La racionalidad moralizante: Eurípides y el furor socrático

 

Eurípides es uno de los tres poetas trágicos de la Atenas Clásica; sin embargo, contrario a Sófocles y Esquilo, éste no gozó de gran fama durante su época; basta con ver cómo el cómico Aristófanes se burla de él en su obra Las Ranas, o bien, que una de sus más grandes obras, Medea, quedó calificada en penúltimo lugar en su presentación, lo cual nos muestra que en su época no gozó de fama.

Siglos después, Nietzsche considerará a Eurípides como el representante de la agonía de la tragedia, pues sus obras, además de ser el reflejo de una tragedia decadente de aquel vago pasado poético que conformaba el instinto apolíneo y dionisiaco, también darán paso a uno de los peores géneros literarios.

Por otra parte, la obra de Eurípides, fue inspiración y ejemplo para uno de los más grandes estoicos: Crisipo de Solos, considerado por la tradición bio-doxográfica como el segundo fundador del pórtico. Tanta fue la admiración de Crisipo por Eurípides, su amado Eurípides en jocosas palabras de Plutarco[1], que escribió un libro en el que citaba prácticamente toda la Medea de Eurípides, por lo cual muchos de sus adversarios se burlaban al decir que se trataba de la Medea de Crisipo.[2]

¿Cuál es el elemento que hace de Eurípides un autor admirable para el estoico Crisipo, personaje emblemático durante la filosofía helenística y romana, pero un autor criticado por el filólogo Nietzsche? Para ello es necesario abordar algunos elementos de las obras de Eurípides, principalmente la ya mencionada Medea.

El argumento de esta obra puede resumirse en pocas palabras: Medea, mujer de origen bárbaro, deja a su padre y asesina a su hermano para ayudar y seguir a su amado Jasón, un paradigmático héroe griego; sin embargo, cuando llegan a Corinto, Jasón abandona a Medea con todo e hijos para desposarse con Glauca, hija del rey Creonte; Medea, a causa del despecho amoroso provocado por la ofensa de Jasón, decide matar a la nueva esposa de su amado, pero su venganza no concluye con eso, sino que también decide asesinar a sus hijos para que el linaje de Jasón no pueda continuar.

Lo interesante es cómo el poeta trágico utiliza este elemento de la religión griega para expresar varios tópicos espinosos en la Atenas de su tiempo: la imposibilidad de que una mujer, en este caso Medea, pueda tener justicia, por lo que su único camino resulta ser la venganza[3]; el papel que desempeña el sabio, de nueva cuenta el caso de la protagonista, ante la sociedad y cómo es despreciado éste por la misma; la fuerza de la retórica y la persuasión para justificar actos viles como los de Jasón, pues aunque parezca increíble, el héroe griego pronuncia discursos muy convincentes de porqué abandona a Medea, mujer que lo ayudó en su expedición, por la hija del rey de Corinto.

Más allá de todos estos temas de sumo interés, en los cuales se han gastado los ríos de tinta, me enfocaré en el elemento que más me importa para este breve ensayo: el uso de la razón en el personaje de Medea, principalmente al momento de reflexionar sobre si debe llevar a cabo su infanticidio para vengarse de la ofensa de su amado.

Medea, en efecto, está cegada por la ira cuando planea su venganza, pero gracias a su inteligencia logra planear un macabro plan para llevarlo a cabo. Ya cuando regala a Glauca, la otra esposa de Jasón, una diadema de oro que contiene veneno se considera lista para matar a sus hijos, pero es en ese momento cuando ya no puede llevar a cabo su plan, pues el amor materno se lo impide, y entre lágrimas y dolor parece que decide echar abajo el plan original de asesinar a sus hijos. Sin embargo, la sabia mujer se entera que no sólo ha asesinado a la segunda esposa de su amado Jasón, sino que también su diadema envenenada ha asesinado a Creonte, rey Corinto; ella pues, puede protegerse de los que quieran vengar la muerte del rey, pero no podrá salvar a sus hijos. Ya no hay marcha atrás para Medea, ya es necesario que mate a sus hijos pues si no lo hace ella otros más lo harán; ya no puede ni podrá protegerlos, ya es tarde para arrepentirse, ante lo cual Medea realiza lo que para muchos sería algo impensable: matar a sus propios hijos.

Es en la obra Medea, en la que Eurípides refleja un dilema moral que no parece tener solución, en el que la razón y las pasiones desempeñan roles que se intercambian y se mezclan entre sí: una pasión que impulsa  a la heroína a llevar a cabo una venganza atroz con ayuda de un preciso cálculo, para después confrontar otra pasión como el amor a los hijos y hacer lo mejor (o aparentemente mejor) que es el asesinarlos. ¿Fue justificado o no el acto de Medea? Ante esta pregunta sólo se puede responder después de haber leído la obra, en la cual los argumentos sobran para ambas posturas, las cuales pueden ser justificadas hoy en día desde la obra misma como desde otros elementos fuera de ella.

No se trata de querer justificar o no el acto de Medea, sino de resaltar un elemento de suma importancia en la obra de Eurípides: la razón. Pues es evidente que todo aquel que lea dicha obra tendrá que hacer uso de la facultad mencionada para llegar a una de ambas posturas que plantea el dilema. Por cierto, este elemento es uno de los que resalta Nietzsche: el pueblo ha aprendido ahora a observar, actuar y sacar conclusiones según las reglas del arte[4], ya que la obra del poeta trágico había conseguido que los espectadores se relacionaran con los personajes y los dilemas que ellos encarnaban.

Es precisamente este tinte racionalista que desencadena en una moralidad lo que tanto escozor le produce al filósofo alemán, pues como él mismo lo dice en las siguientes líneas:

Expulsar de la tragedia aquel elemento dionisiaco original y omnipotente y reconstruirla puramente sobre un arte, una moral y una consideración del mundo no-dionisiacos- tal es la tendencia de Eurípides, que ahora se nos descubre con toda claridad.[5]

Para Nietzsche lo dionisiaco ha muerto con Eurípides, pues en su lugar está aquella tragedia no dionisiaca que ahora es completamente moralizante, lo que será la antesala de aquel filósofo de horroroso aspecto que descendió la filosofía de los cielos a los asuntos humanos y que después sería obligado a beber la cicuta; es decir, será el antecedente de Sócrates[6]; incluso el alemán menciona que el instinto dionisiaco está siendo desplazado por aquél furor socrático que tanto le desagrada.

Los ejemplos de Eurípides usados por Crisipo, por otra parte, abundan principalmente sobre la actitud que debe tomar el hombre ante las adversidades de la vida provocadas por el destino, actitud que sólo se puede llevar a cabo con ayuda de la razón, de aquel furor socrático que tanta comezón le dio a Nietzsche por rayar en lo moralizante. No obstante, es claro que antes del hombre que derrumba los sistemas metafísicos, del que anuncia la muerte de los dioses o de aquél que se sale de sí por los furores divinos de la poesía, se encuentra el hombre racional con sus dilemas y adversidades por resolver, el cual se encuentra en Medea y Eurípides es su vocero.


Notas

[1] Sobre la nobleza. 12-16 Test. 46

[2] Vida de los filósofos ilustres. VII 181 Test. 1, SVF II 1

[3] Hay algunas interpretaciones feministas, las cuales son erróneas y difíciles de sostener, en la obra de Eurípides por distintos elementos, entre los que destaca la crítica que hace Medea a la situación de la mujer en Grecia.

[4] El nacimiento de la tragedia., p.106

[5] Ibid., p.112

[6] Nietzsche hace mención de la semejanza entre Eurípides y Sócrates en el capítulo 13 de la obra mencionada.

Bibliografía

Crisipo de Solos. Testimonios y Fragmentos. Madrid: Gredos, 1998

Nietzsche. El nacimiento de la tragedia. Madrid: Alianza Editorial, 2000

Eurípides. Medea en Tragedias. Madrid: Gredos, 1986

Salir de la versión móvil