El gran dilema

El gran dilema cuento ciencia ficción

Xusef oyó el sonido de la alarma y se sentó en la cama como si lo hubiera impulsado un resorte. Hacía eso todos los días, aunque en este caso la repetición era el prólogo de la que iba a ser la más apasionante aventura de su vida. Se frotó los ojos y pasó revista a los hologramas que formaban la preciosa colección de simulaciones. Porque hay que decirlo de una vez, con sus escasos once años, Xusef era el más fervoroso experto de la fauna, flora, minerales y exotis de Vimes, el satélite de Wukus, el mundo en el que la gente de la Tierra había comenzado a establecer una colonia. Y ese día, hoy, era el estipulado para que Xusef y sus compañeros hicieran la primera visita a la más pequeña y cercana de las tres lunas. No obstante, él sabía que para los otros chicos aquella iba a ser una excursión más, no demasiado diferente de la que el año anterior hicieran a las marismas de ácido, por ejemplo. Para ellos, no para mí, pensaba Xusef. Veré la verdadera trigly del desierto, la extraña relanta gris que aparecía de pronto en medio de la desolada llanura polvorienta y se dedicaba a perseguir, durante unas cuantas horas, a los insectos que se ocultaban en las grietas. Bueno, no eran insectos, había dicho Alix, la exobióloga, pero se parecían bastante a los escarabajos, aunque habían sido clasificados como exotis, una mezcla inseparable de animal, vegetal y mineral. ¡Tanto que aprender!, pensó Xusef, un curioso insaciable. ¿Y si lograba ver un escalador de raíces? Eran muy raros; solo habían sido avistados unos pocos, ya que tenían una insólita capacidad para adoptar la forma de la vegetación y hasta de los animales cercanos.

—¡Xusef! —la afilada voz de Andryx sacó al niño de su estado de arrobamiento. Había perdido cinco preciosos minutos y no podía partir sin desayunar. Los protocolos del viaje a Vimes exigían no volver a ingerir alimentos hasta no haber llegado a la superficie del satélite. Las últimas clases de Wanjari, el ecólogo, y las de Nilmo, el piloto, habían sido destinadas a la preparación del curso para que ningún aspecto del viaje quedara librado al azar. Los excursionistas fueron educados desde muy pequeños para afrontar y resolver los problemas planteados por criaturas y objetos inhabituales. 

Los terranos estaban en Wukus desde hacía dos décadas, y todos habían aprendido millones de cosas acerca de su nuevo hogar, pero aún quedaban millones por aprender. Por lo pronto, los wukusis, como habían denominado a los seres más evolucionados de ese mundo, estaban en el equivalente a la edad de piedra de los humanos, y la primera regla absoluta, inquebrantable, era que no se podía interferir en el desarrollo evolutivo de los naturales del planeta. Quizá los wukusis necesitaran cincuenta o cien mil años para alcanzar un nivel suficiente como para construir una civilización tecnológica. Y los terranos no podían ni debían obstaculizar ese desarrollo, y mucho menos ayudarlos a progresar.

Xusef sacudió la cabeza y convocó a su portador. Estaba previsto que cada uno de los participantes de la excursión a Vimes fuera autosuficiente, pero los organizadores sabían que ninguno de los niños podría transportar todo el equipo necesario sin la ayuda de un portador. El autómata utilitario se había ocupado de reunir todo durante la noche, por lo que el niño pudo juntarse con su familia y disfrutar del desayuno, aunque no logró evitar, como viene sucediendo desde que el mundo es mundo, el interrogatorio de rutina.

—¿Programaste el portador como corresponde? —preguntó la madre.

—Emether: ¿es necesaria esta interpelación? —replicó el niño—. El portador sabe qué debo llevar mejor que yo mismo. Wanjari envió las indicaciones…

—La IA de Wanjari, habrás querido decir —comentó el padre sonriendo. Lo divertía y a veces enojaba la independencia de Xusef.

—Nuestras IA son muy amigas.

Karily, la hermana pequeña de Xusef, estaba ansiosa por formar parte de la conversación.

—¿Cuándo iré a Vimes?

—Dentro de tres años —respondió Lumunu, el segundo padre.

—¡Tanto tiempo! ¿Y por qué no cuentan los años como los contaban en la Tierra? 

La réplica sorprendió a todos, aunque estaban enterados de que la inteligencia de la niña era superlativa.

—Ahora contamos el tiempo de Wukus —dijo Emether—. Ya no regresaremos jamás a la Tierra.

—Eso ya lo sé. Y también sé por qué emigramos. Ulnina lo explicó hace algunos días. No cuidaste tu planeta —concluyó la niña frunciendo el ceño.

—Cuando llegamos a Wukus todos nosotros éramos muy jóvenes —dijo Lumunu, a la defensiva.

—Tus padres y tus abuelos y los padres de tus abuelos no lo cuidaron nada. 

—Hoy no es día de clase de historia —los interrumpió Xusef—. Y yo tengo diez minutos para que me recoja el trans. Padre Liconas: ¿hiciste este viaje?

—Sí, varias veces, pero era bastante mayor. Fui a Vimes cuando el Consejo autorizó la recolección de kaktos, esas plantas móviles que crecen en los cráteres sulfúricos.

—¿Había plantas móviles en la Tierra? —una vez más, la pregunta de Karily descolocó a los mayores, pero Liconas supo salir de la encerrona.

—Leí que había unas plantas llamadas estepicursores, pero no eran híbridos de animal y vegetal, como los kaktos. Los kaktos de Vimes son… otra cosa.

—Deberías ser más riguroso en tus explicaciones —se quejó la niña—. Para una nota tan elemental podría haberle preguntado a Andryx, incluso mi implante podría haber dado una respuesta mejor —en este punto Karily se tocó la terminal del implante ubicado en la parte posterior de su cabeza, cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos agregó—: ya tengo la información completa. Gracias. 

Emether, Liconas y Lumunu se encogieron de hombros. A los niños no se los contradice ni se debe interferir en el modo en que obtienen los conocimientos.

—Esta niñita es peligrosa —comentó Xusef, con el mayor desparpajo—. Ustedes deberían ponerle límites.

—La encargada de los límites es Brunihal —dijo Lumunu, excusándose una vez más—. Pero no va a regresar hasta dentro de algunos meses.

—¿Meses de Wukus o de la Tierra? —preguntó Karily.

—Suficiente, Karily —dijo Emether—. Si estás interesada en la confrontación dialéctica te sugiero que aproveches las clases del profesor Tybori, es un hombre muy sabio.

—¡Ese viejo! —murmuró la niña, pero solo Xusef oyó el comentario, sonrió y no dijo nada. En ese mismo momento sonó la señal del arribo inminente del trans.

Los humanos habían colonizado Wukus luego de que la Tierra quedara completamente devastada por el extractivismo, la depredación y la falta de cuidado ecológico. Por fortuna, los científicos habían logrado construir suficientes naves para trasladar a los sobrevivientes a una serie de planetas considerados aptos para establecerse y fundar colonias. Aun usando la más avanzada tecnología que se conocía hasta entonces, todas las naves demoraron varios años terrestres en llegar a destino, pero eso no fue obstáculo para que durante el trayecto los futuros colonos se organizaran como una nueva sociedad basada en el respeto a las formas de vida del lugar al que llegaran. En el tiempo que duró la travesía nacieron niños y niñas de una nueva estirpe. Estaban formados en la protección de la vida y la perpetuación de la especie e intentarían no cometer los mismos errores de sus predecesores. Habían aprendido de la peor forma que la paz y el respeto eran la fórmula para avanzar.

Los niños y las niñas se educaban mediante un sistema mixto manejado por maestros humanos, androides y formas evolucionadas y sofisticadas de inteligencia artificial, aunque los valores básicos eran inculcados dentro del seno familiar: agrupación primaria, donde podía haber varias madres y varios padres, que interactuaban y convivían por sentimientos, afinidades y edades. Los humanos también habían aprendido a dejar en el olvido sentimientos mezquinos como los celos y el rencor, y debían enseñar a las nuevas generaciones a vivir en un riguroso respeto y buen trato. En realidad, habían sobrevivido a la hecatombe solo los más preparados y avanzados en ciencia, tecnología, robótica y expertos en comportamiento humano entre otras profesiones.

A los niños se les debía respeto y una adecuada estructura familiar, en donde crecieran desarrollando todo su potencial emocional y se les brindaba una educación basada en el descubrimiento, la exploración y la experimentación sin dañar a otros seres vivientes.

Cuando Xusef exigía límites para su hermana, sus padres sabían que era necesario y que debían llevarla con la encargada de ponérselos; nadie podía traspasar las fronteras definidas, cada uno tenía una tarea específica, y se respetaba.

Una vez instalados en el vehículo que los llevaría a Vimes, Xusef realizó una revisión mental de sus cosas, aunque sabía que el portador había ejecutado su tarea a la perfección. Se acomodó en el asiento adaptable y respiró profundo.

—¡Por fin, pequeña luna!, ¡voy por ti y tus recursos naturales!

El viaje no sería demasiado largo, si se medía en tiempos de Wukus, aunque deberían perseguir a la luna y verían que el sol rojo aparecería y desaparecería dos veces antes de llegar. Por eso Xusef se durmió con toda tranquilidad. Había esperado ese viaje por meses y soñaba encontrar algo más que lo conocido, alguna especie de exotis que hubiera evolucionado distinto, por ejemplo. Estaba ávido de conocimientos nuevos, quería aportar a este lugar alguna información descubierta por él, dejar su huella, perpetuarse en el recuerdo de las nuevas generaciones. Sin lugar a dudas era un pequeño gran soñador.

Al llegar a Vimes recibieron instrucciones de Nilmo, Alix y Wanjari.

¡Por fin podré comer!, dijo Xusef para sí.

La expedición estudiantil duraría varios días. Instalaron sus saprak, especie de carpa gigante, donde pernoctarían durante todo el tiempo que permanecieran en la luna. El espacio estaba demarcado y era el mismo que se usara el año anterior para el viaje del curso previo.

Xusef se detuvo a observar el paisaje; estaba simplemente maravillado. Pudo reconocer los illos que danzaban cerca de una grieta. Los illos eran exotis, una especie híbrida, desde la perspectiva humana, ya que compartía rasgos animales con otros de origen vegetal e incluso algunos de procedencia mineral. A pesar de que eran inofensivos porque carecían de cualquier atributo agresivo, no era conveniente atraparlos con las manos desnudas, ya que su fase mineral exudaba un compuesto que contenía mercurio.

Algunos compañeros de curso de Xusef propusieron un juego que consistía en “atrapar” mediante holos de captura a aquellos especímenes poco conocidos que lograran detectar. Alix estuvo de acuerdo y propuso un comité de evaluación que determinaría el puntaje de cada hallazgo.

—Los ganadores serán tres —dijo Juner, el coordinador lúdico—, como siempre, en pie de igualdad. No importa quién junte más hallazgos.

—¿Y el premio? —la voz híbride tomó a todos por sorpresa. Era Tulossoa, a quien le gustaba la competencia más allá de los estándares acordados y permitidos.

—Doble porción de pastel de chocolate —dijo Alix, que conocía perfectamente el carácter de Tulossoa.

—Símil chocolate —refutó Tulossoa—. No hay cacao en Wukus.

—No hay cacao en Wukus —concedió Alix—. Pero habrá. Ezesh está modificando genéticamente las semillas de algarroba y pronto tendremos cacao.

Todos los niños se apresuraron a buscar la información referente a la algarroba. Ninguno deseaba quedar expuesto a la burla de los otros por carecer de un conocimiento exhibido durante la conversación.

—¡A trabajar! —dijo Nilmo, quien durante el tiempo que estuvieran en Vimes no iba a tener ninguna tarea definida. Ni siquiera podía oficiar de cocinero, ya que esa tarea estaba a cargo de los androides. Pero al piloto le encantaba provocar a los niños para obtener respuestas inteligentes e incluso recibir desafíos para los que no estaba preparado. 

—¡Encontré un kif! —exclamó Xusef exhibiendo el holo del espécimen capturado.

—¿Qué es un kif? —dijo Wanjari.

—Especie nueva —replicó Xusef—. Reclamo descubrimiento y denominación.

—¡Falso! —dictaminó Alix—. No descubriste una especie nueva. Es un tumin, un mineral con alto componente de cuarzo. Ya está identificado —no obstante, al advertir la frustración del niño, la exobióloga se apresuró a moderar el sentimiento negativo—. Te asigno tres puntos porque el tumin es raro. Solo fue observado dos veces antes.

—¿Era así en la Tierra? —preguntó Kirten, un niño de tez morena y cabello rubio.

—¿Así, cómo?

—¿Salían de excursión a la luna? Tenían una luna, una sola, ¿verdad?

—La Tierra tiene una sola luna —corroboró Alix—. Y no se iba de excursión. Hubo un gran salto tecnológico entre el primer cuarto del siglo XXI y el tercer cuarto, cuando se creó el impulsor Carter-Penrose y se pudo salir del sistema solar.

El juego de la captura de holos se prolongó hasta la hora del almuerzo. La actividad los había colocado en situación de aceptar cualquier cosa preparada por los androides, a los cuales habitualmente oponían resistencia porque su talento culinario se limitaba a preparar alimentos insulsos, insípidos, desabridos, sosos y sumamente nutritivos.

Y al terminar la comida se armó una de las rondas en torno al fuego que a los niños les resultaban atractivas, tal vez porque las hogueras siempre han sido el factor aglutinante para cualquier grupo humano, desde tiempos inmemoriales. 

—¿Los niños de la Tierra se pasaban todo el tiempo aprendiendo cosas, como nosotros? —la pregunta provenía de Huider, una niña sumamente inquisitiva que no perdía ocasión para cuestionar los métodos de los mayores.

—Los sistemas educativos eran diferentes —respondió Alix—. Nos hemos tenido que adaptar a las nuevas condiciones de vida. Cada uno de los miembros de la colonia debe prepararse para poder realizar todas las tareas que se requieran, incluso actuar en casos de emergencia.

—No hay emergencias de vida o muerte en Wukus —dijo Xusef.

—No sabemos todo —replicó Wanjari—. Y saber que no sabemos es una actitud muy positiva. Eso evita una conducta arrogante y aleja la suposición de que podemos prevalecer sobre otros.

—¿Eso no conduce a la mediocridad? —Tulossoa había estado reflexionando sobre ese punto y esperaba una respuesta afirmativa de parte de los maestros.

—No necesariamente —dijo Alix—. En la medida en que respetemos genuinamente a los otros seres, la humildad no será nunca un factor que desacredite la opinión ajena.

 —¿Eso incluye a los wukusis? —la pregunta de Xusef estaba cargada de malicia. Todos sabían que la moderación en el trato es la base de la convivencia. Pero todos se preguntaban hasta qué punto era posible considerar seres inteligentes a los wukusis. Incluso los niños sabían que los naturales de Wukus necesitarían muchos siglos para alcanzar un nivel tal que los humanos pudieran valorarlos como pares.

—Sí —respondió Wanjari, tajante, al ver que Alix vacilaba—. La inteligencia o el nivel cultural no pueden ser factores determinantes de ninguna conducta de prevalencia. 

—¿Prevalencia? —varias voces se alzaron porque la palabra no les resultaba familiar, pero la inmediata consulta a los implantes redundó en la rápida comprensión de todos.

La larga tarde de Vimes transcurrió, ruidosa pero fructífera, ya que se practicaron una serie de disciplinas deportivas favorecidas por la menor gravedad de la luna de Wukus. En la culminación de la primera jornada se disputó una suerte de juego de balón que mezclaba formas y reglas del fútbol, el básquet y el tenis. Los equipos, de siete jugadores, estaban formados por un adulto o un androide y seis niños. 

Los colonos, ya fueran adultos o no, habían adaptado su reloj biológico a los tiempos del nuevo mundo, por lo que las jornadas eran más extensas que las de la Tierra.

Al caer la noche, y luego de la cena, se dispuso analizar la concepción del universo de Baruch Spinoza. Los niños estaban perfectamente al tanto de los textos y la actividad consistía en analizarlos utilizando la capacidad reflexiva de cada uno. 

El mayor interés del grupo estuvo basado en la concepción de la necesidad y en consecuencia de la libertad.

—Se puede deducir entonces —intervino Tulossoa— que de acuerdo a la imperiosa necesidad de abandonar  la Tierra, nos sentimos con libertad de encontrar otro mundo acorde a nuestra existencia.

—No es exactamente así —le respondió Alix—. Pero en cierto sentido tienes razón, o sea, si la naturaleza de las cosas es absolutamente necesaria, lo que de ella se siga será necesario en el mismo grado.

Xusef levantó su mano para exponer sus ideas.

—Entonces cabe preguntarse otra cosa: a pesar de la necesidad de los humanos y la libertad que nos adjudicamos como especie, para colonizar otros mundos, teniendo presente que estamos obligados a no interferir en el desarrollo evolutivo de la vida autóctona existente en ellos, ¿podemos continuar desligados de esta nueva naturaleza? ¿Poseemos esa libertad a pesar de las causas? Según Spinoza, ser es poder, o sea, no existe nada de cuya naturaleza no derive algún efecto. Si todo está determinado a existir y obrar de cierta manera, no podemos ignorar que llegamos aquí con nuestra tecnología, con nuestras leyes y algunas costumbres remanentes de un pasado ineludible, elementos que de una manera u otra afectan a todo el ecosistema que nos rodea a pesar de que el conocimiento nos vuelva más comprensivos y nos permita apreciar una realidad que de todos modos debemos aceptar.

Dixia, una niña de trece años con acusados rasgos asiáticos, quien no se caracterizaba por hablar demasiado, esta vez también alzó su mano para intervenir.

—La historia evolutiva del ser humano demostró que el hombre, desde sus inicios, fue observador de la naturaleza, aprendiendo por ensayo y error todo aquello que le fuera necesario o útil y, por supuesto, gracias a contar con unas manos biológicamente bien dispuestas que ayudaron al desarrollo del cerebro. La forma de vida más avanzada en Wukus, son precisamente los wukusis. Si bien es cierto que se encuentran varios milenios de evolución atrasados con respecto a nosotros, tienen la capacidad de observar y aun de razonar. ¿Podemos afirmar categóricamente que nuestra libertad y modo de vida no modificará su naturaleza evolutiva aunque tengamos el firme propósito de no intervenir?

—Pero no hay wukusis en Vimes —dijo un niño llamado Furry.

—Eso no importa —replicó Tulossoa—. Los humanos podemos viajar por el espacio y los wukusis no, pero eso no cambia la cuestión central. 

—Es inevitable que terminemos interfiriendo —dijo Dixia—. Yo leí un libro de… —a ninguno de los presentes se le escapó que la niña estaba consultando la base de datos de su IA— Arkadii y Boris Strugatski. Se llama Qué difícil es ser un dios. Trata de eso, de la interferencia humana en una civilización menos desarrollada. 

—Es inevitable —intervino Alix. Hacía un buen rato que ninguno de los adultos tomaba la palabra, pero había llegado el momento de hacerlo—. Para eso tenemos que prepararnos. Vamos a interferir y debemos hacerlo con tacto, con delicadeza, sin que los wukusis sientan que los estamos atropellando. No obstante, están equivocados en algo, o mejor dicho, carecen de una información básica. Hay wukusis en Vimes.

Se produjo un silencio extraño. La revelación, que contradecía todo lo que habían aprendido hasta ese momento, los tomó por sorpresa y demoraron varios minutos en reaccionar.

—No vimos a ningún wukusi en Vimes —dijo finalmente Portoo, un niño muy alto que no solía participar en los debates.

—Porque hemos venido a un sector de Vimes que no está habitado —Nilmo buscó la aprobación de Alix y Wanjari antes de proseguir. La exobióloga movió la cabeza invitándolo a continuar la explicación—. Conduje la nave hasta aquí para evitar las ruinas.

—¿Ruinas? —la exclamación fue casi simultánea, proferida por media docena de niños.

—Ruinas, sí —dijo Wanjari—. Cuando regresemos a Wukus recibirán información adicional de los especialistas. Pero puedo adelantarles que los wukusis son en realidad naturales de Vimes. Aquí, hace miles de años, desarrollaron una civilización que alcanzó el nivel que poseía su homóloga humana hacia 2050. Fueron capaces de construir naves y viajar hasta Wukus, pero ese fue también el final de la historia: una guerra acabó con la civilización y prácticamente se extinguieron. Un pequeño grupo de los seres que nosotros denominamos wukusis, los de Vimes y los de Wukus, sobrevivieron, aunque retrocedieron al equivalente a nuestra Edad de Piedra. Por razones que nuestros científicos están estudiando, se prohibieron a sí mismos todo adelanto tecnológico. No son inferiores a nosotros, solo ven las cosas de otro modo, desde otra perspectiva. 

—Este viaje —completó Alix— es una suerte de iniciación. Ustedes están maduros para comprender el delicado equilibrio entre lo posible y lo necesario. Y los wukusis serán el puente.

Los niños se contemplaron entre sí. Algunos estaban desconcertados. Infinidad de preguntas quedaban flotando en el aire perfumado de Vimes. Pero al cabo de algunos minutos las respuestas, proporcionadas por su flamante capacidad para pensar por sí mismos, acudieron a sus jóvenes mentes.

—De cualquier modo —dijo Xusef—, ¿los wukusis de Wukus saben que existen los de Vimes y viceversa?

—Buena pregunta, Xusef —dijo Alix—. Estábamos esperando que alguno la hiciera. Y la respuesta es no. Nuestro desafío será conectarlos, interfiriendo, por supuesto, porque eso es inevitable, y aprendiendo algo sustancial por el camino.

—No deberíamos hacerlo —dijo Tulossoa.

—Debemos desterrar el miedo —replicó Portoo—. Ya no somos los monstruos que fuimos y tenemos que transmitirle eso a los wukusis de ambos mundos.

Los adultos se miraron entre sí y sonrieron. Los niños ya estaban casi preparados para afrontar el gran dilema que los llegados de la Tierra aún no habían podido resolver.  

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