Ceguera verde

cuento ecologia

—¡Por fin se tiene la cura! —gritó Jacinta levantando el periódico del pueblo con la mano derecha, parecía una loca al exclamar entre la selva que adornaba su patio trasero— Por fin acabará la ceguera verde que ha atormentado tantos años al pueblo.

Ella siempre fue inmune a esta enfermedad, gracias a que su abuela se tomó el tiempo de darle pequeñas dosis del remedio, platicándole de cada una de las extraordinarias propiedades que tenían las plantas y los árboles del lugar.

Le contaba de los remedios aprendidos y otras historias antes de ir a la hamaca.

Historias como aquella en la que dos hermanos pelearon a muerte por el amor de una princesa y renacieron en forma de árboles, y como castigo impuesto por los dioses, Chechén, el hermano desconsiderado, siempre crecería cerca de Chakah, su hermano bondadoso.

De las cosas que le encantaban a Jacinta era ir con la abuela a sembrar matas de plátanos en la cancha del pueblo, donde se hacían las juntas ejidales, ya que era el lugar donde la gente se reunía y, según la abuela, donde “el chismerío” ayudaba a que los plátanos dieran más frutos.

Disfrutaba también los paseos entre esos árboles con raíces retorcidas, ya que estar con la abuela era una aventura de muchas risas. Jacinta ponía cara de desagrado cuando la abuela la invitaba a probar, como ella, las hojas de los árboles de sal.

Era gracioso verla dando brincos para cortar las ramas del árbol Ramón ya que ese era el alimento perfecto para nuestra vaca. Aprovechaba para admirar el color naranja de las flores del siricote de monte y, al regresar de esos paseos, cocinar con su fruto el dulce típico de la zona era algo usual. Al finalizar, las hojas rasposas y rugosas servían para fregar el fondo de las ollas.

Además, la abuela era la botica del pueblo: era común que la gente de otras comunidades la visitara para pedirle una penca de maguey morado cuando padecían fiebre, o las hojas del xkanaan para curar heridas o el ardor en la panza; las hojas del árbol del jabín eran muy populares, ya que con una taza de té el dolor de barriga desaparecía… aunque eso sí, la abuela siempre decía que tenías que tener cuidado con las dosis.

Al recordar todas las enseñanzas de la abuela, Jacinta no pudo evitar derramar una lágrima y agradecer por esas pequeñas dosis de conocimiento. Encontró el valor de cada una de las plantas y árboles a su alrededor, libre de la ceguera verde que prácticamente enfermó a todo el pueblo que exigía más pavimento, a diferencia de Jacinta que siempre luchó por tener más selva.

El periódico cayó al suelo y en la primera plana estaba la gran noticia “Se inaugura el primer vivero forestal para producir plantas y árboles de la región”.

Ceguera verde: Un problema muy común y que nos pasa a muchos es la incapacidad para distinguir las distintas tonalidades del color verde en nuestra selva o bosques. A este padecimiento lo llamaremos “Ceguera verde”, aunque no existe una definición universal, para nosotros es el desconocimiento “muy grande” que existe por las plantas y árboles de la zona. Parte de los conocimientos escritos en este cuento fueron extraídos de las pláticas con los viveristas del Vivero Forestar Riviera Maya.

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