; en cambio, el lenguaje es fuente de colectividad en el modelo conjuntivo: “cuando los organismos sensibles conscientes entran en una relación de transformación recíproca, estos se unen y de su conjunción surge un mundo ambiguo, conflictivo y apasionante” (Berardi, Autómata y caos, p. 141).

[12] Berardi parte del concepto de Shoshana Zuboff, «capitalismo vigilancia», el cual da cuenta de una nueva etapa del sistema capitalista con base en la convergencia entre la extracción masiva de datos y el despojo del comportamiento presente por medio de agencias dotadas de dispositivos inteligentes, lo que caracteriza la fase actual de la evolución tecnológica de la antropósfera.

[13] Statistikon es el término con el que nombra al automatismo tecnoinformativo “que captura datos del flujo de vida de la actividad social para adaptar las articulaciones de la máquina global a las expectativas del propio organismo social, y también para adaptar las expectativas del organismo social a las articulaciones de la máquina global” (Berardi, Autómata y caos, p. 137).

[14] Para esta formulación Berardi se basa en la teoría de actos de habla y la distinción entre oraciones referenciales y actos performativos del lenguaje. Las expresiones performativas, en determinadas circunstancias, no son descriptivas ni evaluativas, y pueden concebirse como acciones en tanto que al enunciarse crean la situación en lugar de describirla o informar sobre ella (Autómata y caos, p.134).

[15] Se trata de un enfoque postmaterialista de pensamiento cuya pretensión es alcanzar la emancipación total en un estado postcapitalista con base en la aceleración de los procesos tecnológicos. Tiene su origen en los años noventa en Reino Unido, al fundarse en la Universidad de Warwick la Unidad de Investigación de la Cultura Cibernética, CCRU por sus siglas en inglés, en torno a los trabajos de Sadie Plant y Nick Land. Avanessian y Reis, quienes compilaron algunos de los trabajos más representativos de la CCRU en el libro Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo, mencionan que el término “aceleracionismo” ha sido adoptado por un grupo convergente de nuevas propuestas teóricas, las cuales pretenden conceptualizar el futuro fuera de las críticas tradicionales y regresivas.

[16] Nos referimos a Williams y Srnicek, autores del “Manifiesto por una Política Aceleracionista” publicado en 2013, quienes promovieron la aceleración pero complementada con una reapropiación común de las tecnologías y de manera antagónica de las relaciones capitalistas.

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