¿Es justificable la destrucción del patrimonio cultural?

La destrucción del patrimonio cultural

Resumen: Reflexión sobre la destrucción de monumentos y obras culturales, a partir de marchas y protestas feministas, antirracistas y anticoloniales.

¿Es justificable la destrucción del patrimonio cultural?

El 2020 ha sido un año intenso, no sólo por la pandemia y la crisis económica que asecha a todos los países, sino también por las exigencias de cambio ante el machismo, la intolerancia racial, el clasismo y la falta de conciencia ecológica, principalmente. Organizaciones y particulares demandan cambios radicales, y no es para menos. Estamos a punto de un desastre ecológico sin precedentes. Tras la cuarentena, la violencia contra las mujeres y niñas aumentó en todo el mundo; en México, la violencia doméstica incrementó al menos un 30%; los homicidios dolosos contra mujeres 11%; los feminicidios 5%; y las llamadas a servicios de emergencia por violencia contra mujeres, 56%[1].

Por si fuera poco, a partir de la aparición de la COVID-19, los ataques racistas también aumentaron, siendo las principales personas afectadas, aquellas de rasgos u origen oriental. Estados Unidos demostró (sin ser un problema exclusivo de tal país) que las diferencias raciales pesan mucho en su sociedad, pues los negros y latinos han sido víctimas del virus en mayor medida; además, durante la cuarentena incrementaron los crímenes de odio y discriminación en contra de negros, latinos y asiático-americanos.

Países como México, Estados Unidos y Chile han sido escenario de importantes protestas y manifestaciones feministas, antirracistas y anticoloniales, en las que varios monumentos, cuadros y edificios, considerados parte del patrimonio cultural, se han visto afectados e incluso destrozados.

La cultura es una de las mayores riquezas humanas; a través de ella reflejamos y expresamos nuestra identidad, valores e historia. Preservarla con propósitos de enriquecimiento y aprendizaje es una tarea importante; sin embargo, conservarla a toda costa, sin cuestionamientos y valorándola por encima de la vida de las personas o de las exigencias de una parte importante del pueblo, puede conducirnos a un estancamiento peligroso. La cultura, igual que la ciencia y el pensamiento, cambia y debe evolucionar. Los paradigmas del mundo antiguo, medieval o moderno no son los mismos que los del mundo actual (aunque hay gente que considere que sí). Nuestra realidad es diferente y las nuevas generaciones exigen cambios.

Los sectores no favorecidos por el discurso hegemónico se están revelando cada vez con más frecuencia ante el sistema, el cual fue construido para favorecer al hombre heterosexual, “blanco” y capitalista. Todo lo que sale de ese esquema es considerado diferencia. A nadie le gusta ser el diferente, mas, la mayoría de nosotros no encajamos en el lugar de los privilegiados. Algunos nos damos cuenta y desde diferentes trincheras nos esforzamos para concientizar, ganar visibilidad, respeto y un lugar en este mundo intolerante; otros prefieren defender las viejas estructuras, ya sea porque pertenecen o creen pertenecer a ellas, o simplemente porque rehuyen y temen al cambio.  

Si analizamos de manera seria y crítica la historia universal (oficial), podemos observar que nos enseñan una parte censurada y alterada de los hechos, para empatar con los valores hegemónicos. Las mujeres fuimos eliminadas casi por completo de los libros y programas educativos, no porque no hayamos hecho nada revelarte, sino porque el sistema quiere que creamos que únicamente somos capaces de formar familias y ser guardianas del hogar. Los negros y los indígenas tampoco figuran en la historia, porque se cuenta la versión de los hombres blancos, “conquistadores”, a quienes más bien debería llamárseles invasores. Finalmente, hay que señalar que incluso hombres brillantes que lograron pasar a la historia como alguien importante, pero que vivieron fuera del discurso heterosexual, fueron reprimidos y sus sociedades se encargaron de castigarlos y destruirlos, como sucedió con Oscar Wilde o Alan Turing, por mencionar algunos.

Contar una historia única, encumbrando al hombre blanco, heterosexual y adinerado, ha sido de interés para las instituciones más poderosas y obscenamente ricas del planeta, pues están formadas, básicamente, por hombres “heterosexuales” y “blancos”. ¿Por qué ha funcionado su sistema? Porque tienen los recursos para someter, borrar y matar a todo aquel que pone en riesgo su estructura; sin embargo, la buena organización, la paulatina democratización del conocimiento y la velocidad en la que hoy nos enteramos de los acontecimientos, ha hecho que resulte más difícil mantener el sistema incólume.

Los problemas de nuestro tiempo se discuten en redes sociales, donde los más se dejan llevar por la inercia del momento y aun sin entender ni tener conocimientos al respecto, emiten sus opiniones, lanzándose a lo trending solo para ganar una efímera popularidad y llamar la atención, o porque tienen necesidad de sentirse pertenecientes a algo, incluso discrepando. Las redes sociales se han convertido en un arma de doble filo. Por una parte permiten la veloz comunicación y la viralización de las noticias, con lo que se genera una importante presión social hacia políticos, empresas y particulares. No obstante, también son peligrosas, ya que las empresas e instituciones más poderosas están allí, utilizando sus recursos para persuadir o polarizar a la población (disminuyendo su fuerza) y para enajenar a las personas, haciendo creer cualquier cosa que convenga a sus intereses.

Tras el asesinato de George Floyd no solo cientos de particulares externaron su apoyo poniendo una pantalla negra en su feed o a través del hashtag #blacklivesmatter; también lo hicieron muchas marcas, entre las que hay varias que jamás se habían interesado por los negros, e incluso algunas que habían manifestado actitudes y principios racistas, pero que aprovecharon las tendencias para ganar visibilidad y aumentar sus ventas, porque es lo que realmente les interesa. De igual modo, los políticos se valen de estas luchas realizando actos que muchas veces caen más en la burla que en algo genuino que vaya a representar un cambio real para los sectores afectados. Las empresas también adoptan las tendencias y se pronuncian sustentables, feministas, inclusivas o antirracistas, sin serlo verdaderamente. Disney ha vuelto a lanzar sus viejos clásicos, ahora, según ellos, con una visión distinta de la mujer, a la que afirman presentar empoderada. Sin embargo, hace unos días se estrenó Mulán y me resultó una de las más desatinadas y ofensivas producciones que he visto en los últimos tiempos. Su reciente versión es un insulto contra feministas y contra quienes luchan por eliminar el racismo.

Volviendo al tema de los monumentos, todos debemos tener en claro que éstos son, en su mayoría, encumbramientos de esa historia oficial que pretende sostener un sistema exclusivo y jerárquico. Por estos motivos es comprensible que determinadas expresiones culturales sean destruídas, pues una estatua de Cristobal Colón en el continente Americano no es más que la exaltación del modelo europeo, que llegó a nuestras tierras a masacrar a nuestros ancestros, robar y destruir nuestras riquezas, y a colocar sobre los viejos templos, los suyos. Entonces, ¿por qué no destruir las puertas de un palacio que se construyó encima de una civilización a la que se masacró, minimizó y sobajó?, o cuestionado de otra forma, ¿por qué conservar la representación de un hombre proveniente de una cultura que se impuso, destruyendo la identidad y valores de otros?

Del mismo modo, a las mujeres no pueden exigirnos preservar monumentos ni obras que encumbran el patriarcado. ¿Por qué conservar la historia de los que siempre nos consideraron inferiores? Hasta los más grandes pensadores que ha dado la humanidad, dejaron plasmadas en sus obras frases machistas y humillantes para la mujer; en la antigüedad incluso consideraron que carecíamos de alma e inteligencia, y en la milenaria historia de la humanidad, las mujeres hemos tenido derechos desde hace apenas unos 100 años[2].

En la reciente toma del recinto de la CNDH, en la Ciudad de México, se intervinieron cuadros de llamados próceres de la nación, los cuales, si bien tuvieron un papel importante en la historia de nuestro país, no hicieron nada por las mujeres. Su lucha fue por los hombres, tal como sucedió durante la Revolución francesa, cuando se redactó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la cual no incluía a las mujeres como ciudadanas (motivo por el cual, la pensadora feminista, Olympe de Gouges tuvo que redactar una nueva Declaración en la que exigía el reconocimiento de los derechos de la mujer. Lamentablemente, debido a su lucha e ideales fue guillotinada). Del mismo modo, los revolucionarios que lucharon por la distribución de las tierras y el mejoramiento de las condiciones de los campesinos en México, no lucharon para que las mujeres tuvieran los mismos derechos que los varones[3]. Las luchas por la equidad de género las han encabezado siempre mujeres, como las intelectuales revolucionarias, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza y Dolores Jiménez y Muro (por mencionar algunas), destacadas luchadoras sociales que abogaron por la igualdad de género y el reconocimiento del voto a la mujer, quienes a pesar de haber sido clave durante la Revolución mexicana, interviniendo en la conformación de documentos tan importantes como el Plan de Ayala y el llamado Complot de Tacubaya, no son enseñadas en la escuela, ni sus imágenes cuelgan en las oficinas de Estado.

Realizar pintas no quiere decir que valoremos poco o desconozcamos la importancia que han tenido los pensadores, científicos y héroes nacionales; tampoco se trata de desaparecer su legado (cosa imposible y absurda). Lo que las mujeres queremos expresar es que estamos hartas de que nos violenten, ignoren, subestimen y traten con inequidad. Por su parte, lo que la sociedad protectora de los viejos valores responde (a pesar de que miles de mujeres son asesinadas impunemente en nuestro país), es: continuamos creyendo que las mujeres son inferiores, que su vida y dignidad valen menos que una estatua, un edificio o un cuadro.

Es cierto que derribar una estatua no va a cambiar la historia, pero sí genera que hablemos de ella y podamos transformar la cultura. Pintar un cuadro no va a devolver la vida o la inocencia de nadie, pero sí logra que quienes se niegan a escuchar, al menos volteen a ver y perciban que hay problemas.

Entonces, no es desconocida la historia de Madero, antes bien, es desconocida la relevancia histórica de las mujeres, las cuales hemos sido tratadas como personas de segunda clase a las que nunca se ha contemplado realmente en los diversos proyectos de nación que han existido (más que como madres, guardianas del hogar). En todas las épocas hemos tenido que luchar para ser escuchadas, ganar libertades y derechos concedidos por nacimiento a los varones.

Si les perturba que se pinten los cuadros de héroes nacionales, entonces, ¿por qué no atienden las causas de tales manifestaciones?, ¿por qué no escuchan las demandas que exigen las colectivas, que son principalmente, justicia y seguridad? Lo señalé en el artículo “Lo que indigna a los mexicanos: reflexión sobre las marchas de mujeres en nuestro país”: es importante reconocer que pintar monumentos, intervenir cuadros o tomar edificios no fue la primera acción de esas mujeres; antes exigieron justicia en las instancias correspondientes (por meses o años) y no obtuvieron respuesta. En lugar de preocuparse tanto por la destrucción del patrimonio cultural, les sugiero que se propongan entender y analizar esta cultura que crea asesinos, racistas, violadores, homófobos, misóginos, etc.

Entonces, es comprensible que las mujeres, los negros, los indígenas, la comunidad LGBTQ y cualquier otra considerada diferente, destruya o intervenga el patrimonio cultural, pues son monumentos al discurso hegemónico, que encumbran los ideales de un pequeño sector de la población, el cual si bien se ha impuesto, no es justo. Los monumentos están para recordarnos acontecimientos importantes, pero de ninguna manera son más importantes que los acontecimientos mismos ni que las personas; así, está justificada su intervención o destrucción en pos de la reivindicación de un sector que ha sido históricamente ultrajado, y con miras a generar un nuevo discurso cultural más justo, tolerante e inclusivo.


Notas

[1] Datos tomados del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).

[2] Fue durante el siglo XIX y XX que la mayoría de los países comenzaron a conceder derechos a las mujeres, tales como el voto, la educación y la posesión; sin embargo, aún en la actualidad existen muchos países que limitan las libertades de las mujeres y mantienen sistemas inequitativos. Para más información puedes consultar: The World Bank.

[3] A pesar de ser una de las Constituciones más vanguardista de su tiempo, la Constitución de 1917 no reconocía la ciudadanía de la mujer. Para más información puedes consultar: Historia de la ciudadanía de las mujeres en México y Los Derechos Humanos de las mujeres en México.

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