Súplica de un consuelo

Súplica de un consuelo cuento sobre una mujer abusada por su pareja

El recuerdo de su cuerpo, el recuerdo de sus manos y de sus ojos fríos y enojados frente a mí, evocan claramente el miedo y la desesperación de mi alma por querer salir de esa tortura que, en algún momento lamentable, yo misma decidí vivir con la excusa del amor.

Aclaro que el amor propio de una mujer se tiene que adaptar a su finura frente al espejo y no a una mano en tu piel que no está lista para acariciar sino para maltratar;  jamás debe ser permitido el irrespeto por ningún motivo. Eso y cosas similares, es lo que escuché de muchas mujeres que aprendieron a describirse a sí mismas como empoderadas y exitosas; mujeres que se aman y se respetan ante todo el mundo, por lo cual siempre las admiré, creyendo yo descaradamente, que era de esas damas amadas por la vida.

Pensé que vivir la experiencia del amor y lanzarme al vacío de amar a alguien libremente me haría feliz; imaginé que entregar mi tiempo a un alma me haría fuerte, y al mismo tiempo creí que disfrutar de su cuerpo y ojos color oro que adoré por noches enteras, me haría única ante un mundo de desgracia y monotonía.

Les confieso que sí fui feliz, que sí disfruté de una caricia que hoy no se si fue del todo sincera, al igual que la magia y perfección de su piel.

Me exploté tanto ante un deseo de poder sentir amor y protección de alguien que me quedé sin armas y ciega, sin darme cuenta que el peligro más grande de la ilusión eran sus caricias y besos, pues, paralelamente, me apagaron sus golpes sin fundamento. Esos golpes hirieron mi mundo de poesía y alegría, hasta transformarlo en una desgracia cada vez que quedé en el suelo maldiciendo mi existencia.

Me apagué tanto que se me olvidaron mis sonrisas, me apagué tanto que hasta pensé: quizás lo merezco, pero de seguro mañana despierto y el tipo me dice lo siento.

Mis ganas de amarlo, de buscarlo, de quererlo tener en mí, se apagaron como se apaga una vela encendida, pues me dediqué a soplar mis golpes, a extinguir la llama, y a pensar entre los silencios de mis miedos: la culpa es del hombre, pero también mía, mía por permitir que el vacío de un alma pobre de amor propio, llegase a mí buscando calor en mi corazón alegre y joven, lleno de esperanza y locas ideas que me llenaban de vida y que él simplemente apagó.

Soy una mujer de pocos años que perfectamente ha vivido lo esencial para empezar un camino por la montaña rusa que es la vida. Mi juventud está rodeada de poca gente a la cual casi nunca tuve cuando necesité de un abrazo, cuando necesité de un te quiero de alguien. Simplemente me dediqué a hacer escritos y escuchar música clásica, llenándome de inspiración en mi habitación oscura, para reconocer lo que al fin soy hoy: una perdedora que debe alzar su mentón hasta lo más alto del cielo y decir, fui una más, pero ya no más, no más con tanta tortura emocional que opaca mi ser, sólo necesito un perdón, perdón que me doy yo misma por abusar tanto de mí, porque en el fondo sé que me amo y que debo aprender a respetarme.

Mujeres, por más que amen a alguien no se queden en ese lugar cuando su alma está apagada, su corazón está gris y su cara verde por el pretexto de que me golpeé con la puerta o rodé por las escaleras.

Si deseas salir de algo así, como quien escribió estas líneas, piensa que lo logré de un modo más fácil de lo que imaginaba que sería.

Mujer, solo vive intensamente y sé feliz contigo misma.

Salir de la versión móvil