La mónada en la era del “big data”. Una lectura de Leibniz

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Comencé a leer a Leibniz de una manera arrogante, me apena decirlo. Sentía una morbosa curiosidad por leer a ese filósofo del que tanto se mofaban sus titanes contemporáneos: Newton y Voltaire. Uno a través de la matemática y el otro a través del sutil campo de la filosofía. Hoy en día la mayoría hemos reducido a Leibniz a la fórmula patéticamente inocente de “el mejor de los mundos posibles”. Leibniz es para muchos una fallida defensa de ese dios que tanto empezaron a despreciar los filósofos de la época de las luces.

Lo primero que leí de Leibniz fue Discurso de metafísica (1686), seguido de Sistema de la naturaleza(1695), Nuevo tratado sobre el entendimiento humano(1703-1705), Monadología(1714) y Principios sobre la naturaleza y la gracia (1714). Estoy en proceso de leer su único libro publicado en vida: Teodicea(1710), pero cada vez que leo al pensador alemán me embarga el sentimiento de inutilidad frente a una labor titánica. El pensamiento de Leibniz es omnívoro. No discrimina nada, en Leibniz las fronteras del conocimiento no existen. En una época intelectual en la que los pensadores medievales eran reducidos a simples teólogos de un periodo de fanatismo y oscuridad, Leibniz los rescata y los trae a su modernidad. Leibniz es un conciliador y un mediador del pensamiento, del conocimiento, algo que claramente necesita nuestra época, tan dividida por el racionalismo cartesiano. El pensamiento cartesiano nos enseñó a cortar y desbaratar el mundo para entenderlo, pero, como más tarde diría el pensador francés Henri Bergson, al hacerlo solo entendimos la muerte, pero no la vida. Al fenómeno de la vida se le debe investigar en la vida misma. Estas raíces están profundamente ancladas en Leibniz.

El estilo de escritura en Leibniz es profundamente barroco. Un barroquismo en el que se puede observar un intento armonioso de entender el mundo. Esta armonía no solo era europea, pues Leibniz fue el primer filósofo que estudió seriamente el confucianismo (aunque solo a través de las cartas de jesuitas instalados en China, pues no hay evidencia de que leyera Los cuatro libros clásicos de Confucio). Tal como Michel Montaigne vio la importancia del pensamiento de los nativos de Brasil, o Schopenhauer el pensamiento budista e hinduista, Leibniz fue un notable traficante de ideas extranjeras. Escribió más tarde en Nuevo tratado sobre el entendimiento humano

Hay pueblos que no tienen la palabra correspondiente a “ser”: ¿Puede creerse que no sepan lo que es un “ser” porque no sepan concebir separadamente la idea de ser?

Padre de la mónada filosófica, Leibniz fue el primero en decir que la omnipotencia de Dios se perdió en la creación (una idea que tomó, ciertamente, de los cabalistas judíos). El dios de Leibniz es la mónada “increada” que funciona como una especie de puente para las demás mónadas. La mónada es el universo de la perspectiva, la suma de ellas da como resultado el universo mismo y esto solo lo puede ver la mónada increada. La mónada abrió las puertas a la humildad intelectual, nos enseñó que todos los puntos de vista valen por igual y que nos acercan a la verdad. La polifonía testimonial existe gracias a la monadología, pues, ¿no son acaso las múltiples voces, múltiples perspectivas, múltiples universos, totalmente válidos? El feminismo llegó a las mismas conclusiones sin estar influenciado por la obra de Leibniz. No obstante, su lectura nos enseña que el pensamiento de Leibniz es un apoyo al pensamiento actual, no sólo de las personas feministas (recordando que la idea de la mónada fue una influencia del trabajo filosófico de Anne Conway, pensadora con la que Leibniz tuvo una fructífera comunicación epistolar), sino también de quienes plantean modos de resistencia contra estos tiempos de la “big data”. Pues la mónada vence por mucho a los datos que la informática trata de digerir. 

La mónada, como dice Monadología, es “una sustancia inmaterial, simple, indestructible, sin comunicación externa y dinámica.” 

Para la “big data” la mónada es una cantidad de información gigantesca y risiblemente imposible de procesar, pues, ¿cómo procesar la experiencia de un universo? 

La obra de Leibniz, para finalizar, es tan gigantesca como su erudición: más de diez mil manuscritos que dos naciones no han podido editar en su totalidad. Cada pieza de manuscrito leibnizciano es una mónada del autor. Leer a Leibniz es penetrar en una armonía del conocimiento y descubrir que “el mejor de los mundos posibles” es una idea cuyo origen se remonta a Platón y Aristóteles, y que se traduce, según Ortega y Gasset, en hacer lo mejor entre lo posible. 

Una de las grandes enseñanzas de Leibniz para el mundo moderno es que la mónada no es un concepto inerte de inspiración platónica, sino un enlace, una nueva mirada que crea la simbiosis hombre-naturaleza. El algoritmo es eso, es un lenguaje, un idioma creativo que hace puente entre nosotros y el mundo, pero, no hay que olvidar que ese puente puede estar sesgado, y que por supuesto no es el único.

La mirada de Leibniz es un vaivén entre el pasado y la actualidad; entre Aristóteles, Tomás de Aquino y Byung Chul-Han o Markus Gabriel (por mencionar algunos ejemplos de nuestros filósofos contemporáneos); entre la cultura europea, con todas sus diferencias e iglesias, y filosofías extranjeras como el confucianismo chino y el I Ching

La big-data nos sume en el sueño de la razón, y como sabemos, los sueños de la razón producen monstruos. En este caso, la data pretende romper la relación simbiótica entre hombre y naturaleza (la mónada). La relación quedará ahogada, divorciada y, por lo tanto, llevará a la humanidad a su destrucción total. La data sabe que no puede contra la mónada, la experiencia del universo, y por eso tiende a destruirla. El reino de la big data debe ser ancho y vasto.

Platón, en uno de sus mitos alegóricos nos narra cómo un demiurgo pudo haber creado el mundo, tomando como base el mundo de las ideas. El mundo estaba sustentado en la verdad, pero para encontrarla se debía de filosofar, hacer matemáticas y música: practicar la reminiscencia. La data es el demiurgo que hemos creado para que a su vez pueda crear su mundo propio. Peor aún: la data es más cercana al genio maligno de Descartes. Hemos creado al ser que es capaz de confundirnos con malicia, una malicia ciertamente no metafísica sino capitalista, voraz. El genio maligno de la big data destruye las visiones, los híbridos, lo múltiple. Quiere ser la mónada única que gobierne en el mundo que construirá cuando consuma su propósito. Cada vez que permitimos su entrada en nuestro mundo, el genio maligno está aprendiendo a confundirnos. Nos corta, como un filósofo diabólicamente cartesiano, para estudiarnos.

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