Sócrates, el más sabio de los hombres

Sócrates

Breve biografía de Sócrates

Sócrates es considerado uno de los más importantes filósofos de la antigüedad y uno los maestros más famosos de todos los tiempos. Nació en Atenas en el 469 o 470 a.C., durante el esplendor de su ciudad, y murió en el 399 a. C. Fue hijo del escultor Sofronisco y la partera Fenáreta.

Se dice que fue discípulo de Anaxágoras y que también recibió algunas lecciones de Damón, pero que pronto se cansó de sus enseñanzas que se concentraban en la naturaleza, porque no las consideraba fundamentales, como sí, el estudio del hombre.

Antes de dedicarse a la filosofía, ejerció el oficio de su padre. Según Duris, citado por Diógenes Laercio, fue labrador de piedras y escultor de las Gracias que estuvieron en la Acrópolis hasta el siglo II a.C.

Sócrates siempre atendió los adiestramientos corporales y danzaba por creer que era un gran ejercicio para mantenerse sano. Poseedor de una gran fuerza y habilidad bélica, fue guerrero en las batallas del Peloponeso, Potidea, Delio y Anfípolis. Se dice que en la batalla de Potidea permaneció toda la noche en la misma posición, y que cuando todos habían huido, él se retiró con tranquilidad, aun vigilando que nadie atacara, por lo que ganó el premio al valor, mismo que cedió a Alcibíades, del cual, unos afirman, estaba enamorado. Sin embargo, en Banquete de Platón se dice que despreció al joven, pues aceptarlo no sería un negocio justo, ya que estaría cambiando “cobre por oro”. También se cuenta que en Delio ayudó a Jenofonte, salvándole la vida, cuando en batalla cayó de su caballo.

Desde muy joven, Sócrates llamó la atención de los atenienses, por poseer una inteligencia sobresaliente, gran destreza retórica y lingüística. Tenía la fama de gozar de la habilidad suficiente para disuadir y persuadir, y convertir el argumento más débil en el más fuerte, por lo que los Treinta (oligarquía compuesta por 30 magistrados llamados, instaurada en Atenas tras la guerra del Peloponeso) le prohibieron enseñar el arte de los discursos. Gracias a su maestría de palabra, se dice que colaboró con Eurípides, uno de los principales exponentes de la tragedia griega.

Fue conocido por dialogar con aquél que se dejara, con el único propósito de aprender y saber la verdad; mas, según Diógenes Laercio: “muchas veces discutiendo con gran vehemencia recibía puñetazos y arrancadas de pelo, y las más era despreciado y lo tomaban a risa. Y todo esto lo soportaba pacientemente”[1]. Situaciones similares son narradas en la comedia, Las nubes, de Aristófanes.

Tuvo dos esposas, Jantipa y Mirto, con quienes concibió tres hijos, uno con la primera y dos con la segunda. Algunos señalan que desposó a una primero y a la otra después, mas, también hay los que sostienen que ambas fueron sus mujeres a la vez y que Sócrates actuó así porque los atenienses deseaban aumentar su población y, habiendo falta de hombres, se permitió tener hijos con más de una mujer.

Siempre vivió austero y se dice que jamás trabajó a cambio de dinero. Algunos señalan, incluso, que andaba con una túnica vieja y sucia y que despreciaba las cosas materiales, por lo que se le atribuye la frase:

Se dice que, en su vejez, Sócrates aprendió a tocar la lira, afirmando que no hay nada absurdo en instruirse en lo que no se sabe.

Principales aportaciones de Sócrates a la filosofía

Debido a que el principal interés de este filósofo fue el estudio del hombre y no de la naturaleza, como había ocurrido con sus antecesores, Sócrates es considerado padre de la ética, una de las principales ramas de estudio de la filosofía.

Fue creador de la mayéutica, método consistente en la formulación correcta de preguntas, para llegar a la respuesta acertada. El nombre de este método de enseñanza proviene del griego μαιευτικóς, maieutikós, que significa partera. Sócrates afirmaba que su oficio era el mismo que el de su madre, sólo que, a diferencia de ella, él no ayudaba a nacer niños, sino ideas.

Famoso por sus enseñanzas, gran sentido de la justicia y sabiduría, este filósofo pasó a la historia sin haber escrito nada, y de él sólo conocemos los que sus contemporáneos cuentan. Entre sus discípulos más destacados, están: Platón, Jenofonte y Antístenes.

Condena y muerte de Sócrates

Platón cuenta en su diálogo: Apología de Sócrates que, Querofonte afirmó que el óraculo de Delfos señaló a Sócrates como el más sabio de todos los hombres; sin embargo, el ateniense rechazó dicha idea, haciendo una afirmación que se convertiría en su frase más celebre:

Al intentar refutar dicha idea, salió en la búsqueda de un hombre más sabio que él, pero al indagar entre personajes célebres y virtuosos, no encontró más que hombres que creían saber aquello que desconocían. Dice Diógenes Laercio, que, debido a esta atribución de sabiduría, muchos le tuvieron envidia e incluso odio, ya que evidenciaba a aquellos que se sentían orgullosos de su conocimiento, por lo que, Ánito, Meleto y Licón le acusaron de pervertir a la juventud y no reconocer a los dioses. Debido a esta acusación se le condenó a muerte, historia que es contada en los diálogos platónicos: Apología de Sócrates, Critón y Fedón.

Sócrates murió en la cárcel, condenado a beber la cicuta (veneno). Enunció sus últimas palabras a sus discípulos, quienes trataron de persuadirlo de escapar; sin embargo, su gran amor por las leyes se lo impidió. Se dice que los atenienses no tardaron en arrepentirse de dicha condena y que debido a ello mandaron cerrar gimnasios y palestras, desterraron a los acusadores; además, a Meleto, quien personalmente había puesto la denuncia en su contra, le condenaron a muerte.

Frases atribuídas a Sócrates

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Bibliografía

Aulo Gelio. Noches Áticas I, México, UNAM, 2000.

Diógenes Laercio. Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres, Madrid, Alianza, 2013.

Platón. Los diálogos eróticos: Banquete y Fedro, Madrid, Tecnos, 2013.

Platón. Teeteto, Diálogos V, Madrid, Gredos, 2004.

Platón. La Apología de Sócrates, Diálogos I, Madrid, Gredos, 2004.

Platón. Fedón, Madrid, Tecnos, 2002.

Platón. Critón en Obras completas, tomo 1, Madrid 1871.

Notas

[1] Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres (II, 21).

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