Idea de hombre en occidente. Conformación de una sociedad racista, de la modernidad a la época contemporánea

Idea del hombre en occidente racismo

Idea de Hombre y racismo en la conformación de las naciones modernas. El caso de las 13 colonias de América

El cuatro de julio de 1776 fue revisada y aprobada por el segundo congreso continental “la Declaración Unánime de los Trece Estados Unidos de América”, documento que marca la Independencia de las trece colonias frente a la corona británica. La relevancia de dicho documento no solo estriba en la conformación de un nuevo Estado-nación sino en la influencia que ejerció sobre otros documentos de carácter similar. Una de sus frases más célebres, que el historiador estadounidense, Joseph Ellis, no duda en calificar como “las palabras más potentes y consecuentes en la historia estadounidense”[1], reza del siguiente modo:

“Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.[2]

Lo que no resulta tan “consecuente” es que un Estado conformado bajo dichas premisas no aboliera la esclavitud sino hasta bien entrado el siglo XIX (1863). Aún menos consecuente es que la mayoría de los firmantes de tal declaración fueran propietarios de esclavos durante toda su vida. Thomas Jefferson, redactor del borrador del documento, y George Washington[3], de quien se sabe que perseguía a esclavos que intentaban escapar de su poder, tampoco eran la excepción, pues poseían alrededor de 200 y 123 esclavos, respectivamente[4]. Más allá de suponer hipocresía en los firmantes o de alegar mala fe en su persona, el declarar a todos los hombres iguales y libres, y continuar practicando la esclavitud, supone un entendimiento muy particular del concepto de hombre; uno que por supuesto no incluía a las mujeres. Declarar y obrar de un modo tan inconsistente solo revela que los esclavos no eran vistos como hombres, como personas, ni como humanos. No importaban.

Estas in-consecuencias se han venido recordando en las recientes manifestaciones antirracistas detonadas por el asesinato de George Floyd, pero producidas por siglos de desigualdades sistemáticas, las que han llevado a cientos o miles de personas racializadas a cuestionar la existencia de monumentos erigidos a estos y otros personajes. Ha sido frecuente, a partir del inicio de este movimiento, derribar estatuas de figuras históricas, tales como las de Colón o aquellas representativas de los estados confederados; sin embargo, ha sido menos común dirigir la vista a los llamados “padres fundadores”, aunque tampoco han sido la excepción (el pasado 14 de junio, manifestantes en Portland derribaron una estatua de Jefferson y el 19 hicieron lo propio con una de George Washington). La razón de esta excepcionalidad o distinción entre figuras históricas la podemos encontrar en los discursos sesgados, tales como el de Joseph Ellis.

La historiadora Ana Lucia Araujo, en una entrevista dada a “EFE”[5], afirma que la manera en que se enseña en los diferentes centros educativos no es la adecuada, no solo en Estados Unidos, sino en Brasil, Francia, Portugal o países directamente relacionados con la esclavitud, pues este tema es generalmente dado muy deprisa y no se profundiza en él; además, no se cuenta la historia de la resistencia de los esclavizados, sino que se enfatizan las figuras y contribuciones de los sujetos blancos: «en muchos casos, los libros de texto y el programa escolar tienden a enfatizar las acciones de los individuos blancos para promover el fin de la esclavitud»[6]. Lo que puede mostrarnos esta división, entre un tipo de historia narrada y otra relegada al olvido o a la marginalidad, es que, así como el concepto de Hombre presente en la declaración de independencia no incluía realmente a todos los seres humanos (en particular, a mujeres ni a esclavos), el concepto de Historia, tanto nacional como universal, no incluye a todas las historias. Es aquí cuando podemos preguntar, ¿qué historias y qué personas importan?, y entender la sugerente respuesta del movimiento #BlackLivesMatter.

Colonización e instauración de un canon de lo humano y del conocimiento

Las teorías poscoloniales y decoloniales, por su parte, nos ofrecen distintas herramientas para poder entender cómo es que un tipo de sujeto se instauró cual modelo y regla de lo humano, y cómo es que este modelo influye en la producción e interpretación de conocimientos, lo que se ha denominado “la colonialidad del poder”. Es decir, las teorías poscoloniales y decoloniales, ayudan a comprender cómo las relaciones coloniales influyen en la producción de conciencias y conocimientos.

Grosfoguel Ramón, filósofo puertorriqueño de la Universidad de Berkeley, postula[7] que la forma en que un grupo determinado (en este caso, cinco naciones occidentales) logró hacerse del control del conocimiento universal y colocarse como centro y modelo del mismo, fue a través de cuatro genocidios y epistemicidios, para después consolidarse como una conciencia que se piensa universal. Por motivos de tiempo, solo mencionaré brevemente tales genocidios y epistemicidios: la conquista de Al-Andalus a lo largo del siglo XV, en la cual quemaron cientos de bibliotecas y millones de libros; la conquista del continente americano; el tráfico de esclavos africanos y árabes; y la quema de brujas en Europa, en la que, no existiendo libros que quemar, se destruyeron los cuerpos de quienes poseían conocimientos.

Fue solo tras haber conquistado y destruido tantas culturas, que el ser occidental se pudo establecer como centro y modelo de lo humano y del conocimiento, nunca admitiendo dicha posición privilegiada, la cual se suele ocultar bajo un discurso de universalidad y objetividad que nunca lo es realmente. Fue tal discurso el que identificó la parte con el todo; lo que terminó por consolidar la exclusión de los pueblos colonizados, del canon de lo humano y del conocimiento. Un primer momento de la construcción de este discurso lo podemos encontrar en la filosofía de René Descartes.

La descorporalización del yo y la ciencia del hombre. Descartes y Hume como fundamentos de una epistemología racista

Descartes, en su búsqueda de una certeza indubitable que sustente todo el edificio del conocimiento humano, menciona en sus Meditaciones Metafísicas que el primer paso para la producción de conocimientos certeros inicia cuando el observador se “desprende” de todas las opiniones que subyacen al sentido común, intentando olvidar o ignorar, como si de hecho fuese posible, la cultura y el ambiente social para después colocarse en un terreno adecuado[8]. En otras palabras, si no se pone al mundo entre paréntesis y se coloca a uno mismo fuera de él, presto para su análisis, no se podrá generar un conocimiento adecuado. Este terreno al que escapa el cogito cartesiano, es lo que Santiago Castro-Gómez denomina, “la hybris del punto cero”: un punto en que el sujeto pretende no estar en ninguna parte y a la vez poder observar todos los sitios. Para Descartes, este punto es la Res cogitans, la cual producirá ya no solo un conocimiento verdadero, sino también universal y objetivo. La conciencia occidental moderna se piensa ya entonces universal.

Al colocar al Yo descorporeizado como fundamento del conocimiento, Descartes motivó el estudio de la naturaleza humana. Podemos identificar aquí dos variantes de dicho estudio; una, que toma como sujeto de análisis al ser occidental y está más interesada en justificar un modelo económico y político, y otra que se enfoca en el “pasado” de este ser occidental. La primera variante tiene como resultado, las teorías contractualistas que, más que históricas, son paradigmáticas. La investigación hecha por Hume, filósofo escocés, acerca de la naturaleza humana, a la que denomina “Ciencia del hombre”, pertenece a dicho rubro. De ella me interesa resaltar que, más que una investigación, parece una justificación a las teorías del liberalismo económico presentes en su nación. Hume parte del empirismo; es mediante la observación de la condición humana y no de los ideales de ésta, como podrá obtenerse una idea acertada y científica del hombre; además, no interesa que se observe solo a un sujeto determinado, pues la condición humana que se desprenda de su análisis es “trascendental” y por lo tanto a-histórica: “la naturaleza humana es un ámbito de fundación trascendental que vale para todos los pueblos de la tierra y funciona con independencia de cualquier variable cultural o subjetiva[9]. La primera cosa que revela su “ciencia del hombre” es que los seres humanos se sienten más atraídos por fenómenos cercanos que lejanos, o lo que vendría a ser lo mismo, que se interesan más por sí mismos que por otros. Al cuestionar Hume cómo sujetos egoístas conformaron una comunidad, se responde a sí mismo que al verse en la necesidad de detener una supuesta guerra por recursos, pactaron leyes que regularon el comercio y la propiedad. En este sentido, la regulación del comercio es lo que dio origen a los Estados. Adam Smith, discípulo de Hume, va aún más lejos y declara, al contrario de su maestro, que el Estado no debería reprimir los impulsos egoístas de los individuos, sino dejarlos fluir, pues de alguna forma esto contribuye al beneficio de todas y todos. Vemos cómo de esta forma, la “Ciencia del hombre” reafirma su propio sistema económico y un determinado sujeto occidental como paradigma.

La segunda variante del estudio ilustrado de la naturaleza humana es más antropológica e “histórica” que la anterior. Se centra en la evolución del ser humano y cómo es que llegó a ser el sujeto moderno que menciona Hume. De este estudio, lo que me interesa resaltar es, más que los comentarios particulares de diversos autores, la idea común que todos compartían: “la negación de la simultaneidad”, como la nombra Santiago Castro-Gómez. En este punto, los sujetos europeos se veían a sí mismos como la cúspide de la evolución humana, y su pretensión era descubrir qué etapas evolutivas les precedieron, pero dicha pretensión adolecía en no poder observar de hecho dicho proceso; sin embargo, adoptaron otro método, aunque no pudieran observar la evolución del hombre occidental, sí podían observar a otras culturas que por determinadas circunstancias no habían avanzado en su “proceso evolutivo”. Así, los primeros antropólogos y etnólogos occidentales se lanzaron al estudio de las diversas culturas del mundo con la idea de que eran vestigios de un pasado lejano. Si bien no se les negaba su cualidad de humanas, se creía que, aunque las culturas occidentales y no occidentales coexistieran en un espacio común, no eran temporalmente idénticas. Santiago Castro también nos dice que esta asincronía entre culturas no siempre se intentó explicar, aunque cuando se hacía, las respuestas variaban. Una de las más curiosas respuestas alegadas fue la supuesta superioridad natural de la raza blanca.

Immanuel Kant y el racismo científico

Immanuel Kant, como buen filosofo ilustrado, aborda dichos temas. Su principal preocupación era atender la cuestión moral. Dicha cuestión es dividida por el filósofo en dos campos: la antropología pragmática, que estudia los aspectos humanos que no cambian y son inmutables en el tiempo, y la geografía física, que estudia los aspectos que varían en las personas conforme al espacio y el tiempo; aquí nos ocuparemos de esta segunda ciencia. Kant utiliza el concepto de “raza” de una manera un tanto peculiar; plantea que más que algo dado, es una categoría que sirve para el análisis; ésta no refiere a distintos tipos de hombres, sino a características diversas que han desarrollado grupos pertenecientes a una misma especie[10]. Las cuatro razas que menciona Kant son la caucásica (europea), la amarilla (asiática), la negra (africana) y la roja (americana). Las diferencias entre dichas razas se deben tanto al clima como a la posición geográfica, pero no se limitan a diferencias físicas, pues Kant supone una jerarquía moral entre las mismas, estando en la cúspide la raza blanca:

“las cuatro razas no sólo corresponden a diferencias entre grupos humanos marcadas por determinaciones externas (clima y geografía), sino que también, y sobre todo, corresponden a diferencias en cuanto al carácter moral de los pueblos, es decir, a diferencias internas marcadas por la capacidad que tienen esos grupos o individuos para superar el determinismo de la naturaleza”.[11]

Al ser la raza blanca la mejor dotada para superar el determinismo, las demás quedan relegadas a una condición de “inmadurez”, por lo que, tanto sus costumbres como su cultura son infravaloradas. Siendo esta idea un terreno común que fue sofisticándose hasta convertirse plenamente en un racismo científico, no es de extrañar que tanto los conocimientos de culturas no occidentales como sus personas, se coloquen en un terreno inferior, se omitan o se nieguen. La definición que nos ofrece Franz Fanón acerca del racismo sigue siendo exacta y clarificadora: “Para Fanón, el racismo es una jerarquía global de superioridad e inferioridad sobre la línea de lo humano que ha sido políticamente producida y reproducida como estructura de dominación durante siglos”[12]. Esta línea de lo humano divide aquellos cuerpos y experiencias que importan de las que no; la pregunta que resta formular aquí, es: ¿por cuánto tiempo seguirá existiendo dicha línea divisoria?, y, ¿por cuánto tiempo seguirán siendo infravaloradas las experiencias y conocimientos de los pueblos que no gozan de su favor?

Bibliografía recomendada

Si te interesa profundizar en los temas abordados en este artículo, te recomendamos los siguientes libros:

Referencias


Notas

[1] Colaboradores de Wikipedia. “Declaración de Independencia de los Estados Unidos”.

[2] Ídem.

[3] Primer y más rico de los presidentes de Estados Unidos, hasta antes de ser destronado por Donald Trump.

[4] Leyva, Ivette, “Lo que no se cuenta de los padres fundadores de EEUU: muchos eran millonarios y esclavistas”.

[5] Samhan, Susana, «Estados Unidos: la dureza de cuestionarse a los «padres».

[6] Ídem.

[7] En su artículo: Racismo / sexismo epistémico, universidades occidentales y los cuatro genocidios / epistemicidios del largo siglo XVI.

[8] Castro-Gómez, Santiago, La hybris del punto cero: ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada. P. 25

[9] Ibid. P. 31

[10] Ibid. P. 40

[11] Ibid. p. 41

[12] Grosfoguel, Ramón, «El concepto de «racismo» en Michel Foucault y Frantz Fanón: ¿Teorizar desde la zona del ser o desde la zona del no-ser?». P. 93

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