Giordano Bruno y la magia de la memoria: filosofía, política y mnemotecnia

Giordano Bruno Mnemotecnia

Je me souviens, mais qu’est-ce, se souvenir?

Rapide l’évasement du rien dans le sablier.

La mémoire est ce puits.

[…]

Que voulions-nous?

Seulement préserver du sens aux mots.

Yves Bonnefoy, Ensemble encore

Introducción

Giordano Bruno fue, según la Santa Inquisición del siglo XVII, un “hereje impenitente obstinado y pertinaz”[1]. Por ello, fue quemado vivo el 17 de febrero de 1600 en la plaza romana de Campo dei Fiori. Sin embargo, Bruno también fue uno de los filósofos italianos más importantes y polémicos de su época. Durante su estancia en la cárcel del Santo Oficio romano, Bruno declaró que “no debía ni quería arrepentirse, ni tenía nada de qué arrepentirse y que no sabía de qué debía arrepentirse”[2], además de acusar a sus verdugos de tener más temor de pronunciar su sentencia que él de recibirla. Aunque Bruno fue monje dominico en su juventud, inmediatamente chocó con las estructuras disciplinantes y devocionales eclesiásticas. Durante toda su vida, el filósofo y mago enfrentó varias denuncias por parte de la Iglesia por diversos motivos, lo que le orilló a pasar su vida en estancias temporales por toda Europa: en pequeñas provincias al norte de Italia, Ginebra, Toulouse, dos veces en París, Inglaterra, Alemania, Venecia y Roma.

Entre algunos de los motivos de sus persecuciones, estaba la creencia de Bruno sobre que el Renacimiento era una mejor época en la que la auténtica filosofía retornaba y dejaba atrás a los dos heraldos del periodo histórico precedente: Aristóteles y Cristo. Así, su concepción del universo difería de la concepción aristotélica, al considerarlo necesariamente infinito en espacio y tiempo. Para Bruno, el universo constituía la vía hacia la sabiduría y la unión con la divinidad. De esta forma, la filosofía era un ejercicio intelectual libre que pretendía conocer la naturaleza infinita y era, también, la empresa mediante la cual los seres humanos aspiraban al conocimiento, a la perfección y a la unión con Dios. Además, la filosofía era independiente de las representaciones religiosas operantes en las comunidades humanas y tenía como objetivo hacer al ser humano virtuoso y, en consecuencia, posibilitaría la sociedad política. Sin embargo, la Reforma y la Contrarreforma satanizaron y censuraron radicalmente los productos imaginarios presentes en toda la obra de Bruno, por ser considerados “ídolos concebidos por el sentido interno”[3], asociados a la magia y contrarios al canon religioso del momento.

En obras como De los heroicos furores y Del infinito: el universo y el mundo, Bruno recordaba con frecuencia series de personajes y escenarios de sus propios recuerdos familiares, juveniles e infantiles, lo que prueba su creencia de que las minucias o los “hechos atómicos” imaginarios forman parte de un entramado universal, y que lo mínimo es fundamental e imprescindible en la existencia del universo infinito[4].

Bruno redactó y publicó toda su obra entre 1582 y 1591, año en que inició su proceso inquisitorio. Su condena inquisitorial también incluía sus escritos: éstos fueron quemados públicamente y añadidos al Índice de Libros Prohibidos. Sin embargo, la circulación de su obra no cesó, pues países protestantes como Francia se negaron a aplicar los decretos del Concilio de Trento.

La mnemotecnia bruniana

Las memorias en la obra de Bruno no son una casualidad: forman parte de su arte de la memoria. Este arte, también conocido como mnemotecnia, buscaba imprimir imágenes en la memoria mediante una técnica de manipulación de los fantasmas basada en dos principios aristotélicos: el de la precedencia absoluta del fantasma sobre la palabra y el de la esencia fantástica del intelecto[5]. El primer principio establece que toda noción abstracta posee, necesariamente, un soporte fantástico intrínseco guardado en la imaginación[6]. Este soporte son los fantasmas, entendidos como las percepciones, nociones u opiniones preexistentes del ser humano sobre las cosas. El segundo principio proviene de la dicotomía platónica entre cuerpo y alma, pero le añade el eros –el conjunto de inclinaciones humanas al placer– y la actividad sensorial. El elemento que permite interactuar al alma y cuerpo es el pneuma o el espíritu que reside en el corazón, compuesto por la misma sustancia que las estrellas. El pneuma permite traducir sus distintos lenguajes mediante el intelecto. El intelecto comprende, y comprender significa observar los fantasmas reflejados en el pneuma. Así, el conocimiento inteligible representa la traducción del lenguaje fantástico de las realidades impresas en el alma para que la razón discursiva pueda captarlas y apoderarse de ellas. Es allí donde opera el arte de la memoria, pues, al ser una técnica de manipulación de los fantasmas de otras personas, permite moldear lo que otros comprenden. Es decir, la mnemotecnia permite manipular el intelecto ajeno.

Según Bruno, la imaginación es la puerta principal de acceso de las acciones, de las pasiones y de todos los afectos que pueden conmover a un ser viviente[7]. Es, también, una herramienta pneumática que construye un mundo de fantasmas que el mundo real sólo refleja de forma lejana e imperfecta. Esto se debe a que “todo lo que se recibe es recibido según la modalidad propia del que lo recibe”[8]. La modalidad propia traduce el mundo que nos rodea para que el alma pueda conocerlo, y alude a los fantasmas reflejados en el espejo del pneuma. En De la magia, Bruno considera que la imaginación tiene como función recibir las imágenes aportadas por los sentidos, retenerlas, combinarlas y dividirlas. Existen dos formas de recepción: la primera es por causa selectiva y voluntaria; la segunda es por causa obrante desde el exterior[9]. La segunda forma está subdividida en indirecta –la alteración por medio de los sentidos– y directa –otro ser suscita imágenes interiores mediante los sueños o la vigilia–. Es la forma indirecta de recepción de la imaginación en la que está inserta la técnica mnemotécnica. Así, el arte de la memoria requiere dos recursos: uno retórico, comprensible para la actividad sensorial; y uno fantástico, manifestado en la imaginación. La unidad indisoluble entre el discurso fantástico y el lingüístico se imprime en la memoria eternamente gracias a la imaginación.

Giordano Bruno e Isabel I

Según Francis Yates, el arte de la memoria “estuvo en el centro de la vida y la muerte de Bruno”[10], pues fue gracias al desarrollo de su trabajo mnemotécnico que tuvo diversos encuentros cercanos con varios gobernantes de su época. En su primera estancia en París en 1581, Bruno impartió una lección extraordinaria en la que recitó treinta atributos divinos de la primera parte de la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino[11]. Dicho evento atrajo la atención del círculo intelectual cercano a Enrique III, mismo al que el filósofo accedió meses más tarde. Este grupo tenía una influencia intelectual muy parecida a la de Bruno: discutían sobre ideas platónicas y maquiavélicas, cosmología, la hipótesis heliocéntrica de Nicolás Copérnico y la posible reformulación de la concepción política y moral de la religión como instrumento de cohesión social subordinada al gobierno.

En 1582, Bruno dedicó su primer tratado del arte de la memoria –Las sombras de las ideas– a Enrique III, en el que expone la técnica de perfeccionamiento de la memoria natural como método de organización y disposición del conocimiento. Al dejar Francia, Bruno se trasladó a Londres con el embajador francés Michel de Castelnau, a quien dedicó su segunda obra mnemotécnica: Explicación de los treinta sellos, que incluía como apéndice El sello de los sellos. En el apéndice, el filósofo describió uno de sus dos sistemas mnemotécnicos, parecido al teatro de Giulio Camillo. Este sistema comportaba la disposición de los fantasmas que poblaban el zodiaco en siete campos planetarios.

Aunque su relación con Castelnau es relevante, el acontecimiento más importante de su estancia en Londres entre 1583 y 1585 fue su acercamiento con la reina Isabel I. Según la tradición hagiográfica de la época, Bruno le dedicó diversos pasajes en La cena de las cenizas y De la causa, el principio y el uno, además de referirse a ella como “Diana” en De los heroicos furores. Para Bruno, Isabel I fue el modelo ejemplar de gobernante moderna: una monarca ilustrada que entendía la importancia de la filosofía y buscaba una alianza con ella. Esta alianza pondría fin a las guerras de religión y la reivindicaría como instrumento unificador de cuerpos políticos, a la vez que la apartaría de ser un detractor del conocimiento. La alianza entre gobierno y filosofía también permitiría el libre ejercicio de ésta a la minoría intelectual que buscaba la unión con la divinidad, su principio y el lugar del ser humano en el proceso dialéctico con la naturaleza infinita.

Sobre los vínculos mágicos

Sin embargo, el interés de Giordano Bruno por la alianza filosófica-política anteriormente mencionada también podía generar un poder político sin precedentes y resultar útil para los gobernantes con los que se relacionaba. Si bien la curiosidad intelectual de Bruno era el móvil de las lecciones del arte de la memoria, los gobernantes también podían sacar provecho del aprendizaje mnemotécnico, de la alianza con la filosofía y de la comprensión de la religión como instrumento de manipulación colectiva, no como principio y fin de sus comunidades. Es así como surge la pregunta de investigación del presente ensayo, enfocada específicamente en la mnemotecnia: ¿es el arte de la memoria de Giordano Bruno una forma legítima de vinculación entre una sociedad política y su gobernante? La hipótesis planteada es que sí, el arte de la memoria de Bruno es un mecanismo legítimo de vinculación entre monarcas y súbditos. La mnemotecnia, entendida como técnica de manipulación fantástica e intelectual, tiene la capacidad de vincular al gobernante con los gobernados para que el primero ejerza control sobre los segundos. Este control, a su vez, puede ser traducido en mayor obediencia por parte de los gobernados, sin necesidad de recurrir a un ejercicio de control más directo y agresivo.

El concepto de vinculación proviene de De los vínculos en general y De la magia, dos tratados dictados por Bruno a uno de sus discípulos, meses antes de su detención en Venecia. En tales obras, Bruno describe minuciosamente un mecanismo celular para vincular una colectividad –el sujeto vinculado– con un sujeto particular –el sujeto vinculante– por medio de la persuasión y la manipulación. Este mecanismo opera mediante la magia, entendida como el conjunto de operaciones de ciertas circunstancias que las hacen aparecer como obras de la naturaleza o de una inteligencia superior[12]. Consecuentemente, el vinculante se convierte en mago, definido por Bruno como aquel hombre que alía el saber al poder de obrar. De forma interesante, esta definición coincide con la concepción de su anhelada alianza entre gobernantes y filosofía –en un sentido emancipatorio: la alianza con el gobierno permitiría ejercer libremente la filosofía para utilizarla pragmáticamente, al poner fin a las guerras de religión a través de su reconocimiento como instrumento político–. El vinculante debía tener control absoluto sobre su propia imaginación, y debía ser siempre el agente activo en la operación. Un verdadero manipulador debía poder ordenar y corregir según su voluntad, no según la voluntad de otros. Para Bruno, el artista de la memoria, operador de fantasmas, debía regular sus emociones para no ser víctima de sus habilidades[13].

Hasta este punto, es clara la complejidad operativa de la vinculación, algo de lo que debe ser consciente aquel que vincula, pues llevar a cabo el proceso requiere desplegar facultades cognitivas e intuitivas complejas. Este despliegue sería aprendido mediante el arte de la memoria, enseñado por el mismo Bruno, digno representante de la filosofía, el conocimiento y la magia. Así, la mnemotecnia permitiría al monarca emprender un ejercicio de manipulación sobre las personas gobernadas por medio de los recursos retóricos requeridos por dicho arte, que habría aprendido en sus lecciones con Bruno. La retórica construiría el mundo de fantasmas deseado, que expresara las realidades del alma del vinculante –en este caso, el monarca– para acercar lo más posible a la sociedad política al mundo deseado por el que vincula.

Ahora bien, pese a que la manipulación en un sentido abstracto parece dotar al vinculante de facultades ilimitadas, Bruno estableció que el vinculante no tiene derecho –al menos teóricamente– a utilizar su poder sobre los demás de forma egoísta. Así, de aquel que tenga buena armonía y composición del corazón, del cerebro y del espíritu, nacerá el espíritu del bien y el principio de las buenas intenciones[14]. Este perfil del manipulador coincide con la percepción de Bruno sobre la reina Isabel I: una gobernante ilustrada, que comprendía la relevancia de la filosofía, lo que implicaba que valoraba la búsqueda de la unión con la divinidad y la sabiduría. Esto es lo que explica el componente legítimo del argumento del ensayo: si el objeto de la filosofía, según Bruno, era hacer virtuoso al hombre, y una gobernante entendía y compartía la importancia de la filosofía en la vida humana, aquello quería decir que la manipulación mnemotécnica de un gobernante buscaba hacer a la comunidad política más virtuosa. Por lo tanto, posiblemente Isabel I puede representar el arquetipo de vinculante descrito por Bruno.

Una vez establecidas las características del vinculante, es claro que el arte de la memoria, correctamente ejecutado, tendría efectos positivos en las comunidades políticas. Entre los efectos de las fuerzas que ligan, Bruno expone que la vinculación:

“[…] adorna la mente con el orden de las ideas, como dicen los platónicos; colma el alma con la secuencia ordenada de las argumentaciones y los discursos bien calibrados, fecunda la naturaleza con numerosas semillas; da forma a la materia en la variedad infinita de sus situaciones; vivifica, aplaca, acaricia y estimula toda realidad, y la ordena, la vitaliza, la gobierna y la inflama. Esta es la fuerza que ligando mueve toda la realidad, la colma de luz, la purifica, la gratifica y la lleva a su plenitud.”[15]

Es por ello que tiene sentido argumentar que el ejercicio de control mediante la mnemotecnia conduciría a mayor obediencia. El arte de la memoria, adecuadamente aplicado, manipula la imaginación hacia donde el vinculante desee. En este caso, el vinculante es un gobernante que, naturalmente, desea conservar su poder. Si la imaginación –compuesta de fantasía, elemento que precede a las acciones, las pasiones y los afectos– es correctamente manipulada según los deseos del gobernante, entonces es probable que éste conserve su poder efectivamente. Es decir, el monarca puede manipular los fantasmas de sus gobernados mediante discursos y argumentaciones que les hagan creer que es más justo de lo que realmente es, que algunos fines justifican algunos medios, que su gobierno destaca entre los demás gobiernos, por ejemplo. Estas situaciones no tienen que ser del todo verdaderas, aunque es cierto que la manipulación debe ser bienintencionada y buscar, como toda magia, el beneficio de sus semejantes[16].

Es importante destacar que la vinculación requiere fe en el elemento imaginario. La fe sólo existe en tanto esté plantada en la imaginación, la cual, en teoría, debería existir en una comunidad política que acepta estar subordinada a un monarca –o, en su defecto, que no se rebela en su contra–. Como Bruno declara en los «Efectos de las fuerzas que ligan», la manipulación debe brindar plenitud a quienes conforman el vínculo. Esta característica puede explicarse al profundizar en el supuesto fundamental de la vinculación: el eros. Para Bruno, es el eros el que lleva al vinculado a ceder ante el vinculante, pues la argumentación y el discurso equilibrado brinda, en términos muy generales, una sensación placentera al vinculado. De aquí nace el mecanismo que conduce a la obediencia: éste tiene lugar en el espejo pneumático del gobernado, que, efectivamente, le hace creer que su gobernante es el más justo, lo que abre un canal de placer y confianza al saber a su gobernante más justo o mejor que otros. Esto le permite al monarca conservarse en el poder mediante una alianza tácita e indirecta con sus gobernados, traducida en obediencia, por medio de la manipulación del imaginario colectivo de quienes gobierna, persuadiéndoles de que no hay mejor gobernante para ellos que él.

Es así como funciona el reloj de la mnemotecnia, un mecanismo de manipulación indirecta que favorece a la sociedad por el carácter virtuoso intrínseco de la magia, el conocimiento y la filosofía. La lógica política detrás de su uso –y del pensamiento de Bruno– resulta favorable para los gobernantes y para los gobernados porque reconoce secularmente a la imaginación, al discurso y a la memoria como instrumentos útiles y legítimos para formar y mantener comunidades funcionales y armónicas.

Conclusiones

De los vínculos en general ha sido comparado con El príncipe de Nicolás Maquiavelo por tratarse de un manual –no explícitamente para gobernantes– de ejercicio de control sobre otros. A diferencia de Maquiavelo, Giordano Bruno intenta apartarse exprofesamente de las concepciones aristotélicas, aunque retoma algunas consideraciones de su metafísica para sustentar algunos aspectos de su pensamiento. No obstante, el arte de la memoria es una reformulación neoplatónica tomista –consecuentemente, aristotélica– del poder de la imaginación aplicada a otras personas, aunque le añade elementos de la hermética que hubiesen sido impensables para teóricos del derecho natural como Santo Tomás de Aquino.

El inevitable esoterismo del arte de la memoria puede hacerlo parecer un aspecto completamente desligado de la esfera política a la luz del presente. Sin embargo, la mnemotecnia, en su versión actual –reformulada, por supuesto–, está presente en algunas de las áreas que hoy reconocemos como ciencias, como la sociología, la psicología de masas, e incluso, la ciencia política contemporánea. Mucho de este rechazo hacia aquello que no es reconocido en la jerarquía normativa epistémica está presente en el estudio de los orígenes de las ciencias sociales. Sin embargo, personajes como Ioan P. Culianu reivindicaron –incluso con su propia vida– el poder de la imaginación y la palabra.

La imaginación, aquel elemento que precede a la palabra en todo sentido, es un componente clave –por no decir el más importante– de nuestras vidas: es por medio de ella que le damos sentido a nuestra relación con el mundo. Después, por medio de nuestro pneuma, construimos pobremente con palabras aquello que hemos imaginado: con discursos, ensayos, poemas. Finalmente, intentamos reflejar lo imaginado y dicho, con nuestras acciones.

Últimamente hay un enorme interés en transformar el mundo político: todos queremos cambiarlo. Sin embargo, muchas veces olvidamos que, para hacerlo, primero hay que imaginar el mundo que anhelamos. Después hay que escribirlo, borrarlo, desecharlo, reescribirlo, discutirlo, confrontarlo, compartirlo. Lo mejor que Giordano Bruno dejó, más allá de su aporte a las ciencias sociales, es que no podemos intentar transformar nuestra realidad si no estamos dispuestos a imaginarla, colectivamente, de una forma diferente. No hay que olvidar que las minucias conforman la existencia del universo infinito. Y así, quizá, nos sea más sencillo poner en marcha el cambio deseado.

Bibliografía

Benavent, Julia. Actas del proceso de Giordano Bruno. Valencia, Institució Alfons el Magnànim-Centre Valencià d’Estudis i d’Investigació, 2006.

Bruno, Giordano. De la magia, De los vínculos en general. Trad. Ezequiel Gatto. Buenos Aires, Cactus, 2007.

Bruno, Giordano. Explicación de los treinta sellos. Trad. Alicia Silvestre. Madrid, Golpe de dados, 2007.

Bruno, Giordano. Expulsión de la bestia triunfante, De los heroicos furores. Trad. Ignacio Gómez. Madrid, Siruela, 2011.

Bruno, Giordano. La cena de las cenizas, De la causa, el principio y el uno, Del infinito: el universo y los mundos. Madrid, Gredos, 1979.

Culianu, Ioan P. Eros y magia en el Renacimiento.Trad. Neus Clavera y Hèléne Rufat. Madrid, Siruela, 1999.

Sabine, George. Historia de la teoría política. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2019.

Yates, Francis. “The Art of Memory”en Francis Yates: Selected Works. Nueva York, Routledge, 1966.  

Yates, Francis. Giordano Bruno and the Hermetic tradition. Londres, Routledge and Kgean Paul, 1964.


Notas

[1] Julia Benavent, Actas del proceso de Giordano Bruno, p. 60.

[2] Giordano Bruno, La cena de las cenizas, De la causa, el principio y el uno, Del infinito: el universo y los mundos, estudio introductorio por Miguel Ángel Granada, XXV.

[3] Ioan P. Culianu, Eros y magia en el Renacimiento, p. 12.

[4] Bruno, La cena de las cenizas, XI.

[5] Francis Yates, “The art of memory” en Francis Yates: Selected works, xi.

[6] Culianu, Op, cit. p. 64.

[7] Giordano Bruno, De la magia, p. 63.

[8] Culianu, Op. cit., p. 66.

[9] Bruno, De la magia, p. 60.

[10] Yates, Op. cit., p. 201.

[11] Bruno, La cena de las cenizas, XVIII.

[12] Bruno, De la magia, p. 13.

[13] Culianu, Op. cit., p. 135.

[14] Bruno, De la magia, p. 62.

[15] Bruno, De los vínculos en general, p.70.

[16] Bruno, De la magia, p. 19.

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