Michel de Montaigne y el Renacimiento francés

Montaigne ensayos

Durante la toma de Constantinopla por Mahoma II en 1453, los bizantinos se vieron obligados a migrar hacia Florencia, llevando consigo los ideales griegos. El renacer del pensamiento antiguo dio un giro espiritual a la sociedad europea, en donde el movimiento renacentista se volcó hacia la liberación del individuo y a cuestionarse por su propia existencia; el yo revelado fue espíritu puro.

El renacer del humanismo griego que se produjo en Italia y se expandió por toda Europa revolucionó la historia de la filosofía, la ciencia, el arte, la literatura. En Florencia se fundó la continuación de la academia ateniense, Boccaccio hizo una puesta en escena de la obra de Dante y se instauraron las primeras enseñanzas de la lengua griega, lo que llevó a la expansión de la efervescencia intelectual renacentista por Inglaterra y Francia.

Michel de Montaigne, considerado uno de los representantes más importantes del Renacimiento francés, abogado de profesión, hijo de Pierre de Montaigne (alcalde de Burdeos), educado en el latín y el griego y después en el francés, ejerció como magistrado de Burdeos hasta la muerte de su padre, cuando tuvo que regresar al castillo de Montaigne para hacerse cargo de su herencia. Fue allí donde creó toda su obra, entre la que destacan los Ensayos, (a él se le atribuye este género), los cuales hablan de cuanto asunto fuese posible, desde la tristeza hasta la embriaguez. 

Fue en los ensayos de Montaigne donde quedó plasmada la vida habitual y el florecimiento cultural de la época, y como era de esperarse, la naturaleza del ser humano sería el objeto de sus reflexiones; no hay un tema que Montaigne no haya tocado en sus ensayos: abordó la política, el Estado, la amistad, la educación, la tristeza, las pasiones del alma, la cobardía, el miedo, la muerte, etc., así como no hay un pensador clásico del que Montaigne no haya hecho mención en su obra, desde Sócrates, Platón, y Aristóteles, hasta Séneca, Cicerón y Petrarca.

La observación y narrativa de los detalles en su obra, la meditación crítica y con un vasto conocimiento de la tradición grecolatina, destacan por su independencia intelectual y por alcanzar sus propias conclusiones tras postular sus propios juicios.

En su ensayo Es locura someter lo verdadero y lo falso al juicio de nuestra suficiencia, habla sobre la imposibilidad del ser humano de conocerlo y saberlo todo. Según Montaigne, tenemos en nosotros un elemento divino que es la razón, pero ésta no es vasta, contiene sus propios límites. La costumbre, dice el francés, es lo que nos impide de alguna manera que las cosas que creemos que conocemos nos parezcan extrañas.

Aspectos que reconoce en sí mismo, como la necedad o creer que la razón humana puede comprenderlo todo, son aspectos que nos llevan a menospreciar elementos que están fuera de nuestra comprensión, como la magia. Para Montaigne es un signo de petulancia asumir un entendimiento superior al de otros.

Pues bien, Kant dirá mucho tiempo después que, en efecto, nuestra naturaleza nos limita al comprender las cosas, pero al mismo tiempo nos es inevitable querer hacerlo, pues también está en nuestra naturaleza intentarlo. Respecto a este tema, Montaigne apuntó: “La gloria y la curiosidad son los dos acicates de nuestra alma, la segunda nos lleva a meter la nariz en todo y la primera nos ayuda a no dejar nada irresoluto e indeciso.” [1]

Y en Nuestros afectos nos llevan más allá de nosotros mismos, defiende que el ser humano tienda siempre a pensar en el futuro y cataloga como un error ocuparse sólo del presente, pues es propio de nuestra naturaleza vivir más allá de nosotros mismos; el ser humano vive construyendo mundos que están fuera del aquí y del ahora:

“Nunca vivimos en nosotros mismos, sino siempre más allá. El temor, el deseo y la esperanza nos llevan hacia el porvenir y nos quitan el asentimiento y la consideración de lo que es, para hacernos gozar en lo que será”. [2]

Así, también en De la experiencia, antes que Descartes, Montaigne ya hablaba de dos tipos de conocimiento, el que nos da la razón y el que obtenemos de la experiencia. Para él, la experiencia como un medio de conocimiento no es totalmente fiable, sino que se emplea en ausencia de la razón: “Medio vil y endeble es la experiencia, pero la verdad es tan grande que bien merece que no se desdeñe recurso alguno que a ella nos conduzca”. [3]

En Filosofar es aprender a morir, encontramos una argumentación que expresa una gran simpatía por la muerte, siempre aludiendo a que no hay cosa más reconfortante que morir, pues puede uno librarse de los males, viendo a la muerte como la extinción de toda pena.

Montaigne disfrutaba mucho del filosofar, del recogimiento, del estudio y de la escritura, lo cual equipara con morir, pues, afirmaba que al estar absortos en la contemplación, el alma parece situarse fuera del cuerpo. Sus reflexiones acerca de la muerte oscilan los telares del pensamiento más profundo. Exhorta en sus textos a no temerle a algo que nos libera como en un acto de purificación: “Quien enseñe a los hombres a morir también los enseñará a vivir.” [4]

Son claras las características que distinguen al Renacimiento francés del italiano. Mientras que el humanismo italiano se goza en las formas de la literatura, el movimiento renacentista francés es más reflexivo y de una literatura menos alegórica. Michel de Montaigne reflejó de manera sobresaliente el carácter francés de la época.


Notas

[1] Montaigne, Michel. Ensayos completos. México, FCE, 2003. p. 133.

[2] Ibid. p. 9.

[3] Ibid. p. 904.

[4] Ibid. p. 54.

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