El sentido del domicilio: entre el miedo y la angustia

El sentido del domicilio angustia y enfermedad

Resumen: El siguiente ensayo pretende generar una reflexión sobre los efectos cotidianos de la pandemia global, a la luz de los planteamientos de los filósofos Humberto Giannini y Martin Heidegger. Se advierte  una  nueva configuración del domicilio,  provocado por el miedo concreto y la angustia a la muerte.

Introducción

A finales de diciembre, China daba la voz de alerta sobre un virus que se propagaba con inusitada rapidez por su territorio, el mundo occidental recibía así una información que no alteraba su rutina y su quehacer cotidiano; sumidos en las pantallas del celular aquella noticia era una de tantas que “llenan el tiempo” del ser humano ocupado. Hoy el escenario es otro, el alcance global hace que pululen por canales de televisión economistas y políticos (cada cual con su receta) que a punta de números y datos dan diagnósticos y soluciones de un problema que, a todas luces, los desborda. Es inminente, todo se ha detenido o está por detenerse, las consecuencias materiales se oscurecen y el horizonte pesimista todo lo cubre. Sin embargo, poco se ha discutido desde el punto de vista filosófico, más allá de algunas confrontaciones referidas al poder y al control social (Žižek y Han). Se evidencia por tanto una carencia reflexiva sobre la “nueva cotidianidad” y el sentido o sinsentido que adoptan y asumen los individuos frente a esta  realidad, a saber, el encierro forzado como alteración identitaria. En este ensayo esbozaré algunas problemáticas y consecuencias existenciales que surgen en los seres humanos producto de las medidas que han adoptado muchos países para detener el virus: la cuarentena general o parcial. Para ello asumiremos dos hipótesis:

1) El Covid 19 y sus efectos políticos, provocó en las personas un nuevo pensamiento situado, esta vez, en el propio domicilio.

2) Este pensamiento evidencia un sentir que, en último término, se ubica entre la angustia y el miedo a la muerte.

1. El sentido del domicilio

El escenario es conocido: el domicilio. El filósofo chileno Humberto Giannini en su libro La reflexión cotidiana señala: “somos seres domiciliados (…) el domicilio representa, entonces, una categoría fundamental de la estructura que estamos describiendo; categoría que no deberá ser asociada en ningún caso a imágenes de convivencia familiar” (Giannini, 1987, p.23). En efecto, este lugar no es tanto una aglomeración de personas con lazos de sangre, sino más bien un espacio propio o íntimo donde el marco de referencia y de las cosas están previamente establecidas por mi persona. Este hecho aparentemente trivial evidencia una función indispensable en la identidad existencial pues como argumentará Giannini (1987): “es el contorno inmediato y familiar que me construyo mediante la reflexión domiciliaria, lo que me permite reintegrarme a la realidad y contar con ella cada día” (p.25). En otras palabras, sin ese lugar íntimo es improbable repensar el quehacer cotidiano después de una jornada laboral o educativa. La reflexión o el “volver sobre sí” tras haber estado en el mundo social necesita una pausa “domiciliaria” o mundo propio donde las certezas están puestas en las cosas mismas.

Sin embargo, debido a lo anterior, el escenario actual se presenta como un problema: la esencia del domicilio ocupa ahora todo el horizonte temporal; no hay una separación entre lo íntimo y lo público, la rutina es “en” y “con” el domicilio. Ya no es necesario reintegrarme a nada ni menos seguir las pautas de un programa definido semanalmente, sino que más bien acceder a un tiempo propio que en modo alguno habíamos contado: tiempo absoluto e indefinido. Este problema que es quizá un “exceso de libertad” escapa además del dominio publicitario o lo que Heidegger llama el “das man” (el uno).

“Sin llamar la atención y sin que se lo pueda constatar el uno despliega una auténtica dictadura (…) gozamos y nos divertimos como se goza, leemos, vemos como se ve (…) el uno, que no es nadie determinado y que son todos (pero no como la suma de ellos) prescribe el modo de ser de la cotidianidad”.

(Heidegger, 2015, p.153).

En la cotidianidad del hombre, según Heidegger, la publicidad entrega pautas o normas que nivelan los gustos y aspiraciones personales, restándole, entre otras cosas, responsabilidad al propio sujeto de sus acciones (fenómeno conocido como “la caída”). No obstante,  las redes publicitarias o los medios de comunicación en el contexto de la pandemia son incapaces de llenar un contenido posible, ya que el contenido mismo del quehacer depende de nosotros. No faltan los intentos de sugerir cursos, películas, series o “mantenerse informado”, pero el grado de alcance es mínimo, no por la insistencia, sino porque el rango de alteración identitaria en mi domicilio es de mi propia responsabilidad. Puedo evidentemente ver todo el día televisión, escuchar música a un alto volumen, pero inexorablemente en alguna hora del día o de la noche me encontraré conmigo mismo, con lo que soy, que es completamente distinto a la rutina de meses atrás, ocurriendo por ende, una ruptura de mi identidad.

2. Entre el miedo y la angustia

¿Cuál es entonces la particularidad de esta nueva identidad?

El intento de dar una respuesta nos permite desarrollar la segunda idea: el cambio de lo que estamos viviendo se da a nivel de pensamiento y determina un estado anímico que, a la luz de los tiempos, oscila entre la angustia y el miedo a la muerte. Que esas disposiciones afectivas sean fundamentales en el ser humano no solo lo muestra la filosofía de Heidegger y el existencialismo francés del siglo pasado, mucho antes, incluso desde los griegos el equilibrio anímico era un ideal que se desarrollaba en la práctica de una virtud. Lo nuevo es la incertidumbre de estos tiempos, la imposibilidad de arraigo, de un estado emocional por sobre otro, la ausencia de definiciones. Tenemos, por ende, una doble dificultad, por un lado, el imperativo del “hacer” o “vivir” la extensión de la vida total en el domicilio (incluso en muchos casos el trabajo) y por otro, el advenimiento del miedo y la angustia, sin predominancia de ninguna de ellos.

Heidegger casi un siglo antes distingue en estos dos estados afectivos una diferencia radical. Mientras que el miedo era visto como algo o alguien determinado que tiene el carácter de amenaza; la angustia se definía, en cambio, como un sentir sobre algo que no ocupa un lugar preciso en el mundo, más bien revela una condición de apertura (esencial) en el ser humano o Dasein. En palabras del filósofo alemán: “el ante qué de la angustia se caracteriza por el hecho de que lo amenazante no está en ninguna parte (…) el angustiarse abre originaria y directamente el mundo en cuanto mundo” (Heidegger, 2015, pp. 210-211).

Si abre el mundo no es difícil deducir que su importancia es vital porque además le permite, entre otras cosas, captar la integridad estructural del ser humano, su apertura y su condición de arrojado. Pero uno de los puntos más interesantes es el vínculo que establece este pensador entre la angustia y la muerte.  A Heidegger no le interesa la muerte concreta ni tampoco la agonía, al contrario, lo sustancial para él es apreciar la muerte como posibilidad más real, no como la manera “inauténtica” del mundo publicitario que ve la muerte como “algo” que le ocurre a otros.

El coronavirus en estas últimas semanas ha “sacudido la existencia”, desdibujado límites y problematizado situaciones que eran inadvertidas o se presentaban en un segundo plano como “la cercanía de la muerte propia”. El paralelismo con este filósofo es evidente, pues la angustia conecta al ser humano con lo más íntimo de su propio ser. En Ser y Tiempo señala: “En el adelantarse hacia la muerte indeterminadamente cierta, el dasein abre a una constante amenaza que brota desde su mismo ahí”. (Heidegger, 2015, p. 287).

Su ser es definido entonces como “ser para la muerte”, sin embargo, en su obra recalca que no es algo externo lo que motiva al dasein a entender su vida de esta forma, sino una “llamada” nacida por él mismo, una especie de golpe de conciencia que le permite salir de la cotidianidad abrumadora o del imperio publicitario y darse cuenta de que la muerte es la posibilidad de todas las posibilidades; la ruta inherente que existe desde el nacimiento.

¿Significa lo mismo para el sujeto actual que se enfrenta a esta pandemia?

 En modo alguno, pues no es una “llamada” lo que golpea la conciencia sino  el fenómeno del miedo y la amenaza como algo concreto que se inserta en la misma angustia sin determinarla ni tampoco alterarla completamente. La angustia ante la muerte es la percepción interna de aquello que sobrepasa la vida humana y su rango de entendimiento, dicho de otro modo, lo potencialmente peligroso está en todas partes y en ninguna a la vez; la sobrevivencia, por consiguiente, es una frágil resistencia en este virus que tiene el don de la ubicuidad.

 El miedo opera, por su parte, desde la amenaza (el ante qué del miedo). En este momento histórico la amenaza puede tomar la forma de una pérdida de empleo, el contagio propio, de algún ser querido o el tiempo de duración de la pandemia. Lo particular de este fenómeno es que ni el miedo ni la angustia prevalecen en el sentir del hombre, a diferencia del planteamiento heideggeriano, la angustia ante la muerte no logra rebelar auténticamente la condición existencial, pues se da un rango intermedio; una confusión o suspensión entre una y otra. Tampoco ocurre el tránsito de la angustia al miedo a la muerte producto de los medios de comunicación, si fuera así sabríamos el cuándo y cómo del “posible contagio” o podríamos vislumbrar el devenir de la enfermedad tal como si fuese una enfermedad clásica de la medicina, materializándose en una certeza científica sobre lo venidero. Al contrario, en el domicilio nos enfrentamos a nosotros mismos, miedo y angustia aparecen y se debilitan, coexisten en este horizonte de incertidumbre.

 El rango operacional del miedo está presente en la esfera social y familiar y en todos los lazos que me unen con el mundo. De ahí que el domicilio cambia radicalmente su esencia; muta desde un espacio íntimo tranquilizador a un espacio donde emergen todos los fantasmas en curso, donde la inestabilidad es precisamente estable.

Conclusión

¿Qué ocurre finalmente con el sentir existencial del nuevo sujeto domiciliado?

Es complejo elaborar una ruta clara de un proceso que está en curso.  En las páginas anteriores solo señalé ciertas condicionantes que se encuentran inmersas en este nuevo espacio, lo que sí podemos deducir es que la confusión tiene su causa precisamente en el eje temporal nuevo. Si especificamos que el domicilio era el lugar propio e íntimo donde el ser humano hacía una “pausa reflexiva” para programar su rutina, el tiempo previo a la pandemia marcaba entonces su ritmo cotidiano.

Antes de los acontecimientos del virus millones de personas fundamentaban su quehacer en la división de actividades impuestas por el mundo económico-social, el sujeto era un, como bien lo diría el filósofo surcoreano, Byung Chul-Han, el “sujeto de rendimiento”, aquel ser que se autoexplota a sí mismo siguiendo los juegos del consumo del orden neoliberal:

“La sociedad de trabajo se ha individualizado y convertido en la sociedad del rendimiento y actividad (…) el animal laborans tardomoderno es, en sentido estricto, todo menos animalizado. Es hiperactivo e hiperneurótico”.

(Han, 2012, p.45).

Para la eficacia del rendimiento es menester tanto una planificación como un fin claro, difuminado uno de ellos pierde valor el esfuerzo; el tiempo como marcador de tareas pierde también su sentido, abriéndose paulatinamente en el ser humano los fenómenos antes descritos: miedo y angustia. Esto último no significa que no podamos advertir otros estados como el aburrimiento o el desgano, pero en la perspectiva del tema central que es la muerte caen en un segundo plano. 

La existencia de estas disposiciones afectivas dependerá por consiguiente de su motor vital que es el tiempo y de su espacio que es el domicilio. Solo la extensión temporal de la cuarentena y la nueva subjetividad que se va a ir desarrollando en el ser humano nos permitirá abordar con una perspectiva más amplia los nuevos problemas; el enfoque moral que se puede desprender de esta situación y los dilemas filosóficos que se van a ir enfrentando en un mundo cada vez más complejo y dinámico, donde la palabra crisis resonará en toda la faz del mundo y no necesariamente en el mundo económico.

Bibliografía

Giannini, H. (1987). La reflexión Cotidiana. Chile: Editorial Universitaria.

Han, B. (2012). La Sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.

Heidegger, M. (2015). Ser y Tiempo (traducción Jorge Rivera). Chile: Editorial Universitaria.

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