Breve explicación de la teoría de las Ideas de Platón

Teoría de las ideas Platón

Introducción. Platón y el inicio de la filosofía en Occidente

La filosofía en Occidente abarca más de dos mil quinientos años, tomando como punto de inicio a los pensadores que aparecieron en la Antigua Grecia. Esto comenzó en la zona de Jonia, a principios del siglo VI a.C., y se prolongó hasta la caída del Imperio Romano; evento que ocurrió en el siglo V d.C. De tal modo, en su desarrollo participó una gran cantidad de filósofos, entre los cuales destaca Platón.

Para facilitar la comprensión de este tema, resulta esencial dividir los inicios de la filosofía en Occidente en tres etapas. En primer lugar, se encuentra la filosofía presocrática. Tal como su nombre indica, comprende todo aquello que fue planteado antes de la aparición de Sócrates, sobresaliendo los postulados de Tales de Mileto y la creación de la Escuela Jónica. Luego se encuentra la filosofía ática, una etapa que engloba lo expuesto por Platón, quien se encargó de fundar la Academia. Esta escuela filosófica tuvo el objetivo de investigar y profundizar en los distintos ámbitos del conocimiento, continuando las enseñanzas de Sócrates. Entre los alumnos más famosos de esta institución es necesario mencionar a Aristóteles, tras cuya muerte comienza el periodo helenístico, que es considerada la etapa final.

Sobre la obra y el legado filosófico de Platón

Dado que Sócrates no dejó obras escritas, el trabajo realizado por su discípulo más importante, Platón, se ha convertido en el mejor referente para entender y estudiar los inicios de la filosofía en la Antigua Grecia. Asimismo, en las páginas escritas por Platón pueden ser encontrados varios principios de otros campos, como la psicología, la metafísica y la cosmología; todo esto en función de la trascendencia cognitiva, que buscaba dejar de lado el misticismo que estaba instalado en el mundo griego.

A través de un enfoque sistemático y ontológico, Platón intentó explicar el sentido del ser humano, estudiando su existencia desde diferentes áreas. De esta manera, cultivó la semilla de la filosofía, pero también de la política y la epistemología. Un tema bastante recurrente en sus obras es el aspecto social. Su idea del Estado ideal estaba basada en la necesidad de la ética para una coexistencia armónica entre las personas de toda clase, enalteciendo la justicia en cada momento.

Finalmente, solo queda decir que para analizar los inicios de la filosofía en Occidente es imprescindible estudiar la obra de Platón. Además, las nuevas generaciones encontrarán en ella valiosas enseñanzas que continúan siendo vigentes. La identificación de la felicidad, por ejemplo, es planteada como una constante distinción entre el mundo del auténtico ser y aquel que está basado en la percepción personal.

La teoría de las Ideas en el proyecto filosófico de Platón

No es fácil elegir un punto de partida para adentrarse en el pensamiento platónico, aunque muchos estudiosos coinciden en que el planteamiento de la existencia de una realidad suprasensible representa uno de los mejores hilos conductores para seguir la radical novedad de su pensamiento y ponderar su impacto en la historia de la cultura occidental. Para expresar dicha novedad, Platón recurrió en su diálogo Fedón a una imagen simbólica que definió como «segunda navegación», posterior a la «primera navegación» emprendida por los filósofos presocráticos. Pues, así como la navegación de la filosofía presocrática quiso explicar la naturaleza apelando a principios originarios de tipo material vinculados a lo sensible, la segunda navegación platónica dejaba atrás la física para trazar otra senda, que implicaba el paso de la esfera del conocimiento sensible a la ardua conquista del conocimiento suprasensible.

Para ilustrar este nuevo camino, Platón se sirve del siguiente ejemplo. Pongamos que queremos responder a la pregunta de por qué es bella una cosa. Si quisieran explicar ese «porqué», los filósofos presocráticos recurrirían a elementos físicos del objeto observado; sin embargo, el filósofo ateniense señala que, en tal caso, no estaríamos determinando la causa que hace que una multitud de objetos sensibles se nos aparezcan como bellos. Considerados en su conjunto, todos esos objetos empíricos cuya belleza constatamos, parecen participar de algo que va más allá de la figura, el color, etc., de cada caso individual; de ahí que parezca plausible defender la existencia de una causa superior que dé razón de esa inteligibilidad, de esa captación no sensible ni visible de lo bello en sí:

Sócrates – Pues bien, a estas muchas cosas bellas, iguales, etc., las puedes tocar, ver o percibir por los otros sentidos, mientras que las que se comportan idénticamente no podrás aprehenderlas por ningún otro medio que, por el uso racional de la mente, dado que éstas son invisibles y no perceptibles a la vista.

Cebes – Dices la verdad.

Sócrates – ¿Quieres entonces que admitamos dos clases de cosas; ¿unas perceptibles a la vista, las otras invisibles?

Cebes – Admitámoslas.

Sócrates – ¿Y que las invisibles siempre se comportan idénticamente, en tanto que las perceptibles a la vista jamás se comportan idénticamente?

Cebes – Admitamos también eso.

Fedón 78d-79a

Estas causas de naturaleza no física de las que habla Sócrates con ocasión de lo bello, estas realidades inteligibles que trascienden la apariencia cambiante de las cosas, fueron designadas por Platón con el término «idea» (eîdos). La palabra griega «idea» significa «forma» o «paradigma», y es una suerte de modelo arquetípico, único e inmutable, de una determinada clase de objetos del mundo tales como la idea de justicia o de belleza, pero también la idea de círculo o de silla. Sin embargo, las ideas no son simples pensamientos, ni tampoco meros objetos mentales, antes bien, son entidades puramente inteligibles, captables exclusivamente mediante la inteligencia y sin la intervención de los sentidos.

La llamada teoría de las Ideas es uno de los pilares sobre los que se asentará todo el pensamiento platónico, desde la física hasta la ética, pasando por la política y la teoría del conocimiento. Nos encontramos ante la primera respuesta integral a la pregunta por la naturaleza de la realidad y el conocimiento, basada en un marcado dualismo ontológico y epistemológico, esto es, admitiendo diferentes niveles de realidad y de conocimiento.

La teoría de las Ideas como dualismo ontológico

De entrada, para el filósofo ateniense, discriminar dos planos de realidad de las cosas implica postular la existencia de dos mundos: el mundo inteligible y el mundo sensible.

Por un lado, el mundo inteligible no se puede percibir mediante los sentidos y está constituido solo por las ideas, siendo un mundo inmaterial y eterno, perfecto e inmutable, accesible exclusivamente mediante el intelecto. En dicho mundo, no todas las ideas son iguales y pueden ser de diverso tipo, manteniendo siempre un orden jerárquico; así, pueden existir formas matemáticas o geométricas –igualdad, unidad o triángulo–, o bien valores morales o estéticos –justicia, bondad o belleza–, presididos las más de las veces por la idea de Bien, entendida como idea suprema que, como el Sol, posibilita la iluminación de todo lo existente.

Por otro lado, el mundo sensible es el mundo físico y material, donde las cosas son visibles y conocidas a través de los sentidos. En cuanto mundo mudable e imperfecto es corruptible, de modo que está sometido al cambio, a la generación y a la destrucción. Este mundo está dominado por las apariencias engañosas que producen los sentidos, que existen por imitación o bien por participación de las ideas; de ahí que Platón insista en que dicho mundo es un mero reflejo o copia del mundo de las ideas.

Tal vez sea en su diálogo de vejez, Timeo, donde mejor se ejemplifique la aspiración platónica de explicar la estructura interna del universo, así como su funcionamiento y su génesis en cuanto cosmos racional y perfecto, a partir de la mencionada concepción dualista de la realidad. Ofreciendo una narración sobre la formación del cosmos –acudiendo para ello a elementos míticos, no menos que a doctrinas del pitagorismo, el orfismo y el atomismo–, Platón brinda una explicación sobre la racionalidad del universo como resultado de la intervención de un ser superior, un diseñador o arquitecto del mundo que recibirá el nombre de demiurgo. El demiurgo no es un dios creador omnipotente, sino un artesano que según un modelo preexistente impone orden y estructura en el caos de una materia primigenia también preexistente; asimismo, está subordinado ontológicamente a las ideas eternas y perfectas, y depende de su contemplación y posterior reproducción para modelar el mundo sensible con esta materia caótica e informe, sometida como está al movimiento y al ciego azar (Timeo 28c-29b).

La teoría de las Ideas como dualismo epistemológico

Para Platón, la concepción de dos órdenes de la realidad está íntimamente vinculada con su teoría del conocimiento; de ahí que la doctrina de las ideas posea siempre una vertiente epistemológica, esto es, relativa a la naturaleza del conocimiento y a sus diferentes grados. En efecto, ¿cómo podrían los hombres –perteneciendo a la esfera sensible e imperfecta– participar de la realidad eterna y suprema de las ideas? ¿Cómo pasar de la mera opinión (doxa) sobre las cosas sensibles en el mundo cambiante y aparente, al saber científico y al conocimiento intelectual (epistéme)?

La respuesta a esta pregunta será abordada mediante la doctrina de la reminiscencia o anamnesis, una forma de conocimiento que se expresa en la divisa «conocer es recordar»; un reemerger de algo que ha existido siempre en la interioridad de nuestra alma. Lo que tal doctrina sugiere es que cualquier aprendizaje y conocimiento no se realiza por medio de la acumulación de experiencias particulares, sino que es el recuerdo de las ideas que nuestra alma ha contemplado durante su existencia primera en el mundo inteligible de las ideas. La reminiscencia implica, pues, la inmortalidad del alma, constituyendo, por consiguiente, un poderoso argumento de esa inmortalidad.

El alma, siendo inmortal y habiendo nacido muchas veces y visto todas las cosas, tanto las de aquí como las del mundo de las ideas, lo ha aprendido todo; de modo que no hay de qué asombrarse si es posible que recuerde, no sólo la virtud, sino el resto de las cosas que antes también conocía. Estando, entonces, la naturaleza toda emparentada consigo misma, y habiendo el alma aprendido todo, nada impide que quien recuerde una sola cosa –eso que los hombres llaman aprender–, encuentre todas las demás, si es valeroso e infatigable en la búsqueda. Para Platón, el buscar y el aprender no son otra cosa, en suma, que una reminiscencia (Menón 81c-d).

Por un lado, la teoría de la anamnesis remite a un horizonte mítico-religioso basado en la concepción dualista de origen órfico-pitagórico sobre la distinción cuerpo-alma, que remite a una doctrina de la salvación del hombre y su destino tras la muerte. En esta comprensión antropológica asumida por Platón, el alma inmortal va reencarnándose cíclicamente en distintos cuerpos, de manera que, cuando conocemos, en realidad recordamos lo que ya el alma había aprendido en otras vidas. El cuerpo forma parte del mundo sensible, es material y corruptible, perecedero y aparente, de ahí que posea siempre connotaciones negativas: es tanto la raíz de todo mal como la tumba o cárcel del alma, de la que ésta aspira a liberarse en cuanto lugar de expiación de una culpa originaria (Crátilo 400c). Tal es, de hecho, la profunda dimensión escatológica que podemos reconstruir a partir de las narraciones platónicas del «mito de Er» o el «mito del carro alado», por citar las más conocidas.

Por otro lado, a partir de la teoría de la anamnesis puede interpretarse que el horizonte mítico-religioso sirve también a un interés epistemológico, por la confianza depositada en la creencia consistente en que la búsqueda filosófica de un saber adquirido antes de la experiencia de la realidad sensible, es posible. Para elaborar un conocimiento que supere la simple opinión hay un camino cognoscitivo que se puede recorrer: el camino dialéctico, que permite remontarse al mundo de las ideas. Así pues, si la misión del filósofo posee también una vertiente educativa, es en la medida en que únicamente la dialéctica representa el método por el cual el pensamiento se eleva por encima de las meras opiniones, en un movimiento simultáneamente doble de ascenso hasta la intuición de la idea y de descenso crítico de esclarecimiento de esta. En este sentido, los diálogos platónicos ejemplifican esta confianza máxima en la filosofía, a saber: que solo ella permite la adquisición del supremo conocimiento de lo inteligible.

Referencia Bibliográficas

Bertrand Russell. Historia de la filosofía occidental. Austral, Barcelona, 2013.

George Grube. El pensamiento de Platón, Gredos, Madrid, 2010.

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