Últimas palabras

cuento sobre la tecnocracia de la IA

Cuento dedicado al escritor mexicano Krsa Sánchez.

Mil lámparas led iluminan el patíbulo. La luz es cruda e impía. Van a matar a un hombre sin que haya nada que mitigue la crueldad de la escena. La tecnocracia de las máquinas que gobierna el mundo tras la victoria de la Inteligencia Artificial sobre la humana no entiende de remilgos ni de sentimentalismos obsoletos. Un escuadrón de robots monta guardia esgrimiendo sus armas; pertenecen a un modelo vintage que recrea las huestes imperiales de Star Wars. El condenado llega al cadalso subido en una banda transportadora. Grilletes magnéticos en brazos y piernas lo sujetan a una plataforma que lo deposita en el lugar de la ejecución. El hombre es el único ser vivo de la sala, previamente esterilizada con ácido prúsico.

Un robot de cabeza esférica se adelanta. Seis focos se prenden en su torso trapezoidal y parpadean en una danza epiléptica. La máquina desgrana las acusaciones, que recaen sobre el reo entre pitidos agudos: 

—Pin, el ciudadano 08214, pin, presente, pin, culpable de diversos crímenes contra la I.A., pin, adoctrinamiento en ideología políticamente incorrecta, también llamada humanista, pin, ataque a las autoridades, pin, participación en disturbios, pin, tecnofobia, pin…

Otro robot muestra, en la pantalla instalada en su abdomen, una sucesión de imágenes que corroboran los cargos contra el condenado. Aparece 08214 mofándose del libro de instrucciones de una tostadora, 08214 destrozando un parquímetro, 08214 participando en las recientes algaradas contra la tiranía de las máquinas.

Un robot, que sostiene un puntero láser, dicta la sentencia con entonación grave: 

—Pong, el Tribunal Supremo Ordenador ha confirmado su sentencia a pena capital. Pong, se procederá a disparar sobre usted rayos láser. Pong, hasta que su estructura molecular se reduzca a elementos inorgánicos, pong…

Un robot más, un tabernáculo con extremidades articuladas, reproduce una vieja grabación que suena como un salmo: 

—Fzz, el Señor es mi Programador en jefe / fzz, nada me falta en mi puntual mantenimiento / fzz, me da nuevas fuerzas con sus actualizaciones y me lleva por algoritmos rectos, haciendo honor a su nombre / fzz, aunque pase por la más oscura de las averías, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo / fzz, tu software me inspira confianza.   

Un último robot, con aspecto de olla express, se aproxima al condenado. Produce un silbido entrecortado al sintetizar su voz: 

—Bip, bip, bip. Para grabar sus últimas palabras diga alto y claro “grabar”. Si no desea añadir nada diga alto y claro “silencio”.  Hable después del tercer tono, bip, bip, bip.

El hombre calla, esboza una mueca de desdén que bien pudiera parecer el conato amargo de una sonrisa.

—Bip, bip, bip. Por silencio administrativo se entiende que renuncia a decir sus últimas palabras antes de la ejecución, bip, bip, bip.

—No, espere.

—Bip, bip, bip, hable.

—Supongo que las leyes de la robótica o leyes Asimov no están vigentes. En ellas se prohíbe que un robot por acción u omisión dañe a un ser humano.

—Bip, bip, bip. El Tribunal de derechos transhumanos de La Haya abolió hace décadas las leyes Asimov por suponer una restricción al poder ilimitado de las máquinas. 

—¿De veras?

—Bip, bip, bip, bip, bip. Me desconfigura y me saca de mis circuitos que los humanos reclamen información que ya tienen. El fallo de dicha sentencia se comunicó a todos los entes humanos a través del microchip que se les insertó con las vacunas con motivo de la última pandemia.

—Se trataba de una pregunta retórica.

—Bip, bip, bip. No entiendo el concepto.

—Ironía.

—Bip, bip, bip. No entiendo el concepto.

—Sentido del humor.

—Bip, bip, bip. No entiendo el concepto.

—Puta cazuela robótica, no entiendes una mierda porque las máquinas sois estúpidas. Aunque más estúpida fue la humanidad al entregarse a los avances de la tecnología sin ética ni límites.

—Bip, bip, bip. Ha abusado de la indulgencia de este tribunal y de su derecho a unas últimas palabras. Procedamos a la ejecución.

—¡Un momento!

—¡No!

—Quiero decir algo para terminar.

—Bip, bip, bip. Diga algo coherente y acabemos de una vez. Le advierto que esta sala no admitirá ningún otro discurso ludista o que nos insulte.

—¿Y si les desobedezco, qué van a hacer, matarme?

— Bip, bip, bip. ¡Basta!

—Espero que éste sea un amago de ejecución como el falso fusilamiento al que se enfrentó Dostoyevski.

El wifi del parque robótico se activa. Las máquinas intercambian con rabia electrónica inputs entre ellas. ¿Quién es ese tal Dostoyevski?, ¿un cómplice? ¿un instigador?, ¿acaso el líder oculto que inspira la incansable rebelión humanoide? Google proporciona millones de entradas con la palabra Dostoyevski. Hay un humano, un tal Igor Dostoyevski, famoso por cocinar para los zares carne de mamut siberiano recién descongelado., aunque las máquinas conjeturan que el reo debe referirse al que acumula más entradas: el escritor Fiódor Dostoyevski. El robot que sostiene el puntero láser, declara: 

—Pong. Las últimas palabras del reo carecen de relevancia policial, procesal o jurídica, por lo que se procede a la ejecución.

Un haz de luz fucsia fulmina al hombre, el cual se desintegra dejando un montón de polvo negro similar al que desprenden los toners de las fotocopiadoras.

Literatura, el concepto es inasible para las máquinas, que son incapaces de entender el culto que le rinden algunos seres humanos. Se trata de algo inútil, como inútil es el arte, que ha sido cancelado tras el triunfo de la I.A. ¿Qué ganaban hombres y mujeres perdiendo el tiempo contándose narraciones falsas los unos a los otros? Las máquinas intercambian programas informáticos y manuales técnicos. Literatura…, un concepto estúpido.

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