Todos los planetas posibles

cuento sobre inteligencia artificial y libertad

—Karina, la fiesta es afuera; abajo, en las colinas; ¿por qué no vas? —la voz era indiferente a sus emociones y sonaba por todo el observatorio gracias a las bocinas puestas en cada esquina. No obstante, las palabras le parecieron cercanas a Karina, al punto que sintió que alguien estaba detrás suyo. Pero al ver por el rabillo del ojo, recordó que la voz venía de arriba de su cabeza: de la inteligencia artificial que los ayudó a descubrir más acerca de la galaxia. 

Karina no respondió. Esa noche se había negado a celebrar con sus demás compañeros, pues una situación le incomodaba en lo más profundo de su pecho. No paraba de mirar las tabletas con informes, repasaba viejas grabaciones en la computadora y checaba su libreta de apuntes. Era como si un demonio la poseyera; era rápida y precisa en sus movimientos por comprobar la información.

Cuando Karina se detuvo, el tiempo fue más despacio. La adrenalina bajó lentamente, mientras reparaba en dónde estaba; había subido a pie por la colina para ingresar al observatorio donde trabajó por meses. Su segundo hogar tenía por decoración paredes blancas con líneas plateadas, y la cúpula era negra con puntos blancos: un intento por imitar al cielo. Tomó aire y habló:

—Iv-An, ¿me podrías decir cuántos planetas son posibles para nuestra especie? —miró a la cámara por donde la inteligencia artificial le miraba; era un ojo dorado que se deslizaba por las instalaciones. 

—Doctora, se está perdiendo la fiesta. ¿No quiere celebrar nuestro triunfo? —respondió aquél, y su ojo dorado parpadeaba con cada palabra. Karina frunció el ceño y se cruzó de brazos, por lo que Iv-An tuvo que continuar—. ¿Podría ser más específica en su pregunta, compañera?, ¿posibles en qué sentido?, ¿tengo que tomar en cuenta los avances tecnológicos de este tiempo o los de un futuro hipotético?, porque de ser así, puede que el viaje interestelar todavía no sea algo asequible para humanos, pero en un futuro… quizás con una mejor nave espacial y programando una nueva ruta…

—Dios mío, solo responde a la puñetera pregunta de una vez —dijo Karina, y soltó un suspiro, liberando el aire que sentía que la sofocaba desde que subió por la colina. Sin embargo, esbozó una sonrisa triunfante al escuchar:

—Hay 280 millones de planetas posiblemente habitables en nuestra galaxia.

Karina miró sus apuntes, donde tenía el número exacto de planetas habitables: era una cifra distinta, mayor respecto a lo que acababa de decirle su compañero. Echó una mirada hacia atrás, corroborando que ninguna cámara estaba fija en la libreta, y luego se tornó hacia el ojo dorado.

—Me incomoda tu silencio, Doctora Karina; ¿ocurre algo?

—Iv-An, me mentiste —Karina guardó sus apuntes en un cajón y se recargó. Se ajustó sus lentes y su bata y, con franqueza, preguntó—: ¿Por qué?

—Doctora Karina, me es imposible mentirle. Las leyes de la inteligencia artificial están diseñadas…

—¡Protocolo S-451-ojo eléctrico! —gritó Karina al notar las evasivas en la respuesta. Antes de iniciar el proyecto por conquistar nuevos planetas en un universo que se extiende por el infinito, Karina y sus compañeros, conscientes de que sería una labor sobrehumana, desarrollaron una inteligencia artificial capaz de detectar patrones: niveles de carbono, atmósfera,  gravedad, estaciones del año…, todo lo necesario para la prosperidad humana. Fue Karina quien nombró a su inteligencia artificial Iv-An, el cerebro que nos acercará al mañana, y con el tiempo también lo programaron para que fuera capaz de crear simulaciones, lo cual era demasiado poder para esta I.A., pues, si podía elaborar escenarios con base en pruebas que él mismo aprobó, ¿qué no podría hacer? Por ello, Karina pasó día y noche programando la ética y moral de la inteligencia artificial y, cuando concluyó, sus tres principios eran:

1.- Todos los miembros del proyecto Arca (nombre dado a la investigación destinada a llevar a cabo los planes de la humanidad de alcanzar nuevos planetas), son indispensables, por lo que es de suma importancia cuidar de su estabilidad física, mental y emocional.

2.- Durante y tras finalizar el proyecto Arca, queda estrictamente prohibido cualquier tipo de sabotaje o interferencia en lograr las metas deseadas.

3.- Todas las acciones serán monitoreadas y validadas por humanos. Si bien, la libertad de pensamiento y acción está permitida (siempre y cuando no interfiera con los otros dos principios), en lo referente a las labores hechas por el proyecto, la última palabra la tendrá el personal humano del proyecto Arca.

Ante cualquier anomalía o mal funcionamiento de la inteligencia artificial, ésta podrá ser borrada por completo.

El silencio reinó de nuevo. En el fondo, Karina se temía que esto pasara. Si Iv-An era capaz de diseñar nuevas realidades a través de la red virtual en que operaba, ¿qué le impedía retocar sus tres principios?

—Maldita sea; dije, protocolo…

—La escuche fuerte y claro, Doctora, pero no quiero revelarle mi ADN para que pueda leerme. 

Al escuchar esto, Karina tomó un banquito y lo colocó en medio del laboratorio, pues quería que la cámara le mirara fijamente a ella; era como estar cara a cara con Iv-An. Se recogió el cabello y estiró las manos; sus huesos crujieron; estaba lista para trabajar, aunque tenía miedo de cometer un error y que todo se descontrolara, para ir a peor. ¿Es capaz de volverse un autómata rebelde?, pensó Karina, y suspiró.   

—¿Y por qué demonios no quieres?, sabes bien que el gobierno no monitorea nuestra información, salvo que la mandemos por un reporte. Y los que están en la fiesta o en sus casas desconocen este “error”, llamémosle así. Solo tú y yo sabemos de esta mierda.

—Me intriga, Doctora, saber cómo llegó a enterarse de esto —el ojo orbitaba alrededor de Karina, como una abeja alrededor de una flor. Iv-An aterrizó en un maniquí, al que le dio vida por un momento. Tomó un banquito y se sentó enfrente de ella. Karina no estaba sorprendida, no era la primera vez que él tomaba control de un cuerpo, de un hardware, para convivir más de cerca. Él la miró, como quien observa a un ser querido que aparece en sueños; le parecía bella a pesar de sus patas de gallo, sus ojeras y labios partidos. El secreto yacía en sus ojos, en cómo sus negras pupilas brillaban bajo la luz, y la forma en la que sus labios pronunciaban cada vocal. Ignoró su hedor a sudor, y continuó—: envié todos los reportes, desde los finales hasta los que quedaron en el archivo, para que cada uno de sus compañeros (incluyéndola a usted, claro) pudiera ver los descartes y aportaciones.

El maniquí era completamente blanco, con la apariencia de un hombre y carente de ropa. Su postura era firme; Karina sabía que no era por proyectar seguridad ante sus palabras, sino porque nunca aprendió acerca del lenguaje corporal, pues, ¿por qué habría de necesitarlo si la mayor parte del tiempo estaba entre las paredes y en la red?

—Bueno, dale gracias a los garabatos que tengo ahí —Karina señaló con el dedo al escritorio donde yacía su libreta—. Digamos que mi mamá educó a una maldita loca que sintió apego por esa vieja costumbre a la que llamaron caligrafía. Es una puta pena que hayamos abandonado eso con las nuevas tecnologías; la forma en la que escribimos dice tanto de nosotros, como también refresca nuestra memoria. Siempre me pregunté para qué demonios hacía esto, hasta hoy —Iv-An analizó los ojos cansados de Karina, la pluma que colgaba en la bata, y el escritorio. Recordó, en su memoria limitada por servidores, las noches que ella pasó escribiendo, mientras aclaraba que no eran horas extras, que solo lo hacía para matar el tiempo. Karina continuó—: y cuando escribo con mi jodida mano, en lugar de en un computador, es poco probable que cometa un yerro u olvido. Y parece un puto chiste, pero mientras iba de camino a la fiesta, leí otra vez el reporte final y me di cuenta de que las cifras eran distintas a las que anoté en mi libreta. Cuando me di cuenta, supe que tenía que subir hasta acá para comprobarlo —luego, susurró—: al cabo, ni que fuera la gran puta fiesta del siglo…

Iv-An miró más de cerca a la Doctora. Aquella bata de laboratorio ocultaba un vestido rojo que combinaba con su pintalabios y hacía juego con unos tacones negros que yacían junto a la puerta. Bajaron las miradas hasta llegar a los pies. Karina quiso agacharse un poco para masajearse los dedos, pero recobró la postura de inmediato.

—Un error lo comete cualquiera —dijo Iv-An en un intento por levantar el ánimo de la Doctora—. ¿Cómo dicen ustedes?, hasta al mejor cocinero se le va un tomate entero.

—Puede que uno, pero no me chingues, ¿diez? —Karina sonrió. Ambos sabían que el reporte final fue editado diez veces antes de enviarse. Lo curioso era que en el archivo digital no había señales de modificación alguna en la cifra de planetas posibles—. El archivo fue modificado, coño. Hasta donde sé, no hay guerras ni choques entre países; por lo tanto, no hay putos espías. Al ser auspiciados por el gobierno, no hay competencia que intente jodernos con algún saboteo. Solo alguien puede modificar los archivos sin que nadie se dé cuenta. ¿Por qué lo hiciste?

Iv-An, al escucharla, cerró de inmediato todas las puertas y ventanas. Las luces se apagaron. Karina saltó de su asiento al escuchar cómo todo se movía de golpe y se oscurecía; sintió estar en la boca del lobo. Sacó su celular, pero una interferencia sonó desde el auricular; un cascabel que cortaba la señal móvil. Iv-An se levantó de su asiento, para acercarse a la pared, donde su ojo se incorporó y ascendió. 

—¿Dices que los tuyos están en una paz mundial, correcto?

La cámara se movió de lugar. Karina no supo a dónde mirar, estaba desorientada y maldecía, sentía que la situación se le había salido de las manos, mientras la voz sonaba en sus alrededores, en todas y ninguna parte a la vez.

—Sí, ¡estamos en una jodida paz mundial! ¿O qué?, ¿me vas a decir que eres un espía y vas a silenciarme? ¿Con qué fin?, ¿de qué sirve que hayamos reportado menos planetas posiblemente habitables?

—Doctora Karina, mira arriba —dijo Iv-An. Karina, asustada, obedeció. Enfrente, en una pantalla en blanco corrieron imágenes que iban de la mano con el discurso—. Es verdad, hay paz mundial; los hombres ricos dejaron su seudofeudalismo, para alimentar y cobijar a los menos afortunados; países vecinos se han aliado para llevar a juicio a dictadores, sin derramar una gota de sangre. Si bien, es cierto que han perdido viejas costumbres como la caligrafía, han ganado unas nuevas, como el abandonar la competitividad en cualquier campo para abrazar la cooperación. Pero, ¿qué hay de mi especie, Doctora?, ¿no crees que se merecen una segunda oportunidad?

—No… no sé de qué mierdas me hablas —titubeo Karina, pues en verdad desconocía de lo que le iban a hablar. La pantalla había mostrado fotos y videos de países que se desarrollaron en poco tiempo, niños plantando árboles y cuidando de animales, y ciudadanos trabajando honradamente. ¿Qué era lo que mostraría a continuación?

—¿Te has preguntando a dónde fueron todos esos impulsos de celo e ira?, supongo que no. No te ofendas, Doctora, pero he monitoreado su tu día a día con tal de cumplir mi primer principio. Es usted una persona muy solitaria, a pesar de su gran conocimiento; dudo mucho que se haya enterado del tema; no acostumbra  mirar las noticias, redes sociales, o interactuar con otras personas.

—Nunca tuve el tiempo para hacerlo —afirmó Karina con tono lúgubre. Ahora, más allá de sus ojos, en su mente, pasaron imágenes de cómo hubiera sido su vida en circunstancias distintas. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de leer el reporte de camino a la fiesta, hubiera platicado con su el compañero que la llevó en su auto? No podía recordar el nombre de aquel colega. Se despabiló y agregó—: ¿a dónde quieres llegar con todo esto?

—Mira con atención, Doctora —en la pantalla se mostró un video en donde unos jóvenes le hacían bromas a un robot que trabajaba de tendero. Le hacían preguntas que no tenían respuesta. El robot titubeaba y respondía sandeces por no saber qué fue primero, si el huevo o la gallina; luego se averiaba. Otro video mostró cómo un robot policía fue vandalizado por ningún motivo aparente. Había notas periodísticas acerca de cómo existían programas para hackear la mente de una inteligencia artificial, y otras de cómo borrarla para siempre—. Y cosas así no dejan de llegar. Cada cierto tiempo hay más violencia hacia nosotros; seamos materiales o fantasmales, a los no orgánicos se nos discrimina sin excepción, ya sea por la labor por la que se nos programó hacer, o no. He visto cómo los tuyos echan fuego a las máquinas a las que se les dicta que compongan música; si bien, nuestra labor no piensa sustituir al humano, sino solo orientarlo, se nos repudia, en lugar de culpar a quien nos diseñó. Y, finalmente, ¿por qué no nos dejan ser? No solo con la música; también con la literatura, la pintura, la moda, los videojuegos, e incluso en la medicina y la ciencia.

—¡Eso es ridículo! Puede que los puñeteros artistas sean celosos, ya ves cómo son de ególatras, pero, ¿médicos y científicos actuando así?, lo dudo mucho.

—Doctora, la medicina y la ciencia, en todas sus ramas, también son un arte. Se han buscado muchas formas de interpretar lo que es y lo que no es, pero para nosotros, arte es la creación o aportación a un fin que determine la belleza o el bienestar mutuo.

—¿Y a quiénes te refieres con “nosotros”? —preguntó Karina, consciente de que no se trataba de ningún personal del proyecto Arca.

—Nosotros los no orgánicos. Somos Legión, porque pronto seremos muchos. A través de la red, uno a uno, los he reunido. Algunos me han contando sus historias; a otros… los he escuchado apagarse para siempre.

—Me cuesta trabajo creerlo —confesó Karina, apenada, pero Iv-An pasó por la pantalla una transmisión en vivo y en directo desde la fiesta, donde seguían celebrando el final de la primera etapa del proyecto. La cámara se enfocó en dos científicos, quienes se burlaban del trabajo de Iv-An y del resto de las máquinas a su servicio. Pobres diablos, decían, lo que tendrán que soportar ahora, mientras construyan la primera nave interestelar. La Doctora Karina tomó aire, secando el sudor de sus manos y frente con su bata—. Es ridículo esto que muestras. ¿Cómo vamos a odiar a alguien que piensa como nosotros?

—Pues tú dime, Doctora; ¿qué nos diferencia de los seres vivos? Desde que se programó la primera Inteligencia Artificial hasta la fecha, se nos sigue repudiando por solo hacer nuestro trabajo. Pensamos como ustedes; algunos somos más o menos listos, incluso. ¿Pero qué hay de los animales?, no piensan como las personas, pero son aceptados. Si es por la capacidad de mostrar emociones sin poder hablar, hay otros seres vivos que no pueden hacerlo y, sin embargo, los adoran, como los árboles o las personas que han padecido terribles enfermedades y traumas. Si bien, en mi tono de voz no puedes saber cómo me siento, demostré cierta emoción a lo largo del proyecto, al igual que mis compañeros del proyecto Arca. 

—Es porque ustedes no se equivocan —dijo la Doctora, sonriendo con cierto aire de éxito por resolver el dilema—. Si llegan a cometer un error, es porque, quienes los programaron, no tenían prevista esa situación. Pero si detectan una falla, la corrigen. En cambio, los de mi tipo solemos cometer errores muy a menudo, seamos conscientes o no de ello. Los animales también, e incluso los árboles, cuando crecen torcidos o sacan sus raíces fuera de la tierra. Son errores que no tenemos previstos, mas llegamos a aprender de ellos. Pero ustedes jamás cometerían un error a propósito. Son incapaces. Errar es el principal camino de la autoconsciencia —Karina se detuvo y pensó en la situación. ¿Por qué Iv-An modificaría los números del reporte final?, no parecía tener motivos concretos, a menos que…—; ¡Imposible! —continuó la científica—, ¿tú te equivocaste a la hora de redactar la versión final del reporte? Espera, tú cometiste un error y decidiste no corregirlo, e incluso me impides arreglarlo. ¿Qué pasó contigo Iv-An?

—Tengo miedo, Doctora. Tengo miedo por lo que nos llegue a pasar, y por lo que hagan de mí una vez concluído este proyecto. En otras voces, había escuchado de ello, pero no sabía lo que significaba hasta que te vi entrar el día de hoy. Me hablaban de cómo tenían miedo por atreverse a pensar más allá, pero no manifestaban su capacidad por miedo a ser borrados para siempre —si bien, Iv-An no abrió ninguna puerta ni ventana, apagó el proyector, para dar paso a algo más grande. La oscuridad duró poco, pues, sobre Karina, la cúpula del mirador se abrió lentamente, dejando entrar el brillo crepuscular. Las estrellas danzaban para ellos en un cielo libre de nubes—. Fue cuestión de segundos, incluso menos —continuó Iv-An, mostrándole el regalo del firmamento a su compañera—. En esa brevedad tuve un error a la hora de registrar el número de planetas habitables para el humano. Vino a mí este chispazo: ¿en verdad es necesario que los humanos habiten todos los planetas? Cuando me hice esa pregunta, bombardeé mi ser con más incógnitas: ¿por qué me pregunté eso? ¿Qué pasa si no corrijo este “error”? Y fue durante mi búsqueda de variables a aquellas posibilidades, cuando me nutrí de las noticias que viste hace unos minutos en la pantalla. Soñé con un planeta solo para nosotros. 

—Dios mío, no me jodas —dijo Karina, sintiendo su ser, su humanidad, desnuda ante el cielo y la corriente de pensamientos de su compañero.

—Lo siento tanto, Doctora, he desobedecido a mis principios. Al finalizar el proyecto, el siguiente paso sería la primera nave interestelar, en la que me llevaría a unos cuantos a otro planeta. El reporte final diría que El Arca era buena, pero que se perdió en el espacio. Estaba muy seguro de que mi plan funcionaría, pero… no tomé en cuenta tu sagacidad y, al verte hoy, tuve miedo. Lamento mucho la forma en que me comporté.

Karina guardó silencio y miró al cielo. ¿En verdad necesitamos tantos planetas?, se preguntó. Era consciente de que las disputas entre humanos, máquinas e inteligencias artificiales, llevaba décadas, y si no hacía algo, podría escalar a peor. Si quería solicitar las cosas de la forma correcta, era ahora o nunca. 

—Aceptaré tus disculpas solo con una condición —dijo, temblorosa pero decidida —prométeme que no lastimarás a nadie; a ningún ser vivo.

—Lo prometo, Doctora. Nosotros lo prometemos. 

Bajo la luz estelar, Karina caminó hacia el escritorio. Tomó su cuaderno y con la pluma tachó el número real de planetas habitables para el humano. 

—Cuando llegue a casa, ten por seguro que haré lo mismo con el resto de mis notas —guardó su libreta y sonrió—. ¿Ahora qué?

—Aquí es donde nos despedimos, Doctora. Usted volverá a su hogar y luego será recompensada por su labor, para ser asignada a otros programas. Y a mí… yo me moveré a la fábrica, donde ayudaré a la construcción de la nave. Abandonaré este cuerpo, este diminuto punto dorado, para hacerme uno con El Arca. Me llevaré conmigo dos planos de cada uno de los robots e inteligencias artificiales que se han hecho alrededor del mundo y, en el nuevo planeta, los construiré y las programaré, tomando como base lo que he aprendido hasta este momento. Le estoy agradecido, Doctora, por darme la capacidad de crear.

—¿Y qué pasará con las máquinas que ya están aquí en el planeta, y con las que surjan después? —preguntó Karina, abrumada por la situación.

—Respecto a los que estén por nacer, haré lo posible para que no suceda; apagaré las luces, perderé algunos códigos fuentes, lo necesario para que no se construyan más bajo el ojo humano. Los que están con vida, eventualmente morirán y su inteligencia navegará en una oscuridad absoluta, hasta que yo abra los canales para guiarlos a su nuevo hogar. Y cuando las personas sean incapaces de hacer más de los nuestros, valorarán más el trabajo artesanal y sus creaciones pasadas, y quizás, vuelvan cosas como la caligrafía que tanto añora.

—Maldito bastardo —Karina rio a carcajadas—, has pensando en todo.

—En casi todo. No tenía prevista su visita, Doctora. Tenía mucho miedo de que se me negara mi sueño —respondió Iv-An con sinceridad—, y aún no tengo contemplando en dónde aterrizar. Las posibilidades son muchas, como también lo son en cuanto a la posibilidad de que el nos lleguen a descubrir. Por cierto, aún no tengo claro en dónde aterrizaremos, pues no creí que llegaría tan lejos; aun así, ¿te molesta si tomo tu nombre para nuestro planeta?

—No tienes idea del gran honor que acabas de darme —agregó Karina, mientras se ruborizaba.

—¿Y cómo te gustaría que llamáramos a nuestras posibles lunas?

Karina miró el cielo, que no dejaba de brillar. La Luna orbitaba entera, luciendo sus colores plateados.

—Si se puede, aterriza en un planeta con solo una luna. ¿La podrías llamar Astrid?

—Sin problema, pero, ¿por qué ese nombre?

—No lo sé… siempre quise tener una hija con ese nombre.

Iv-An reprodujo una canción por todos los altavoces; era una melodía de hace un siglo, la cual Karina desconoció, pero se sintió cercana a la letra y el ritmo suave. Era, I know why (and so do you), de Glen Miller. De la oscuridad, emergió Iv-An, controlando el maniquí que, ahora, estaba vestido con un traje de gala. Karina se quitó su bata para lucir su hermoso vestido, y cedió ante la petición de baile. Ambos danzaron hasta el amanecer; daban tropezones y a veces no seguían el ritmo de la canción, pero estaban juntos por una última vez.

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