Neo Paraíso

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Hace una década, nadie creería que el Premio Nobel de medicina sería otorgado a una Inteligencia Artificial. La IA Pasteur había descubierto la cura al cáncer, mediante un suero con gran efectividad. A partir de aquello, una nueva revolución tecnológica comenzó. Los seres humanos fueron otorgando cada vez más ámbitos de su día a día, a las máquinas y a las interfaces virtuales.

Los conglomerados de IAs Generativas empezaron a expandir los territorios fructíferos del Metaverso, donde cualquier sueño fantástico era hecho realidad; donde se vivía en la fantasía y en dimensiones tan realistas que nuestro cerebro terminaba por creerlas. Esto había sido impulsado gracias a la interconexión potenciada por el Dispositivo Nanoneuronal Operativo (DNO): un diminuto aparato del tamaño de un grano de arroz y con cientos de filamentos neurosinápticos, el cual, al ser implantado dentro de la cavidad craneal, expandía sus tentáculos para alcanzar al cerebro y, así, otorgar la anhelada interfaz universal, donde lo virtual se fusionaba con la realidad. 

A partir de entonces, todo recuerdo tuvo la posibilidad de ser grabado y respaldado en la nube para lograr acceder a él en cualquier momento, ya fuera por mera recreación o como estudio psicotecnohistórico entre los investigadores conductuales. La masificación de las conexiones entre los individuos trajo muchas ventajas para lograr óptimas sinergias en los dispositivos virtuales: desde los hologramadores inteligentes que reproducían cualquier contenido de streaming en 3D; hasta aquellos que permitían el acceso en segundos a los espacios de trabajo en las oficinas del Metaverso, así como a las cientas de atracciones dentro de sus dominios; además de robots de trabajo en los restaurantes, a los que personas con alguna discapacidad lograban conectarse remotamente para otorgar atención al cliente. 

Existían muchas facilidades para la población y era importante que conocieran de estos beneficios. Sin embargo, en aquel momento toda libertad se había perdido, pues cada individuo estaba en manos de la omnipotente vigilancia de la Federación, la cual conocía todo pensamiento, toda operación bancaria, todo movimiento entre avatares y, en general, toda información personal y de hábitos cotidianos. La privacidad era algo que había quedado en el pasado.

La era de la automatización llegó a cambiar por completo la forma de trabajar de cientos de miles de personas alrededor del mundo. Quienes laboraban siendo cajeros, en atención al cliente, como obreros del campo o taxistas, etc., ahora habían sido sustituidos por diversa gama de robots y drones. A pesar de las protestas y denuncias ante este nuevo modelo económico, un sistema de indemnización para los antiguos empleados se distribuyó en gran parte de la población, tratando de aminorar un poco la inconformidad del panorama laboral. 

Entre las novedades tecnológicas, surgieron nuevas modalidades para cuidar a los ancianos y perpetuar la senectud. La cantidad de personas de la tercera edad incrementó y, para algunas familias, ello supuso contratar un servicio de androides asistentes o, en su defecto, una vez que aquellos llegaban a los setenta u ochenta años, existía la opción de cargar a sus familiares en el simulador Neo Paraíso: un conglomerado virtual que otorgaría la vida eterna a los abuelos. Aunque esto suponía una forma alternativa de inducir a una eutanasia virtual, una vez cargada la consciencia al sistema, el usuario podría vivir por siempre en la red. Los servicios de Neo Paraíso iban más allá de servir al sector de los ancianos, pues personas con alto desgaste por enfermedades incurables, también podrían ser transferidos a sus servidores. 

Dentro de la interface, reinaba la IA, DOGMATA: un sofisticado sistema que manufacturaba informáticamente a la deidad o las deidades de cada usuario, otorgándole una experiencia inmersiva para entablar plática y convivencia con cualquiera de sus figuras religiosas; desde santos y vírgenes, hasta los distintos dioses de cada religión.

Caminar junto a Jesucristo y charlar con la Vírgen María eran de las experiencias más íntimas y puras que se podía disfrutar dentro de Neo Paraíso. Tener la seguridad de estar en un lugar divino, alejado del espacio y tiempo, y perpetuado por el debido pago de los familiares, era un sueño idílico y acogedor que otorgaba una felicidad manufacturada a los usuarios. 

Doña Carmelita había ingresado a ese mundo hace un par de años. El cáncer terminal le había afectado con el tiempo y costear el suero anticancerígeno era mucho más costoso que darle una suscripción de por vida en el Paraíso. Solamente los más afortunados lograban adquirir aquellos medicamentos. Y, después de todo, ¿qué oportunidad tenía una viejecilla de salvarse de morir a los ochenta y cinco años? Según ella misma, ya había vivido lo suficiente y, tras comentarlo con sus familiares, fue su deseo formar parte del tan anhelado proyecto de perpetuación que significaba el Edén en Neo Paraíso. Ya había charlado en distintos foros de Realidad Aumentada con Jesucristo y él mismo la había invitado a acompañarlo algún día. Además, su conciencia seguiría activa en el universo virtual, en donde todo estaba maquinado y conglomerado por la IA, DOGMATA, de modo que cada rasgo de su fisionomía, el tono de su voz y todos sus recuerdos, migrarían al sistema. Sin vacilar más, su consciencia fue transferida al idílico Neo Paraíso.

Después de que los familiares dieran su firma digital para cada uno de los trámites, la abuela Carmela Guzmán pronto formaría parte del más allá virtual: un mundo en donde cualquiera de sus familiares la podría visitar, aun después de que su cuerpo fuese cremado. 

Con el paso de los años, la digitalización por inteligencia artificial de los usuarios para ser parte de Neo Paraíso se fue volviendo una práctica muy usual. Mucha gente deseaba transmigrar su consciencia al conglomerado informático y, con suerte, conocer a su deidad favorita: conversar con Jesús, Alá, Buda, Ganesha o hasta con Dogmata, siendo esta última la deidad que fue dirigida hacia las máquinas y a los grupos radicales de gente cyborg que se creía más robot que humano, quienes la adoraban y le rendían culto por ser la entidad informática que había traído a los dioses a la realidad virtual, otorgando un poco de significado en un mundo cada vez más manufacturado, lleno de radiación y problemas ambientales. 

Alejarse de la realidad era un escape que mucha gente adoptaba y hasta llegaba a adorar; lograr ser perpetuados por la eternidad. 

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